O Ulla, río de "patifas" e "baleiros".

ARDENTÍA
Ellas o sus maridos son de Porto, la aldea marinera
donde los constructores navales de Génova y Pisa hicieron
la Escuadra de Gelmírez".aba, / remexendo o conxunto.
[...]".
Ocupándose no artigo "De castro en castro" das orixes
deste duro oficio reservado ás mulleres ullás, Borobó
menciona as súas diversas modalidades e recoñece a
presenza de numerosos elementos que o vinculan aos
tempos medievais, mais aposta finalmente por retrotraelas
ata a propia etapa castrexa ou celta:
"En el comercio de las patifas se distinguen tres modalidades
diversas según el medio de locomoción que utilicen
para transportar las panelas colmadas de mercancía.
El más rudimentario consiste en llevarlas en la cabeza,
para lo cual se entrenan desde chiquillas carretando
pesados tablones. El tipo medio es a base de la colabora
ción del asno, que permite una mayor autonomía y llevar
triple carga. El más cómodo utiliza un carricoche tirado
por un caballo, emparejado a veces con un burro de su
misma estatura; este último medio ya casi no se puede
incluír dentro del tráfico patifo, es un medio progresivo
que oculta propósitos monopolizadores y que por utilizar
un vehículo ya no es propiamente patifo, es decir a patas
(es la etimología popular más ocurrente). Ha de tenerse
en cuenta que las patifas que llevan jumentos nunca
montan y por lo tanto, por andariegas, son tan patifas
como las de la primera clase; además se pasa de una a
otra con la mayor facilidad.
Foto: Ruth Matilda Anderson, c.a. 1935
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Todo el radio de difusión de este comercio está compartimentado
en pequeñas zonas, en cada una de las cuales
cada patifa tiene su clientela. En ningún caso puede
invadir una el terreno de las demás; los puestos se heredan
de madres a hijas, de suegras a nueras, de tía a sobrinas.
No hay mejor dote para una muchacha de estos
contornos que recibir una de estas exclusivas para la
venda. Supone una fuente de ingresos para toda la vida.
La venda puede realizarse por compra-venda, o bien por
permuta; ultimamente goza esta última manera de un
reflorecimiento. Las panelas que cuando no llevan berberechos,
llevan pescados de Rianxo o de Marín, vuelven
cargadas de grano: maíz, centeno, algún trigo... Con
ese tráfico se compensa el desnivel existente entre la
economía agraria del interior y la pescadora de las rías.
Pero en este verano los hórreos estaban vacíos, los campesinos
pobres no tenían nada que dar a cambio, y sin
embargo las patifas les llevaban como siempre el pescado.
Venían con las manos, con las panelas vacías, pero
contentas; el sacrificio momentáneo, la solidaridad con
las desventuras de su clientela, no tardaría en recibir su
correspondencia. Cuando reviente a los hórreos la soberbia
cosecha de maíz que se espera, los pollinos de las
patifas y ellas mismas retornarán, agobiadas por la dorada
carga de las espigas.
Las características de este comercio son perfectamente
medievales: el trueque, lo andariego, la herencia del oficio,
el reparto de zonas. Tiene por lo tanto nobleza, la
que le da la pátina de los siglos; sin embargo, remontarlo
hasta el Medievo quizá sea quedarse en la mitad del
camino, y las patifas (aunque caigan rayos y centellas)
jamás se quedan en él. Llegan siempre porque vienen de
muy lejos, son las hembras castreñas, decididas e incansables,
que ya iban de castro en castro con sus panelas a
la venda, antes de que se amarrase, en el pedrón, al costado
de sus dornas, aquella otra con el cuerpo del Hijo
del Trueno".
Xosé Mª Castroviejo evocaría nas súas Memorias
dunha terra (1973) a figura desas "patifas" que,
remontando a pé o curso do Ulla, chegaban até as
inmediacións do Pico Sagro para trocar o seu peixe e
marisco por produtos agrarios:
"As sardiñeiras viñeran dende Carril, pasando por
Padrón, Carcacía e Pontevea, botáranse por toda a terra
da Ulla, coa patela na cabeza. Descalzas, airosas, bimbeantes,
de breve cintura e corpo delgado, pregoaban
polas portas a súa mercadoría salgada: "¡Quen merca
sardiñas!"... Andaban leguas de distancia, dende o mar
ao val da Ulla, de maneira incrible. Voando coma se
fosen paxaros. Eran en efecto aves mariñas, que nos traían
dende o asubío salgado das ondas atlánticas un
recendo de frescura a mar aberto, ata os millos crepitantes
de agosto e os pradais onde croaban as ras nos regos
húmidos e ferruxinosos. Cando batían no portalón de
Paizás co seu agudo pregón salgado, iamos miralas coma
se fose unha festa. Contaban axilmente as sardiñas,
unha, dúas, tres, catro ducias, e tiraban da saia a bolsiña
onde gardaban os cartos para as voltas. Eran mouras e