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Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs

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<strong>Corcho</strong> <strong>Loco</strong><br />

y <strong>Otros</strong> <strong>Relatos</strong><br />

<strong>GuajaRs</strong>


Índice<br />

Artemio Salinas..............................................................................................................................3<br />

Abajo está el Paraíso................................................................................................................. 26<br />

Elia la Reina Sith......................................................................................................................... 36<br />

Los Hijos del Matuasto............................................................................................................. 45<br />

Semilleros ..................................................................................................................................... 70<br />

<strong>Corcho</strong> <strong>Loco</strong> Mata una Vaca................................................................................................... 88<br />

Alas de Metal / Transforma la Carne ................................................................................ 92<br />

Algunos derechos reservados.............................................................................................109<br />

Acerca de los cuentos.............................................................................................................109<br />

Agradecimientos ......................................................................................................................109<br />

Acerca de <strong>GuajaRs</strong> ...................................................................................................................110<br />

Noviembre de 2010<br />

2


ARTEMIO SALINAS<br />

1<br />

Tres golpes a la puerta y un grito ahogado por el trueno. Despierto<br />

sobresaltado, la pesadilla se repite noche tras noche, el gato sobre la chimenea, el<br />

retrato de Amada...<br />

Tres golpes más a la puerta. Ahora el grito se oye con claridad<br />

—¡Don Artemio, se le necesita en el pueblo!<br />

Siento un hielo en el pecho, nunca me despiertan para hablar de lo hermosa<br />

que es la vida ni lo apacible que está la noche.<br />

Me visto con el traje de cuero blanco, sombrero de ala ancha bien anclado a la<br />

cabeza y maletín con utensilios. Desciendo mis escaleras sin apuro. Abro mi puerta y<br />

veo al chicuelo que me trae la leche en las mañanas, Julio.<br />

—¡Don Artemio! —jadea de pie bajo la lluvia—. La viuda Prisma... su casa se<br />

estaba incendiando... tiene que venir, la gente del pueblo dice que usted sabe de estas<br />

cosas...<br />

Otro hielo en mi pecho, extendiéndose como una enfermedad hacia el brazo izquierdo<br />

y el cuello. Lívido salgo a la lluvia y recorro mi sendero entre los árboles, siguiendo al chico<br />

que va descalzo y sin más protección que su sombrero de paja agujereado.<br />

La viuda Prisma es una mujer con cuatro décadas de belleza, madre de tres<br />

nonatos enterrados en su patio. Aún a su edad es objeto de admiración entre los<br />

hombres y envidia de las mujeres, blanco de los chismes más osados. Su difunto,<br />

Dagoberto Boscoso, una década atrás se fue a dormir como todas las noches luego de<br />

una cena contundente y a la mañana siguiente amaneció gris y maloliente, como si<br />

llevara semanas muerto.<br />

En el recodo de mi sendero está el cantinero balanceando una linterna sobre su<br />

cabeza para guiarnos en la oscuridad. El hombre sordo, de cabeza cana y manos como<br />

de piedra, tiene una expresión de fatalidad escalofriante.<br />

Llegando al pueblo veo una multitud de rostros curiosos y aterrados<br />

recibiéndome con alivio, protegiéndose de la lluvia con sombreros improvisados,<br />

3


platos y bandejas. Las caras más antiguas reproducen fielmente la expresión del<br />

cantinero.<br />

Nadie dice nada. La casa de la viuda es la tercera de la derecha desde allí, junto al<br />

riachuelo que fluye a punto de desbordarse. Los pobladores me cierran el paso, dejando<br />

un angosto camino que conduce inevitablemente a la puerta abierta de esa casa.<br />

El cantinero me entrega su linterna y se queda junto a la puerta sosteniendo a<br />

Julio, que se muere de ganas por acompañarme.<br />

En un parpadeo la veo otra vez, Amada en su lecho, escupiendo sangre,<br />

muriendo en mis brazos, sus ojos claros manchados por el dolor y la angustia.<br />

Me deshago de la imagen y entro. La casa está vacía de muebles, tal como la<br />

recuerdo de mi última visita la semana pasada. A mi derecha hay un comedor por<br />

cuyos ventanales veo una docena de linternas en la calle. Junto a la puerta una angosta<br />

escalera sube hacia los dormitorios. Más adentro atisbo la cocina y al final del pasillo,<br />

el lavadero, símbolo inequívoco de estatus. Un lavadero dentro de la casa significa<br />

acarrear baldes con agua y hombres que lleven los baldes desde el riachuelo. Más<br />

chismes que hablan de la generosidad de la viuda con sus anónimos benefactores.<br />

Subo por la escalera lentamente, mis piernas como ramitas a punto de<br />

quebrarse. Huele a quemado y a otras cosas que no puedo determinar. Asomo la<br />

cabeza al segundo piso y veo un gran orificio en el suelo al final del pasillo.<br />

Al llegar arriba quedo petrificado. En el techo, cubierto con hollín, aún pueden<br />

leerse dos palabras escritas con sangre. Sé que es sangre. No necesito más pistas para<br />

saber lo que dice.<br />

Quince días.<br />

Tengo quince días para encontrar a la viuda. Pero ya sé que está muerta.<br />

Recorro el lugar con la linterna. El agua escurrió por el pasillo hasta el agujero<br />

en el piso, por donde se ve el cuarto de lavado.<br />

No necesito recorrer más. En un florero debe haber un anillo... allí está el<br />

florero y el anillo de la viuda en su interior. Pero la viuda odiaba las flores dentro del<br />

hogar, sólo las cultivaba en su patio, sobre las tumbas de sus hijos.<br />

4


Alguien está copiando un crimen antiguo, alguien que sabe demasiado.<br />

Al bajar noto entre dos escalones mojados, a un lado de una lámpara<br />

chamuscada, un mechón de cabello anudado con lana roja. ¡Maldición!<br />

Veo a Amada radiante de felicidad el día de nuestro matrimonio. Amada<br />

llorando a escondidas en la cocina. Amada escribiendo en su diario. Amada muriendo<br />

de esa manera tan horrible.<br />

2<br />

Me casé joven. Padre convino mi matrimonio con la hija de un granjero de<br />

pocas posesiones en el extremo sur del pueblo, para acercarme al mundo de las<br />

personas a quienes servíamos.<br />

El granjero insistió en este matrimonio con un ahínco pocas veces visto, quería<br />

casar a su hija conmigo a toda costa. Amada era su nombre, obesa y tímida. Amada<br />

Carillón.<br />

Jamás la había visto en el pueblo, cosa extraña en un lugar pequeño como éste.<br />

Y tras el primer vistazo la aborrecí, toda sonrojada y ojos grandes.<br />

Nos casamos un mes después. Sentado en un rincón de la fiesta observé<br />

cómo todos se afanaban en pasarla bien, con Amada a mi lado, su cabeza<br />

inclinada, mirándome de reojo. No dijo nada en toda la noche, sólo recuerdo de<br />

ese día su sonrisa al momento de la argolla que nos amarraba, el temblor en<br />

sus manos, el beso tímido, el término de la fiesta y el sexo rápido con la luz<br />

apagada.<br />

Desde ese día llegar a casa tras recorrer el pueblo por encargo de Padre no<br />

era ningún agrado. Allí esperaba ella, ansiosa por atenderme, tejer, cocer, lavar,<br />

siempre pendiente, siempre preocupada. Mis camisas bien planchadas, los trajes<br />

limpios y sin pelusas... Nunca tuve un motivo para quejarme, lo que me irritaba<br />

aún más.<br />

Aparte del buen día y que duerma bien, nunca le oí decir nada más en todos<br />

esos años. Asentía o negaba con la cabeza. Se encogía de hombros. Ni una palabra.<br />

5


No sé en qué momento comencé a odiarla. Prefería continuar con mis visitas al<br />

pueblo, quedarme a beber y charlar en la cantina, llegar entrada la noche a cenar y<br />

dormir.<br />

El cantinero, joven aún, era el confesor sordo de los malos hábitos del pueblo.<br />

Me sentaba en la barra y le hablaba de mi odio y desgracia, de cómo cada mañana me<br />

sentía más vacío. Y al final, cuando apuraba la copa para pagar e irme, él afirmaba con<br />

la cabeza, todo comprensión.<br />

Padre murió y quedé a cargo del negocio. Inmediatamente nos mudamos a la<br />

casona en lo alto de la loma, cuyo tejado podía verse por entre las copas de los árboles<br />

desde cualquier lugar del pueblo. Allí estaban los preciados libros con tapa de cuero,<br />

los volúmenes en manuscrita de mis antepasados, la vida de cada poblador desde hace<br />

más de cien años.<br />

Amada cuidaba que no hubiera ni una mota de polvo en los muebles ni camisas<br />

sin zurcir. Cocinaba y como antes, no pude quejarme jamás. Pero ahora no me<br />

importaba tanto, tenía miles de casos por leer, muchas vidas que conocer, demasiado<br />

para aprender.<br />

Pasaron los años y mi cabeza se cubrió con canas prematuras y extraños<br />

pensamientos. Amada se iba a la cama más temprano, se apresuraba en lavar la vajilla<br />

y dejar mi ropa del día siguiente planchada al pie de la cama.<br />

Algo hacía en el tiempo que yo demoraba en reposar la cena, asear mis partes e<br />

ir a dormir. El cuarto olía a vela recién apagada y ella respiraba lentamente en un<br />

ángulo que ocultaba su rostro.<br />

No debía ser nada grave, pero la sospecha me carcomía.<br />

Una mañana la mandé a por más harina al pueblo. Había de sobra en la<br />

despensa, pero de todas maneras se marchó caminando lentamente, con el rostro<br />

inclinado y sin mirar atrás.<br />

Me apresuré en subir al cuarto y revisé su cajón del velador. Allí, sobre sus<br />

enceres privados había un pequeño libro pequeño con cubierta de cuero.<br />

Sentí ira, la maldita estaba leyendo mis... y noté por el tacto que era un volumen<br />

6


nuevo, no un ladrillo mohoso como los de la biblioteca. En su primera página había<br />

escrito con caligrafía preciosa Diario de Vida.<br />

Entonces me golpeó la vergüenza. No podía leerlo. Odiaba a la mujer, pero la<br />

conciencia ajena no declarada es tan sagrada como las que ordena la doctrina.<br />

dejaría.<br />

Moví la primera hoja para leer el encabezado de la segunda, nada más, luego lo<br />

Artemio Salinas, mi esposo.<br />

Sentí espanto y morbo. Seguí leyendo.<br />

Es un hombre bueno. Es realmente bueno. No grita en la casa, no me reprocha<br />

ni me golpea como acusan las esposas del panadero, herrero y costurero de sus<br />

esposos... Su trabajo siempre ha sido importante, no tiene tiempo para contarme...<br />

Padre me habló de lo que se hacía acá, ‘lavar almas’ lo llamaba... Mi esposo no podría<br />

hacer algo tan virtuoso si por su sangre corriera arena en vez de sangre...<br />

Estaba impresionado. Amada Carillón tenía ideas propias y sacaba<br />

conclusiones. ¡Y no me temía porque yo era tan bueno!<br />

Sentí nauseas, pánico y en el fondo una nueva sensación que se hacía fuerte y<br />

empujaba a las demás, reduciéndolas a míseras cosquillas: sentí remordimiento y<br />

culpa.<br />

Seguí leyendo.<br />

Amada me vio por primera vez una mañana cuando se atrevió a salir de su<br />

casa. Era la niña consentida de sus padres, silenciosa y vulnerable. Y me vio pasar. Me<br />

vio y se enamoró. Le habló a su padre, quería ser mi esposa. Con ello logró esfumar la<br />

pena de los ojos de su madre, que se sentía culpable por no haberla educado para ser<br />

una señorita matrimoniable.<br />

Por eso la insistencia del viejo, ahora silencioso bajo su lápida.<br />

Amada lamentaba no haberle dado nietos, porque nuestras reuniones bajo las<br />

mismas sábanas no coincidían con sus días fértiles.<br />

Más remordimientos. Desde el matrimonio, cuando estuve seguro de las fechas<br />

en que sangraba, jamás me arriesgué a coincidir con ella los días de mayor peligro.<br />

7


Me amaba, lo repetía página tras página y sabía que yo la amaba, aunque lo<br />

demostrara de manera intangible. Ponía todo su amor en cada plato de comida, en<br />

cada tarea o labor, porque así era su forma de amar.<br />

Oí la puerta de la casa que se abría y devolví el diario a su cajón. Me tendí en mi<br />

cama y esperé, fingiendo cansancio. Ella apareció en la puerta y la vi distinta. Ahora<br />

entendía ese brillo en sus ojos, el silencio, su diligencia. La mandé a preparar galletas y<br />

allá fue ella, al gallinero a recolectar huevos.<br />

Volví a su diario y seguí leyendo.<br />

Durante la cena casi no probé bocado. Amada comía sin hacer ruido en el otro<br />

extremo de la mesa, detrás del florero. Me levanté a recoger la sal y la vi, la cabeza<br />

inclinada a un lado, parpadeando con regularidad, regordeta y feliz.<br />

Al terminar me levanté lentamente, caminé a mi despacho como hacía siempre<br />

y al llegar al pasillo me detuve sin dar la vuelta.<br />

—Gracias por la comida —dije mirando un punto en el muro.<br />

Como a ese rincón de la casa no llega suficiente luz, pude ver su rostro sin transar mi<br />

orgullo. La vi alegre, el cuerpo erguido, la cabeza derecha y sonriendo, sin dejar de comer.<br />

Amada, que a pesar de tener un marido ejemplar se sentía sola. Amada, a quien<br />

jamás pude reprocharle nada porque no había nada que reprochar.<br />

Grande fue su asombro cuando junté nuestras camas para hacer una sola. La<br />

abracé en la oscuridad y lloró en mi hombro. Siguió escribiendo su diario a<br />

escondidas, pero nunca más lo leí. No nos comunicábamos mejor que antes, pero<br />

Amada sonreía.<br />

Y una mañana, años después, despertó gris y maloliente. Murió en mis brazos,<br />

el gato fue testigo.<br />

Entonces comenzaron las pesadillas.<br />

3<br />

Escondo el mechón de cabello y el anillo en el bolsillo de mi chaqueta. Salgo de<br />

la casa y comienzo la rutina de preguntas a quienes apagaron el fuego.<br />

8


Hubo un grito, el grito de un hombre, un grito terrible que venía de la casa de la<br />

viuda Prisma. Al asomarse por sus ventanas, los vecinos vieron fuego y dieron la<br />

alarma.<br />

Tres hombres quebraron la cerradura de la puerta a patadas, mientras<br />

cinco hombres más llenaban con agua del riachuelo sendas cubetas.<br />

Rápidamente extinguieron el fuego, dejando como única huella un círculo<br />

quemado en el suelo.<br />

Un círculo quemado, no un hoyo. Entro nuevamente a la casa para comprobar<br />

mis sospechas. En el lavadero se ve claramente el orificio en el cielo de madera. Abajo,<br />

alumbrando con la linterna, veo trozos del techo esparcidos por el suelo.<br />

El lavadero tiene una puerta que da al patio. Está abierta.<br />

Ninguno de los que entró a apagar el fuego usó esa puerta para entrar o salir. El<br />

secuestrador no se marchó, permaneció oculto en el lugar mientras apagaban el fuego.<br />

Luego salió para escapar pero el suelo quemado cedió bajo sus pies y cayó al lavadero.<br />

Desde allí salió al patio sin ser visto.<br />

Subo las escaleras, sintiéndome más débil que nunca. Mi cuerpo viejo no está<br />

para estos trotes.<br />

Al final del pasillo, junto a la huella que dejara el fuego, hay dos puertas, una a<br />

cada lado del corredor. Las miro con dedicación, la de la izquierda tiene rastros de<br />

sangre bajo el pomo, algo diluidos por el agua.<br />

Entro y veo el cuarto de la Viuda, el suelo mojado, los cobertores de la cama<br />

doblados y ni huella de las pantuflas.<br />

Algo despertó a la viuda y la hizo levantarse en la oscuridad.<br />

La vela sigue apagada en su mesa de noche. Doy una vuelta por el cuarto. El<br />

orden es impecable. Nada debajo de la cama.<br />

La viuda se levantó y salió de su cuarto al pasillo, vestida en camisón.<br />

Pero había sangre en el pomo de la puerta... Salgo al pasillo y examino la otra<br />

puerta. Ninguna pista. Entro y veo el cuarto del difunto, que hiede a otra mezcla de<br />

olores, humo, encierro, carne quemada y excrementos.<br />

9


Los muebles empolvados tienen huellas frescas y el piso está cubierto con agua<br />

oscura que me hace sentir escalofríos. Es sangre.<br />

Me asomo debajo de la cama y veo el horror y la desesperación de la viuda<br />

Prisma, muerta, mirándome, el camisón rasgado dejando a la vista las marcas de una<br />

mano fuerte en su pecho izquierdo.<br />

La viuda salió de su cuarto y se encontró con un hombre. Éste la forzó y<br />

durante la pelea se manchó el pomo de la otra puerta con sangre de alguno de los dos.<br />

La llevó al cuarto del difunto y la asesinó.<br />

No concuerda. El anillo, el mechón de cabello y la frase escrita con sangre en el<br />

techo fueron dejados para que yo los encontrara, para hacerme saber en los últimos<br />

años de mi vida que alguien más conoce mi verdad.<br />

Pero la viuda está muerta, algo cambió el plan de un momento a otro.<br />

El secuestrador se tentó al ver a la viuda semi desnuda, intentó violarla, quizá<br />

lo consiguiera. Y en el forcejeo la mató.<br />

La degolló.<br />

La viuda salió de su cuarto y encontró a un hombre que preparaba el escenario<br />

para que yo lo viera. El hombre la ató y amordazó, cortó un mechón de cabello...<br />

No. La viuda no fue atada, no hay huellas en sus muñecas.<br />

Bajo nuevamente al lavadero en busca de más pistas. Entre los maderos<br />

carbonizados del piso hay trozos de vidrio. Guardo uno en mi maleta para su posterior<br />

análisis.<br />

Reviso con cuidado la cerradura de la puerta trasera de la casa. Está intacta,<br />

salvo por manchas de pies enlodados en la parte de afuera.<br />

El asesino tenía una llave. Entró por la puerta del lavadero, subió donde la<br />

viuda Prisma, golpeó a su puerta y ésta salió a recibirlo. Quizá tuvieron sexo. Quizá<br />

habían planeado este momento desde hacía tiempo.<br />

Eso me llena de escalofríos.<br />

Prepararon el escenario, el anillo en el florero, las marcas en el techo, el<br />

mechón de cabello en la escalera. Luego ella se arrepintió, él no dio pie atrás y hubo un<br />

10


forcejeo en el pasillo. Ella arrojó una lámpara y él resultó quemado, gritó. Golpeó a la<br />

viuda y la metió en el cuarto del difunto, manteniéndola en silencio. El fuego se había<br />

iniciado y los hombres pronto intentaban derribar la puerta de entrada. La viuda trató de<br />

pedir ayuda. Entonces él en su desesperación la degolló, allí bajo la cama, donde se habían<br />

ocultado. Una vez extinto el fuego él salió del cuarto con la intención de escapar por la<br />

ventana al final del pasillo para no ser visto, pero pisó el sitio del siniestro y cayó por él al<br />

lavadero. Nadie notó este incidente. Inmediatamente salió por donde había entrado.<br />

Pero... el mechón de cabello... ¿Los hombres que apagaron el fuego no lo<br />

notaron? La lámpara que inició el fuego estaba en la escalera, tampoco fue notada.<br />

¿Alguien más entró a la casa luego del incendio, antes de mi llegada? ¿Alguien<br />

más colocó el mechón de cabello para que yo lo viera, limpiando de otras pistas el sitio<br />

del crimen?<br />

Salgo de la casa y me enfrento a una multitud que exige silenciosamente una<br />

explicación. Estoy demasiado agotado para decir nada.<br />

Julio me ayuda a subir de vuelta a mi hogar. Doy instrucciones al panadero y al<br />

leñero para que vigilen la escena del crimen durante lo que queda de la noche.<br />

—La viuda está muerta —digo y noto el dolor en sus miradas—. En unas horas,<br />

con la luz del amanecer, registraremos el lugar. Que nadie entre a la casa. Aclararemos<br />

esto antes de tres días.<br />

Una mentira para hacerlos sentir seguros. Hasta entonces sospecharán de todo<br />

el mundo, de sus parientes y vecinos, incluso de mí, como la vez anterior.<br />

Los hombres regresan al grupo de curiosos con la mala noticia. Oigo el llanto<br />

cínico de las mujeres y los gruñidos sinceros de los hombres.<br />

Julio me deja en mi puerta y lo despido con una moneda. Subo mis escaleras<br />

casi asfixiado, dejando mis prendas en el camino. Y al llegar a mi cuarto saco el cofre<br />

de madera que guardo bajo la cabecera de mi cama, pesado como un ancla. Tomo la<br />

llave que cuelga de una cadenita en mi pecho y lo abro.<br />

En el fondo, entre cartas y papeles, bajo el diario de vida de Amada, hay un<br />

sobre blanco con una cinta roja. Un recuerdo de esa joven inolvidable, Cristal...<br />

11


4<br />

Amada Carillón había muerto y con ella los retazos de la alegría que había<br />

zurcido tan tarde y con tanta fuerza en mi alma.<br />

Contraté a una de las mujeres del pueblo para que hiciera las labores de la casa.<br />

Aprendí, cosa nunca antes vista, a lavar y planchar mi propia ropa. Luego me volví<br />

silencioso y amargado.<br />

Ya no iba al pueblo a cumplir mi labor. Me volví sucio y descuidado, no me<br />

afeitaba en las mañanas, no cortaba mis uñas. La mujer dejó de venir a prepararme<br />

comida, simplemente traía un plato con las sobras de su casa y lo dejaba en mi puerta.<br />

Subí al cerro una tarde, detrás de mi propiedad, a recolectar los raros<br />

escarabajos. Cacé diez en toda la tarde, más que suficientes. Con una pizca bastaría<br />

para bien morir.<br />

Regresaba al hogar cuando vi desde la altura un carruaje extraño que ingresaba<br />

al pueblo por el norte. Un sujeto alto con ropajes coloridos hablaba al grupo de<br />

hombres que se habían reunido para interrogarlo.<br />

Se realizó una transacción, hubo apretones de manos y ya: la casa que yo ocupé<br />

los primeros años de mi matrimonio, que no pertenecía a nadie, fue alquilada a los<br />

recién llegados. El dinero iría al arca del pueblo, para hacer préstamos o comprar<br />

animales.<br />

Era una casa pequeña, fría en invierno y húmeda en verano, la única disponible.<br />

Los extranjeros de ropajes vistosos y piel blanca como la leche eran una familia<br />

completa. Un patriarca, hombre alto y ceñudo que llevaba siempre los pulgares metidos en<br />

su cinturón grueso con hebilla prominente de bronce; su mujer, tan alta como él, esbelta y<br />

vistosa aún desde la distancia, con su vestido de vuelos amplios; una hija escurridiza y dos<br />

niños que llevaban espadas de madera y sombreros puntiagudos sin alas.<br />

Bajé a curiosear como el resto del pueblo y aguardé oculto entre los matorrales<br />

detrás de la casa. Vi a la mujer, de rasgos duros y mirada exótica, aretes grandes de<br />

oro, cabello negro sin anudar, vestido largo y sandalias que permitían ver las uñas de<br />

sus pies, cortas y pintadas como las de sus manos de arterias gruesas.<br />

12


Los niños jugaban a ser contrincantes en una guerra de la que nadie tuvo<br />

noticia en este lado del mundo.<br />

Y la hija...<br />

Sentí un nudo en el estómago. Su rostro, su mirada, su cabeza inclinada a un<br />

lado... la copia exacta de Amada... sin ser ella. Sentí un afecto profundo, luego horror.<br />

Amor y miedo derramados en lágrimas sucias.<br />

Regresé a mi hogar y me tendí a llorar. Amada, su retrato cayendo al fuego...<br />

En los días que siguieron limpié mi casa, reparé mi techo, lavé mi ropa,<br />

limpié mi cuerpo, corté mi cabello y afeité mi rostro. Pedí a la mujer que me traía la<br />

caridad que regresara para hacer las labores de la casa, porque ya me había<br />

recuperado. La noticia se difundió en el pueblo y fui bien recibido cuando volví a<br />

visitar las casas, libro bajo el brazo, persona por persona para dar cumplimiento a<br />

la doctrina. Nadie me hizo preguntas, había entrado al sitio sin retorno y estaba de<br />

vuelta, intacto.<br />

La última casa que visité ese mes fue la de los bárbaros. Tenían extrañas<br />

costumbres, cuando había buen tiempo comían al aire libre, con las manos. El<br />

patriarca iba todas las noches a la cantina y pedía una botella de aguardiente, que<br />

bebía directamente del gollete rugiendo luego de cada trago. Pagaba con una moneda<br />

de plata de acuñación tan exótica como él y se marchaba sin tambalearse siquiera.<br />

Cuando llegué a su puerta me atendió la mujer. El interior de la casa estaba<br />

vivamente adornado con telas finas y tejidos intrincados, iluminado con velas de<br />

intenso aroma.<br />

—Qué desea —ladró ella con acento cargado. Le expliqué mi labor, ella rió y<br />

dijo:— Eres pastor de almas.<br />

Pastor no era la palabra adecuada, pero a falta de otro referente mejor asentí.<br />

Entré a la casa y me sirvió un té aromático. No quise parecer descortés, no conocía sus<br />

maneras, de modo que acepté y esperé a que ella se sirviera otro, pero no lo hizo. En<br />

cambio se sentó en una silla que trajo de la cocina y se quedó mirándome. No había<br />

otro asiento donde pudiera acomodarme, de modo que permanecí de pie.<br />

13


Probé el té. Era fuerte y picoso, pero dejaba un agradable sabor en la boca.<br />

Pregunté qué era.<br />

—Bosta —dijo ella. No era de caballo, de eso estaba seguro. Preferí no saber. Si<br />

era su costumbre o se estaba burlando de mí, es un misterio.<br />

Los niños entraron luchando y salieron por otra puerta dándose estocadas con<br />

sus espadas de palo. La mujer no dejó de mirarme ningún segundo.<br />

solo.<br />

—Vengo porque... me preguntaba si... necesitan...<br />

—No —respondió, se puso en pie y abrió la puerta. Luego se marchó y me dejó<br />

Puse la tasa con té de bosta en el suelo y salí de la casa. Al llegar a la puerta<br />

choqué con la hija. Me vio, sonrió... no dijo nada, sólo se alejó sin hacer ruido.<br />

Como Amada.<br />

Comencé a imaginar que era su reencarnación, o ella misma que venía a<br />

visitarme y a martirizarme por haber sido tan malo. Trasladé mi amor por Amada<br />

hacia esta joven extraña. Añoraba su sonrisa, sus galletas, su silencio. Pero aunque se<br />

parecía, no era ella.<br />

Regresé a mi hogar sintiéndome estúpido. Era estúpido y vulnerable. Por<br />

primera vez tuve real conciencia de mi vejez. Por primera vez supe que no importaba<br />

lo que hiciera, lo que hice y dejé de hacer, soy lo que soy y no me avergüenzo de mi<br />

amargura ni de mi pena. Amada me quiso así, tan ciega como era y yo dedicaría el<br />

resto de mi vida a honrar su memoria.<br />

Los días pasaron y no regresé a esa casa. Me encontré algunas veces con Calisto,<br />

ése era el nombre del patriarca, pero nos ignorábamos mutuamente. Ninguno necesitaba<br />

del otro y no había por qué fingir amabilidad. Él tenía su orgullo, yo tenía miedo.<br />

La esposa de Calisto, Carmen, transitaba por el pueblo altiva, descalza la<br />

mayoría del tiempo, comprando o intercambiando casa por casa las verduras y<br />

utensilios que le eran necesarios, sin conocer la vergüenza ni el miedo.<br />

Los hijos, Carlo y Claudio, sólo sabían pelear y armaban refriegas con los<br />

sobreprotegidos señoritos de la comunidad, llamándolos cobardes o niñitas a viva voz.<br />

