Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone
Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone
Bajate un capítulo en pdf - Rolling Stone
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
consumidor se s<strong>en</strong>taba a la mesa de la pareja. Pedía <strong>un</strong>a cerveza y conversaban <strong>un</strong> rato<br />
hasta que se ponían de acuerdo. Entonces Beto sacaba de su valija negra <strong>un</strong>a bolsita con<br />
mercadería y se producía el trueque, con <strong>un</strong> diario Crónica abierto de par <strong>en</strong> par que era<br />
utilizado para disimular. El Gallego Lucho, <strong>en</strong>cargado del bar, no se hacía cargo del as<strong>un</strong>to,<br />
ni tampoco se llevaba comisión alg<strong>un</strong>a por permitir que sucediera eso d<strong>en</strong>tro del local. Para<br />
él, lo mejor era hacerse el des<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dido. A ese comedido lo único que le importaba era que<br />
consumieran algo <strong>en</strong> las mesas para lograr acrec<strong>en</strong>tar la alcancía del dueño. Y <strong>en</strong>cima, el<br />
bar era <strong>un</strong>a mugre total. En esos pestil<strong>en</strong>tes baños, se veían pulular moscas cerca de <strong>un</strong><br />
inodoro <strong>en</strong> el que se <strong>en</strong>contraba impregnada materia fecal de hacía días. Incluso, todo era<br />
tan hediondo que cuando <strong>un</strong>o pedía algún plato hasta aparecían cucarachas muertas d<strong>en</strong>tro<br />
de los guisos incomibles que Eduardo traía de la cocina. El bar de la esquina sin dudas era<br />
horrible, pero también era el lugar clave para observar todo ese subm<strong>un</strong>do de marginales y<br />
pervertidos noctámbulos que merodeaban esa porción de la ciudad sin límites establecidos.<br />
Permanecer ad<strong>en</strong>tro de El Bar de las Travestis com<strong>en</strong>zó a ser apasionante para mí. Pasaba<br />
horas s<strong>en</strong>tado, <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>ido con alg<strong>un</strong>a travestida. Fijaba mis ojos <strong>en</strong> sus traseros e int<strong>en</strong>taba<br />
desnudar todo ese fascinante m<strong>un</strong>do ficticio <strong>en</strong> el que la iban de mujeres. Alg<strong>un</strong>as eran<br />
preciosas; otras, horripilantes. Había <strong>un</strong>a a la que con mi amigo habíamos apodado Juan K.<br />
“Che, Ricky Kalavera, la verdad que es <strong>un</strong> verdadero Juan Carlos, ¡el verdulero Juan K!”,<br />
bromeaba conmigo Lukas, el Polako, mi gran compañero nocturno, qui<strong>en</strong> fue testigo de<br />
aquellas primeras noches bizarras por ese barrio oscuro y de historias complicadas.<br />
Juan K era <strong>en</strong>orme y t<strong>en</strong>ía <strong>un</strong>os pechos gigantes, casi al aire. Ella siempre se acercaba a<br />
nuestra mesa y nos hacía reír con sus actitudes o con las cosas que improvisaba. ¡Parecía<br />
<strong>un</strong>a gran actriz! Era fija que se s<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> mi regazo y luego de franelearme <strong>un</strong> poquito por<br />
la zona de mi bragueta, corría su corpiño y me invitaba a que le diera <strong>un</strong> besito <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>o<br />
de sus desbordantes s<strong>en</strong>os p<strong>un</strong>tiagudos. D<strong>en</strong>tro del grupo de la Juan K había <strong>un</strong>a de no más<br />
de veintidós años, que por lo g<strong>en</strong>eral lucía polleritas escocesas, medias de red negras y<br />
cabello castaño, con alg<strong>un</strong>as mechitas decoloradas. ¡Era tan parecida a la cantante Fabiana<br />
Cantilo que hasta sus compañeras le decían la Fabi! Pero esta Fabi era mexicana, carne de<br />
exportación. Antes de llegar a Bu<strong>en</strong>os Aires había estado trabajando <strong>en</strong> Bogotá, luego <strong>en</strong><br />
Lima y hasta <strong>un</strong>os meses <strong>en</strong> Santiago de Chile. Una av<strong>en</strong>turera que se fue del Distrito<br />
Federal a los quince años porque no toleraba la viol<strong>en</strong>cia familiar que había padecido<br />
durante toda su niñez. Su madre, además de golpeadora, era <strong>un</strong>a atorrante que cambiaba de<br />
hombres como de bombacha. Su padre, <strong>un</strong> matón peligrosísimo, terminó <strong>en</strong>cerrado <strong>en</strong> <strong>un</strong><br />
calabozo de alta seguridad. Violada por <strong>un</strong> primo de tan sólo cuatro años más que ella, la<br />
cabeza se le dio vuelta y pronto empezó a interesarse por los pibitos de su barrio. Ya<br />
experim<strong>en</strong>tada y con mucha calle <strong>en</strong>cima, a la Fabi, Constitución le resultaba r<strong>en</strong>table, pues<br />
era <strong>un</strong>a de las más solicitadas por los tipos que frecu<strong>en</strong>taban la zona. Sin embargo, las que<br />
dirigían la batuta <strong>en</strong> ese circuito eran las travestis locales. A<strong>un</strong>que todas parecían amigas, el<br />
séquito estaba organizado de la sigui<strong>en</strong>te manera: había <strong>un</strong>a líder que t<strong>en</strong>ía a cuatro o cinco<br />
que le cubrían las espaldas. A ella había que <strong>en</strong>tregarle cincu<strong>en</strong>ta pesos semanales para<br />
poder parar <strong>en</strong> esas cuadras. A esa líder se la respetaba porque no t<strong>en</strong>ía empacho <strong>en</strong><br />
demostrar su poderío a través de la viol<strong>en</strong>cia, si la necesidad obligaba. De vez <strong>en</strong> cuando,<br />
aparecía alg<strong>un</strong>a traviesa que int<strong>en</strong>taba disputarle el mando. Entonces se producían batallas<br />
callejeras <strong>en</strong> la que las armas blancas, las pistolas y los botellazos decidían quién se la<br />
bancaba más. Una de las peores se apodaba la Rompe Coches. Esbelta, de curvas<br />
impresionantes y con los labios pintados de color rojo fuego, esquivaba el asecho de la<br />
policía de <strong>un</strong>a manera insólita y efectiva. Cuando <strong>un</strong> patrullero fr<strong>en</strong>aba para realizarle <strong>un</strong>