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Centurion Argentina Winter 2019

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Mucho antes de que mi

Mucho antes de que mi avión aterrizara en suelo italiano, ya había tenido oportunidad de probar la Sicilia barroca. El sureste de la isla del que tanto se habla, famoso por su abundante arquitectura y su cosquilleante aceite de oliva, está imbuido además de cierto aire de indolencia, algo que descubrí mientras preparaba mi recorrido. Mis correos electrónicos a hoteles y restaurantes se toparon con silencios reacios e incluso con la sugerencia de que llamara al primo de alguien o a algún portero de noche. Un amigo de un amigo consiguió localizar a un residente de Noto, la ciudad más de moda de la zona, que se ofreció a acercarse y visitar por mí algunos establecimientos. Al día siguiente me informó muy ufano de que sus gestiones habían tenido éxito y me pasó el contacto del dueño de un hotel: una captura de pantalla con un número de teléfono al pie de una fotografía de dos apuestos hombres con las camisas totalmente desabrochadas. Y aun así, lo único que consiguió fue reafirmarme —y posiblemente intrigarme un poco— en mi decisión de visitar esa tierra que se mostraba tan reacia a atraerme. Quizás sabía que ya contaba con mi devoción desde que tenía 20 años, cuando descubrí los libros del escritor siciliano Andrea Camilleri sobre el Inspector Montalbano, un detective nihilista y aficionado a la cocina que se dedica a deambular y degustar almuerzos de tres horas por toda la región. Pulsamos el botón de avance rápido y llegamos a mis 30 años, cuando seguí el consejo de alguien con buenas intenciones que trabajaba en la misma revista de moda que yo y adopté el estilo “princesa siciliana” (esto supuso confiar en los tejidos orgánicos de color crema y negro y peinarme con una perfecta raya al medio). El verano pasado por fin conseguí viajar a Sicilia y pasé tres días de locos en su capital, Palermo, donde quedé prendada de las auténticas princesas sicilianas y de los gatos callejeros, con sus caras de dioses paganos. Val di Noto es una región con forma de nuez que comienza en la industrial Catania, atraviesa Noto y llega hasta las ciudades de Modica y Ragusa. Un área convertida en el destino favorito de los europeos entendidos en viajes y los redactores de revistas estadounidenses que viajan como ellos y se dedican a esparcir miguitas de pan en Instagram: un busto antiguo por aquí, un sorprendente arco de piedra por allá. La locura se intensificó en septiembre del año Desde la izquierda: el recién inaugurado hotel boutique a.d. 1768, en Ragusa Ibla, lleno de obras de arte contemporáneo; la alberca del Jacques Garcia Noto 46 CENTURION-MAGAZINE.COM

Desde la izquierda: niños en bicicleta en la pequeña localidad de Scicli, en Ragusa; un área común en el a.d. 1768 pasado, cuando se convirtió en el escenario elegido para la boda de la megapopular influencer italiana Chiara Ferragni, también conocida como The Blonde Salad, con el tatuadísimo rapero Federico Leonardo Lucia, alias “Fedez”. El redactor italiano de Vogue y residente ocasional en Ragusa, Angelo Flaccavento, describe la región como un lugar «acogedor pero privado. Todo ocurre tras una puerta cerrada. Lo único que necesitas es encontrar alguien que te la abra». Aunque la zona ha gozado durante mucho tiempo de cierto prestigio entre estos iniciados —muchos de los cuales se sintieron atraídos por el aire de pequeño pueblo siciliano y por el precioso hotel de culto Seven Rooms Villadorata, situado en una de las alas de un palacio barroco—, ahora hay más viajeros que siguen su ejemplo. Los nuevos hoteles se ciñen al tranquilo encanto de la zona, camuflando el lujo con discreta elegancia o vistiéndolo con una opulencia sin complejos, como es el caso del nuevo establecimiento que el decorador francés Jacques Garcia ha abierto en las estribaciones de Noto. Las calles aún estaban oscuras cuando mi marido Ben y yo estacionamos en Noto. Al salir del auto me envolvió el sonido de un piano y los aplausos que salían de las balconadas del Palazzo Nicolaci. Me sentí abrumada con la sensación de que el palacio —uno de tantos que hay en la ciudad— no solo estaba vivo, sino que nos daba la bienvenida. «Ah, seguro que era la fiesta de disfraces», nos explicó a la mañana siguiente Bruno, el director de nuestro B&B, San Carlo Suites. «Todo el mundo iba vestido al estilo del siglo xviii», añadió con naturalidad, y se acercó a mirar por la ventana. Me uní a él y vi que había llovido durante la noche y Corso Vittorio Emanuele, la calle principal de la ciudad, estaba envuelta en una pátina de ensueño. Pero fue la luz lo que más me impresionó y me tuvo toda la semana siguiente garabateando posibles metáforas en mi libreta: limones, calor, magia. › CENTURION-MAGAZINE.COM 47

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