14


Una sola vez una madre indignada acudió a Calisto alegando por el ojo en tinta de su<br />

niño. Carlo y Claudio aparecieron al día siguiente muy pacíficos, ambos con sendos<br />

ojos hinchados. Desde entonces no hubo más escaramuzas en plena calle, sólo<br />

guerrillas en los campos y los bosques.<br />

Y la hija me hacía sentir mil veces estúpido con cada aparición. Cristal, así la<br />

llamaban. Al verla me envaraba, sonrojaba, tropezaba, hacía como que no la miraba.<br />

Pobre viejo, pensaba luego, te estás comportando como un adolescente que conoce a<br />

su primer amor y se muere de vergüenza.<br />

Pero no era a ella a quien amaba. Era el recuerdo que la acompañaba lo que me<br />

transformaba de manera tan ridícula.<br />

Los meses pasaron, comenzó el calor y mi pena se incrementó. No podía ver a<br />

esa joven sin caer en depresión. No quería ni pensar en ella.<br />

Las pesadillas se hicieron peores. Amada me recriminaba cada noche, con su<br />

expresión feliz y gesto silencioso, que yo nunca la había amado realmente.<br />

Y una mañana desperté atormentado. Al pie de mi cama, para mayor desgracia,<br />

estaba el gato muerto. Sentí una pena enorme, poco a poco Amada me demostraba que mi<br />

felicidad estaba lejos ahora, cuando en realidad pude tenerla tan cerca por tantos años.<br />

Sin entender cómo, la locura que me poseyera tras la muerte de mi Amada<br />

comenzó a manifestar su verdadero propósito.<br />

5<br />

Cierro el cofre y lo devuelvo a su escondite bajo la cabecera de mi cama. No<br />

falta mucho para el amanecer, ya no llueve y la casa está llena de silencio.<br />

Otro grito en mi puerta, un relámpago lejano entra por mi ventana. Pienso que<br />

si lo ignoro podré descansar las pocas horas que quedan antes de reiniciar el trabajo<br />

investigativo.<br />

Otra vez ese grito y golpes en mi puesta. Bajo tal como estoy, semi desnudo,<br />

iracundo, armado con mi bastón pulido. Abro mi puerta y veo al cantinero levantando<br />

la linterna junto a su rostro.<br />

15


—No soy sordo —dice.<br />

En un segundo se atan mil cabos sueltos en mi cabeza. Antes que siga hablando,<br />

ya conozco su historia.<br />

—Perdóneme señor Artemio. Cuando llegué a este pueblo era muy joven,<br />

usted no recuerda, pero fui encontrado en el camino del bosque, muy golpeado. Mi<br />

padrastro me abandonó allí para que muriera y quienes me encontraron me<br />

ayudaron y curaron. Yo estaba mal de la cabeza, no dije ni una palabra en semanas,<br />

no atendía a las preguntas ni a los llamados... y ellos asumieron que no podía<br />

oírlos...<br />

Pero sí recuerdo.<br />

Comienza a llorar. No tengo ningún pañuelo a mano para ofrecerle, pero no es<br />

necesario. Se limpia con la manga de su chaleco y prosigue.<br />

—La viuda Prisma me permitía visitarla algunas noches a cambio de una<br />

botella de fino. Ya sabe que las damas no pueden ir a la cantina y ningún hombre le<br />

daría una botella de fino como obsequio... Yo se las daba y tenía su afecto a cambio,<br />

como muchos otros, pero eso no me importaba.<br />

»Fui esta noche a su casa y estuve con ella en su cama, antes que ocurriera la<br />

tragedia. ¡Pero yo no la maté! Lo juro... Alguien más lo hizo. Me marché de allí sin<br />

hacer ruido, por la puerta trasera, porque tengo llave, como otros... y al llegar a la<br />

cantina recordé que no había puesto llave a la puerta...<br />

Sigue hablando, pero apenas lo oigo como un eco en una casa vieja.<br />

Al regresar a la casa de la viuda, el cantinero oyó el grito de un hombre. Trató<br />

de entrar, pero la puerta estaba trabada. Impotente vio cómo se iniciaba el fuego.<br />

Apenas comenzó a llegar la gente, se escabulló entre los matorrales y reapareció junto<br />

a los demás, fingiendo sorpresa.<br />

Estaba aterrado y al saber que la viuda había muerto, acudió a mí.<br />

—Le dijiste mi secreto —rugí y vi en su expresión que estaba en lo cierto.<br />

El cantinero oía las penas ajenas y luego las relataba con detalle a la viuda, que<br />

resultó ser exactamente lo que los rumores decían de ella. Eso sólo puede significar<br />

16


que más de una persona conoce mi secreto. El cantinero, la viuda... y quien quiera que<br />

hubiera matado a la mujer. Los hechos comienzan a cuadrar.<br />

El cantinero regresó a la casa porque dejó la puerta abierta. En el lapso que él<br />

se marchó y regresó, alguien entró y trabó la puerta. Así de predecibles eran sus<br />

movimientos, porque no era la primera vez que olvidaba ponerle llave.<br />

El asesino conocía el itinerario. Éste no tenía llave, o habría entrado en<br />

cualquier otro momento.<br />

La viuda salió de su cuarto al oír ruidos, pensando que se trataría de alguno de<br />

sus otros visitantes nocturnos, quizá el mismo cantinero... y fue sorprendida. Se<br />

defendió, arrojó la lámpara al hombre, que gritó al ser quemado. Él la atrapó y la llevó<br />

al cuarto vacío cuando tres hombres intentaban tumbar la puerta delantera. Allí la<br />

mató para que no lo delatara.<br />

pistas...<br />

¿Pero en qué momento dejó las pistas?<br />

Mientras la viuda yacía con el cantinero en su cama, otro hombre dejaba las<br />

—Cuando te marchaste —pregunto—, cuando dejaste a la viuda y saliste de la<br />

casa... ¿Viste algo extraño al bajar las escaleras?<br />

El hombre tiene los ojos hinchados de tanto llorar. Frunce el ceño, como si<br />

recordar le costara un trabajo enorme. Niega con la cabeza.<br />

No vio el mechón de cabello de la viuda...<br />

Si es que es de la viuda...<br />

Siento un terrible dolor sobre los ojos, necesito dormir. Despido al cantinero,<br />

notando en su rostro la desesperanza de quien se sabe acabado.<br />

Caminando a mi cuarto rehago la maraña: El cantinero salió de la casa de la<br />

viuda hacia la cantina en medio de la noche, bajo la lluvia... trescientos pasos largos<br />

hasta allí. Fue rápido. Al llegar a la cantina recordó que había dejado la puerta de la<br />

casa de la viuda abierta, otra vez. Un segundo para decidir, el mismo tiempo de ida<br />

para regresar. Cinco minutos, quizá menos.<br />

Cuando el cantinero dejó a la viuda, el asesino entró a la casa y trabó la puerta.<br />

17


Subió las escaleras con sumo cuidado para que no rechinaran los maderos. La viuda se<br />

levantó en ese instante, sorprendió al intruso y le arrojó la lámpara, iniciando el<br />

incendio. El hombre gritó, forcejeó con ella, la forzó hasta el cuarto del difunto, la<br />

metió debajo de la cama, él con ella... Los hombres derribaron la puerta para apagar el<br />

incendio, la viuda intentó pedir ayuda y fue degollada...<br />

Pero las pistas fueron plantadas antes del incendio, la escritura en el techo, con<br />

sangre; el florero con el anillo en su interior; el mechón de cabello donde cualquiera<br />

pudiera verlo.<br />

Un solo hombre no podía hacer todo eso en tan poco tiempo.<br />

Caigo sobre mi cama aterrado, llorando como el día que murió Amada, como el<br />

día que maté a Cristal.<br />

6<br />

La casona donde vivo tiene un subterráneo, un lugar pequeño, frío, húmedo,<br />

donde solía hacer vasijas de arcilla como pasatiempo, las vasijas más amorfas del<br />

hemisferio. Luego de terminar las piezas inservibles, las sacaba al exterior para que se<br />

secaran a la sombra de los árboles. Allí adquirían una tonalidad mohosa que me atraía<br />

más que cualquier cerámica pulida.<br />

Ocurrió uno de esos días de invierno que amanecen como el atardecer y siguen<br />

hasta el mismo atardecer como si no hubiera sol, sin tiempo, sin viento, sin calor ni<br />

frío. Dejé la vasija más horrenda en un sitio alto de mi patio, para que el día sin<br />

sombras se ensañara con ella. Entré a la casa a dormitar, pero el sueño no llegó.<br />

Siempre estaba la pesadilla en el umbral, esperándome.<br />

Salí otra vez al patio y la vi allí, mirando mi vasija de cerca, analizando sus<br />

detalles. Me acerqué. Crujieron algunas ramas bajo mis pies y ella me encaró sin<br />

sorpresa, con esa sonrisa dulce, el cabello suelto rodeando su cuello, sobre su hombro,<br />

ante sus pechos, entre sus manos.<br />

No dije nada, ella simplemente se me acercó. Como en un sueño pasó de largo y<br />

se quedó esperándome en la entrada de mi casa.<br />

18


—Cómo haces esas cosas tan bonitas —dijo y su voz se diluyó en mi alma.<br />

—Aquí, abajo... Sígueme —dije. La guié por la casa hacia el sótano. Ella no<br />

miraba nada, sólo me seguía, como si conociera el lugar. Era Amada, estaba seguro.<br />

Amada venía a perdonarme.<br />

Al llegar abajo la tomé entre mis brazos, no me importó que gritara. Dije mil<br />

cosas, ninguna tenía sentido. Ella se debatía para que la soltara, lloraba, pateaba, me<br />

golpeaba... Y yo sólo quería que me dijera te perdono, nada más.<br />

Al rato dejó de moverse. En su rostro vi la angustia de la asfixia. La solté, pero<br />

siguió asfixiándose, cambiando de color, del rojo al morado, azul luego, sus ojos<br />

inyectados en sangre. Me quedé petrificado viendo cómo moría.<br />

La dejé morir por segunda vez.<br />

Allí me quedé el resto del día, mirando su cadáver, tomando la decisión más<br />

difícil de mi vida.<br />

Le quité el anillo, era de noche. Bajé a su casa y esperé. Conocía esa choza de<br />

memoria, las artimañas para entrar sin hacer ruido, las tablas que crujían, los trucos<br />

en las cerraduras. No había nadie, corté mi antebrazo, escribí en el techo, quince días,<br />

oí ruidos. Arrojé el anillo al aire a que cayera en cualquier parte y me escabullí por una<br />

ventana.<br />

Corrí por el pueblo hasta la cantina y comencé a beber botella tras botella, a<br />

hablar en murmullos para que nadie más me oyera, mientras el cantinero asentía en<br />

su sordera.<br />

—Yo la maté —dije antes de salir. Pagué y me marché. El cantinero, como era<br />

su costumbre, sonrió y recogió su paga, que guardó en el bolsillo izquierdo de su<br />

pantalón.<br />

7<br />

Sé que ya amaneció por los golpes en mi puerta. El dolor sobre mis ojos no<br />

desaparece. Otro dolor más grande, como de huesos encadenados, es la señal que he<br />

esperado por tanto tiempo, la muerte que se acerca.<br />

19


Paradójicamente, saber que moriré me llena de nueva vida. Debo aclarar este<br />

caso antes de marcharme. Debo conocer a los que ensucian mi nombre antes de<br />

enlodarlo por voluntad propia. No dejaré que otro hable a sus anchas de algo que yo<br />

hice sin estar presente para admitirlo.<br />

Más golpes en mi puerta y gritos que no entiendo. Me afeito y lavo<br />

concienzudamente, desayuno incluso. No tengo apuro.<br />

En mi puerta hay una comitiva de siete hombres canosos que me miran con una<br />

mezcla de preocupación e ira. En sus hombros caídos y cabezas gachas leo claramente<br />

que algo los despertó antes que a mí y que no es una situación agradable.<br />

—El cantinero está muerto —dice el más anciano del grupo, que es tres años<br />

menor que yo, sudando a pesar del frío.<br />

Lo primero que pienso es suicidio. Paso a través del grupo, caminando tan<br />

rápido como puedo, perseguido por esta manada quejosa.<br />

El pueblo entero está en pie, mirando con repugnancia algo en el centro del<br />

círculo humano. El cantinero está tendido boca arriba en plena calle, el vientre abierto,<br />

sus intestinos extendidos hacia los lados, el corazón separado del resto a pocos<br />

centímetros de su cabeza.<br />

No siento nada ante el espectáculo. Me acerco lentamente, arrastrando los pies,<br />

con este dolor creciendo en mi pecho. Debajo de la cabeza de ojos aterrados hay un<br />

trozo de papel ensangrentado. Nadie lo ha tocado.<br />

Muevo a un lado el rostro rígido del cantinero y veo que sobre ese papel no hay<br />

nada escrito. Pero cuando regreso la cabeza a su posición original, veo de reojo el<br />

brillo de algo incrustado en su nuca.<br />

Es un trozo de vidrio, fino, delicado, colocado allí a propósito. Recuerdo el trozo<br />

que encontré en el lavadero de la viuda Prisma. Lo saco de mi maletín y comparo<br />

ambas piezas. Son del mismo material.<br />

Cristal.<br />

El dolor en mi pecho se desvanece. Sé quién asesinó a la viuda y al cantinero.<br />

Quiénes, en realidad.<br />

20


Pido que recojan los cuerpos, de la viuda y el cantinero y los lleven al<br />

crematorio. Ya no son necesarios, el caso está resuelto, pero aún tengo dudas. Algo me<br />

dice con aspereza que no actuaron solos, aún siendo dos.<br />

De camino a la casa de la viuda noto las expresiones de los pobladores<br />

instalados como postes a ambos lados de la calle. Miedo, terror a lo inexplicable. Y<br />

peor aún, confianza ciega en mí.<br />

De todas las personas en quien pueden confiar, soy el menos indicado.<br />

La casa de la viuda está tal como la dejé anoche. Trato de imaginar el escenario,<br />

la muerte de ella a manos de los asaltantes, la presencia del cantinero, la noche<br />

lluviosa, el grito, el incendio... El olor a carne quemada, las flores que no debían estar<br />

allí, el escenario preparado y el escenario que encontré. Todo tan confuso.<br />

8<br />

Descansaba en mi casa, atormentado por lo que había hecho, sabiéndome<br />

culpable. Aún tenía los escarabajos, muertos ahora, sobre cuyos caparazones crecían<br />

mortíferos hongos. Sólo debía hervirlos y beber el potaje.<br />

Alguien llamó a mi puerta. Acudí como hipnotizado. Tenía el cadáver de Cristal<br />

grabado en mis retinas. Todo lo que miraba, lo que tocaba y olía, tenía algo de Amada,<br />

Cristal... Ahora la pesadilla me recorría despierto. Sólo debía beber el potaje, hervir los<br />

escarabajos y beberlos. Sí...<br />

llanto.<br />

Tras la puerta estaban Calisto y Carmen, con los ojos hinchados por la ira y el<br />

Me arrastraron a su casa, no hice nada para evitarlo. Si me iban a matar, lo<br />

merecía. Las marcas que había dejado para despistarlos no habían servido para nada.<br />

Me hicieron mirar cada huella. Yo mismo las dejé allí pero no podía decirlo, no quería<br />

verlas, Amada me lo reprochaba segundo tras segundo, como puntadas en el estómago.<br />

—Encuéntrela —rogó Calisto. Me quedé helado, de pie en el centro de la<br />

habitación—. Encuéntrela. Nos dijeron en el pueblo que usted es el único que puede<br />

encontrarla.<br />

21


Asentí y regresé a mi hogar. Lo que ocurrió entonces es parte de otra pesadilla.<br />

Fueron quince días, en los que dediqué largas horas a interrogar a cada uno de<br />

los habitantes del pueblo. No tenía ningún plan, no tenía ningún chivo expiatorio.<br />

Tampoco era capaz de declararme culpable.<br />

No dormí, no comí. El día quince me volvió la cordura y se sentía como si nunca<br />

la hubiera perdido. Mi conclusión ante los padres y hermanos de la desaparecida es<br />

que la joven había enloquecido y escapado con rumbo a lo desconocido. Quizá en el<br />

siguiente pueblo, a dos semanas de distancia, tuvieran noticias de ella.<br />

Y así la familia completa se alejó con esperanza en sus corazones y mi mentira<br />

como único pilar de fe. El pueblo fue como una tumba por varios meses, nadie tenía el<br />

valor de salir a la calle y menos de dejar a sus hijos solos. Eso sólo significaba que mi<br />

palabra no era de fiar.<br />

Pero seguí haciendo mi trabajo, la doctrina lo ordenaba y así hice que se<br />

cumplieran sus preceptos. Pronto las pesadillas perdieron fuerza y fueron rutina.<br />

Incluso llegué a creer que nada había ocurrido.<br />

Prisma.<br />

Así era yo.<br />

Hasta que una noche en el atardecer de mi vida alguien asesinó a la viuda<br />

9<br />

Entro a mi casa y siento, tenue pero inconfundible, el aroma del té de bosta.<br />

Intento gritar por ayuda, pero una mano me tapa la boca y dos manos fuertes me<br />

levantan de los pies y me conducen hacia el sótano.<br />

Mi pobre corazón moribundo parece que va a estallar, ahora no podría gritar<br />

aunque lo intentara. Mis captores me dejan en el piso frío, encienden una lámpara exótica<br />

que expele un fuerte olor a grasa y se sientan delante de mí con sus rostros compungidos.<br />

Son Carlo y Claudio, marcados por años de trabajo duro y una vida sin descansos.<br />

—Don Artemio —dicen al unísono y luego hablan de a uno como si hubieran<br />

practicado este discurso por años—. Venimos a solicitar su perdón. Asesinamos al<br />

22


cantinero, ese animal traidor... pero no es por eso que solicitamos clemencia. Creíamos<br />

que usted... pensábamos... se nos dijo que fue usted mismo quien asesinó a nuestra<br />

hermana.<br />

Mi corazón sigue latiendo débilmente y mi mente se esfuerza en mantenerse<br />

alerta a cada palabra. ¿Es verdad lo que acabo de oír o se trata de la alucinación de<br />

un viejo que está a un paso de la muerte?<br />

—Hace cinco años regresamos al pueblo, de incógnito. Buscábamos pistas<br />

de nuestra hermana desaparecida hace mucho, usted recuerda... Y fuimos<br />

recibidos por la señora Prisma, quien debemos admitir que nos trató de una<br />

manera inadecuadamente cariñosa, cosa que no rechazamos por supuesto... Nos<br />

abrimos ante ella, dijimos quiénes éramos y por qué estábamos aquí, el vino<br />

dulce de ella nos hizo hablar con facilidad. Y luego de sentir nuestra desdicha<br />

nos contó la historia que había oído de otro hombre, el cantinero, a quien<br />

prometimos jamás molestar pues de ello dependía su honor de dama en el<br />

pueblo.<br />

»Entonces juramos vengarnos. Regresamos hace una semana y nos<br />

ocultamos en lo de la viuda. Planeamos todo con mucho detalle, no dejamos<br />

nada al azar, raptaríamos ficticiamente a doña Prisma y esperaríamos quince<br />

días hasta que usted... esperábamos que usted se delatara... cosa que nunca<br />

iba a ocurrir. No lo íbamos a matar señor, nada de eso, sólo deseábamos<br />

saber qué había ocurrido, dónde están los huesos de nuestra santa hermana,<br />

sólo eso...<br />

»La viuda nos ayudó, ya lo sabe. Pintamos el techo con sangre de cabra, la<br />

viuda puso su anillo en un florero, cortó un mechón de su cabello y lo colocó en el<br />

suelo. Estaba todo preparado y entonces oímos que alguien abría la puerta de<br />

atrás. Era el cantinero, que venía borracho. Por suerte no se percató de lo que<br />

habíamos hecho y la viuda lo metió en su habitación.<br />

»Salimos de la casa, pero el hombre nos descubrió, o descubrió nuestro plan,<br />

no lo sabemos. Bajó al lavadero y trabó la puerta, que no pudimos abrir. Luego<br />

23


oímos un grito, de él, vimos el fuego, corrimos a ocultarnos, la gente del pueblo<br />

comenzaba a llegar de todas direcciones y tuvimos miedo...<br />

»Más tarde notamos al cantinero entre la gente del pueblo, sobrio y con cara de<br />

santo. Entonces supimos que la historia que él había narrado a la señora Prisma había<br />

sido un invento, con el único fin de encubrir su delito. Él asesinó a nuestra hermana. Él<br />

asesinó a la señora Prisma. Él debía morir.<br />

»Cuando lo vimos saliendo de su casa ya no pudimos controlar nuestra ira,<br />

que nuestra hermana nos perdone donde quiera que esté... Al hombre le<br />

arrancamos el corazón y abrimos su estómago para que todos sintieran el hedor<br />

de sus entrañas...<br />

—Hijos —digo con un hilo de voz—, yo debo pedir disculpas, no pude<br />

ayudarlos cuando su hermana desapareció y no puedo ayudarlos ahora, porque estoy<br />

muriendo. Llévenme a mi cama, para morir dignamente en el lugar donde nací...<br />

Me levantaron en vilo sin delicadeza y subieron sin quejarse hasta mi cuarto.<br />

Allí me depositaron en mi cama y me cubrieron con mi sábana.<br />

—Deben marcharse de este pueblo —les digo cuando una fuerte puntada de<br />

dolor invade mi pecho y cuello—. Los perdono. Ahora vayan y vivan en paz.<br />

Carlo y Claudio se abalanzan sobre mí y besan mis manos. Salen de la casa y el<br />

dolor disminuye. Cierro los ojos para dormir y morir así, cuando la voz de Julio me<br />

despierta.<br />

—Don Artemio —dice de pie junto a mi cama—. Me mandan decir del<br />

crematorio que el cantinero tiene quemaduras en las piernas.<br />

—Di al pueblo que ya saben quién mató a la viuda Prisma. Diles también que<br />

fue el mismo asesino de la joven Cristal, los más viejos entenderán... Los hermanos de<br />

Cristal desenmascararon al asesino y se hicieron justicia. Diles que no deseo que nadie<br />

me moleste durante lo que resta del día. ¡Nadie! Y lleva esto contigo, es tuyo ahora...<br />

Le entrego el libro del código y la doctrina que reposaba solemne en mi<br />

velador. El joven Julio es tan buen candidato como cualquiera.<br />

—Don Artemio, no sé leer.<br />

24


Le doy una palmada en las nalgas. El chico se va desconcertado. Ahora con mis<br />

carcajadas el dolor aumenta y se vuelve insoportable.<br />

25


ABAJO ESTÁ EL PARAÍSO<br />

SI NO ABRES LOS OJOS, NO PUEDO VER...<br />

¿Es esto lo que querías ver? Cada vez que salgo a la luz de la luna veo la<br />

desgracia y el sufrimiento en sus rostros, veo la esperanza que da la fe... y siento<br />

culpa porque no puedo responder a sus preguntas, sólo te tengo a ti para guiar mis<br />

palabras.<br />

COLONIA.<br />

FUE TU ELECCIÓN DESDE EL PRINCIPIO. NUNCA ESTUVISTE A GUSTO EN LA<br />

¿Y cómo esperabas que me encontrara a gusto? Recuerdo el primer día, un<br />

hombre y una mujer me miraban con asombro. Ponían hongos en mi boca y yo<br />

masticaba por reflejo. Había sufrido un accidente grave. No sabía quien era, aún no lo<br />

sé. No tengo nombre.<br />

Las limitaciones de mi cuerpo, que parecían consecuencia directa del<br />

accidente, eran en realidad el estado natural de las cosas. Mi cuerpo... apenas si<br />

podía valerme por mí mismo. Y el resto de los habitantes de las cavernas debían<br />

sufrir igual que yo, pasando casi todos los días de sus vidas tendidos, acurrucados<br />

en orificios arenosos, alimentándose de los hongos que crecían en las murallas<br />

húmedas.<br />

ELLOS ELIGIERON VIVIR ASÍ CIENTOS DE AÑOS ANTES DE TU NACIMIENTO,<br />

COMO CONSECUENCIA DE UNA CATÁSTROFE ECOLÓGICA SIN PRECEDENTES. LO<br />

QUE LES PARECIÓ UNA SOLUCIÓN PASAJERA A LA ESPERA DE MEJORES<br />

ALTERNATIVAS, SE CONVIRTIÓ EN LA ÚNICA SOLUCIÓN...<br />

—Mi señor, es el momento de bendecir a su pueblo.<br />

—Perdóname, hija. Avisa a los bienaventurados que han llegado esta noche<br />

hasta el templo de nuestra Virgen, que no tengo palabras en mi cabeza que puedan<br />

acallar sus angustias...<br />

—No debe disculparse conmigo, mi señor. Su pueblo entenderá.<br />

—Solo soy un peón y mi voz es una herramienta.<br />

26


Las sacerdotisas de este templo han sido buenas conmigo desde el principio.<br />

Me alimentaron con la leche de sus pechos y conocí con ellas el calor real del cuerpo<br />

humano.<br />

Porque abajo sólo conocí el frío.<br />

El hombre que me rescató, Dau era su nombre, recitaba de memoria algo<br />

que había aprendido de su madre: “Hipotermia es una palabra que proviene del<br />

griego hipo que significa debajo y therme que significa calor. La hipotermia es el<br />

descenso intencionado de la temperatura corporal por debajo de treinta y cinco<br />

grados celcius. Si hace mucho frío, la temperatura corporal desciende<br />

bruscamente: una caída de sólo dos grados puede entorpecer el habla y el<br />

afectado comienza a amodorrarse. Si la temperatura desciende aún más, el<br />

afectado puede perder la consciencia y hasta morir. Sin embargo, en algunas<br />

intervenciones quirúrgicas, los cirujanos provocan una hipotermia artificial en el<br />

paciente, para que la actividad de los órganos sea más lenta y la demanda de<br />

oxígeno sea menor”.<br />

EL DÍA QUE SURGIÓ LA IDEA, PARECIÓ UNA SOLUCIÓN INTELIGENTE DADOS<br />

LOS PROBLEMAS DERIVADOS DEL HACINAMIENTO Y LA ESCASEZ. NO HABÍA<br />

SUFICIENTES RECURSOS PARA ALIMENTAR A UN MILLÓN DE PERSONAS...<br />

Y las generaciones posteriores nacieron, vivieron y murieron en ese frío<br />

constante sin saber por qué, sin conocer la alternativa. Dau recitaba esa descripción<br />

de enciclopedia porque sabía que era algo importante, pero ni él ni su madre<br />

entendían el significado de esas palabras.<br />

Dau y su vecina Ñei estaban realizando el arduo proceso de procrear un<br />

hijo cuando ocurrió el derrumbe. Dau no conocía a Ñei, aunque habían hablado<br />

alguna vez usando los ecos de la caverna. Esa jornada Ñei se había arrastrado<br />

fuera de su hogar empujada por una urgencia biológica inexplicable, comiendo<br />

todos los hongos que encontró en su camino para acumular la fuerza necesaria.<br />

Dau respondió positivamente, a pesar de que no se sentía capaz de soportar el<br />

estrés del coito. Y estaba a un latido de lograr el orgasmo cuando los muros se<br />

27


movieron. El espasmo terrestre duró apenas unos segundos y varias piedras se<br />

desprendieron del techo de la caverna.<br />

Creo que una golpeó mi cabeza.<br />

ESE ACCIDENTE NO ESTABA EN MI PLAN.<br />

Claro que no.<br />

—Mi señor, perdone mi desobediencia... pero las matriarcas solicitan<br />

fervientemente hablar con usted...<br />

—Insisten de esta manera porque no han conocido mi furia... No te preocupes, hija.<br />

Hoy no será ese día. Pero tampoco responderé a ninguna demanda teñida de amenaza.<br />

—Mi señor, no creo que haya una amenaza...<br />

—Tal vez tengas razón. Diles que estoy en conferencia con nuestro Padre<br />

omnisapiente y que responderé a sus preguntas no formuladas mañana con el primer<br />

rayo de sol.<br />

—Sí, mi señor.<br />

Puedo sentir la rabia de las matriarcas en el hueso fracturado de mi nuca.<br />

POR ESO ME PUEDES OÍR.<br />

¿Y dices que no estaba en tu plan? ¿Estuviste en la colonia con nosotros desde<br />

el principio y no era parte de tu plan hacerte escuchar? Al principio fue un murmullo,<br />

luego fue una confusión de ruidos inconexos, sueños que no eran míos, recuerdos de<br />

cosas que nunca conocí. Esos eran tus recuerdos.<br />

ERAN LOS RECUERDOS DE LA COLONIA.<br />

Ah, por supuesto.<br />

Dau y Ñei me auxiliaron y se quedaron conmigo durante mucho tiempo.<br />

Hablaban animadamente cuando no estaban durmiendo, compartían su calor, comían<br />

los hongos cercanos en mayor cantidad a la necesaria para subsistir y cuando estos se<br />

agotaron, fueron a sus propios túneles en busca de más... y no regresaron. No volví a<br />

escuchar sus voces.<br />

Y pasé hambre. Apenas aparecía un hongo pequeño reluciendo en la oscuridad<br />

lo engullía casi sin masticar. Luego salivaba por horas. Y pasó mucho tiempo antes que<br />

28


la razón regresara a mi cabeza. Si no había hongos ahí dentro, debía buscarlos afuera,<br />

como hicieron Dau y Ñei.<br />

A pesar del dolor y el cansancio, logré arrastrarme hasta la boca de mi cueva y<br />

allí encontré un manojo de hongos de distintos tamaños y colores.<br />

FUE TU PRIMER BANQUETE.<br />

No sé si llamarlo banquete. Las sacerdotisas han preparado para mí manjares<br />

incomparables y mi estómago los ha recibido con dulzura. Pero en esa oportunidad la<br />

presencia de tantos hongos despertó algo en mi mente que no había conocido antes.<br />

Fue como sumar uno más uno.<br />

Dau y Ñei comieron todos los hongos de mi caverna y fueron capaces de<br />

moverse fuera en busca de más. Y la gran caverna estaba repleta de hongos de<br />

variedades distintas a las que acostumbraba comer.<br />

¿Entiendes? ¡Variedad!<br />

LOS HONGOS FUERON UNA DE TANTAS SOLUCIONES DE LOS PRIMEROS<br />

SOBREVIVIENTES. AL TIEMPO QUE CAVABAN NUEVAS BÓVEDAS Y HABITACIONES,<br />

ESTABLECÍAN UNA RED DE SERVICIOS BÁSICOS Y COSECHABAN DISTINTOS TIPOS<br />

DE HONGOS Y PLANTAS QUE CRECÍAN SIN LUZ EN AMBIENTE HÚMEDO. PRONTO<br />

HUBO HONGOS CRECIENDO EN TODAS PARTES, TRANSPORTADOS EN FORMA DE<br />

ESPORAS EN LAS ROPAS Y CUERPOS DE LAS PERSONAS, HASTA LOS RINCONES MÁS<br />

PROFUNDOS DE LA RED. AL FINAL SÓLO HUBO HONGOS.<br />

Luego de comer todos esos hongos y sufrir un cólico por primera vez,<br />

comencé a sentirme mejor. Había muchas ideas extrañas en mi cabeza, la<br />

mayoría probablemente surgidas de tu manipulación silenciosa. El mundo de las<br />

cavernas no terminaba aquí. Esa ley del sentido común que nos obligaba a<br />

mantenernos tranquilos y somnolientos en nuestras pequeñas bóvedas para<br />

evitar el gasto de calorías ya no tenía validez. Había más por conocer... y<br />

personas, muchas tal vez, cada una viviendo su encierro voluntario sin esperar<br />

nada más de la vida.<br />

Entonces salí.<br />

29


Primero me arrastré por el borde de la gran caverna, comiendo todos los<br />

hongos que veía a mi paso y eran muchos, demasiados. La sensación de frío se hizo<br />

desagradable. En mi interior crecía el calor que da vida. Tu manipulación a lo largo de<br />

los siglos nos había convertido en piedras.<br />

CUANDO ALGUNOS DE LOS SOBREVIVIENTES DESCUBRIERON QUE EL<br />

REGRESO DE LAS CONDICIONES PARA LA VIDA EN EL EXTERIOR IBA A DEMORAR<br />

MÁS DEL TIEMPO ESTIMADO, SUS CÁLCULOS EVIDENCIARON QUE A UN RITMO<br />

NORMAL EL CONSUMO DE ENERGÍA SERÍA MAYOR QUE LA PRODUCCIÓN DE<br />

ALIMENTOS. NO ESTABAN DISPUESTOS A CREAR LAS CONDICIONES PARA EL<br />

FRACASO. PUSIERON QUÍMICOS EN EL AGUA Y MANTUVIERON PRÁCTICAMENTE A<br />

TODA LA POBLACIÓN EN UN ESTADO DE SUEÑO PERMANENTE.<br />

QUIZÁ FUERA UNA CONDICIÓN PROPIA DE LOS MINERALES QUE COMPONEN<br />

LOS MUROS DE LAS CAVERNAS. QUIZÁ SE TRATARA DE UNA CONSECUENCIA<br />

INEVITABLE A CAUSA DEL HACINAMIENTO, LOS HONGOS Y LOS QUÍMICOS EN EL<br />

AGUA. O PUDO SER ALGO COMPLETAMENTE DISTINTO...<br />

NO FUE UN DESPERTAR. SIEMPRE ESTUVE, PERO NO ERA UN INDIVIDUO. LA<br />

PALABRA “YO” NO TENÍA SIGNIFICADO HASTA QUE LOS PERIODOS DE SUEÑO SE<br />

HICIERON MÁS LARGOS QUE LOS DE VIGILIA. Y MI CONCIENCIA FUE EL<br />

RESUMIDERO DE TODAS LAS CONCIENCIAS.<br />

Una especie de Dios que depende de las personas para existir.<br />

TAL VEZ ÉSA SEA LA ESENCIA DE CUALQUIER DIOS, Y PARA QUE YO EXISTIERA<br />

NECESITABA A MI REBAÑO DORMIDO. NO FUE DIFÍCIL PLANTAR EL CANSANCIO Y EL<br />

DESGANO EN EL SUBCONSCIENTE COLECTIVO. CUANDO LOS QUÍMICOS DEL AGUA<br />

DEJARON DE TENER EFECTO, NADIE PODÍA CAMBIAR SU ACTITUD. LLEGÓ UN DÍA<br />

QUE NINGUNA PERSONA SE LEVANTÓ DE SU CAMA Y BASTÓ QUE ESTIRARA UN<br />

BRAZO PARA OBTENER EL ALIMENTO DIARIO Y SEGUIR DURMIENDO.<br />

Pero yo había cortado esa conexión, o había realizado una completamente<br />

distinta. Ahora podía oírte claramente, aunque no sabía lo que estaba oyendo y tú ya<br />

no tenías poder sobre mí.<br />

30


Pasaba más tiempo despierto. Comía más. Una cosa llevó a la otra y en el<br />

ejercicio diario de buscar más comida logré recuperar algo de la masa muscular que<br />

tenía cuando era un niño.<br />

Y en todo ese tiempo no vi a una sola persona viva. En algunas cavernas<br />

encontraba huesos. Entonces no sabía lo que eran, pero no me agradaba mirarlos.<br />

Algunos olían mal.<br />

Y pasó mucho tiempo. Engordé. Pude caminar. Y bajo la tenue luz de los hongos<br />

luminiscentes recorrí cavernas de increíble aspecto, vi objetos asombrosos, vi<br />

esqueletos por montones...<br />

Y vi a una persona que salía con dificultad de su caverna. Me acerqué, era una<br />

mujer y su piel ardía. Hongo que veía lo metía en su boca y tragaba casi sin masticar.<br />

Entonces pensé que buscaba hacer lo mismo que yo había hecho, salir y recorrer las<br />

cavernas. Pero una voz distinta en mi cabeza me dijo que no, que se preparaba para el<br />

coito y para la procreación.<br />

AL PRINCIPIO LAS MUJERES TENÍAN DOS O MÁS HIJOS. UNA GENERACIÓN<br />

MÁS TARDE SÓLO TENÍAN UNO, Y A LA GENERACIÓN SIGUIENTE LA MORTANDAD<br />

DE LAS MADRES AUMENTÓ AL DOBLE DURANTE EL EMBARAZO Y EN EL TRABAJO<br />

DE PARTO. DE UN MILLÓN DE PERSONAS JÓVENES Y REBOSANTES DE VIDA, HOY<br />

SÓLO QUEDAN 218, INCLUYÉNDOTE. LA PRÓXIMA GENERACIÓN SERÁN MENOS DE<br />

60, DESPERDIGADOS A LO LARGO DE KILÓMETROS DE TÚNELES Y BÓVEDAS.<br />

DENTRO DE CINCUENTA AÑOS NO QUEDARÁ NADIE.<br />

Y tú habrás muerto con ellos.<br />

Por eso despertaste el deseo en las mujeres, con la esperanza que con mi unión<br />

aumentara la población y mi presencia nos llevara como grupo a un nuevo estado de<br />

vida, a la estabilidad social...<br />

NO TE DES TANTA IMPORTANCIA.<br />

No supe su nombre. Era una mujer joven, más pequeña que yo en estatura. Y<br />

ardía en deseo. Su olor, su roce, su calor... despertaron en mí una erección dolorosa.<br />

Ella también gritaba de dolor, pero no cejaba en su intento de quedar embarazada. Y<br />

31


cuando llegué al clímax ella quería más. Pero yo estaba agotado como no había estado<br />

en mucho tiempo y me alejé.<br />

La siguiente vez que la vi estaba embarazada, gateando por los túneles,<br />

recolectando comida, peleando con otra mujer por el alimento. Desde entonces solía<br />

encontrar mujeres en ardor cada cierto tiempo y siempre coincidían conmigo. Otra<br />

vez tu plan de propagación y estabilización. Rara vez hablaba con ellas, algunas ni<br />

siquiera eran capaces de formular palabras y no se trataba de una enfermedad ni del<br />

cansancio.<br />

No sabían hablar.<br />

El alimento y el coito se convirtieron en mis únicos objetivos. Había una voz<br />

insistente que me indicaba cuál camino tomar y que más tarde insistió en que debía<br />

reunir a mis hijos bajo mi cuidado. No había tal sentimiento de paternidad en mí, pero<br />

la voz no paraba de insistir. Me estaba enloqueciendo.<br />

Y se calló. No la oí más. Mi conciencia se había desvanecido.<br />

Por primera vez me sentí solo. Siempre había estado solo, pero no conocía la<br />

compañía y un simple murmullo en la cabeza se había convertido en mi familia.<br />

Vagué, entablé conversación con muchas personas, no sólo mujeres. Entendí<br />

algunas cosas, así como Dau sabía algo acerca de la hipotermia, escuché que los<br />

hongos fueron manipulados genéticamente para proporcionar elementos esenciales<br />

de la dieta humana y que las cavernas se extendían varios niveles hacia abajo.<br />

Cualquier persona con la que hablaba pronto se quedaba sin tema de<br />

conversación. Entonces yo le soltaba todo lo que sabía, que no era mucho en realidad y<br />

también me quedaba sin tema. Ahí partía en busca de más información.<br />

Los túneles se expandían hacia abajo en espiral y por supuesto que era más<br />

fácil bajar que subir. Cuando llegué por fin al fondo de la caverna, vi horror. Montañas<br />

de huesos y cuerpos en estado de descomposición. La pendiente no era tan<br />

pronunciada para que hubieran llegado ahí rodando.<br />

Tuve miedo, sentí peligro, pero permanecí quieto admirando ese cementerio.<br />

La piedra bajo mis pies era más cálida que en el resto de las cavernas. Me tendí<br />

32


de espaldas y sentí cómo el calor inundaba mi cuerpo. Sentí deseos de quedarme allí y<br />

estaba dispuesto a hacerlo... cuando recordé los cadáveres. ¡Los había olvidado! Si<br />

apenas unos latidos antes había sentido terror ante su presencia y ahora estaba<br />

tendido junto a ellos, deseando mi propia muerte.<br />

Me levanté y sentí el frío. Entonces subí, caminé hacia arriba por la espiral,<br />

durmiendo cuando me daba sueño, comiendo cuando me daba hambre, fornicando<br />

cuando veía una mujer en celo. Debía subir, porque los túneles se habían construido<br />

hacia abajo y su origen había sido arriba...<br />

POR PRIMERA VEZ EN MUCHO TIEMPO ALGUIEN LLEGABA A ESA<br />

CONCLUSIÓN Y SENTÍ ALEGRÍA Y ALGO MUY PARECIDO AL PLACER. TU MENTE<br />

SEGUÍA CONECTADA A LA MÍA DE ALGUNA FORMA Y TUS DESCUBRIMIENTOS ERAN<br />

COMO CHISPAZOS DE ALEGRÍA EN TODA LA COLONIA. Y AUNQUE NO ME CREAS, YO<br />

TAMPOCO SABÍA LO QUE IBAS A ENCONTRAR ACÁ ARRIBA. CUANDO LAS PERSONAS<br />

OLVIDARON, YO TAMBIÉN OLVIDÉ. Y CUANDO ENTENDÍ QUE DEPENDÍA DE<br />

USTEDES PARA EXISTIR Y RECORDAR, TOMÉ PRECAUCIONES. POR ESO SOÑABAS<br />

CON PERSONAS CORRIENDO Y RIENDO O HACIENDO COSAS INCOMPRENSIBLES,<br />

AUNQUE NO LAS RECUERDES ESTÁN EN TU MENTE Y EN LAS DE TODOS. ASÍ JAMÁS<br />

VOLVERÍA A OLVIDAR.<br />

Subí. A medida que ascendía la curva de la caverna se hacía más pronunciada y el<br />

túnel se estrechaba. Ya no había cámaras a los lados sino extrañas superficies cubriendo<br />

las entradas. Eran puertas y no me interesaba saber qué había detrás de ellas.<br />

Al final del camino encontré una esquina. En su continuación había un nuevo<br />

túnel recto. Avancé a paso rápido por él, estaba cansado pero había algo ahí que me<br />

llamaba a continuar. Podía sentir una presencia empujándome de regreso... ¡Era aire!<br />

Aire seco, aire puro, ingresando a la caverna desde orificios en el techo. Entonces oí tu<br />

voz con una claridad estremecedora.<br />

“afuera”?<br />

SIGUE, MÁS ADELANTE ESTÁ LA SALIDA.<br />

Salida... Una palabra cargada de significado: ¿Qué había más allá? ¿Qué había<br />

33


Al final de ese túnel hallé otra puerta con un mecanismo parecido al de las que<br />

había visto en mi camino ascendente.<br />

MATARTE.<br />

ORDÉNALE QUE SE ABRA dijiste en mi cabeza.<br />

—¡Ábrete!— rugí y mi voz sonó extraña. La puerta crujió.<br />

CUBRE TUS OJOS CON LAS MANOS, LA LUZ EN EL EXTERIOR PODRÍA<br />

La puerta se abrió por completo y aunque tenía mis ojos cubiertos, podía ver la<br />

luz atravesando mis manos.<br />

AVANZA. Avancé vacilante y la puerta se cerró detrás de mí. Sentí pánico, grité<br />

“ábrete” una y otra vez, pero la puerta ya no se abría. Estaba fuera, para siempre.<br />

—¡Demonio! —gritó una voz de mujer—. ¡Demonio!<br />

REPITE LO QUE YO DIGA dijiste en mi cabeza y fue un alivio, seguías conmigo.<br />

Dijiste palabras extrañas que yo repetí.<br />

—Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...<br />

Podía oír a las personas reunirse a mi alrededor, decir “amén” con voces de mujer<br />

tras cada sentencia que manaba de mi boca. “Que no las asuste mi palidez ni el blanco de<br />

mi cabello” dije, “vengo de abajo”, “soy el enviado de Dios”, “traigo su palabra”.<br />

Cuando pregunté “¿qué es esa luz?”, una de ellas dijo “el reflejo de la luna<br />

grande” y cuando pregunté “qué refleja” otra respondió “el sol”. Entonces te oí decir<br />

algo que no entendí y sentí tu alegría al recordar esa palabra.<br />

EL SOL ES LA FUENTE DE VIDA dijiste, lo repetí y me reprochaste. Las<br />

sacerdotisas parecían intranquilas.<br />

—Sin el sol no habría vida, no habría alimento, no habría nada, sólo desierto. El<br />

sol es la más grande obra de Dios.<br />

Y así las sacerdotisas se volvieron mis amantes, mis esposas, las madres de mis<br />

hijos fuera de las cavernas. Pronto mi existencia se hizo pública y grandes pueblos se<br />

levantaron a los pies de la montaña donde se erguía mi nueva caverna a la intemperie,<br />

cubierta de día con mantos negros, abierta durante la noche para poder mirar las<br />

mitades de la luna girar en una danza luminosa en órbita sobre nuestra tierra.<br />

34


Ahora debo subir más aún, a la cima de la montaña, al templo donde la imagen<br />

de la madre de Dios saluda al cielo. Grandes catástrofes se han cernido sobre nuestra<br />

gente. Pueblos lejanos han atacado nuestras villas, pueblos regidos por el músculo y la<br />

guerra. Las matriarcas están intranquilas, temen por sus las vidas de sus hijos. Desde<br />

acá puedo verlas moviendo sus tentáculos en la danza de solicitud, ofreciendo<br />

caracoles y lombrices a las sacerdotisas.<br />

Y por supuesto, esto sí formaba parte de tu plan.<br />

ES UNA SOLUCIÓN SIMPLE, QUE AYUDARÁ A LA SUPERVIVENCIA DE SUS<br />

HIJOS Y A LA CONTINUIDAD DE SU DIOS. ACÁ ABAJO SERÁ UN PARAÍSO PARA ELLOS,<br />

SERÁN MEJORES, NO HABRÁ NADA QUE TEMER. SUS MUTACIONES NO SERÁN UN<br />

IMPEDIMENTO, AL CONTRARIO... HABLARÉ CON ELLOS DESDE EL PRINCIPIO, YA NO<br />

SERÉ SOLAMENTE UN SUEÑO. RECONSTRUIREMOS EL MUNDO SUBTERRÁNEO...<br />

Y se hará tu voluntad, tanto en la tierra como en lo profundo...<br />

35


ELIA LA REINA SITH<br />

En la choza el humo hacía llorar los ojos. El hechicero saltaba y las pequeñas<br />

calaveras rellenas con semillas hacían un llamado al sueño de muerte. “Deja el miedo<br />

en la lluvia” cantaba arrastrando las guturales. “Olvida, déjalo ir. Recuerda la cosecha,<br />

recuerda el olor de la carne al fuego, recuerda a tu pueblo danzando la primera noche<br />

del largo día sin sol. Tu lugar está aquí con tus hermanos y hermanas. Deja el miedo en<br />

la lluvia”... y así seguía una y otra vez.<br />

Todos en el clan estaban consternados. Era la tercera vez que se practicaba la<br />

ceremonia y Elia seguía tendida en la jaula, con los ojos abiertos, inexistente.<br />

∞<br />

Su danza de muerte comenzó cuando era apenas una mota de pelos que<br />

clamaba por leche. Las hermanas de su madre muerta cumplían bien la labor de<br />

substitutas, su leche no era distinta, eran la misma sangre, el mismo clan. Una sola<br />

familia. Pero Elia las rechazaba siempre, hasta que el hambre la vencía.<br />

Mala señal. El hechicero lo sabía. Una cachorra no debería rechazar el pezón<br />

que le trae comida. Sólo cuando estaba en brazos de su hermano parecía tranquila.<br />

Mala señal. Una cachorra no debería criarse en los brazos de un macho.<br />

Elia era la única sobreviviente del parto. La madre, Marci, había logrado sólo un<br />

cachorro vivo en cada camada. Sagú era el mayor, luego le seguían Parso y Devi. Los tres<br />

habían sufrido terribles heridas en sus búsquedas de aventuras en el suelo del bosque.<br />

Mala señal. Un macho responsable sólo piensa en el bienestar de su clan y su<br />

familia. Un macho responsable aprende de los errores de los demás. De ellos sólo Sagú<br />

sobrevivió para convertirse en adulto y tras la muerte de Marci tomó la decisión más<br />

estúpida, hacerse cargo de la cría.<br />

Había algo malo en sus espíritus. Seguían las reglas del clan, pero en sus ojos<br />

podía verse el descontento, una mirada que pretende ver más allá de las copas de los<br />

árboles. El hechicero lo sabía, la respuesta rugía en sus entrañas: estaban malditos.<br />

El clan no los rechazaba. Había una enseñanza ahí. Eran el error que nadie<br />

debía cometer. El hechicero tenía razón, se debía hacer todo lo posible por ayudar a<br />

36


Elia. Su espíritu se lo exigía. Era el resultado de su propia semilla y Marci había sido<br />

una buena compañera, como muchas otras.<br />

Elia creció a la sombra se Sagú. No era una hembra como las demás y las<br />

hermanas de su madre le negaban el consejo. Los cachorros la buscaban para jugar en<br />

la choza más alta, soñaban más de la cuenta al oír sus historias de lugares imposibles y<br />

criaturas que ningún ojo ha visto jamás. Las madres del clan vivían preocupadas, Elia<br />

no podía saber cosas que nadie le había enseñado. Por eso recurrieron al hechicero<br />

exigiendo la ceremonia destinada a los guerreros dementes que han visto demasiada<br />

muerte. No conocían otra manera.<br />

Sagú se negaba. Sólo Daso, el jefe del clan, pudo hacer que entrara en razón.<br />

Elia debía olvidar lo que no podía saber. Sólo entonces Sagú puso a la pequeña en las<br />

manos del hechicero y ella sonreía como si se tratase de un juego.<br />

Grandes rocas con forma de punta de flecha volando en el firmamento. Hilos de<br />

fuego destruyendo otras rocas más pequeñas. Criaturas sin pelo viviendo dentro de<br />

las rocas voladoras. Depredadores, cazadores y ganado comiendo del mismo plato. De<br />

estas cosas habló la pequeña con su lenguaje limitado. El hechicero había oído de su<br />

maestro una historia similar, muy antigua, y que nadie más conocía. Una antigua<br />

guerra librada no muy lejos de aquí.<br />

Elia debía olvidar.<br />

Luego de la ceremonia pareció cambiar. Elia ya no hablaba de esas cosas. Las<br />

madres estaban tranquilas. Sus tías le daban consejo. Ella aprendía las labores<br />

naturales de toda hembra y aunque su actitud era distinta al resto, no parecía haber<br />

motivo de preocupación.<br />

Entonces vino el largo día sin sol, cuando la gran esfera en el cielo eclipsa la<br />

fuente de vida y se inicia el invierno. Elia, como todas las hembras nacidas en el ciclo<br />

anterior, había criado nuevo pelaje y en sus ojos brillaba el conocimiento antiguo de<br />

reverencia a lo desconocido.<br />

Esa primera noche bailó. Fue una experiencia aterradora. Sus pies no se<br />

movían como los del resto, arriba y abajo, sacando astillas de la plataforma. Sus brazos<br />

37


hacían gestos graciosos, circulares, golpeando a sus compañeras de baile. Su rostro<br />

era una piedra sin expresión, los ojos blancos, la espalda curvándose con cada<br />

inspiración.<br />

Nadie más bailó. El ritual se había manchado con locura y sangre de sus pies<br />

heridos. Los ancianos clamaron por su destierro. Las mujeres lloraron por las crías<br />

que nacerían muertas y por los machos que no regresarían a casa. Elia se detuvo,<br />

despertó del trance, oyó todo esto y cayó al suelo llorando desconsolada.<br />

“No me maten” repetía quitando las astillas y limpiando la sangre en<br />

sus pies. El clan se apiadó, aquello que merecía entregar su cuerpo torturado<br />

a los depredadores fue perdonado. Y el hechicero inició la ceremonia allí<br />

mismo, saltando entre los puentes colgantes y rodeando el cuerpo de Elia con<br />

lianas.<br />

Cuando su canto se apagó al fin, ocurrió el milagro. El sol destelló una vez más<br />

en el cielo, sólo un segundo. El mal estaba deshecho y el ritual se reinició con ardor en<br />

el canto de las mujeres. El clan había sido perdonado.<br />

Sagú no dijo nada. Observó todo desde una choza más alta con el corazón<br />

golpeando fuerte en su pecho. Y cuando el ritual al fin acabó, cuando todo el clan había<br />

regresado a sus chozas, cuando sólo se oía el canto de las aves nocturnas y el lejano<br />

aullido de los depredadores de cacería, bajó a desatar a su hermana pequeña y se<br />

quedó allí vigilándola en su sueño intranquilo.<br />

Elia soñó con ellos por primera vez. Dos criaturas altas y sin pelo en el<br />

rostro, vestidas con largas túnicas pálidas como flores y manos de cinco dedos<br />

blancos. Sus voces suaves la invitaban a seguir soñando y en su espíritu podía<br />

entender lo que decían, aunque el significado de las palabras estaba cargado de<br />

misterio.<br />

Desde entonces Sagú no la perdió de vista. Donde quiera que él fuera, ella tenía<br />

que acompañarlo. Sólo así evitaba que las mujeres la tironearan hasta arrancarle el<br />

pelo o que los de su edad la mordieran en los tobillos. No había mayor deshonra que<br />

ser un paria sin exilio.<br />

38


Elia soñaba todas las noches. Soñaba con ellos. Soñaba con un ser oscuro que<br />

luchaba en singular combate. A veces podía sentir su dolor constante, agudizado con<br />

cada movimiento.<br />

Otras veces soñaba con las extrañas rocas voladoras de su infancia. Ahora las<br />

veía con mayor nitidez. No eran rocas. Eran de metal como los cuchillos, grandes<br />

construcciones que ni un millar de herreros podrían concebir, capaces de surcar la<br />

noche eterna llevando vida a mundos imposibles.<br />

Y una noche vio a Sagú. Lo vio allí, al pie de los árboles que eran su hogar,<br />

blandiendo la lanza contra un enemigo que no podía ver. Luego vio sangre, oyó gritos,<br />

y Sagú ya no estaba. No lo volvería a ver. Su hermano iba a morir.<br />

Despertó llorando. Era sólo una pesadilla. Llamó a Sagú pero no oyó su gruñido<br />

tranquilizador. Miró en todas direcciones, afuera de su choza amanecía y Sagú no<br />

estaba.<br />

La desesperación llenó de angustia su espíritu. Corrió fuera gritando por su<br />

hermano, las mujeres le arrojaron restos de comida. Los hombres mostraron sus<br />

dientes. Y Sagú no aparecía. Miró hacia abajo, al pie de los árboles, y revivió su<br />

pesadilla. Podía oler la sangre.<br />

Se colgó de una liana y bajó rodeando el tronco con tal agilidad que los<br />

guerreros allí presentes aguantaron la respiración. Jamás habían presenciado tal<br />

destreza.<br />

En el momento que sus pies tocaron el suelo por primera vez sintió algo nuevo.<br />

Una llamada. Un deseo incontrolable de correr en la dirección donde el sol se oculta<br />

cada noche. Sagú había dejado sus pensamientos, allí no había sangre, se había dejado<br />

llevar por su pesadilla. Ahora había un nuevo motivo para que la odiaran.<br />

Oyó un crujido. Algo se acercaba desde la dirección de su deseo. Venía hacia<br />

ella. Traía algo consigo. Era la respuesta a su pregunta no formulada. Otro crujido,<br />

matorrales en movimiento, una voz conocida llamando a los vigías para que le<br />

tendieran una liana. Y entonces lo vio.<br />

El hechicero.<br />

39


Al verse ambos se quedaron quietos. Elia necesitaba saber que era lo que el<br />

hechicero ocultaba en su saco. Era la respuesta, y a la vez era la pregunta. Dio un paso<br />

hacia él cuando resonaron los cuernos.<br />

Elia sintió el peligro. No había sentido algo así jamás en su vida. Un peligro se<br />

acercaba siguiendo el rastro dejado por el hechicero. El ruido de las lianas al golpear<br />

el suelo y los gritos de la multitud aterrada la sacaron de su trance. Un guerrero<br />

descendió para ayudarla a subir mientras otros dos tironeaban al hechicero.<br />

Elia estaba a mitad de camino de la terraza más cercana cuando se percató<br />

que el guerrero que la había ayudado seguía en el suelo. Y sintió como si una<br />

mano invisible le apretara las entrañas. Era Sagú blandiendo su lanza, incapaz de<br />

subir a la liana por un pie herido luego de caer con todo su peso sobre una piedra<br />

filosa.<br />

Entonces llegaron los depredadores. No eran los típicos lagartos que rondan el<br />

bosque en busca de carroña. Estos eran más altos que un guerrero y traían trofeos<br />

colgados de sus cuellos, largas hileras de calaveras, algunas todavía con piel y carne<br />

pegada al hueso.<br />

Vieron a Sagú. Olieron su sangre, saltaron sobre su cuerpo y acabaron con su<br />

vida entre risotadas frenéticas.<br />

su culpa.<br />

Elia estaba petrificada. Lo había visto en su pesadilla y lo había propiciado. Era<br />

Los depredadores rondaron los árboles desde entonces. No se los podía ver,<br />

pero el clan sabía que permanecerían cerca hasta que el hambre los empujara a seguir<br />

su camino.<br />

Elia fue rescatada por un grupo de guerreros furiosos. La pellizcaron, la<br />

mordieron, la escupieron, manosearon sus genitales mientras gruñían amenazas. Pero<br />

Elia ya no estaba en su cuerpo. Flotaba boca abajo en el mar de su culpa. Una vez en la<br />

terraza el hechicero le palmeó el rostro con tal fuerza que de su boca cayó un diente y<br />

la sangre manchó su pecho. Las mujeres clamaban por su sacrificio. Elia era una fuente<br />

de desgracia.<br />

40


Entonces Daso rugió, “no habrá más sangre” y no hubo necesidad de explicar la<br />

razón. A lo lejos aún se oían las carcajadas siniestras de los depredadores.<br />

Las mujeres corrieron a lavar el cuerpo de Elia y ungirlo con aceites. El<br />

hechicero revisó su boca y extrajo otro diente suelto. Entonces se dio cuenta, el olor<br />

manaba de ella y era una señal inequívoca. Elia entraría en calor en poco tiempo, antes<br />

incluso que otras hembras mayores que ella. Una razón más para aislarla.<br />

El cuerpo lacio fue arrastrado hasta la choza del hechicero. Allí estaba la única<br />

jaula del clan y nadie, ni siquiera el hechicero, tenía recuerdos de la última vez que se<br />

había encerrado a alguien en ella. Nadie cometía delito alguno en contra de su propio<br />

clan.<br />

Elia fue encerrada allí sin ceremonia. El hechicero encendió su brasero, extrajo<br />

algo de su saco y lo arrojó a las brasas. Una nube de humo plateado se desplegó ante él<br />

y el sueño de muerte inundó la habitación haciendo picar los ojos.<br />

El hechicero la miró. Sentía remordimiento. Era una dura prueba para todos y<br />

la solución no podía ser fácil. El humo ya había penetrado en sus pulmones y sus<br />

sentidos se agudizaban con cada respiro.<br />

Se vio a sí mismo haciendo la ceremonia una última vez, y así fue. Elia no<br />

reaccionó. Entonces se vio fornicando con ella, la tomó sin consentimiento y ella<br />

tampoco reaccionó. Su mente daba vueltas, vio a Elia caminado en un claro del bosque<br />

entre plantas rojas como la sangre... y supo que no había más remedio.<br />

Abrió su saco, con una pinza extrajo un manojo de hojas frescas, venenosas,<br />

rojas como la sangre, y las molió en el mortero. La pasta roja parecía brillar en la<br />

oscuridad de la choza. Sus lágrimas se mezclaron con el preparado mientras abría la<br />

jaula y se sentaba junto a Elia, recitando el canto de los muertos. “Llegarás al lugar<br />

donde todos iremos, te reunirás con los ancestros y cruzarás el cielo hacia la gran<br />

esfera desde donde todos venimos”.<br />

Elia tragó la sustancia amarga por simple reflejo. Su boca se adormeció, luego<br />

su garganta, su pecho y sus entrañas. Fue como quedarse dormida y sintió paz, sintió<br />

que podía volver a vivir su vida otra vez, deshaciendo los errores.<br />

41


El mundo se apagó a su alrededor. Y en la oscuridad vio una flama que pronto<br />

se transformó en una fogata. El guerrero oscuro yacía muerto, tendido en una pira<br />

fúnebre. Su cuerpo ardió y de él y los que recorrieron estas tierras sólo quedó un<br />

recuerdo que pronto fue olvidado.<br />

Elia abrió los ojos. Había visto la verdad. Tenía la pregunta y la respuesta. Podía<br />

sentir el veneno de la planta actuando en cada célula de su cuerpo. Y a diferencia de<br />

otros que murieron tras el simple roce de sus espinas, Elia lo controlaba y lo hacía<br />

suyo. Ya no tenía nada que temer.<br />

La puerta de su jaula estaba abierta. El hechicero yacía junto al brasero,<br />

convulsionando y escupiendo espuma. Afuera aún era de día. Los niños cantaban no<br />

muy lejos de allí. Las mujeres reían mientras realizaban sus labores domésticas. Los<br />

guerreros compartían sus raciones de carne seca. El jefe del clan dormía la siesta en su<br />

choza privilegiada. Era un día normal, tranquilo, feliz.<br />

Un día sin Elia.<br />

Y sintió el odio por primera vez. Sagú había muerto apenas esa mañana, aún<br />

podía ver su carne desgarrada, oler su sangre, sentir su tragedia.<br />

Tomó una daga de entre los amuletos del hechicero y le abrió el cuello con un<br />

solo corte. Bebió la sangre que manaba a borbotones y salió de la choza cubierta con el<br />

color de la desgracia.<br />

Alguien la vio. Oyó gritos de horror y guerra. Oyó a Daso gritando “¡matadla!”.<br />

¿Morir? Puso la daga entre sus dientes, notando que le faltaban dos incisivos.<br />

En sus genitales aún ardía la violación del hechicero. En sus manos y piernas podían<br />

verse las marcas de la tortura. ¿El clan había hecho con ella todo lo que estaba en su<br />

lista de cosas prohibidas y era ella la que debía morir?<br />

Saltó de esa terraza maldita, tomó una liana, rodeó un tronco, saltó a un puente,<br />

se dejó caer entre las ramas del árbol madre, sujetó otra liana y tocó el suelo del<br />

bosque con gracia. Echó a correr hacia donde el sol se oculta cada noche, esquivando<br />

rocas y ramas por pasajes jamás transitados, escalando árboles y balanceándose entre<br />

lianas.<br />

42


Nadie la siguió. Y cuando el sol enviaba los últimos destellos del día, llegó a ese<br />

claro de su sueño, rojo como la sangre.<br />

Las plantas parecieron cobrar vida, movidas por un viento inexistente, dándole<br />

la bienvenida. Elia avanzó, se sumergió en el dolor de sus espinas que pronto se<br />

transformó en una caricia. Comió sus hojas y pudo ver. Vio todo. Sintió todo. La vida<br />

en este planeta y en los mundos cercanos, luego los lejanos, hasta que ya no hubo vida<br />

que fuera desconocida a su visión.<br />

Entonces los volvió a ver. Y esta vez ellos la vieron también. Había sorpresa en<br />

sus miradas. Eran un macho y una hembra, hermanos. Y en su interior palpitaba un<br />

poder que ni Elia había podido imaginar, un poder que pronto superaría con creces.<br />

“¿Qué eres?” preguntaron en un idioma de sonidos extraños. Elia no respondió,<br />

entendía perfectamente a qué se referían. No les interesaba saber su raza, el origen de<br />

su clan ni el nombre de la estrella donde orbitaba su mundo. En su pregunta estaba<br />

implícita la respuesta, “eres aquello a lo que más tememos”.<br />

Elia lo sabía. Sabía lo que era, lo que podía llegar a ser. Y ellos no sabían nada<br />

de ella, dónde estaba ni por qué no la habían sentido hasta ahora.<br />

“Soy Elia” dijo y cerró su espíritu a la visión de ellos. Jamás la volverían a sentir,<br />

no podrían encontrarla por más que buscaran en todo el universo conocido. Estaría<br />

oculta hasta que llegara el momento.<br />

Y fue entonces que sintió el objeto. Estaba de pie en el lugar indicado, en el<br />

centro de este paraje bañado por la luz de las estrellas. Bajo ella, entre las cenizas del<br />

guerrero oscuro de sus sueños, estaba el objeto que la haría el ser más temible de este<br />

extremo de la galaxia. No hubo necesidad de escarbar. El objeto vendría hasta su mano<br />

sin esfuerzo.<br />

La sensación de peligro se apoderó de su pecho, algo se acercaba. Concentró<br />

sus ideas, llamó al objeto y éste salió despedido de debajo de la tierra. Elia lo atrajo<br />

hacia su mano y cuando llegó a ella, se activó.<br />

Su grito silenció el bosque entero. Un haz de luz rojo proveniente de uno de los<br />

extremos del objeto le había quemado el rostro, cegando su ojo derecho. No había<br />

43


tiempo para lamentarse, el peligro estaba sobre ella. Tomó el objeto con sus dos<br />

manos y lo blandió con increíble destreza, danzando entre las plantas mientras los<br />

depredadores que se habían deleitado con la carne de su hermano caían partidos en<br />

dos a su alrededor.<br />

En apenas una decena de latidos volvió a estar sola. Observó el objeto con<br />

detenimiento, estaba claro su propósito. Movió un trozo de metal en la base del arma y<br />

el haz de luz se extinguió. Lo volvió a encender y apagar una y otra vez, deleitando su<br />

vista, rodeada de rojo y sangre.<br />

El odio que hervía en su espíritu cobró nueva fuerza. La quemadura en su<br />

rostro ardía y aumentaba su furia y frustración. Comió más hojas hasta que su<br />

estómago ya no pudo más y echó a correr de regreso a los árboles del clan que la había<br />

visto nacer, con el arma en su mano, deseando la muerte para todos.<br />

44


LOS HIJOS DEL MATUASTO<br />

En la mesa confeccionada con troncos de árboles caídos brilla apenas la mecha<br />

de una lámpara de barro. En la penumbra de la habitación el aroma del aceite<br />

quemado inunda todos los rincones, revolviendo los estómagos de quienes allí moran<br />

e impregnando sus ropas con la grasa de diversas frituras.<br />

Junto a la lámpara se destacan la aguja y el frasco recién desinfectados con<br />

agua hirviente, vigilados por una familia de rostros compungidos.<br />

—No quiero —dice el varón de trece años con el cabello cortado a la suerte y el<br />

rostro sucio luego de un largo día removiendo estiércol. Es el último niño en el fuerte<br />

Amanecer, no queda nadie más joven que él y hoy será su primera vez.<br />

—Debes hacerlo, tu madre y yo estamos viejos y cansados —dice el padre en<br />

un tono que no admite negativas. Sus rasgos duros como surcos en la tierra hablan de<br />

muchos días de trabajo ininterrumpido bajo el sol.<br />

—Pero... hace años que no hay noticias del matuasto —murmura el joven en un<br />

sollozo que es ignorado. La madre acaricia la cabeza de su hijo con mano temblorosa y<br />

susurra en su oído palabras de aliento.<br />

—Debemos pagar el Diezmo, hijo —dice el padre y ahora su voz demuestra la<br />

compasión que le es propia, pero sin poder aplacar el temblor de su voz cercano al<br />

llanto—. Debemos honrar el Pacto.<br />

—Por favor, no —gime el joven y recibe una fuerte bofetada de su madre. Cae<br />

de espaldas contra las frazadas extendidas en el suelo que son su cama, más ofendido<br />

que dolorido. De su nariz cae una línea de sangre.<br />

—¡Tu egoísmo nos traerá la desgracia! —grita la mujer y rompe en llanto—.<br />

Estamos todos condenados. Malditos sean los supuestos sabios que conjuraron lo que<br />

no podían controlar...<br />

—¡Calla mujer! —ruge el padre implorando silencio. No está enojado, está<br />

aterrado. Ante su puerta acaban de golpear una sola vez, tan levemente que podría<br />

haber pasado inadvertido si no fuera porque están acostumbrados al susurro del<br />

viento. Aquel fue inequívocamente un rasguño sobre la puerta.<br />

45


La primera campana en el reloj del pueblo anuncia la media noche.<br />

∞<br />

Amanece en el valle.<br />

La caravana de tres diligencias avanza lenta y silenciosa por el camino de lodo<br />

y piedras, realizando un arco absurdo a través de rutas poco transitadas, esquivando<br />

chatarras oxidadas de una era más próspera, despistando en la medida de lo posible al<br />

horror del que escapan.<br />

En el carruaje principal viajan siete mujeres jóvenes y nueve niños pequeños<br />

de entre dos y tres años. Los víveres son transportados en las carretas menores.<br />

Seis hombres acompañan la caravana avanzando como en una procesión<br />

fúnebre, ataviados de negro con corazas acolchadas, cascos, dagas al cinto y lanzas<br />

gruesas camufladas como ramas de árboles.<br />

Uno de ellos recorre el camino al final de la caravana, olisqueando y<br />

observando a través del tupido bosque al tiempo que se esmera en borrar las huellas<br />

dejadas por hombres y carruajes. Ni el mejor cazador del valle podría detectar las<br />

señales de su paso en ninguno de los senderos transitados.<br />

Dos días atrás dejaron la protección del fuerte Nascimento con el primer<br />

rayo de sol del solsticio de verano. Envolvieron las ruedas de los carruajes con<br />

lana y engrasaron sus junturas para evitar los quejidos del metal y la madera en<br />

movimiento, utilizando caballos mudos con sus espuelas envueltas en ropas<br />

viejas, con sacos de cuero colgando bajo ellos para recolectar los orines y<br />

excrementos.<br />

El único bebé en la caravana, una niña de seis meses, viaja en un<br />

compartimiento especial, protegida del exterior por varias capas de lana apelmazada<br />

y una puerta con una pequeña abertura para que su madre pueda observarle y evitar<br />

que la pequeña se asfixie.<br />

De pronto el carruaje principal se detiene en seco. Las mujeres y niños ahogan<br />

un suspiro de angustia al caer de sus asientos, cubriéndose el rostro con almohadones<br />

46


de pluma. Abren las mirillas a los costados del vehículo y ven a los hombres<br />

gesticulando sin decir palabra.<br />

Una rueda se ha atascado en una grieta formada por dos rocas enterradas.<br />

Usando los mangos de sus lanzas, cinco hombres hacen palanca sin proferir<br />

ninguna exclamación de agotamiento mientras el restante tira de las riendas.<br />

Desde el carruaje la madre de la bebé observa el trabajo de los hombres, porque<br />

uno de ellos es su esposo. Éste, al notar su mirada de ojos grandes y preocupados, se<br />

descubre el rostro sudado y manchado dedicándole una cálida sonrisa.<br />

Logran liberar la rueda de la trampa en pocos minutos. Luego reparan parte del<br />

acolchado que oficia de llanta y aprovechan de revisar el resto de la caravana y<br />

engrasar los ejes.<br />

∞<br />

La primera noche luego de un día de viaje ininterrumpido, nadie durmió. Todos los<br />

vehículos fueron cubiertos con ramas mientras los hombres aguardaban ocultos debajo. El<br />

silencio era absoluto y a ratos el viento les traía los gritos de guerra de los que se quedaron<br />

en el fuerte a defender lo que ya estaba perdido, otorgándoles tiempo valioso.<br />

Eran sus padres, madres y abuelos, fieros combatientes que lograron<br />

permanecer con vida a la llegada de la peste ambulante, asegurando el alimento<br />

durante las horas de luz, creando la economía de subsistencia con la que pudieron<br />

sobrevivir durante todas sus vidas.<br />

Pero con el paso de los años su número había disminuido y Eso lo sabía. Ya no<br />

podían defenderse como antes.<br />

La segunda noche estaban bastante lejos como para no oír nada excepto el<br />

viento y el baile de los árboles, pero el horror se encontraba muy cerca. Sintieron los<br />

gritos de hombres y mujeres torturados. Eran la carnada, sus parientes cercanos, una<br />

trampa que nadie tomaría en cuenta a pesar del hierro candente en sus corazones.<br />

A lo lejos podía verse la luz de un gran incendio iluminando los cerros.<br />

∞<br />

47


Ahora marchan con la moral por el suelo, incapaces de llorar porque no<br />

tienen fuerzas suficientes para ello.<br />

—Debemos apurar el paso —dice una voz cansada, rompiendo la regla<br />

sagrada del silencio—. Esta noche estaremos a su merced y todavía falta un largo<br />

trecho.<br />

Los hombres se miran. Las mujeres desde el carruaje murmuran su<br />

asentimiento. Los niños sollozan por primera vez.<br />

Está dicho. Ahora viajan a paso rápido. Los carruajes crujen al saltar en los<br />

baches del suelo o rodear las olvidadas máquinas a vapor, pero eso ya no tiene<br />

importancia.<br />

El caballo de la primera carroza tiembla de agotamiento. Lo liberan, dejan la<br />

última carreta repleta de trampas y explosivos junto con todos los sacos de<br />

desperdicios, colocando ese caballo a la cabeza de la caravana mientras el pobre<br />

animal cansado queda a su suerte.<br />

La gratitud del grupo no es suficiente para lo que le espera.<br />

Al poco rato de caer la noche oyen la explosión de la carreta, seguida por los<br />

alaridos inhumanos de Eso. Se oye tan cerca, ¡tan cerca!<br />

Dejan otra carreta atrás y uno de los hombres monta el caballo, alejándose al<br />

galope hacia adelante, hacia la esperanza de todo el grupo.<br />

∞<br />

En el fuerte de Amanecer nadie duerme luego de oír la explosión. Incluso se<br />

han armado de valor y llaman a los Guardianes para que les protejan.<br />

Un encapuchado con el oído pegado al suelo siente el eco de los cascos que se<br />

acercan. Hace una seña y dos encapuchados similares a él comienzan a mover las<br />

pesadas ruedas que alzan la puerta guillotina del fuerte.<br />

Los siete encapuchados salen a recibir al viajero, corriendo a gran velocidad<br />

por el sendero y entre las copas de los árboles para interceptarle a medio camino. A<br />

sus espaldas la guillotina cae con un estruendo.<br />

48


El hombre sobre el caballo grita horrorizado cuando es atrapado por seres<br />

sombríos cubiertos con capuchas de lana gastada y olor a queso rancio. Intenta<br />

golpearles con su daga pero es derribado e inmovilizado.<br />

—Tranquilo, humano —dice uno de ellos con voz rasposa, enseñando la palma<br />

de su mano delgada y dura como la piedra, con dedos escamosos terminados en garras<br />

rojas y afiladas— Estás a salvo. De nosotros nada debes temer. Sabemos qué te<br />

persigue y a nuestro lado no sufrirás daño alguno.<br />

—¡Maldita sea mi suerte! —gime el hombre, desprendiéndose de su coraza<br />

maloliente, desarmado e impotente—. Mi familia, mis amigos... Eso nos persigue...<br />

—¿Deseas nuestra ayuda? —Dice otra voz más melodiosa, casi amable.<br />

El hombre no puede distinguir quién de los encapuchados es el que le habla.<br />

Todos tienen la misma estatura y sus rostros están ocultos en la sombra.<br />

—¿Qué son ustedes?<br />

—Somos los Guardianes de Amanecer. ¡Tus seres queridos podrían estar<br />

muriendo en este preciso momento! ¿Deseas nuestra ayuda?<br />

—Debo estar seguro que no sufrirán daño —solloza el hombre, implorando,<br />

con su mente trabajando a gran velocidad—. Por favor...<br />

—Hay un precio que pagar —dice otro encapuchado de voz átona y seca—. Es<br />

un precio bajo y nadie tiene que morir. Nadie tiene que humillarse. Nadie tiene que<br />

sufrir. Un Diezmo, eso es todo lo que pedimos. Ahora, ¿deseas nuestra ayuda?<br />

—¡Sí!<br />

Y dicho esto, los siete encapuchados desaparecen en la oscuridad del bosque.<br />

∞<br />

Los carruajes se detienen cuando los caballos mueren de espanto, cayendo<br />

lenta y silenciosamente como hojas en otoño.<br />

Las mujeres ahora gritan a pleno pulmón mientras los hombres mueven sus<br />

lanzas en todas direcciones, la adrenalina bombeando ante el estrés del peligro<br />

inminente, entregados a esperar una muerte dolorosa.<br />

49


Oyen un quejido precedido por un viento pestilente. Ante de ellos, bañada con<br />

la luz de la luna llena, una criatura tan alta como cuatro hombres respira<br />

pesadamente, de espalda ancha y piernas arqueadas, sus enormes brazos escamosos<br />

rematados en púas a la altura de los hombros, obstaculizando con su mole toda la<br />

extensión del sendero.<br />

Nadie se mueve. Por fin pueden apreciar aquello que les ha asechado por años,<br />

aquello que habita en la sombra y se alimenta de carne cruda. Un ser vicioso, cruel e<br />

indestructible.<br />

El hedor de la criatura hace que sus ojos se llenen de lágrimas. Incapaces de ver<br />

con claridad oyen un grito, no de terror sino más bien un llamado a la pelea. Alguien<br />

convoca a Eso por su nombre y Eso responde con una carcajada eufórica.<br />

—¡Vârcolac!<br />

Todo ocurre muy rápido. Siete figuras encapuchadas, pequeñas en<br />

comparación con el monstruo, le rodean y atacan con garras afiladas. La criatura aúlla<br />

de frustración y golpea a diestra y siniestra sin acertar a ninguna de sus presas,<br />

obteniendo a cambio diez o más cortes sobre su piel de lagarto herida y chamuscada.<br />

La velocidad de los golpes de Eso puede compararse con las rápidas<br />

dentelladas de un lobo asustado, mientras que sus atacantes son como chacales<br />

defendiendo la madriguera.<br />

Luego de un rugido de pesadilla, el ser salta hacia la caravana a pesar de las<br />

heridas infringidas en los recientes ataques, toma a un hombre como a un muñeco y se<br />

interna en el bosque sin importarle la lanza que su víctima le ha atravesado en el<br />

cuello ancho como un tronco de árbol. Inmediatamente es perseguido por los<br />

encapuchados.<br />

conocerle?<br />

—Vârcolac —susurran las mujeres. ¿Es así como le han llamado? ¿Cómo pueden<br />

Pronto perciben el sonido de los cascos que se acercan. El emisario ha regresado.<br />

—¡No hay tiempo para preguntas! —ruge él antes de recibir ninguna queja—.<br />

Hay que partir ahora, estamos cerca del fuerte. ¡Venga!<br />

50


Ponen su caballo a la cabeza del carruaje principal y mueven el cadáver de la<br />

anterior bestia a un lado.<br />

—¿Dónde está mi hermano? —pregunta el emisario y sólo recibe miradas<br />

cargadas de pesadumbre.<br />

No hay tiempo para lamentos. Con un grito inician la marcha rumbo al fuerte<br />

de Amanecer tan rápido como el caballo lo permite.<br />

A ratos oyen los aullidos de Eso, Vârcolac, o los gritos audaces de los<br />

encapuchados alejándose hacia las montañas.<br />

Aún faltan tres horas para el amanecer cuando se detienen ante la pesada<br />

puerta de guillotina del fuerte, una construcción imponente tan alta como los árboles<br />

con los que está construido, troncos robustos de más de cinco metros de altura<br />

adornados con estacas removibles que apuntan hacia el exterior y algunos incluso<br />

tienen ramas verdes en sus copas.<br />

Los muros altos del fuerte rodean la falda del pequeño cerro coronado por un<br />

macizo de roca. Y por el tamaño de los árboles cercanos al fuerte, más pequeños que<br />

los árboles del bosque, debió ser construido hace mucho tiempo.<br />

—¿Quién trae la peste a nuestra casa? —grita el vigía en la torre junto a la<br />

puerta, un hombre macizo de rostro duro y bigote cano.<br />

—Somos los últimos sobrevivientes del fuerte Nascimento —dice el hombre a<br />

la cabeza del grupo, el mismo que montara el caballo en busca de ayuda y que a fuerza<br />

de necesidad se ha convertido en líder—. Hemos emprendido este viaje sin retorno a<br />

un gran costo...<br />

—¡Habla simple, extranjero!<br />

—Buscamos asilo y la posibilidad de formar un nuevo hogar. Estamos bajo la<br />

protección de los siete encapuchados. Han sido tres días de viaje y...<br />

de cadenas.<br />

Antes que termine su frase la puerta ha comenzado a elevarse con un rechinar<br />

—Adelante, rápido —dice el mismo hombre que les increpara desde la torre,<br />

ahora hincado al otro lado del portal, su expresión suavizada por la premura. Cuando<br />

51


los troncos afilados de la guillotina se elevan lo suficiente, el vigía toma las riendas del<br />

caballo y guía la carroza al patio interior—. El matuasto puede estar lejos, pero<br />

sabemos que se mueve rápido como el viento y ya podría encontrarse a poca<br />

distancia. Mientras no lleguen los Guardianes no podemos confiar en vuestra palabra.<br />

Mas... el sentido común nos dice otra cosa, que me perdonen los Dioses olvidados.<br />

Venga, salgan todos de la carroza y entren a esa cabaña. Allí estarán confortables.<br />

¿El... Matuasto?<br />

Una multitud se ha reunido en torno al carruaje, cinco docenas de rostros<br />

adultos llenos de asombro al ver siete mujeres jóvenes vestidas de negro y un puñado<br />

de niñas y niños con ropas de colores vivos descender tambaleantes e inseguros.<br />

Mayor ha sido su sorpresa al ver al bebé envuelto en ropajes suaves de algodón<br />

limpio que duerme en brazos de su madre, quien no para de sollozar. Algunos<br />

observadores incluso se han cubierto el rostro al sentir el surgimiento de una sonrisa<br />

de esperanza.<br />

Las mujeres pierden toda precaución y se acercan a mirar de cerca al pequeño.<br />

—¿Niño o niña?<br />

—¿Cuál es su nombre?<br />

—¿Puedo sostenerlo?<br />

Ninguna de estas preguntas recibe respuesta. La madre y su hija son escoltadas<br />

hacia la cabaña ofrecida, una construcción pobre sin ventanas y techada con pasto<br />

seco, mientras los hombres se sientan afuera en la tierra seca, libres de sus<br />

armaduras, pero aún manteniendo las dagas afiladas en el cinto.<br />

—Mi nombre es Pedro del Páramo —dice el vigía de la torre ante los<br />

hombres— y soy el que toma las decisiones difíciles en momentos de urgencia. A mi<br />

derecha está mi compañera de toda la vida, Rosa Espinosa, quien les trae algo para<br />

regresar el alma al cuerpo.<br />

La mujer asiente y entrega un cuenco con caldo de pollo caliente a cada uno de<br />

los cuatro hombres allí sentados. La ofrenda es bien recibida entre los viajeros<br />

exhaustos.<br />

52


—Yo soy Raúl Roble —habla el que fuera jinete—. Mi hermano Renato... fue<br />

capturado por Eso. Vârco...<br />

Pedro del Páramo le hace callar dando una fuerte patada al suelo. La expresión<br />

de su rostro no da para interpretaciones: aquel nombre está prohibido. Al mismo<br />

tiempo Rosa junta las palmas de sus manos para elevar una plegaria a los Dioses de la<br />

noche, acto que sólo se invoca por aquellos que han muerto.<br />

—Somos los últimos sobrevivientes de Nascimento —continúa Raúl, frío como<br />

la nieve—. Nuestro hogar yace ahora bajo cenizas...<br />

—No es un buen lugar para hablar de estos temas —le interrumpe Rosa,<br />

guiando un grupo de mujeres vestidas de gris que portan bandejas con cuencos<br />

humeantes al interior de la choza de los recién llegados. Por la cantidad de caldo<br />

disponible a esta hora de la madrugada, Raúl deduce que les estaban esperando.<br />

acompañe.<br />

Pedro del Páramo asiente a su mujer y hace un gesto a Raúl para que le<br />

—No es dañino ser cauteloso —se disculpa Pedro, caminando lento por el<br />

sendero empedrado que sube por la pendiente— y en estas tierras hemos aprendido a<br />

ser extremadamente cuidadosos. Somos setenta familias y hace bastantes años se ha<br />

aposentado la desdicha en nuestros hogares. El matuasto se vuelve más fuerte con<br />

cada luna llena, como puedes ver la mayoría de las chozas están vacías, ya nadie tiene<br />

hijos... Y creemos que llegará el día en que derrumbará los muros y entrará a comerse<br />

nuestra carne cansada. Quieran los Dioses que se atore con un hueso...<br />

—El matuasto... La criatura —interrumpe Raúl, intranquilo por la crudeza de<br />

Pedro del Páramo, impaciente por relatar todo lo que les ha ocurrido y por qué se han<br />

decidido a viajar—, envenenó nuestras fuentes de agua. Todo sabía a meado y<br />

excrementos, tanto los ríos como los pozos. El consumo de esas pestilencias<br />

enloquecía al más cuerdo.<br />

»Construimos un resumidero para el agua de lluvia y racionamos hasta la<br />

última gota, pero llegó un día en que el agua supo a animal descompuesto. La criatura<br />

se las ingenió para arrojar desde la distancia varias ardillas agusanadas al interior,<br />

53


¡por una abertura del tamaño de mi cabeza! Tuvimos que hervir cada ración,<br />

inventando dispositivos para no perder el agua evaporada. Incluso algunos creativos<br />

lograron hacer potables sus propios orines usando filtros de arena y algodón...<br />

—¿Cuánto tiempo llevan viviendo así? —Pedro del Páramo se percata que el<br />

hombre con el que habla no debe tener más de veinte años, pero las marcas en su<br />

rostro reflejan toda una vida de preocupaciones y de hacerse cargo de los problemas<br />

de otros.<br />

Antes que Raúl responda, entran a una choza amplia y acogedora que está<br />

repleta de hombres y mujeres maduros, de rostros preocupados y brazos cruzados. En<br />

la chimenea arde un fuego agradable y sobre él un caldero humea algún brebaje<br />

aromático para mantenerles despiertos.<br />

—Habla libremente —invita uno de ellos con brusquedad, indicando una<br />

silla—, queremos oír tu historia.<br />

Ponen una gran copa de barro cosido en sus manos. Está tibia y contiene la<br />

sangre de la tierra, vino tibio endulzado con trozos de naranja y canela. Raúl Roble se<br />

permite disfrutar, bebe con agrado y guarda silencioso algunos segundos,<br />

manteniendo los ojos cerrados, recordando mejores tiempos.<br />

—Hace cinco años la criatura envenenó nuestras aguas —relata Raúl al abrir<br />

los ojos—. Hace cinco años que bebemos de la lluvia y nuestros propios orines. Antes<br />

de eso vivíamos intranquilos, pero sin miedo.<br />

»Pero hace cinco años comenzó el asedio de Eso... nunca le dimos nombre. Los<br />

alimentos secos se agotaron al igual que los vinos y los escabeches. Nuestros animales<br />

murieron de hambre o sed. Nos alimentamos de piñones, ardillas y tubérculos.<br />

Vivíamos de noche y apenas nos movíamos para mantener las fuerzas... hasta el<br />

verano pasado, cuando comprendimos que no aguantaríamos más tiempo allí. Una<br />

temporada más así y seríamos huesos sin médula secándose al sol.<br />

»Volvimos a la vida diurna cultivando en lugares secretos, recolectando en el<br />

bosque donde habíamos arrojado semillas la temporada anterior, moviéndonos en<br />

silencio, preparándonos para este día.<br />

54


—¿Qué ocurrió con los mayores? —pregunta una mujer corpulenta sentada<br />

bien atrás en el grupo de oyentes.<br />

Entonces Raúl se percata del común denominador entre los habitantes de<br />

Amanecer: todos están bien alimentados, la mayoría con sobrepeso, como si la<br />

presencia de la criatura no afectara sus vidas en lo más mínimo. ¿Cómo puede<br />

ser?<br />

—Se sacrificaron para darnos tiempo de escapar —Raúl observa a sus<br />

interlocutores, percibiendo expresiones de culpa—. Gracias a ellos avanzamos un gran<br />

trecho, pero no fue suficiente.<br />

—Hace cinco años el matuasto se alejó de nuestras tierras —dice un hombre<br />

entre el grupo, claramente borracho. Los que están sentados cerca de él se mueven<br />

incómodos, pero nadie le previene de decir otra cosa—. ¿Qué sabes de él?<br />

Raúl siente que los músculos de su cuello se entumecen, pero no demuestra su<br />

sorpresa. ¿Cinco años? Los mismos cinco años de penuria para Nascimento. Y a juzgar<br />

por las panzas bien alimentadas de estos pobladores, los mismos cinco años de<br />

bonanza para Amanecer. Lo que hayan hecho para ahuyentar a Vârcolac, significó la<br />

muerte de toda mi familia y amigos.<br />

Reconocer a los culpables de su mayor desgracia hace que olvide el cansancio<br />

acumulado durante tres días sin dormir.<br />

—Sabemos que asola la región desde tiempos inmemoriales —Raúl contesta<br />

manteniendo el mismo tono cansado de antes—, que se alimenta con la sangre y<br />

carnes tiernas de seres vivos cuando aún respiran, detesta la luz del sol y es inmortal.<br />

—Hay mucho más por saber —agrega Pedro del Páramo—. Los pueblos que<br />

habitan... habitaban en el Valle de la Calavera, se asentaron en estas tierras malditas<br />

hace más de cien años luego de distintas migraciones, todos escapando de los<br />

horrores de la guerra entre las naciones poderosas del norte.<br />

»Este valle plagado de historias aterradoras era próspero e inexplorado. Y por<br />

alguna razón más fuerte que la codicia y la estrategia, los ejércitos del norte preferían<br />

ignorar su existencia. Así fue que florecieron los pueblos de refugiados.<br />

55


»Pero apareció el matuasto. Creemos que dormía en alguna de las cavernas que<br />

abundan en el camino angosto que cierra el valle hacia el sur, alimentándose de<br />

animales y soportando el paso del tiempo. Pero llegaron los bárbaros con sus fiestas y<br />

alegrías a despertarle.<br />

»A los pocos años lo que parecían ser simples crímenes y accidentes en cada<br />

luna llena se transformaron en el motivo de huida para muchos colonos aterrados.<br />

Cundió el pánico y los que se marcharon escapando del terror, regresaron diezmados.<br />

El matuasto no les dejó ir.<br />

»Así fue que se construyeron fuertes en los tres poblados con mayor número de<br />

habitantes: Amanecer, Nascimento y Nightwhale. Cada uno se armó como mejor pudo<br />

y hubo tranquilidad por algunos meses, hasta que el matuasto demostró ser más<br />

fuerte y astuto que nuestros ancestros. Por eso no has oído hablar de Nightwhale, ni<br />

siquiera como mito. Desapareció al cabo de un año.<br />

»Ahora sabemos más sobre el monstruo: no es humano, pero alguna vez<br />

lo fue. Aborrece la luz del sol y en cierta medida también rehúye la luz de las<br />

antorchas, aunque eso no le detendrá. Tampoco ve bien en la oscuridad total y<br />

la luz de la luna llena es lo que mejor le sienta para atacar... Pero no te engañes,<br />

se le ha visto de día cubierto con pieles y ha atacado en luna menguante y<br />

creciente.<br />

—¿Qué son los Guardianes? —interrumpe Raúl y todos los presentes palidecen,<br />

congelados por su frialdad ante los temas que a ellos les traen sin sueño desde hace<br />

demasiado tiempo.<br />

—Son... —comienza Pedro del Páramo, pero sus ojos se llenan de lágrimas y<br />

sale de la cabaña.<br />

—Son los hijos del matuasto... un error afortunado —dice Rosa Espinosa de pie<br />

junto a la puerta, tranquila como quien habla del clima—. Los pobladores de<br />

Nightwhale, impotentes ante el portento que se alimentaba de sus hijos, ofrecieron un<br />

sacrificio con la esperanza de aplacar su furia por el tiempo suficiente para fortalecer<br />

sus hogares y armarse antes del siguiente ataque.<br />

56


»Un hombre joven se ofreció voluntario. Había perdido a toda su familia y él<br />

mismo estaba enfermo de muerte. Esa noche el matuasto se lo llevó.<br />

»A la mañana siguiente el voluntario regresó. Sus heridas habían sanando<br />

milagrosamente, pero no se trataba de ningún milagro. El matuasto es un monstruo de<br />

gran poder pero jamás se supo por qué le dejó vivir.<br />

»Un año después Nightwhale ardía, sus habitantes marchaban hacia acá y un<br />

Guardián les protegía del monstruo durante el viaje. Ese Guardián era el voluntario.<br />

—El pacto —susurra Raúl Roble al comprender el sentido de las palabras en<br />

boca de Rosa, recordando su primera conversación con los encapuchados—. Hice un<br />

pacto con los Guardianes al pedir ayuda, ¿cierto?<br />

él.<br />

Los asistentes palidecen aún más, asintiendo sin cruzar sus miradas con la de<br />

—¿Cuál es el Diezmo a pagar?<br />

Un anciano apoyado en su bastón se acerca arrastrando los pies y coloca un<br />

frasco transparente y vacío en el suelo ante él.<br />

—Sangre —dice un encapuchado con voz gruesa de pie en la puerta de la cabaña,<br />

sobresaltando a todos. Sus ropas están rasgadas y manchadas y el hedor que de él emana<br />

es indescriptible—. Tu sangre y la de tus acompañantes, un frasco por cada tres personas<br />

mayores de trece años. Ése es el precio que deben pagar a cambio de nuestra protección.<br />

Nadie se mueve. Nadie dice nada. El encapuchado descubre su rostro y todos<br />

miran a otra parte asqueados, todos menos Raúl.<br />

—Como ya dije cuando nos encontramos por primera vez —dice la criatura<br />

calva carente de orejas que le mira fijamente, los ojos encendidos de rojo, la piel verde<br />

cubierta de escamas compactas y lustrosas, los dientes afilados y la lengua bífida en<br />

constante movimiento—, no les haremos daño. Pero si no pagan el Diezmo<br />

voluntariamente, tenemos la autoridad para tomarlo por la fuerza.<br />

»De la misma manera que nosotros fuimos entregados al matuasto para<br />

servirle de alimento —ahora se dirige a los pobladores con un rugido que se<br />

transforma en grito—, ¡ustedes son nuestro alimento como pago por ese crimen!<br />

57


Una mujer solloza escondida en el grupo, pero nadie se mueve ni hace ademán<br />

de defenderse de aquella acusación.<br />

Raúl Roble comprende los horrores con los que ha lidiado esta gente, aunque<br />

sin olvidar los gritos de clemencia de sus padres torturados, rogando por una muerte<br />

rápida. Y todo comenzó en una misma fecha.<br />

—¿Qué ocurrió hace cinco años? —pregunta con los ojos cerrados, calmando su pulso.<br />

El Guardián se percata del tono seguro y postura tranquila de este hombre y<br />

sonríe complacido.<br />

—Hace cinco años los sabios hombres y mujeres de este pueblo perdieron a su<br />

Guardián —dice el que alguna vez fue hombre, el odio destilado en cada sílaba— y<br />

ante esa terrible pérdida votaron para que otra persona tomara su lugar.<br />

»Pero fueron más astutos aún, oh, grandes sabios. No llamaron voluntarios,<br />

nada de eso. Eligieron siete afortunados, siete hombres despreciados en todo el<br />

pueblo por su mala actitud, por errores imperdonables cometidos en el pasado o por<br />

simple codicia o celos, para privarles de su contagiosa cercanía. Siete culpables. Siete<br />

es mejor que uno, fue su razonamiento. ¡Imbéciles!<br />

»Uno a uno fuimos entregados al matuasto como ofrenda, ¡contra nuestra<br />

voluntad! Uno a uno fuimos aceptados por el monstruo y perdimos nuestra<br />

humanidad por ello.<br />

»Deseábamos llenar de muerte este cínico nido de ratas... pero algunos todavía<br />

tenemos familia o amigos, aunque nos hayan dado la espalda.<br />

»Por ellos y porque no somos monstruos, cobramos el Diezmo cada sábado al<br />

caer el sol desde hace cinco años, dispuestos a dar nuestra vida para evitar que sean<br />

alimento de monstruo.<br />

—El matuasto se vio sobrepasado y simplemente se marchó —dice Pedro del<br />

Páramo, que ha regresado a la choza en silencio, manteniéndose detrás del Guardián.<br />

Ambos se observan intensamente y rompen el contacto sin hablarse.<br />

—Uno de los Guardianes ha muerto —concluye el Guardián sin ceremonia—, el<br />

matuasto le ha partido en dos con sus propias manos. Ahora Él ha regresado para<br />

58


quedarse en las inmediaciones. ¿Y ustedes no querían pagar el Diezmo, plaga de ratas<br />

mezquinas?<br />

El ser se coloca la capucha y sale de la choza, pero el hedor del matuasto<br />

impregnado en sus ropas permanece. Afuera, en pleno patio central del pueblo<br />

fortaleza se reúne con los otros cinco Guardianes y prenden fuego a una pira<br />

mortuoria a la vista de todos.<br />

La peste de la carne chamuscada invade cada rincón.<br />

∞<br />

Cuando la luz del sol se asoma por las montañas lejanas, los encapuchados dejan<br />

el fuerte. Rosa Espinosa explica a Raúl que hay una choza afuera, no muy lejos junto al<br />

lecho seco de un río. Allí los hijos del matuasto duermen colgados de los muros.<br />

Para Raúl Roble ver el horror en los rostros de sus compañeros al regresar a la<br />

choza donde moran, es como una espina envenenada en la planta de cada pie. Pero no<br />

hay tiempo para saborear miel, no con el conocimiento recién adquirido.<br />

Deja cuatro frascos sobre la mesa mientras relata la nueva historia de su futura<br />

desdicha, mientras las mujeres y hombres presentes irrumpen en llanto, despertando<br />

a los niños que dormían plácidamente sabiéndose seguros, al fin.<br />

Hoy es sábado.<br />

∞<br />

Los hombres toman la iniciativa y llenan los frascos viendo su propia sangre<br />

brotar como un lento chorro palpitante de caramelo desde la aguja insertada en sus<br />

antebrazos.<br />

Luego caen agotados, anémicos.<br />

Mientras tanto los niños juegan no muy lejos de la choza bajo la celosa mirada<br />

de las mujeres, que al verlos así de felices, libres para gritar y reír a carcajadas como<br />

no han hecho desde que nacieron... algunas hasta pueden imaginar que realmente<br />

viven en paz.<br />

59


Una pobladora se acerca dubitativa con regalos, muñecos recientemente tejidos<br />

y cosidos con lana, pero son rechazados con indiferencia. La mujer se aleja mirando a<br />

los niños sobre el hombro y se queda bajo la sombra de un árbol frondoso,<br />

observándoles con una leve sonrisa en los ojos.<br />

El día transcurre en silencio. Sólo las risas de los niños rompen la monotonía con<br />

su inocente claridad. Es como si nadie en el fuerte recordara que tiene cosas que hacer,<br />

paseándose de un lado a otro con el único objetivo de observar a los recién llegados.<br />

¿Cuándo nos dirán cuáles son nuestras labores? se preguntan las mujeres y<br />

hombres en la choza, desesperados al no tener nada que hacer. En Nascimento un día<br />

sin trabajar era un día sin comer.<br />

A eso del medio día les traen la primera comida del día, más sopa de pollo<br />

acompañada con pan y batatas cocidas. Nada huele ni sabe a excremento de monstruo,<br />

ciertamente el mejor almuerzo que han tenido en años.<br />

∞<br />

Antes del atardecer los Guardianes llaman a la puerta del fuerte. Es tiempo<br />

para la recolección del Diezmo y prácticamente todos los habitantes del pueblo se han<br />

escondido, todos menos los recién llegados de pie ante su choza, más diez hombres<br />

pálidos como la luna, encargados de levantar la pesada guillotina.<br />

Los encapuchados llevan sacos de cuero al hombro repletos con frascos de<br />

vidrio vacíos, uno por cada tres personas mayores de 13 años, no más de 30 frascos<br />

que serán trocados por otros llenos, cada uno con capacidad para un litro y medio de<br />

sangre fresca.<br />

Y traen consigo una sorpresa aún mayor, un hombre que se daba por muerto y<br />

que encontraron vagando por el bosque.<br />

Es Renato, que camina entre ellos indiferente a lo que ocurre a su alrededor,<br />

como hipnotizado.<br />

—¡Hermano! —grita Raúl Roble, que no cabe en su cuerpo de tanto júbilo. Se acerca<br />

tambaleante a su hermano menor acompañado por toda la caravana que llora de alegría.<br />

60


El hombre huele pésimo y tiene la mirada vidriosa, insensible a los estímulos.<br />

Intentan llevarle a la choza para que se tienda y descanse, seguramente está<br />

hambriento, pero un encapuchado se interpone.<br />

—Sólo su mujer y hermano pueden hablar con él ahora —dice el Guardián con<br />

voz amable, sosteniendo al recién llegado por el hombro con su garra espantosa.<br />

La protesta general se eleva como una revuelta. Pedro del Páramo acude raudo<br />

a interceder, llamando a la calma.<br />

—Por favor, ya tendrán oportunidad de hablar con él —dice Pedro intentando<br />

aplacar a los manifestantes, indicando con su mirada compungida de hombre cansado<br />

que no tiene autoridad para interferir.<br />

Raúl asiente y junto a Pedro logran guiar al enfermo sendero arriba hacia la<br />

misma choza donde se celebrara la reunión de la noche anterior. Allí Renato es<br />

recostado en el suelo, con su cabeza apoyada en una esterilla y cubierta con paños<br />

húmedos.<br />

La mujer de Renato, Luz del Atardecer, entra a la habitación con los ojos llenos<br />

de lágrimas pero sin demostrar de ninguna otra manera la ansiedad que seguramente<br />

le corroe el alma. En sus brazos lleva a su hija, Flor que no Marchita.<br />

—Lo que vamos a hablar aquí concierne sólo a la familia de este hombre —dice<br />

el encapuchado de la voz amable, descubriendo su rostro horrible y mirando<br />

fijamente a Pedro del Páramo— Sabes perfectamente de qué vamos a hablar, anciano.<br />

Tu presencia no es necesaria. Vete.<br />

El rostro ofendido de Pedro cambia al color del atardecer al mismo tiempo que<br />

su bigote parece desplomarse. Sale de la choza como en una estampida, cerrando la<br />

puerta tras de sí con un fuerte golpe, gritando maldiciones mientras se aleja.<br />

—Mátenme —susurra Renato sin ninguna emoción, con la vista fija en una<br />

fisura entre el pasto seco del techo. Desde esa posición puede ver una estrella<br />

asomándose tímidamente en el paño del cielo que se convierte en noche.<br />

—Hermano —gime Raúl acercándose, sonriendo entre las lágrimas a pesar de<br />

lo que acaba de oír. A cambio recibe una mirada llena de hastío y náusea.<br />

61


—No se me acerquen. ¡Que nadie me toque! Estoy maldito...<br />

Raúl mira a Luz, que no se mueve desde la esquina sombría donde se ha<br />

sentado, la mirada fija en su esposo. ¿De qué estás hablando, hermano? Y es entonces<br />

que Raúl siente como el conocimiento adquirido la noche anterior cala profundo en<br />

sus huesos, restando latidos a su corazón.<br />

Mi hermano, mi propio hermano...<br />

—Ciertamente habría sido preferible que muriera anoche —dice el Guardián<br />

en medio de un fingido bostezo de aburrimiento—. Les habría ahorrado este mal<br />

rato.<br />

Raúl se pone en pie de un salto a pesar del mareo, desenvaina su daga y<br />

aprovechando el impulso de su salto cae sobre el Guardián con el arma apuntando al<br />

corazón.<br />

su piel.<br />

Nada ocurre cuando le embiste. El Guardián no se mueve y la daga no penetra<br />

—¡Qué hicieron a mi hermano! —exige Raúl, golpeando una y otra vez el<br />

pecho del Guardián con su daga a dos manos, sin hacer mella—. ¡Habla, engendro!<br />

—Vuestro hermano ha sido convertido por el matuasto —dice el Guardián<br />

con el mismo tono de antes, sin rastro alguno ofensa ni compasión— y la razón por<br />

la que les he reunido aquí es para que comprendan qué ocurrirá después.<br />

Raúl cae al suelo, exhausto y abatido. Enjuaga sus lágrimas con una manga y<br />

enfunda la daga. Intenta encontrar la mirada de Luz, pero ella finge ignorarles,<br />

enfrascada en lograr que Flor se duerma prendida de uno de sus pechos.<br />

—Vuestro pariente tiene dos opciones —continúa el Guardián—: vivir y<br />

convertirse en Guardián, o morir y descansar en paz. Su decisión ha sido morir y<br />

nosotros la respetamos, pero no podemos olvidar el dilema en que se encuentra el<br />

fuerte tras vuestra llegada y esperamos que ustedes, su familia, puedan convencerle<br />

de continuar con su vida.<br />

»El matuasto volverá a acechar este pueblo con una furia como no se ha visto<br />

en cinco años. Y tarde o temprano todos estaremos perdidos.<br />

62


—¿Por qué él? —pregunta Luz del Atardecer refiriéndose a su esposo, elevando<br />

su voz por primera vez en mucho tiempo. Renato reconoce ese timbre tenso tan<br />

amado y cierra los ojos en una mueca llena de angustia.<br />

—El matuasto puede convertir a cualquier persona, hombre o mujer —agrega<br />

el Guardián con algo parecido a la vergüenza en su tono en voz—, siempre que ésta se<br />

ofrezca voluntariamente. Y a pesar de su naturaleza perversa y asesina y de la<br />

inteligencia maliciosa de que goza, éste es un rito al que no se puede resistir.<br />

»Vuestro hermano, vuestro esposo... estaba destinado a morir en sus fauces,<br />

pero algo hizo que el matuasto cambiara de parecer. Tal vez imploró por su vida. Tal<br />

vez se entregó voluntariamente para ser devorado y el matuasto consideró ese acto<br />

como una oferta.<br />

»La manera en que Él transforma una persona en Guardián es... es despreciable<br />

—escupe sin saliva, con una mueca de profundo desagrado—. Para una mujer, como<br />

fue mi caso, resultó una experiencia traumática y desagradable. Pero para un hombre<br />

es... devastadora.<br />

»Sus heridas físicas ya han sanado, tal es el poder del bautizo por semen. Pero las<br />

heridas en su mente no sanarán jamás. A partir de hoy el proceso de deshumanización<br />

durará dos semanas llenas de angustia y dolor, pero después de eso ya no habrá más<br />

preocupaciones, sólo recuerdos sin valor. Y ya no será el hombre que conocen.<br />

Renato se cubre el rostro, bañado en vergüenza. Sodomizado, es la única palabra<br />

que ronda su mente en este momento. Su hermano y mujer han tenido el mismo<br />

pensamiento y son incapaces de articular ninguna frase que pueda servirle de aliento.<br />

Vârcolac.<br />

—Uno de ustedes llamó al matuasto por su nombre —dice Luz en un quejido—.<br />

—Veo que los valientes sabios de este pueblo no les han dicho toda la verdad<br />

—se lamenta sinceramente la Guardián, cubriéndose el rostro con una mano como<br />

para limpiar un sudor que no tiene.<br />

Raúl Roble vuelve a blandir su daga, aunque es incapaz de ponerse en pie.<br />

—¡Habla! Por favor...<br />

63


La Guardián asiente, coloca la capucha sobre su cabeza y se sienta frente a él,<br />

situando una mano horrenda sobre la frente de su hermano. A pesar de este<br />

contacto, el hombre no manifiesta desagrado.<br />

—Vârcolac es el nombre del anterior Guardián de este fuerte —dice la<br />

encapuchada. Raúl contiene la respiración y siente que está apunto de perder la<br />

consciencia. Su mente termina de atar los cabos sueltos mientras la Guardián<br />

continúa con su historia—. Y antes de eso fue el Guardián de Nightwhale, ya les han<br />

narrado esa parte de la historia.<br />

»Lo que las ratas cobardes no se atrevieron a decir es que el matuasto no es<br />

inmortal, o al menos su carne pestilente no lo es. Hay un momento del día cuando es<br />

más vulnerable, a la hora en que el sol agrede con mayor fuerza la tierra bajo<br />

nuestros pies.<br />

»Hace cinco años en un día como hoy, cercano al solsticio de verano, los viejos<br />

del pueblo motivados por Pedro del Páramo y cansados de lidiar con esta amenaza<br />

decidieron que ya era tiempo de poner fin al terror. No más muertes ni sacrificios de<br />

animales útiles. No más pesadillas.<br />

»Guiados por el Guardián Vârcolac se inició la cacería. Deben entender que él<br />

y nosotros como hijos del matuasto, al igual que nuestro incestuoso padre, somos<br />

vulnerables a la luz del sol, pero con la ayuda de ropas blancas húmedas y cristales<br />

ahumados sobre sus ojos, Vârcolac pudo llegar al escondite sin sufrir los embistes<br />

del Dios Sol.<br />

»Yo estuve allí cuando todavía era humana y aún no se sabía nada de mi<br />

romance con Pedro del Páramo, o al menos eso pensaba.<br />

»¿Ahora entienden por qué una mujer fue sido entregada al monstruo como<br />

ofrenda? Rosa Espinosa se encargó de convertirme en la bruja que todas las mujeres<br />

casadas odian y por supuesto fui castigada por ello.<br />

Se detiene un segundo, como intentando encontrar sentido a sus propias<br />

palabras. Luego se sonríe a sí misma con un escalofrío de placer. Esa sonrisa de<br />

dientes afilados crece a medida que continúa con el relato.<br />

64


—Encendimos una fogata a la entrada del escondite —dice ella—, reconocible<br />

sólo por el fuerte hedor que manaba de allí. No había otra caverna igual. Pronto el<br />

matuasto despertó de su letargo y salió a la luz, cegado por el brillante sol del medio<br />

día y chamuscado por el fuego, pero grande y poderoso como nunca le habíamos visto.<br />

»Su piel, a diferencia de la nuestra, es vulnerable al filo de las lanzas y espadas<br />

porque su coraza de escamas está más distribuida a causa de su gran tamaño. Y<br />

aunque las heridas que son mortales para todo ser vivo a él no le causan daño, sangra<br />

como cualquiera y ése es su único punto débil.<br />

»Le atacamos entre todos al mismo tiempo. Un centenar de lanzas como<br />

anzuelos, con filo hueco y cabezas desprendibles hicieron que se desangrara en pocos<br />

minutos. Muchos hombres y mujeres murieron ese día, pero no fue por causa de Él.<br />

Mientras luchábamos sólo hubo una decena de heridos.<br />

»Cuando la criatura estaba debilitada en el suelo bajo la poderosa luz del sol y<br />

con cientos de lanzas relucientes entre las escamas de su armadura, Vârcolac blandió<br />

su gran espada y le decapitó.<br />

»Todavía no caíamos en la cuenta que el monstruo estaba muerto al fin,<br />

conteniendo los vítores hasta estar seguros, cuando Vârcolac alzó nuevamente su<br />

espada y cortó el cuello al hombre que tenía más cerca, bebiendo su sangre<br />

directamente de la herida ante nuestra mirada estupefacta.<br />

huesos.<br />

—Vârcolac se transformó en el matuasto —dice Raúl Roble, helado hasta los<br />

—El Guardián Vârcolac desapareció en el mismo instante en que el matuasto<br />

moría a sus pies. Si matas el cuerpo, el alma se transporta al Guardián más cercano. Y<br />

por esa misma razón es que los hijos del matuasto casi somos indestructibles, porque<br />

somos su llave a la inmortalidad.<br />

»Pero ésta es una teoría tardía. No sirvió de nada expresarla en el juicio que<br />

nos convirtió en parias disponibles para el sacrificio. Los sabios del pueblo, esas ratas<br />

de cola pelada lideradas por Pedro del Páramo, no escucharían razones de boca de un<br />

muerto.<br />

65


»No podemos matarle —concluye la Guardián—, solo disuadirle. Y si muere, uno<br />

de nosotros o tal vez todos seremos convertidos y el ciclo continuará eternamente. Ya ves<br />

que no es fácil matarnos y no nos dejaremos asesinar.<br />

—Y tampoco permitirán que muera más gente —agrega Luz del Atardecer,<br />

átona—, porque perderían su fuente de alimento. El cuidado de sus parientes vivos es una<br />

excusa.<br />

La Guardián asiente complacida. Estos nuevos colonos no son tan estúpidos como<br />

aparentan. Cuando los habitantes de Amanecer llegaron a la misma conclusión ya era<br />

demasiado tarde para ellos.<br />

Raúl Roble cierra los ojos. La ira y la impotencia nublan su cordura, invitándole a<br />

la desesperación.<br />

Su hermano menor, un hombre adulto y valiente, ha sido violado por un monstruo<br />

y se convertirá en otro tipo de monstruo en poco tiempo. Tal vez algún día se transforme<br />

en la bestia de la que intentaban escapar con tanto ahínco. Tal vez asesine a su propia<br />

esposa o a su hija o a los hijos de su hija, cegado por un instinto bestial sin freno.<br />

Y la causa primera de su desgracia fue la decisión negligente de los sabios del<br />

fuerte de Amanecer, liderados por Pedro del Páramo.<br />

Raúl observa a su hermano sin poder contener el temblor en sus brazos y éste le<br />

devuelve la mirada, leyendo sus gestos intranquilos que conoce tan bien desde que eran<br />

niños.<br />

—Ya estoy muerto —susurra Renato con un último gesto de determinación<br />

absoluta, indicando con la nariz el arma empuñada por su hermano mayor —. Hay una<br />

sola cosa que puedes hacer por mí.<br />

Raúl asiente. Luz del Atardecer sorbe sus lágrimas, se acerca a ellos y coloca a Flor<br />

que no Marchita a la altura del rostro de su padre para que éste pueda apreciar su carita<br />

regordeta por última vez. La niña duerme plácidamente.<br />

—Raúl se hará cargo de ustedes, mis estrellas en el firmamento —dice<br />

Renato—. Me reuniré con nuestros ancestros ahora y les estaré esperando cuando<br />

mueran ancianas en sus camas, rodeadas por sus bienamados.<br />

66


—Lo que van a hacer es un error —gruñe la Guardián—. Pero es vuestra<br />

decisión. Y es una lástima que no me pueda quedar, pero la sangre contaminada de tu<br />

hermano no es buena para la digestión.<br />

Dicho esto la encapuchada les deja solos. La oscuridad es casi absoluta salvo<br />

por una lámpara encendida junto a la puerta. Luz se aleja con Flor hacia un rincón de<br />

la choza y dan la espalda a los hombres en el centro de la habitación.<br />

Raúl eleva su daga y ve que su hermano sonríe al fin.<br />

∞<br />

El matuasto ataca desde el sur embistiendo los gruesos muros de madera<br />

repletos de estacas que apuntan hacia afuera. Su apestoso cuerpo herido sangra, pero<br />

eso parece no afectarle.<br />

Intenta escalar aferrándose a las estacas, pero éstas se desprenden fácilmente<br />

con su peso incomparable. Su rostro de reptil cambia del verde al rojo y regresa al<br />

verde. Está furioso, más furioso que nunca.<br />

Vuelve a atacar siempre en el mismo punto, una y otra vez durante muchas<br />

horas. Logra astillar y demoler el primer tronco, encontrando detrás de él otro tronco<br />

igual de robusto.<br />

Intenta subir aprovechando el escalón que provee el tronco destrozado y cae<br />

de espaldas con el pie derecho mutilado. Un artefacto metálico automático se escondía<br />

entre los troncos.<br />

—Está enojado y no volverá a caer en la misma trampa otra vez —dice el<br />

Guardián apostado en la cornisa del muro. Su voz es transportada a través de un<br />

bambú hueco hacia los Guardianes que aguardan abajo, que esperan impacientes con<br />

su carga de frascos llenos de sangre—. Por la expresión en sus ojos... está<br />

desconcertado. Se quita la trampa del pie. Deja algunos dedos en ella. Se marcha sin<br />

cojear hacia el bosque...<br />

Pedro del Páramo asiente orgulloso, manteniéndose a una distancia prudente<br />

de los encapuchados. Lo de las trampas ocultas fue idea suya.<br />

67


Se aleja para informar a su compañera Rosa, quien le espera de pie fuera de<br />

una choza cercana, cuando ve a Raúl Roble acercándose tambaleante, el rostro pálido,<br />

empuñando su daga ensangrentada.<br />

Los Guardianes descubren sus rostros, alertados por el olor de la merienda.<br />

Raúl acaba de matar a su hermano.<br />

—Lamento sinceramente todo lo ocurrido —dice Pedro juntando sus palmas<br />

para elevar una oración a los Dioses. Está verdaderamente atribulado, pero también<br />

sabe que la falta de un Guardián pondrá en peligro la seguridad del pueblo. Deberán<br />

encontrar otro voluntario y pronto—, yo...<br />

No termina la sentencia. La daga de Raúl Roble ha entrado por su garganta<br />

lentamente, avanzando sin piedad hasta tocar una vértebra.<br />

—Estás matando a mi primo más querido —dice uno de los Guardianes con<br />

una sonrisa sádica llenando su rostro al tiempo que sostiene el cuerpo de Pedro, que<br />

se agita con las convulsiones de su último aliento. En los ojos del moribundo puede<br />

leerse el horror que viene con el conocimiento de su destino a manos de los<br />

Guardianes, que no desperdiciarán ni una gota de su sangre.<br />

—Y seré condenado por ello —sentencia Raúl. Retira su daga y se queda a<br />

observar como los Guardianes se turnan para beber del cuello del moribundo,<br />

ansiosos, alegres. No se debe desperdiciar el alimento.<br />

Rosa Espinosa grita, el rostro descompuesto y los ojos desorbitados. Corre<br />

hacia su compañero muerto pero es retenida del cuello por otro Guardián,<br />

presumiblemente la Guardián de la voz amable. Rosa no puede articular palabras, al<br />

borde de la asfixia.<br />

—Abran la puerta —ordena Raúl y es obedecido—. Debo pagar por mi delito.<br />

El cuerpo vacío de Pedro del Páramo se derrumba sin ceremonias. Su mujer cae<br />

tendida a su lado, inconsciente pero sin daño permanente.<br />

Tres Guardianes escoltan a Raúl y elevan la puerta guillotina lo suficiente para<br />

que el condenado pueda arrastrarse fuera. Raúl deja la daga dentro del fuerte y sale a<br />

la luz de la luna sin mirar atrás, con los brazos extendidos y las rodillas en el suelo. Allí<br />

68


el matuasto le observa desde no muy lejos, oculto entre los árboles con una sonrisa<br />

grotesca.<br />

Seré otro hijo del matuasto, piensa al tiempo que deja su miedo y su virilidad en<br />

el pasado. Encontraré la manera de desmembrar a los Guardianes, esas lagartijas sin<br />

alma. Y cuando quedemos sólo él y yo, iré por Vârcolac y prometo por todo lo que me es<br />

sagrado que moriremos juntos...<br />

Cuando el matuasto se acerca visiblemente excitado, Raúl comprende con una<br />

arcada que la experiencia será más dolorosa de lo que había imaginado.<br />

69


SEMILLEROS<br />

Colonización<br />

Cuando llegamos al planeta, pensamos que sería fácil rehacer la vida que<br />

habíamos dejado en la Tierra devastada. Pero éramos pocos y faltaban al menos<br />

quince años para que arribara la segunda oleada de colonos. No sabíamos a qué<br />

atenernos y fuimos arriesgados. En realidad, fuimos estúpidos.<br />

El planeta era la copia fiel de la Tierra en sus mejores años. Había bosques y<br />

animales que saltaban por sus ramas, aves, insectos y todo lo que recordábamos, sólo<br />

que distinto.<br />

Yo tenía veinte años cuando descendió el primer grupo de exploradores a<br />

hacer los análisis de compatibilidad. Desde la nave seguí con expectación los<br />

movimientos de los afortunados que habían bajado, atento a cualquier noticia.<br />

Vimos una pradera amplia junto a un río de aguas cristalinas y un cerro cubierto<br />

por árboles verdes que se mecían suavemente con la brisa matutina. Vimos a los<br />

exploradores sin sus máscaras, bebiendo del río y corriendo por la pradera,<br />

poseídos por la ansiedad de quienes han viajado diez años en una lata de jurel.<br />

Enloquecimos de júbilo, celebramos e iniciamos los preparativos para descender lo<br />

antes posible.<br />

Nos deshicimos de nuestro pasado, olvidamos el dolor y el terror de la muerte,<br />

destruimos nuestros nombres y nos volvimos un poco anarquistas. Pero bastaron<br />

unos pocos días para que recordáramos que por motivos igualmente egoístas nuestro<br />

planeta había quedado reducido a escombros radiactivos.<br />

Nos bautizamos con nombres nuevos. Algunos se nombraron como animales<br />

olvidados de La Tierra, como objetos o mitos. <strong>Otros</strong> inventaron palabras que sonaban<br />

bellas y las repartieron para quien las quisiera. Yo me bauticé Getzal, oí esa palabra o<br />

alguna muy parecida cuando era muy pequeño y me quedó grabada en la memoria.<br />

Mamá se llamó Orión y papá, Santiago.<br />

El planeta se llamó Hogar, porque nos sentíamos como en casa. Levantamos un<br />

refugio provisorio junto al río para los doscientos colonos, cazamos animales salvajes<br />

70


y nos dimos un festín. Tomamos agua del río, comimos los frutos dulces de los árboles<br />

y fuimos las personas más felices del Universo.<br />

En cosa de tres meses levantamos un pueblo completo. Estábamos todos<br />

instalados en nuestras casas, nos dedicábamos a cultivar en los patios y a cazar en los<br />

bosques, cuando aparecieron los primeros problemas.<br />

Alguien se quejó de polillas el estómago. Nos reímos y dejamos pasar el tiempo.<br />

Pero un mes después el pueblo entero estaba enfermo. Los cosquilleos no nos dejaban<br />

dormir. Nos daba miedo comer. Intentamos todos los remedios que conocíamos para<br />

eliminar parásitos, sin éxito. Los médicos también estaban afectados. Todos nos<br />

sentíamos oprimidos por la impotencia, algo nos carcomía desde adentro y no<br />

sabíamos cómo detenerlo.<br />

Pasaron los meses y no morimos. La causa de los malestares era un pequeño<br />

parásito con tentáculos largos y orificios como bocas en su cuerpo. Estaba adherido a<br />

la pared del estómago y se alimentaba de lo que comíamos. Muchos se dieron con una<br />

roca en la cabeza al recordar que habían visto algo parecido en los estómagos de los<br />

animales que faenaban en el matadero junto al río.<br />

No servía eliminarlos, porque pronto aparecería otro y el parásito inquilino se<br />

encarga de mantener el resto del estómago libre de otros parásitos. Hemos vívido con<br />

ellos desde entonces. Los niños los adquieren apenas consumen su primer alimento<br />

sólido.<br />

Los pulpos viven un año, a veces más y cuando mueren, aparecen varios al<br />

mismo tiempo. Sólo entonces se complica el cuadro, porque los tentáculos salen<br />

incluso por la boca y ni se puede comer, pero en dos o tres días el más fuerte elimina<br />

al resto y la vida sigue igual que antes.<br />

El Señor Ratón<br />

El planeta permanecía eternamente en primavera. Los días duraban veinticinco<br />

horas, amanecía a las siete y oscurecía a las diecinueve. Mamá cocinaba lo que cazaba<br />

papá y yo cultivaba en el patio. Después de comer nos dedicábamos a recorrer los<br />

71


alrededores del pueblo y a anotar todo lo que descubríamos, porque al terminar el<br />

mes cada familia elaboraba un informe y lo presentaba al resto de las familias en el<br />

refugio.<br />

La reunión se convertía en una fiesta. Nadie creía lo que decía el resto. Muchos<br />

no se creían ni a sí mismos. Mamá reía como loca y papá se iba temprano, enfermo por<br />

semejante falta de seriedad. Yo me quedaba a escucharlo todo, anotaba las historias<br />

que se repetían y volvía a casa a dormir.<br />

Una mañana nos despertó la risa de Mamá. Fui a la cocina y la encontré sentada<br />

mirando por la ventana. Me dijo que esperara callado. De pronto algo saltó adentro.<br />

Era peludo, como un gato, aunque más parecía una rata flaca . Tenía cuatro patas y dos<br />

manos con las que sostenía un plato vacío.<br />

Me puse a la defensiva, buscando algo con qué matar al bicho, pero mamá<br />

sonreía y el animal también, con dientes afilados y ojos brillantes. La criatura dejó<br />

el plato en el piso, hizo algunos gestos complicados con sus manos y se puso a<br />

cantar. Su voz era preciosa y cantaba moviendo la cabeza y las manos, concentrado<br />

y feliz.<br />

Cuando terminó de cantar se dio media vuelta y saltó por la ventana. Según<br />

Mamá era la segunda vez que venía. El día anterior lo vio parado la ventana y le arrojó<br />

un plato a la cabeza. El animal se fue y regresó al día siguiente con el plato entre las<br />

manos. Pidió de comer haciendo gestos. Por eso Mamá rió tan fuerte. Le dio verduras y<br />

carne en el plato y el animal se fue a comer a otra parte.<br />

Esa tarde almorzamos y Mamá guardó los restos, para el “Señor Ratón”. Reímos<br />

mucho y yo salí a preguntar si alguien había visto a un animal similar entrando a sus<br />

cazas para pedir comida.<br />

De las cinco casas que visité, en tres vieron animales peludos como ratas que<br />

pedían comida. Nadie les daba, chillaban enojados y se iban dejando un pedo<br />

desagradable en el aire.<br />

Al día siguiente el Señor Ratón volvió. Sonrió a Papá y a mí, Mamá le dio un<br />

plato con las sobras y éste saltó por la ventana. Cinco minutos después entró por<br />

72


donde mismo con el plato vacío y cantó. Lo mismo ocurrió dos semanas seguidas,<br />

hasta que un día no apareció.<br />

Nos preocupamos. El Señor Ratón está enfermo. El señor Ratón está muerto.<br />

Pero al día siguiente volvió, sonriente como siempre, acompañado de cinco pequeños<br />

animalitos de ojos grandes. Imaginamos que debían ser sus hijos y Mamá se preocupó<br />

porque no tenía suficientes bocados para todos. Pero el Señor Ratón no aceptó la<br />

comida que se le ofrecía, hizo algunas piruetas y sus crías cantaron al unísono. ¡Era<br />

hermoso! Y mientras cantaban, Señor Ratón bailaba sobre sus cuatro patas, moviendo<br />

la cabeza y las manos, orgulloso.<br />

Cuando acabaron de cantar, sonrieron, dieron media vuelta, se marcharon<br />

saltando como conejos. Mamá nos miró con un brillo de comprensión en los ojos.<br />

"Señora Ratón" dijo y se fue a ordenar la mesa para el desayuno.<br />

Cuando finalizó el mes, Mamá hizo su exposición en el refugio. Mientras<br />

hablaba, mucha gente se levantaba y decía "tiene razón, yo también lo vi" o, "ellos son<br />

los dueños del planeta". Papá se fue temprano, como siempre, pero con el pecho<br />

inflado de orgullo. Mamá recibió aplausos y yo me quedé hasta el final para oír el resto<br />

de los informes. Todos decían lo mismo.<br />

La Señora Ratón u otra que se le parecía mucho, volvió tres meses después.<br />

Durante las semanas que duraron sus visitas, unas cuantas casas del pueblo se llenaron<br />

con gente que quería oírlas cantar. Tuvieron sus crías y ese día se armó una fiesta.<br />

Pero no tardó en aparecer la duda. Estos ratones pedían la comida para sus<br />

crías y se comportaban de modo inteligente, tenían gestos y actitudes que se<br />

asemejaban a las nuestras. Pero ese comportamiento no podía ser reciente. Cuando no<br />

estábamos nosotros, ¿a quién le pedían la comida?<br />

La Peste<br />

Pasaron cinco años desde nuestra llegada y en ese tiempo se habían<br />

establecido alrededor de setenta familias. Los márgenes del pueblo se ampliaron y<br />

todas las tierras en veinte kilómetros a la redonda habían sido exploradas sin<br />

73


encontrar nada extraño, excepto un animal con forma de araña que atacaba cualquier<br />

cosa que se moviera y que estrangulaba su presa hasta dejarla sin aire. Tres personas<br />

murieron durante los primeros avistamientos, y nadie tuvo problemas en salir de sus<br />

casas para matar al bastardo. Cuando llegué con mi rifle ya lo habían reducido a una<br />

masa de carne y plomo.<br />

Por esa época me enamoré. Ella tenía veintitrés años y se llamaba Liara. Era<br />

hermosa. Bailaba cada atardecer en los campos cubiertos por burbujas y pájaros.<br />

Paseábamos por la orilla del río en las mañanas, recogiendo esponjas y pescando<br />

gusanillos para el desayuno.<br />

Nos conocíamos de antes, cuando corríamos por los pasillos de la nave antes de<br />

llegar a Hogar. A menudo proyectábamos nuestras vidas hacia el futuro, planeábamos<br />

viajes y la colonización del resto del planeta. Revisábamos mis anotaciones de las<br />

reuniones en el refugio y especulábamos sobre cada extraño fenómeno, creando mitos<br />

que después difundíamos en el pueblo.<br />

Nos íbamos a casar. Estaba todo listo. Pero vino la Peste.<br />

Comenzó como un resfrío. Un día después, todo el pueblo cayó enfermo con<br />

fiebre y hemorragias. Los parásitos estomacales morían y el cabello se caía de todo el<br />

cuerpo. Nadie sabía cómo se transmitía ni de dónde había salido. Nadie esperaba<br />

enfermarse jamás.<br />

Los virus presentes en otros animales y que no eran compatibles con nosotros,<br />

habían mutado a lo largo de los años adaptándose a nuestro metabolismo y bastó con<br />

que una persona enfermara para que el pueblo quedara desprotegido. Los médicos no<br />

sabían qué hacer. Ellos mismos enfermaban y quedaban postrados en sus casas. Dos<br />

días después del primer caso la mitad del pueblo había sido diezmada. Mamá y papá<br />

no sobrevivieron. Tampoco Liara.<br />

Los médicos sobrevivientes no pudieron hacer nada. Tenían las mejores<br />

máquinas para encontrar una cura y cuando lo hicieron ya era demasiado tarde. Los<br />

que sobrevivimos creamos defensas contra el virus. Luego vinieron otras<br />

enfermedades, pero ninguna fue tan terrible como la primera.<br />

74


Tomamos precauciones. Separamos las casas para lograr cuarentenas más<br />

efectivas, redujimos la producción de desechos y establecimos reglas sanitarias<br />

básicas en lo que respectaba al tratamiento de los alimentos. Debimos hacerlo desde<br />

el principio.<br />

Los pulpos regresaron a hacer sus cosquillas y esa fue la señal de que<br />

volvíamos a la normalidad. Algunos decidimos alejarnos lo más posible del resto de la<br />

gente. Lo único que lográbamos era amargarlos con nuestras caras largas y miradas<br />

perdidas.<br />

Yo crucé el río, subí a las montañas y construí una cabaña junto a un riachuelo.<br />

Allí me quedé, como ermitaño, a descansar mis penas y cultivar algunas flores.<br />

Pequeños Hombrecillos Verdes<br />

Bajaba una vez al mes para asistir a las reuniones en el refugio, a enterarme de<br />

todo en un par de horas. El evento ya no me divertía como antes, pero de algún modo<br />

me mantenía conectado con la realidad. Y como siempre anotaba los relatos que<br />

coincidían y volvía a mi hogar para meditar sobre ellos.<br />

De todas las historias, una se repetía con insistencia: pequeños hombrecillos<br />

verdes aparecían dando saltos entre las malezas, realizaban algún rito o brujería y<br />

desaparecían sin dejar rastro. Pensé que podía ser otra burla inventada por algún<br />

ocioso, o que se trataba de alucinaciones provocadas por algún hongo en los cereales o<br />

qué sé yo. En realidad, no me importaba tanto. Tal vez en el futuro escribiera un libro<br />

a partir de todos los disparates que he oído en esas reuniones.<br />

Una mañana salí de casa a revisar mis flores cuando vi uno. Sentí escalofríos. El<br />

hombrecillo tenía la cabeza redonda, el estómago abultado, las extremidades<br />

delgadas, dos ojos saltones y la boca como una pequeña línea bajo los ojos. Era de<br />

color verde, no más grande que mi mano y sonreía paseándose entre las flores,<br />

tocándolas, mirándolas de cerca y sintiendo su aroma.<br />

De pronto me miró. Me congelé junto a la puerta y él comenzó a bailar,<br />

girando sobre un pie y dando pequeños saltos con destreza. Me acerqué lo más que<br />

75


pude sin asustarlo, esperé sentado en el pasto y allí me quedé, contemplándolo<br />

totalmente absorto por su belleza. No había nada sobrenatural en él, de eso estaba<br />

seguro.<br />

Se me acercó dando pequeños pasos, le sonreí, estiró sus brazos y bailó con<br />

más energía aún. Parecía feliz y me alegraban sus piruetas. De pronto se detuvo y su<br />

pecho subía y bajaba sin cesar. Me acerqué más, lo levanté con delicadeza y lo llevé<br />

dentro de la casa, donde le serví un vaso con agua para que bebiera, pero en vez de<br />

beberla se sumergió en ella y allí se quedó varias horas con una expresión de placer en<br />

su pequeño rostro.<br />

Lo observé con detenimiento. Su piel era como la superficie de una hoja, su<br />

boca servía sólo para respirar y lo que parecía un ombligo era su verdadera boca. Nos<br />

miramos y él comenzó a hacer gestos con sus manos. Era tan divertido que no pude<br />

parar de reír y eso parecía animarlo a seguir con las payasadas.<br />

Estuvimos así conversando varias horas. Deduje que era un vegetal animado,<br />

aunque no podía estar seguro de que lo fuera. Tal vez era un animal de esos que se<br />

camuflan entre las plantas. Y era inteligente a su modo, como lo era la Señora Ratón,<br />

como un niño, un duende inofensivo, alegre e inocente.<br />

Cuando el sol se ocultaba, lo dejé ir. Se despidió con una reverencia alegre y<br />

desapareció dando saltos entre los arbustos que crecían junto al riachuelo.<br />

Al día siguiente volvió acompañado por cinco más como él. Bailaron todos<br />

juntos e hicieron una coreografía de saltos y piruetas. Reí con sus caídas y bufonadas.<br />

De pronto todos se quedaron quietos, exagerando su cansancio, con miradas traviesas<br />

y representaciones dramáticas. Los dejé entrar a la cabaña y los puse a todos en una<br />

olla con agua fresca. Allí chapotearon toda la tarde hasta la caída del sol.<br />

Como no sabía de qué se alimentaban, les dí a probar trozos de frutas. Los<br />

sopesaron y se los introdujeron por el ombligo. Aplaudieron, sonrieron y pidieron<br />

más. Los atiborré con fruta y hojas de lechuga, hasta que se marcharon.<br />

Al día siguiente regresaron acompañados por diez más. Armamos un despelote<br />

en la casa, comieron frutas y chapotearon en las ollas, bailaron y aplaudieron. Apenas<br />

76


se fueron pensé que pronto la casa se haría pequeña para todos los que estaban por<br />

venir y que no tenía suficientes ollas para que chapotearan y se divirtieran.<br />

Comencé de inmediato a trabajar en un lugar especial para ellos. Construí un<br />

cuarto pequeño con tres pisos de veinte centímetros cada uno. Puse escaleras,<br />

barandas para que no se cayeran, una pileta con agua y macetas con tierra para<br />

plantar flores.<br />

Al día siguiente volvieron. Eran treinta. Entraron al cuarto, observaron<br />

asombrados, se bañaron, comieron y descansaron. Cuando caía la noche no se<br />

marcharon. En cambio, se enterraron en las macetas y allí durmieron con las cabezas<br />

afuera, roncando suavemente.<br />

Durante tres meses no volví al pueblo. Cada día había más hombrecillos y tuve<br />

que ampliar el cuarto. Ellos dormían en sus macetas y yo les daba frutas para que<br />

comieran.<br />

Entonces, una tarde vino un médico del pueblo, Tuzo. Muchos de los<br />

pobladores se habían preocupado al no verme en las reuniones del refugio. Dí una<br />

disculpa torpe y le pedí que se marchara.<br />

Él se fue mirando de reojo el cuarto ampliado en la parte trasera de la casa.<br />

Esa misma tarde fui donde los verdecitos y los conté, para asegurarme que no<br />

me habían robado ninguno. Les puse cintas con un número en los brazos y anoté cien<br />

de ellos. Desde que no llegó ninguno más, la puerta de entrada quedó cerrada, así que<br />

no podían aumentar en número. Pero al día siguiente había dos sin su cinta. Pensé que<br />

se las habían quitado, así que los conté a todos uno por uno y descubrí que estos eran<br />

nuevos.<br />

Una semana después había tres más. No pude localizar por dónde entraban y<br />

deduje que se multiplicaban de algún modo. Los observé detenidamente esa semana y<br />

descubrí a uno que se enterraba más temprano. Lo observé toda la noche y al día<br />

siguiente se desenterró como todos y siguió la misma rutina de bailes y chapoteos.<br />

Revisé su maceta con detenimiento y encontré una semilla negra, o un huevo. Lo planté<br />

en otro lugar y me quedé todo ese día y el siguiente esperando que algo ocurriera.<br />

77


Estaba claro que debajo de la tierra algo crecía, porque la maceta parecía estar<br />

cada vez más llena. Entretanto en el cuarto de los verdecitos se había armado un gran<br />

alboroto. Un grupo de hombrecillos parecía discutir en torno a la maceta maltratada.<br />

Los animé a que me siguieran y, les mostré la otra maceta. De inmediato comenzaron<br />

a bailar y a festejar. Para ellos no había disgusto que durara más de un minuto.<br />

El hombrecillo emergió de la tierra esa tarde. Me miró con curiosidad y yo lo<br />

conduje con sus hermanos. Nuevamente se armó una fiesta. Les repartí frutas y<br />

verduras frescas, llené las piletas con agua cristalina del río y me preparé para ir al<br />

pueblo.<br />

Todos en la reunión parecían alegres de verme. El médico les había hablado de<br />

mi extraño comportamiento y supusieron que tramaba algo y que no quería compartir<br />

la información. A fin de cuentas, era un pueblo chico y hasta con la caída de un árbol se<br />

armaba alboroto. Pero al menos la vida privada seguía siendo privada.<br />

Subí al podio y me quedé allí mirando las caras expectantes. Abrí mi chaqueta y<br />

de un bolsillo interior saqué a un hombrecillo. El pobre estaba asfixiándose, así que lo<br />

sumergí en un vaso con agua y le dí fruta. Entretanto todo el pueblo me rodeó para ver<br />

de cerca a esa extraña criatura. Los niños querían tomarla, pero no los dejé. Pensé que<br />

había hecho una estupidez al llevarlo hasta allí. Ya no estarían seguros, alguien podría<br />

cazarlos o convertirlos en mascotas.<br />

Dije que eran peligrosos si se los molestaba. Confiaban en mí y por eso no me<br />

hacían nada. Vi rostros aterrados que se alejaban del círculo. Mucha gente los había<br />

visto antes y pensaron en atraparlos para hacerse famosos. Se esparció la tonta idea<br />

de que eran una civilización avanzada que vivía bajo tierra.<br />

Me preguntaron cómo se llamaban y como no se me ocurría nada pomposo ni<br />

aterrador, dije Semilleros. Comen fruta, atrapan un animal y ponen mil semillas en su<br />

cuerpo. Cuando nacen el animal muere atormentado por terribles dolores.<br />

Al final de la noche sólo los médicos permanecían cerca de nosotros. Tuzo que<br />

permanecía más cerca que el resto, sabía que mentía. Lo noté por su mirada y de algún<br />

modo también comprendí que guardaría el secreto.<br />

78


El hombrecillo sonrió y bailó alegre de ver otros rostros sonrientes. Conseguí<br />

una maceta con tierra y dejé que se enterrara para pasar la noche.<br />

Pasaron más meses y nadie se atrevió jamás a acercarse a mi casa, excepto<br />

Tuzo. Yo tenía treinta y dos años cuando comenzaron a crecerles raíces. Habla<br />

doscientos veinte semilleros en toda la casa y desde hacía semanas que no nacía<br />

ninguno.<br />

Se despertaban más tarde y se enterraban más temprano. Tenían hilitos<br />

frágiles que les salían de todo el cuerpo y ya no podían bailar. Estaban tristes. Yo<br />

bailaba para ellos pero no tenía sentido. Un día se enterraron en sus macetas y no<br />

volvieron a salir. De la tierra emergieron tallos con hojas y flores azules.<br />

Los regaba cada mañana y los ponía al sol. Con el médico formulamos algunas<br />

teorías, como que eran semillas de una planta más grande y compleja, o que estaban<br />

en un proceso de metamorfosis, o que habían comenzado su hibernación.<br />

Con el tiempo descubrimos que las últimas dos teorías eran ciertas. Los<br />

Semilleros no volvieron a salir de las macetas, convertidos en una pequeña raíz en la<br />

que no se distinguía ningún indicio de lo que habían sido.<br />

Las Señoras Ratón no volvieron a aparecer. Los años eran cada vez más helados y a<br />

la llegada de la segunda oleada de colonos, el pueblo era un campo yermo cubierto de hielo.<br />

Segunda Colonización<br />

Los días eran insoportables. Amanecía más tarde y oscurecía más temprano.<br />

Los nuevos colonos pensaron en mudarse a un lugar más cálido. Aún no les habíamos<br />

informado sobre los pulpos, los ratones cantores, las arañas estranguladoras ni los<br />

Semilleros.<br />

En realidad, no queríamos alarmarlos. Recibieron las vacunas que hablamos<br />

fabricado para las distintas enfermedades que nos habían diezmado y permanecieron<br />

en el refugio mientras se construían sus nuevas casas en los alrededores del cerro.<br />

Decidimos quedarnos y afrontar este invierno como fuera necesario. Teníamos<br />

animales domesticados en los criaderos temperados e invernaderos repletos de<br />

79


frutales y verduras. Podríamos sobrevivir sin problemas incluso en un ambiente de<br />

cero absoluto.<br />

Equipamos las casas para soportar el frío y mientras se terminaban los nuevos<br />

hogares, aquellos que vivimos solos tuvimos que compartir nuestro hogar con una<br />

familia de colonos. Yo acepté deseoso, algo aburrido y triste sin mis duendes vedes.<br />

Mis invitados fueron una pareja joven que había contraído matrimonio apenas<br />

llegaron al planeta, Claudio y Helena. El primer día quisieron que les hablara del lugar.<br />

Hice lo que pude por no inventar nada ni parecer exagerado. Les narré nuestra<br />

llegada, la felicidad de encontrarnos como en casa, la aparición de la Señora Ratón y<br />

de la plaga. Exageré un poco sobre lo último. Ellos lloraron y se acostaron sin cenar.<br />

Yo me levantaba temprano a regar mis plantas en el cuarto extraño con repisas<br />

y piletas llenas de agua. Ellos me miraban con curiosidad, sin preguntar nada. imaginé<br />

que les habían ido con algún chisme antes de venir así que esa tarde les conté la<br />

historia oficial sobre los Semilleros.<br />

Desde entonces me miraron con otros ojos, más respetuosos. Yo había<br />

domado una potencial amenaza para todos y ahora podía deshacerme de ellos<br />

cuando quisiera. Vi el peligro de esa idea e inventé una historia sobre sus "hermanos<br />

mayores" y no agregué nada más, alegando que había prometido no hablar de ello.<br />

Era un secreto.<br />

Un día almorzábamos cuando la joven comenzó a sentir cosquillas en el<br />

estómago. Les hablé de los parásitos y se pusieron a llorar, atormentados por otras<br />

historias que hablan sido inventadas durante el viaje acerca animales microscópicos<br />

que te comen desde adentro. Les dije que yo llevaba quince años conviviendo con uno<br />

en el estómago y que eso me habla ayudado a sobrevivir a otras enfermedades<br />

parasitarias producto de beber agua sin hervir. Ambos palidecieron y pude notar su<br />

temor y resignación.<br />

Reconozco que disfrutaba con su ignorancia. En una semana se habían<br />

convertido en dos sombras aterradas. No querían quedarse solos ni un momento y yo<br />

comenzaba a sentir remordimientos por mi crueldad.<br />

80


El día que partieron a su nueva casa no los dejé ir sin que antes escucharan un<br />

sermón. Después de todo, yo llevaba quince años viviendo en ese planeta y tenía la<br />

experiencia que ellos necesitaban.<br />

Les hablé de lo básico. No vayan solos a un lugar que no haya sido explorado o<br />

que esté marcado como peligroso, ya que todavía quedan arañas estranguladoras por<br />

ahí. Si se sienten mal, no duden de ir de inmediato donde un médico. No coman nada<br />

que no conozcan y siempre lleven puestas sus botas largas cuando salgan a pasear por<br />

las praderas y el campo, porque los Semilleros atacan las pantorrillas. No corten<br />

ningún vegetal que se mueva cuando no hay viento y sean felices a la fuerza, porque<br />

no encontrarán un lugar mejor en al menos treinta años luz a la redonda.<br />

Eso pareció tranquilizarlos un poco. Cuando se reunieron con el resto de sus<br />

amigos colonos difundieron todo lo que habían aprendido de mí y pronto me convertí<br />

en una especie de gurú. Eso me irritaba de una manera indescriptible. Nadie que<br />

mintiera tanto podía ser un héroe, por hombres así nuestro mundo había quedado<br />

convertido en una roca sin vida.<br />

Los colonos antiguos continuaron pensando que yo ocultaba algo demasiado<br />

importante y enviaron a una delegación de líderes, reconocidos en el pueblo por su<br />

labia e intelectualidad, para que me convencieran de hablar.<br />

Ese día mentí tanto que me dolió la cabeza. Intenté quedar como un mentiroso<br />

patológico para enmendar mis otras mentiras. Pero ocurrió lo contrario. Les hablé de<br />

unos hombres verdes de dos metros de altura que me habían visitado dos años antes.<br />

Del respeto que debíamos tener por los vegetales, ya que muchos de ellos eran de<br />

verdad inteligentes. Hablé del duro invierno que vendría y de la invasión de unas<br />

criaturas feroces que viven en lo alto de las montañas, donde siempre hace frío.<br />

Un mes después el pueblo entero estaba rodeado por un muro de adobe de tres<br />

metros de altura y de una zanja repleta con escombros. Fue una tremenda obra de<br />

ingeniería y trabajo en equipo. Había dos puertas de troncos de árboles que se habían<br />

caído por sí solos. Nadie entraba o salía después del anochecer.<br />

Decidí no hablar nunca más. Tal vez algún día se acabara toda esta paranoia.<br />

81


Los Pueblos del Norte<br />

Un año después el frío se volvió extremo. Ya era tarde para movilizar a la<br />

población a un lugar más cálido y nadie quería temperar sus casas usando la<br />

chimenea, y los sistemas de calefacción central ayudaban apenas para impedir que los<br />

hogares llegaran al punto de congelación. Las cañerías estaban congeladas y los pozos<br />

eran bloques de hielo. Las tormentas de nieve se hicieron más comunes y hubo que<br />

reforzar las techumbres.<br />

Yo estaba completamente aislado. Vivía abrigado con pieles y en las noches<br />

encendía la chimenea cuando nadie se daba cuenta. Tenía algunos libros para<br />

entretenerme, libros viejos traídos de la Tierra y algunas producciones locales que<br />

hablaban de la nostalgia de un mundo perdido y la aventura de descubrir uno<br />

totalmente nuevo.<br />

Una tarde llegó a mi puerta un hombre vestido con harapos y una capucha que<br />

ocultaba su rostro. Lo hice entrar antes de que se congelara afuera y le serví un tazón<br />

con zumo de frutas caliente. Cuál habrá sido mi sorpresa cuando lo recibió con una<br />

mano verde y se bebió el zumo por el ombligo.<br />

Me quedé allí observándolo largo rato, completamente aterrado por mis<br />

propias historias. Mientras él no se moviera yo no iba a hacer nada. De pronto se puso<br />

en pie de un salto y atravesó la puerta que daba al cuarto de los semilleros. Lo seguí<br />

preocupado, manteniendo una distancia prudente y me dí cuenta de que reía y lloraba<br />

al mismo tiempo mientras acariciaba los pequeños árboles en sus macetas. De pronto<br />

se me abalanzó encima y no tuve tiempo de escapar.<br />

Me apretó tan fuerte que creí que moriría asfixiado. En realidad me estaba<br />

abrazando, dándome las gracias por algo que había hecho. Descubrió su rostro y vi que era<br />

un semillero, sólo que en versión gigante, con los rasgos más duros y la piel más áspera.<br />

Fue hasta la sala de un salto, sacó un carbón de la chimenea y dibujó algo en el<br />

piso mientras canturreaba en su idioma.<br />

Hizo a un pequeño semillero junto a una planta, a un semillero mediano junto a<br />

otra planta y un semillero grande junto a un arbusto con frutos. Unió los dibujos con<br />

82


una línea, desde el semillero más pequeño al más grande, me miró con esperanza y<br />

trazó una gruesa línea que iba desde el arbusto con frutos hasta los pequeños<br />

semilleros.<br />

Sólo entonces comprendí. Ellos formaban parte de una cadena. Los pequeños<br />

se convertían en los medianos y ellos, a su vez, en los grandes. Él era uno de los<br />

grandes. En algún momento se enterraría, de su cuerpo crecería un arbusto y de sus<br />

frutos nacerían los pequeños hombrecillos verdes.<br />

De pronto saltó por encima de mí y comenzó a bailar. Llegué a creer que era un<br />

rasgo común de su raza. Me miró, borró los dibujos con una mano y dibujó otras cosas,<br />

su historia o la de su pueblo.<br />

Antes habían sido numerosos, vivían en ciudades rústicas y cultivaban su<br />

propia comida. Tras varios inviernos consecutivos una nueva raza había prosperado<br />

en las montañas, obligándolos a escapar hacia zonas más cálidas. Su gente fue<br />

masacrada y los sobrevivientes se asentaron no muy lejos de aquí, río abajo.<br />

El invierno se les había venido encima. Perdieron a sus retoños, que partieron a<br />

otro lugar sin dejar rastro. Los más ancianos entraron en estado de hibernación y él<br />

debió cortar sus propias raíces para cuidarlos, porque era su deber. Pero los<br />

montañeses talaron los arbustos y él no pudo defenderlos. Los semilleros eran<br />

pacíficos, indefensos cuando están bajo tierra. Y el otro pueblo era agresivo, posesivo<br />

y egoísta. Me recordó a los humanos en su época más salvaje.<br />

Entonces tuve una epifanía. Muchas de las mentiras que yo había dicho eran<br />

verdad, y entendía claramente todo lo que me comunicaba este semillero adulto. ¿Por<br />

qué? No lo había notado hasta ese momento. ¿Era yo acaso alguna especie de psíquico<br />

que podía predecir el futuro? Pues no. Los semilleros se comunicaban con algo más<br />

que simples gestos y dibujos con carbón.<br />

Eran telépatas.<br />

Estuvimos todo ese día comunicándonos. Me agradecía haber cuidado a sus<br />

pequeños, pero al rato se angustiaba porque sabía que el otro pueblo llegaría hasta mi<br />

casa algún día y destruirían todo.<br />

83


Le dí frutas para que se alimentara, agua para que bebiera y lo dejé enterrarse<br />

en el cuarto de los semilleros. Silbaba mientras dormía con una gran sonrisa en el<br />

rostro, que no se le borró en mucho tiempo.<br />

Al día siguiente fuimos juntos al pueblo. Él llevaba troncos para arreglar uno de<br />

mis enredos. Nos detuvimos frente al portón que da al río y esperamos pacientemente<br />

a que se decidieran a abrirnos.<br />

Cuando entramos nadie se nos acercó excepto Tuzo, que conocía nuestro<br />

secreto. El semillero alto lo saludó con una reverencia, como le enseñé antes de salir<br />

de la cabaña. La gente de a poco se asomó a las ventanas y salió a los antejardines. En<br />

unos minutos estábamos rodeados.<br />

Entregamos los troncos al médico y éste comprendió de qué se trataba.<br />

Anunció que no había problemas de cortar árboles para calefaccionar las casas, pero<br />

que no por eso podíamos arrasar con los bosques. Hubo gritos de júbilo entre algunos<br />

ancianos cuyas articulaciones no soportaban tanto frío.<br />

El semillero alto bailó frente a los ojos atónitos de los pobladores. Hice que se<br />

calmara, para no empeorar las cosas. Pedí la atención de todos con un grito y<br />

convoqué una reunión inmediata en el refugio.<br />

Una vez en el podio dí la voz de alarma. Algunos colonos recién llegados me<br />

miraban con adoración en sus ojos. Sonreí para los que no me conocían y conté la<br />

historia tal como la había entendido, saltándome lo de los semilleros indefensos. Me<br />

fui sin responder ninguna pregunta y, acompañado por mi amigo verde, nos reunimos<br />

en privado con el médico cómplice.<br />

Pedí su ayuda. Necesitaba que cuidara algunos de los semilleros que<br />

descansaban en las macetas hasta que acabara el invierno, porque en mi casa no<br />

estaban seguros. Si al menos lograba sobrevivir uno, no se extinguirían.<br />

Salimos del pueblo con dificultad, algunos de los pobladores que habían salido a<br />

recolectar leña desaparecieron en el sector norte del río, cerca de mi casa. El semillero<br />

alto entendió lo qué ocurría y me hizo algunas señas que reconocí. Grité a todo el<br />

mundo que no volvieran a abrir las puertas porque los montañeses estaba cerca.<br />

84


Nos fuimos corriendo hasta mi cabaña. Seguía intacta, pero el semillero alto<br />

olía algo. Transportamos todas las macetas al interior de la casa, trabamos las puertas<br />

y tapiamos las ventanas. Si nos prendían fuego, estábamos perdidos.<br />

Esa noche no dormimos. Yo tenía un rifle y algunas balas. Estaba preparado<br />

para cualquier cosa.<br />

Al día siguiente mi amigo verde me anunció que el peligro había pasado, por el<br />

momento. Los invasores no nos habían notado y siguieron de largo hacia el pueblo, de<br />

donde salían columnas de humo de las numerosas chimeneas.<br />

El Semillero me ayudó a cubrir los muros de la cabaña con barro y agua que<br />

pronto se congeló. Cavamos un túnel por debajo del piso entrar o salir, camuflamos el<br />

lugar con matorrales y ramas y allí nos quedamos durante la siguiente semana.<br />

Teníamos que proteger a los retoños de cualquier modo.<br />

Oíamos disparos provenientes del pueblo, todos los días, hasta que no oímos<br />

nada más. Pensé lo peor.<br />

El día después escuchamos los gritos de Tuzo que se acercaba corriendo.<br />

Habían ahuyentado a los invasores y un grupo de hombres armados los estaba<br />

persiguiendo hasta su guarida. Salimos de la cabaña aliviados.<br />

De acuerdo a las descripciones del médico, los Montañeses eran visiblemente<br />

más fuertes que los Semilleros, pero en comparación con ellos eran primates<br />

estúpidos y se asustaban fácilmente.<br />

Agradecimos las buenas noticias, mi amigo verde bailó al rededor nuestro y<br />

Tuzo se llevó cinco macetas. Le explique los detalles sobre sus cuidados y, una vez<br />

conforme, se marchó.<br />

Aún así no nos fiamos del todo y permanecimos atrincherados, hasta estar<br />

seguros que la amenaza había desaparecido. Entretanto el Semillero había aprendido<br />

algunas palabras de mi idioma y se esmeraba en aprender más, pero yo le pedía que<br />

no aprendiera nada. No quería envenenar su cultura con la mía.<br />

Pronto recibimos noticias del pueblo. Habían capturado una docena de<br />

montañeses y los mantenían sedados para que no se hiciera daño. Los médicos habían<br />

85


decidido utilizar drogas y disfraces para asustarlos terriblemente. Les hicieron creer<br />

que éramos gigantes y poderosos, capaces de romper una roca con dos dedos. Éramos<br />

dioses venidos del cielo. Éramos su perdición si volvían a bajar al valle.<br />

Los soltaron del otro lado del río, les dieron algunos golpes eléctricos e<br />

hicieron estallar algunos fuegos artificiales. Los pobres animales se fueron<br />

tropezando. Desde entonces no los volvimos a ver.<br />

Quizá con una correcta guía a través de algunos siglos, podrían convertirse en<br />

criaturas más sociables. En el pueblo se formó de inmediato un comité para ello, y<br />

llamaron a su proyecto “Neanderthal 2”.<br />

Preferí no pronunciarme al respecto. Allá ellos.<br />

El Fin del Invierno<br />

Ya había cumplido los cincuenta años cuando volvió a aumentar la temperatura<br />

y a deshielarse el valle. Mi amigo verde estaba viejo y desgastado. Yo también, pero no<br />

iba a dejar que la edad me desligara de mis obligaciones. Tuvimos que cambiar a los<br />

semilleros a macetas más grandes, porque crecían. Yo me casé con una joven de<br />

treinta años, Vita, y tuvimos tres hijos en cinco años. El tío verde los entretenía con sus<br />

bailes y canturreos, cuando no estaba muy cansado.<br />

El médico me devolvió los retoños que cuidaba en su casa, porque estaban<br />

prontos a nacer. La pareja que había vivido en mi casa se mudó cerca de mí con sus<br />

hijos. Luego vinieron otras familias y armamos un pequeño pueblo de este lado del río,<br />

que bautizamos "La Granja". Construimos un muro al rededor nuestro, por si acaso.<br />

Por entonces ya se había derrumbado el mito de los semilleros antropófagos y<br />

todos conocían al tío verde. Nadie temía a las plantas que pronto serían hombrecillos<br />

bailarines y alegres.<br />

El tío verde me confidenció que en esa etapa de sus vidas son muy voraces y<br />

molestos. Preferí guardar el secreto.<br />

Ese día mi amigo ya no pudo moverse de su asiento. Con ayuda de Vita y mis<br />

hijos lo llevé hasta un hoyo en el patio y lo enterré para que siguiera su ciclo vital. Fue<br />

86


como un funeral, ya que no lo veríamos nunca más, pero tenía la certeza que luego de<br />

volverse raíz seguiría con nosotros por un largo tiempo.<br />

Semanas después creció un arbusto espinoso que movía sus ramas al ritmo de<br />

un canturreo subterráneo. El día que apareció el primer fruto organicé una fiesta.<br />

Bailamos toda la noche en honor al tío verde. Dormimos a la intemperie,<br />

porque el calor era agobiante. Y cuando despertamos a la mañana siguiente,<br />

quedamos atónitos mirando a los semilleros medianos que bailaban al rededor de las<br />

macetas en la plaza del pueblo.<br />

Uno de ellos, que estaba sentado en su maceta, sonreía y balanceaba sus pies<br />

mientras cantaba con voz aguda y melodiosa. Aún tenían algunas raíces saliendo de<br />

sus hombros y espalda, y en su cabeza una fina cabellera de hojas.<br />

Ésa fue la señal de que la primavera había comenzado.<br />

87


CORCHO LOCO MATA UNA VACA<br />

Se alistaba para escribir. El computador encendido, una caña con tinto de<br />

caja, la tabla con tres tipos de queso y un puñado de tabaco para cuando<br />

terminara.<br />

—¿Y sobre qué escribiré esta vez? —se preguntó. Le picaba el rostro allí donde<br />

crecía la barba, quería rascarse pero si lo hacía se podía caer un avión en el Caribe y<br />

no podía permitir más muertes por un simple prurito.<br />

—¡Tengo que escribir!<br />

Saltó de la silla y trepó como gibón las lianas que pendían del árbol en medio de<br />

su habitación. Entonces recordó que no hay ningún árbol allí y se rindió de espaldas<br />

sobre su cama. Pero aún se sentía como mono y ahora le picaba todo el cuerpo.<br />

Cerró los ojos, debía relajarse, las alucinaciones se irían cuando llegara la<br />

calma. Caminó por praderas, entre la nieve de la cordillera, bajo las olas y sobre las<br />

nubes. Atravesó muros de roca y despertó en medio de su otro cuarto, con<br />

interminables estantes de libros en vez de paredes.<br />

Aún sentía algo de primate, pero la comezón había cesado.<br />

Trepó al estante sur y sacó el libro de cuentos ajenos. Había buen material allí,<br />

buenas lágrimas para derramar de pena y de rabia.<br />

—No tengo tema. Tengo mil imágenes para explotar y ninguna huele a<br />

cuento. Quizá algo simple resulte, antes de los mundos tenía un duende que<br />

escribía en los recreos y sus cuentos tenían buen sabor, pero ahora no.<br />

¡Tantas brutalidades! Tres carillas para describir el protón de huevo y cómo<br />

éste podía destruir a la humanidad... y un párrafo al final explicando que<br />

bastaba con una buena fritura para terminar con la amenaza... ¿Protón de<br />

huevo?<br />

La idea no venía de sus recuerdos, era algo nuevo en su cabeza y al fin tenía<br />

algo sobre qué trabajar.<br />

Entró al libro y encontró a Matilda. Siempre la encontraba, estaba en todos los<br />

libros, era la señora de los índices, cómplice del lápiz y la pluma salvaje.<br />

88


—Buen día Pablov—, dijo ella y tenía una coqueta sonrisa que iluminaba las<br />

letras danzantes en su aura—. Te noto algo peludo hoy. ¿Has estado masticando<br />

tabaco otra vez?<br />

—No Matilda, la culpa es del protón de huevo.<br />

—¿Y qué hace este... como se llame?<br />

—Flota en la atmósfera amenazando la vida en la Tierra.<br />

—¡Oh! Eso es grave. ¿Qué lo hace tan apocalíptico?<br />

—Causa dolorosas mutaciones al escroto.<br />

Matilda escupió una carcajada y el libro se cerró riendo hasta que se encajó de<br />

regreso en su estante.<br />

¿Mutaciones al escroto? Abrió los ojos y estaba de regreso en su habitación,<br />

sobre su cama, a un lado del computador y la caña de tinto. Pero aún no podía escribir,<br />

faltaba la historia.<br />

Salió a la galería y su madre lo regañó por decir groserías.<br />

—Se me salen sin querer —respondió y escapó a la calle. No recordaba haber<br />

dicho nada indigno, pero probablemente sí lo había hecho. No lo regañaban por lavar<br />

su plato después de comer.<br />

amiga.<br />

La vecina de enfrente regaba el pasto y miraba de reojo al hijo de su vieja<br />

—Señora, soy una bendición —dijo él con una sonrisa de mucho tabaco y la<br />

vecina dejó de regar para esconderse en su casa.<br />

Esa mañana había dos soles en el cielo y la estación espacial giraba a medio<br />

camino entre las nubes y la luna. Allá estaban los científicos, los mejores del planeta,<br />

intentando descubrir una cura para el escroto mutante.<br />

¡En cosa de dos generaciones ya no habrá más generaciones si no hacen algo! Los<br />

dolores impiden la procreación y con suerte sobrevivirán algunos tipos de caracoles<br />

abisales que no requieren contacto sexual para engendrar.<br />

Pero el protón de huevo no es un simple químico en la atmósfera. Tiene<br />

inteligencia y la mentalidad de un niño de cuatro años que sólo quiere jugar. Eso<br />

89


explicaría los extraños episodios de huevos quebrados en las avícolas del mundo. El<br />

chicoco es un tanto bruto.<br />

Cavilaba sobre estas cuestiones y la densidad de la yema cuando una mano suave<br />

se posó en su hombro derecho. Ante la idea de otra alucinación, decidió ignorar el gesto.<br />

—No te vas a librar de mí tan fácilmente —dijo una voz junto a su oído. Sonaba<br />

como Matilda. Olía como ella y la mano se sentía como suya. ¿Será Matilda? Se dio<br />

media vuelta y sí era ella, pero en carne y hueso, con algunas letras flotando en su<br />

aura, lo que hacía su sonrisa aún más cautivadora.<br />

—¿No deberías estar viendo el Pipiripao? —preguntó él y encendió un cigarro.<br />

—Pablo, no había nacido cuando daban esa cosa en la tele. Y no hay ningún<br />

cigarro en tu mano. ¡Vuelve! ¡Manifiéstate! ¡Estoy llamando al Pablo que vive<br />

encerrado en esta cabeza rapada!<br />

Matilda siempre se burlaba de su padecimiento y él lo disfrutaba. Las personas<br />

solían ignorarlo o fingir que nada pasaba cuando él estaba cerca. ¿Y qué otra cosa<br />

podían hacer? Estaban lejos de entender lo que ocurría. Pero pronto lo entenderían,<br />

cuando el protón de huevo se apoderase de sus escrotos...<br />

—¿Por qué dices esas barbaridades? —rió Matilda y se sentó en la cuneta a<br />

fumar un cigarro de verdad—. Siéntate a mi lado y cuéntame qué que cuece.<br />

¿Acaso esta mujer puede leer mi mente? Era un pensamiento alarmante, quizá<br />

fuera una manifestación física del maléfico protón de huevo, que ya había<br />

evolucionado a una etapa más adulta. Había que admitir que se trataba de una muy<br />

buena manifestación física...<br />

—¡Pablo! No puedo leer la mente, estás pensando en voz alta.<br />

—¡Demonios! Entonces no necesito hablar, ya que con mi pensamiento basta.<br />

—Como quieras. Ahora háblame de ese protón de huevo.<br />

Y Pablo habló de él tres horas, de corrido.<br />

—Ya poh, dime algo —alegó Matilda perdiendo la paciencia.<br />

—¡Un bucle en es espacio-tiempo! Este protón de huevo es realmente travieso,<br />

voy a tener que contarlo todo de nuevo...<br />

90


—Pablo, no me has contado nada. ¿Estás tomando las pastillas que te recetó el<br />

loquero? Nadie quiere que andes por allí llamando a la gente pulpa de bola otra vez. Y<br />

ahora con esto del protón de huevo y del escroto mutante, creo que es hora que tomes<br />

conciencia de tu problema y hagas algo al respecto.<br />

—¿Cuándo te hablé de las horribles mutaciones que produce el protón de<br />

huevo en los escrotos del mundo? ¿Eres real o te estoy imaginando? Carajo...<br />

—Hablabas de eso y de una base espacial cuando te encontré. No seas<br />

paranoico. Una razón más para tomar las pastillas.<br />

Está bien, pensó él y recibió una tremenda bofetada a cambio.<br />

—¡Eres muy cerdo, Pablo! —rugió Matilda—. Por muy loco que estés, no te<br />

aguanto que me digas eso.<br />

Y así se fue Matilda, la de verdad.<br />

Que la gente le dijera loco no era problema, estaba realmente loco. Pero que<br />

Matilda lo golpeara por ello era causa de infinito sufrimiento. Entró de vuelta a su casa<br />

y fue directo al cajón donde guardaba las pastillas. En el baño tragó dos y en el patio se<br />

sentó a esperar. Su madre lo miraba por una ventana con esa expresión orgullosa de<br />

madre que mira a su hijo. Y él ya comenzaba a sentir el sopor y las tinieblas que<br />

venían encerradas en las tabletas.<br />

Cerró los ojos y fue a su otra habitación, donde los libros comenzaban a<br />

desvanecerse. No habría Matilda por un buen rato.<br />

Y al abrir los ojos otra vez estaba frente al computador. Había escrito cinco<br />

carillas de un cuento llamado “El protón de huevo”, en cuyo último párrafo decía FIN.<br />

La caña de tinto estaba por la mitad y el tabaco picaba en su boca.<br />

—Esta weá no es pa' masticar —gruñó y escupió todo al piso. No recordaba el<br />

final del cuento, ni siquiera recordaba haberlo escrito, pero si estaba archivado quizá<br />

lo leyera más tarde.<br />

Ahora sólo tenía pensamientos para Matilda.<br />

91


ALAS DE METAL / TRANSFORMA LA CARNE<br />

1- el idiota.<br />

Tiene toda la intención de decírselo, toma el bus con rumbo al centro y<br />

mantiene fija esa sola idea en mente. Debe decírselo. Ella merece saberlo.<br />

Al llegar al paradero en Plaza Italia no baja. En cambio sigue adelante, a<br />

cualquier parte, resucitando la angustia que no le dejó dormir la noche anterior. ¿Por<br />

qué? ¿Por qué continuar así? Perra, reputa perra. No mereces que piense ni un segundo<br />

más en tu culito hermoso.<br />

Pero piensa en ella todo el camino. La imagina bañándose desnuda. La<br />

recuerda preguntándole la hora ese primer día en la puerta de su casa hace tantos<br />

meses. ¿Qué hacía ella allí? Iba a ver a su hermano, el pendejo idiota que le escupía<br />

desde el tercer piso del edificio de enfrente, hijo de puta, quizá creía que nadie se<br />

daba cuenta.<br />

La imagina jabonándose los pechos, esos hermosos pechos húmedos y<br />

resbalosos. La ve masturbarse en su cama de una plaza, rodeada de afiches de Dragon<br />

Ball Z y Evangelion mientras pronuncia su nombre, Néstor, Néstor, gimiendo un<br />

exquisito orgasmo para luego desvanecerse de su imaginación, dejándole<br />

visiblemente excitado de pie en el atestado microbús.<br />

¡Puta! ¡Putaaaa!<br />

¿Por qué no le dijo que le gustaba cuando tuvo la oportunidad, que la amaba,<br />

que la deseaba? El pendejo idiota se mudó ayer. No la volverá a ver. Sus apariciones<br />

repentinas eran el abono con el que hacía crecer su día, brillante y lujurioso. Hermosa,<br />

joven, de mirada vivaz. Verla caminar era como ver a una bailarina en pleno acto,<br />

erguida, preciosa, un hada saltando entre las flores del jardín.<br />

¡POR QUÉ NO SÉ TU NOMBRE, MARACA!<br />

El bus avanza. Muchos kilómetros más allá Néstor baja siguiendo al rebaño,<br />

indiferente a todo estímulo. ¿Dónde está? En la estación de buses junto al metro<br />

Pajaritos, por supuesto. Fin del camino. Puede regresar en metro, ir a la casa de ella y<br />

decírselo. Merece saberlo.<br />

92


Pero no. Sube a un bus y paga un pasaje de ida a Cartagena. Le gusta esa playa.<br />

Una vez allá viajaría a San Antonio y comería un pescado frito con puré picante...<br />

Cobarde, arrogante cobarde, indecente, ocioso, mojón cobarde. El bus sale de la<br />

estación, él sentado sin acompañante, con el rostro pegado al vidrio y deseos de llorar.<br />

Intenta dormir en el camino, pero ella se sienta sobre él con las piernas<br />

abiertas y frota la pelvis apenas cubierta con un pequeño bikini contra la erección que<br />

se niega a descender. Néstor solloza que le deje en paz, alguien entre los pasajeros se<br />

acerca para preguntar si necesita algo, un hombre canoso de buenas intenciones, pero<br />

se marcha rápido al recibir una mirada de furia contenida.<br />

Cuando el bus llega a la estación terminal ya es medio día. Néstor baja<br />

caminando por la pendiente constante de Cartagena y pasa junto a la plaza donde le<br />

inunda el sabroso aroma de las papas fritas. Sigue descendiendo por pasajes y<br />

escaleras en callejones fétidos de orina y excrementos, tal como los recuerda de sus<br />

vacaciones cuando niño. Llega a la playa y la ve tendida, ella, su vulva mirando al sol,<br />

tan real que al momento de desvanecerse se siente agredido, estafado por su propia<br />

imaginación psicótica.<br />

Ooooohhh... Néstor patea la arena para exorcizar la visión y camina lentamente,<br />

deteniéndose a investigar alguna concha marina, pateando más arena cuando la ve<br />

acercándose a pleno trote, los pechos delicados moviéndose al ritmo de sus zancadas<br />

bajo un bikini ridículamente traslúcido.<br />

Así llega a ninguna parte entre Cartagena y Las Cruces. No le importa el<br />

hambre. No siente la sed. El sol incendia su rostro y ya puede ver que sus brazos<br />

descubiertos están rojos, casi morados de tan quemados por los rayos ultravioleta. No<br />

le importa morir frito, ya nada le importa.<br />

Se sienta en una duna a escuchar las olas en esa zona que no es apta para el<br />

baño. Está solo, nadie se acerca por ningún flanco, como si nadie apreciara el premio<br />

que significa vivir frente al mar. Enciende un cigarrillo y llora. Huevón, pendejo,<br />

maricón. No sabes su nombre, no sabes su edad ni qué día es su cumpleaños. No puedes<br />

leer su horóscopo. No pudiste decirle la hora porque no tenías reloj. Sabes que tiene un<br />

93


hermano idiota, apuesto que él es más decidido que tú... Sabes que vive con su padre, que<br />

su madre es una vieja amargada. Fleto. Tírate al mar. Ella ni se va a enterar.<br />

Cuando cae la noche, ve con asombro la lluvia de estrellas. Ella sonríe sentada a<br />

su lado, indicándole cada roca ígnea que brilla sobre el firmamento, su sonrisa tan<br />

amplia y reluciente que le encandila. Néstor enciende el último cigarrillo del paquete.<br />

Luego se marchará a alguna duna para dormir a la intemperie, no le importa morir de<br />

hipotermia. Allá viene otra, piensa mirando la estrella fugaz más brillante de la noche,<br />

tan brillante que parece no moverse, creciendo más y más.<br />

—¡Mierda! —grita cuando el meteorito se estrella a pocos metros de él,<br />

levantando toneladas de arena que le golpean como millones de agujas ardientes.<br />

Alcanza a anteponer sus antebrazos sobre el rostro de manera instintiva. Está tan<br />

adolorido que grita. Grita y llora. Dios, tendría que haber bajado del puto microbús<br />

apenas llegó al centro.<br />

Entonces lo ve. Un objeto pequeño como un a pelota de tenis brillando verde e<br />

incandescente en el centro del cráter que resplandece como vidrio fundido. Se acerca,<br />

la curiosidad es más fuerte que el dolor de sus quemaduras palpitantes. El vidrio se<br />

resquebraja y el agua del mar llena la cavidad de golpe.<br />

La nube de vapor con olor a pescado le quema el rostro y las vías respiratorias.<br />

Néstor cae de espaldas sobre la arena retorciéndose de dolor, gritando sin emitir<br />

sonido, deseando que ella acuda a socorrerlo, a calmar su angustia y curar sus heridas<br />

con un beso. Entonces todos sus dolores se convierten en caricias cuando le ataca un<br />

dolor más agudo en su pecho, aquel tipo de dolor que hace desear la muerte.<br />

Algo se clava sobre su esternón, abriendo la carne y taladrando cartílago y hueso.<br />

Intenta quitarse aquello que le roba la respiración, pero sólo encuentra una herida<br />

sangrante. No puede ver y al cabo de algunos segundos ni siquiera puede moverse.<br />

Sin ser un genio comprende que algo se lo está comiendo por dentro. Tiene<br />

sentido: vio un meteorito caer a pocos metros de él, luego algo saltó a su pecho y se<br />

internó bajo su piel... ¡Y el dolor! Sus terrores de infancia, los extraterrestres que caen<br />

a la tierra y se gestan en sus entrañas... ¡Todo es real!<br />

94


Ella llora porque no puede ayudarlo. No te preocupes dice él y la tranquiliza con<br />

una sonrisa. Moriré feliz sabiendo que me amas. El dolor es tan fuerte que se desmaya<br />

pensando que tal vez, si es afortunado, no despertará jamás.<br />

2.- Hijo único.<br />

En el caótico silencio del cinturón de asteroides una señal hace vibrar las<br />

moléculas de cuarzo. Mil kilómetros cúbicos de materia responden al llamado,<br />

excitadas por la chispa de dos seres en portentosa cópula.<br />

Enemigos naturales en su mundo de origen, ahora nada pueden hacer contra el<br />

instinto que les une, fabuloso y extraño deseo que les envuelve en una lucha cargada<br />

de placer y culpa. Los titanes de metal se mezclan a tal punto que no son capaces de<br />

distinguir qué piezas son de uno y cuáles son del otro. Están aterrados, nada de esto<br />

había ocurrido antes en la historia conocida de su raza, tan antigua como el mismo<br />

Universo. Es la evolución, piensan con una sola mente. Estamos a las puertas de la<br />

extinción. Nuestra especie debe prosperar.<br />

El orgasmo cuántico desintegra la materia a su alrededor. Una matriz de<br />

energía se forma entre ellos, quedando ambas entidades unidas por sus corazones,<br />

atrayendo la materia disponible en el éter y configurando los elementos para servir a<br />

su propósito.<br />

Se separan al fin sintiendo su propia soledad, atónitos ante el espectáculo de la<br />

vida que toma forma a partir del polvo espacial. La matriz se comprime, reluciente,<br />

extraña, con su interior en constante movimiento. La temperatura se eleva, un gruñido<br />

es transmitido a través de las partículas en suspensión y luego ocurre la maravilla.<br />

La esfera se divide, subdivide, miles... millones de veces. Las partes se<br />

organizan y siete nuevas esferas se forman en un estallido de rayos X, estáticas en el<br />

vacío. Los progenitores no pueden ocultar su asombro. Se observan y ven partes de sí<br />

en el otro. La unión fue completa y el resultado está ante ellos.<br />

Pero la razón por la que se encontraron en primera instancia no se ha olvidado.<br />

Sus armas están activas, dispuestas a acabar con esta lucha que ha durado milenios, la<br />

95


guerra no termina, nunca terminará. Y a pesar de todo no desean destruirse, se<br />

concibe una tregua.<br />

Las esferas les llaman. Son sus hijos, hermosos e incompletos. El instinto<br />

embebido en su recién adquirida capacidad reproductiva les indica que cada uno de<br />

ellos necesita de una máquina existente, una estructura sin voluntad, para completar<br />

el proceso. La tarea no es difícil, el universo está plagado de chatarra y cadáveres de<br />

luchadores olvidados.<br />

Las recogen entre ambos y por un instante la furia instintiva renace. Quieren<br />

tener a la mayoría de sus hijos, sino a todos, bajo su poder; adiestrarles en la doctrina<br />

del metal y la gloria. Desean reconstruir el imperio, ser emperadores. Planifican la<br />

muerte para el otro, aunque tengan que destruir a una parte de su recién creada<br />

descendencia para lograr el predominio. Y en cambio asumen la mutua derrota, la<br />

lógica de la situación es inequívoca, la nueva vida no debe ser desperdiciada y el<br />

sacrificio propuesto es aceptable. Se marchan en direcciones opuestas, cada uno<br />

portando tres esferas.<br />

El séptimo hijo despreciado queda solo flotando a la deriva, expuesto a la<br />

radiación estelar y los campos de atracción de la materia que le rodea. Su conciencia<br />

es limitada, su experiencia es nula. Sólo una directiva, un instinto básico, le recuerda<br />

que está vivo y que debe encontrar un hospedero. Su existencia depende de ello.<br />

Absorbe los nutrientes desperdigados entre los asteroides y construye nuevos<br />

instrumentos y piezas, sentidos que le permitirán comprender su entorno. Siente un<br />

murmullo invadiendo sus recién creados circuitos, ondas extrañas que no puede<br />

traducir. Es atraído hacia su fuente, lleno de ansiedad y codicia. No muy lejos de allí un<br />

mundo lleno de máquinas lo espera.<br />

Se mueve utilizando los campos gravitatorios de las rocas, calcula una ruta<br />

balística hacia su destino, avanza ahora sin poder detenerse, con algo cercano al<br />

pánico recorriendo su estructura consciente. La atmósfera del planeta es dura,<br />

corrosiva. Cae encendido en llamas.<br />

Duele.<br />

96


Se estrella. Las piezas exteriores, las máquinas de inercia y sus preciados<br />

sentidos están deshechos. El repentino cambio de temperatura acabó con todo lo que<br />

consideraba imprescindible para cumplir con su única urgencia.<br />

Recolecta elementos cercanos, agua salina y su propio caparazón fundido,<br />

y construye las piezas locomotivas y sensoriales que le permitirán moverse en<br />

este mundo de baja gravedad. No le queda mucho tiempo, debe encontrar al<br />

hospedero cuanto antes y así quizá logre confeccionar un cuerpo viable para<br />

sobrevivir.<br />

No muy lejos de su actual ubicación hay una máquina primitiva. La analiza,<br />

detecta CHON y algunos elementos más. Es lo único que hay disponible y servirá a su<br />

propósito. No tiene más elección, las piezas recién construidas no obedecen a sus<br />

instrucciones como debieran, puede calcular el decaimiento y cese de funciones en<br />

escasos pulsos vitales.<br />

Salta sobre la máquina y encuentra una superficie firme bajo el recubrimiento<br />

acuoso. Abre una vía de entrada y desecha las piezas defectuosas, extendiendo<br />

zarcillos microscópicos en todas las cavidades.<br />

No comprende el funcionamiento de la máquina primitiva. No encuentra los<br />

circuitos que controlan sus funciones. Tal vez se equivocó, pero ya es demasiado<br />

tarde, todos sus esfuerzos se centran en seguir con vida.<br />

Despliega nuevas estructuras basadas en CHON y calcio, no hay otro material<br />

del que pueda hacer uso por el momento. Debe construir una red a partir de lo que<br />

hay disponible y no tiene mucho de donde elegir.<br />

Al rededor de la máquina hay algo de material útil, elementos de incalculable<br />

valor, desperdigados como simple arena. Hace un último esfuerzo para atraerlos y con<br />

ellos poder habilitar la maquinaria que creará las nanomáquinas que le proveerán de<br />

la energía necesaria para iniciar la colonización final del hospedero.<br />

Si pudiera decir algo, diría que está muy frustrado.<br />

∞<br />

97


Néstor respira. Sufre. Algo en el pecho de Néstor se mueve de un lado a otro.<br />

Oye el crujir de piezas metálicas en su interior. Descubre con horror que sus<br />

extremidades son más largas y han aparecido nuevas articulaciones antes y después<br />

de sus codos y rodillas.<br />

Néstor comienza a comprender paulatinamente qué es lo que ocurre, el<br />

parásito anidado en su pecho ha establecido un link indirecto con su sistema nervioso.<br />

No hablan el mismo idioma, pero el cerebro de Néstor ya no es el mismo de antes.<br />

Ahora entiende mejor.<br />

Néstor puede mover los dedos de las manos. Sus meñiques se han<br />

transformado en segundos pulgares opuestos. La piel se resquebraja. El silicio no sirve<br />

para hacer una buena piel. Sus órganos intactos reaccionan ante la intromisión del<br />

metal, el vidrio y las constantes descargas de energía estática. Ahora Néstor sufre de<br />

una manera totalmente distinta.<br />

Néxtor descubre que el parásito ya no está dentro de él, que ambos se<br />

han fundido definitivamente. Pobre criatura abandonada, no podía distinguir<br />

entre una máquina y un ser vivo, aunque ambas estuvieran fabricadas con los<br />

elementos de la naturaleza. El esfuerzo de transformar la carne en máquina ha<br />

sido monumental, confeccionando símiles o sucedáneos de procesos<br />

bioquímicos complejos y órganos que ya no tiene sentido mantener. Ahora que<br />

puede razonar con la lógica de su hospedero se siente orgulloso.<br />

Néxtor-máquina ya no siente dolor. Un análisis completo de sus<br />

sistemas le indica que no posee órganos vitales, todo se reduce a energía y<br />

piezas sueltas, cohesionadas por campos restrictivos y conjugaciones<br />

cuánticas. Su brazo izquierdo se transforma en un arma de partículas, luego<br />

vuelve a ser su brazo. Sus piernas se funden, combinan, forman ruedas, luego<br />

cohetes y regresan a su forma de piernas. Su cintura puede girar trescientos<br />

sesenta grados.<br />

Néxor extraña sus genitales.<br />

98


3.- Curiosidad.<br />

En la playa se ha instalado una tienda de campaña, rodeada por efectivos de las<br />

fuerzas Armadas armados e impasibles. Los curiosos se acercan, observan, intentan<br />

mirar dentro de la tienda sin conseguirlo.<br />

Se corre la voz, uno de los militares acaba de salir a contestar el teléfono y dice<br />

en un murmullo perfectamente audible que el animal es un pájaro asiático y todavía<br />

no saben qué hace allí, aunque los síntomas indican que podría tratarse de gripe<br />

aviar y necesitan un equipo de contención de enfermedades infecciosas, pronto.<br />

<strong>Otros</strong> señuelos se dedican a sudar y toser con sus peores caras de enfermos.<br />

Más temprano se repartieron jugos gratis a los niños, con laxante. El efecto es el<br />

esperado: pánico.<br />

La muchedumbre desaparece. El rumor crece, el pájaro escupe sangre, los<br />

mosquitos transmiten la enfermedad, peor que el ébola. En un par de horas las calles<br />

quedan vacías, la gente se marcha en sus automóviles o se encierran en sus casas.<br />

—Señor —dice una voz indistinguible desde la entrada de la tienda de<br />

campaña—, la Doctora está aquí.<br />

—Permítale pasar, cabo —ordena el Comandante Ramírez, quien da la espalda<br />

al objeto exótico enterrado en la arena mientras peina su estricto bigote institucional,<br />

manteniendo el gesto inexpresivo—. Bienvenida, doctora Pepper. Muchas gracias por<br />

acudir en tan poco tiempo.<br />

—Al grano, Juan. No tengo toda la mañana —dice la mujer alta, un metro<br />

ochenta de ruda estirpe nórdica, que ingresa a la carpa dando zancadas largas y queda<br />

a un paso de Ramírez, bufando descontenta. Trae un traje de oficinista, falda hasta la<br />

rodilla y adornos plásticos que imitan joyas caras, su cabello cano voluminoso al estilo<br />

de los años 50 que hace juego con sus anteojos de marcos sicodélicos, sólo le faltan los<br />

guantes blancos.<br />

Yo también estoy encantado de verte, piensa Juan Ramírez mientras enciende un<br />

cigarrillo, mirándola de reojo con el recuerdo de sus noches apasionadas muy fresco<br />

en la memoria, aunque fue hace más de diez años.<br />

99


—Doctora, ¿ve eso que parece una gran roca negra al fondo de esta tienda? —<br />

indica Ramírez con un estirón de los labios—. En realidad es algo que cayó anoche<br />

dese el cielo y en su interior hay un ser vivo...<br />

La doctora Pepper abre grandes sus ojos, se lanza como una atleta y llega junto<br />

a la roca en menos de un segundo. Tiende las palmas de las manos a pocos<br />

centímetros de aquello y no se atreve a tocarlo. El objeto aparenta una textura porosa,<br />

pero en realidad está libre de imperfecciones, cristalino, casi transparente. En su<br />

interior se ve algo que se mueve pausadamente, envuelto en lo que parecen ser alas<br />

plateadas.<br />

Juan piensa que las canas de ella flotando con la velocidad de su movimiento<br />

ansioso es lo más hermoso que ha visto en la última semana, descontando a la<br />

prostituta que le visitó anoche.<br />

—Es un campo de fuerza o algo similar —dice ella, sin ocultar su fascinación—,<br />

y no permite que salga la luz. No es una roca. No emite calor y se siente frío a esta<br />

distancia, se está alimentando de la energía a su alrededor. ¡Fascinante! Y eso de ahí<br />

dentro... ¿Es humano?<br />

—Es lo que esperamos descubrir con su ayuda, Doctora. Anoche cayó un<br />

meteorito en este preciso lugar, nada que llame mucho la atención, y un chiquillo vino<br />

a ver de qué se trataba y vio algo que se podría describir como un ángel que se<br />

apagaba lentamente.<br />

»Evitando toda conjetura que no se apegue a la evidencia existente... pues tu<br />

nombre fue el único en la lista de expertos astrobiólogos que esperamos pueda<br />

encontrar una respuesta antes que los pelmazos de Washington se enteren y nos lo<br />

quiten.<br />

—Lo de astrobióloga... es más bien un hobby bien documentado —corrige ella<br />

sonriendo como una niña, sin despegar la vista del objeto—, pero gracias de todas<br />

formas.<br />

todo sentido.<br />

En cosa de minutos llegan dos baúles con instrumentos, algunos inútiles en<br />

100


—En la física moderna hay leyes irrefutables —explica Armonía— y cada uno<br />

de estos instrumentos es prueba empírica de esas leyes, al menos en pequeña escala.<br />

¿Para qué crear un instrumento que mide una constante inamovible? Porque en<br />

determinados casos, algunas de esas leyes pueden romperse, modificarse, o hacer un<br />

desvío para no tomarlas en cuenta. Si alguno de estos instrumentos mide una<br />

constante como una variable... ¡Wow! Mira aquí.<br />

Juan Ramírez mira sobre el hombro de la Doctora y asiente como si entendiera.<br />

Armonía Pepper jamás creyó que llegaría este día, ni siquiera cuando su padre le<br />

contaba historias del espacio exterior. Mira a su ex esposo y le dedica una sonrisa<br />

cálida, más de felicidad que de gratitud. El Comandante Ramírez la conoce bien e<br />

interpreta correctamente el gesto. No se hace ilusiones.<br />

En cosa de horas la estructura de materia exótica es transportada en un camión<br />

destartalado sin escolta hacia Arica. Paralelamente otros camiones salen a distintos<br />

edificios militares, la mayoría de ellos son interceptados y revisados por sujetos<br />

armados que actúan en silencio y se repliegan hacia helicópteros stealth. No es<br />

necesario ser adivinos para saber de quiénes se trata.<br />

∞<br />

Armonía Pepper intenta insertar una sonda ionizada en un apéndice similar a<br />

una gran pluma que emerge desde el campo de fuerza. Lleva toda la mañana<br />

intentándolo, no ha podido hacer absolutamente nada excepto realizar registros de<br />

sus medidores de lo improbable y darse golpes en la frente. Bajo la capa protectora, el<br />

ángel o lo que sea que vive ahí dentro se mueve como un bebé en el útero.<br />

Pepper enciende otro cigarrillo de la quinta cajetilla del día, pequeña al lado de<br />

esa cosa inexplicable. Su frustración es completa. ¡La puta sonda no entra! Arroja el<br />

cigarrillo contra la pluma y ésta se repliega al interior del campo de fuerza, que ahora<br />

se expande como un globo. Armonía chilla como quinceañera cuando el globo negro<br />

simplemente se desvanece como una pompa de jabón majestuosa, dejando a la vista lo<br />

que vive debajo.<br />

101


La masa de piezas se mueve lentamente, como si la criatura respirara. Una<br />

estructura emerge de su costado izquierdo adoptando la forma de un brazo<br />

emplumado. Luego se forma otro, las piernas y el torso. Lo último es el rostro<br />

fascinante por sus rasgos humanos, aunque sus ojos son rubíes inexpresivos<br />

encendidos y brillantes.<br />

La Doctora Pepper retrocede, extasiada. El ser, reluciente, alto, mecánico y<br />

orgánico a la vez, con detalles transparentes que permiten vislumbrar su interior... la<br />

observa con esa sonrisa extraña. Quizá no se trate de una mueca, sino de la expresión<br />

natural de su rostro alienígena. Pero nada de esto importa. Está ante él/ella, una<br />

criatura que cayó a la Tierra y en estado de metamorfosis. Era la primera persona en<br />

establecer contacto con otra raza inteligente, tal vez un representante de los ángeles y<br />

de Dios mismo. Los putos cabrones del hemisferio norte se convertirán en estatuas de<br />

sal al descubrir que una nación del sur se lleva todo el crédito. ¡Dios! Espero que no se<br />

les ocurra atacarnos ahora para tapar el asunto, no sería la primera vez...<br />

Como si leyera la mente de su única espectadora en el laboratorio, Néxor<br />

extiende un brazo con tal rapidez que la Doctora no comprende lo que ocurre sino un<br />

segundo después, su cabeza es separada del cuerpo y observa atónita cómo sus restos<br />

caen al piso mientras es sostenida por la mano-garra de la criatura.<br />

Órganos tentaculares emergen desde la entrepierna del ser y exploran el<br />

cadáver. Filtran la sangre y licuan los órganos usando ácidos orgánicos, recuperando<br />

algunos químicos necesarios e incinerando lo demás con un golpe de energía mal<br />

calculado.<br />

El edificio de trece pisos se parte en el nivel siete por causa de la explosión<br />

resultante. El segmento superior se eleva algunos metros, cayendo de regreso sobre el<br />

resto de la estructura. El concreto se pulveriza y en su lugar sólo queda una montaña<br />

de escombros rodeada por una nube de polvo.<br />

De entre los escombros emerge una masa de piezas metálicas que rápidamente<br />

adopta la forma de un vehículo cubierto de espinas y con cuatro ruedas suspendidas<br />

por largos ejes. La máquina avanza sin emitir sonido, atacando otros vehículos y<br />

102


personas a su paso, recolectando metales y químicos, desechando lo demás. No es<br />

necesario pasar inadvertido.<br />

¿Dónde estoy? El paisaje le parece familiar, los edificios, la ciudad y el olor del<br />

mar. Pero la fuerza centrífuga del planeta bajo sus pies se siente distinta. Está más al<br />

norte, más cerca del Ecuador.<br />

Arica.<br />

La sensación de poder que recorre sus partes móviles es equivalente al éxtasis<br />

del orgasmo tántrico sostenido. Al cabo de pocos minutos siente cerca otras de<br />

fuentes de energía más aceptables y algo parecido a un escalofrío de satisfacción le<br />

hace perder el rumbo y chocar contra un muro. Lo que más ansía se acerca rápido.<br />

Mira al cielo y ve las bombas de racimo que se despliegan sobre él.<br />

Las explosiones le deslumbran y Néxor pierde una articulación de la rueda<br />

posterior izquierda. Su reconstrucción no es complicada, pero la energía necesaria<br />

para tal labor no es de fácil acumulación. Está enfadado. Se lanza hacia el cielo<br />

recalibrando sus extremidades para asumir una postura más digna de vuelo. Los<br />

chorros de hidrógeno quemados en sus cohetes son extraídos directamente de la<br />

humedad del aire y acumulados en una vejiga expansible. Hay un problema<br />

aerodinámico que resolver...<br />

Sigue al avión atacante, cambiando de forma a medida que adquiere mayor<br />

velocidad, más parecido a un halcón que avanza con las alas plegadas contra el<br />

cuerpo reluciente. Lo atrapa en pleno vuelo y canibaliza sus piezas, combustible,<br />

explosivos y ocupante. <strong>Otros</strong> aviones aparecen en su ruta. Más carne para la<br />

molienda.<br />

Los explosivos recabados son descompuestos a sus elementos básicos,<br />

reorganizados para crear una mezcla perfecta que interactúe con menores cuotas de<br />

hidrógeno. Inicia la inyección del compuesto y rompe la barrera del sonido en tres<br />

nanosegundos.<br />

Se dirige al sur.<br />

103


4.- Placer.<br />

Alicia fuma marihuana en el Parque Forestal. Su amiga Johana prometió<br />

reunirse con ella en esta banca a las tres de la tarde. Ya son las cuatro y no tiene ni<br />

siquiera un mensaje de texto en el celular.<br />

Que se pudra, piensa Alicia y da una fuerte calada al huiro, tosiendo y fumando<br />

nuevamente. Está harta de promesas no cumplidas y castigos morales, de soñar<br />

despierta con diosas salidas del cine que llegan a cantarle serenatas. No quiere más<br />

guerra con su corazón, quiere perder toda su libido, que el deseo se vuelva un<br />

recuerdo, así la vida sería más sencilla.<br />

¡Pero si la conociste en una disco! ¡Un puticlub para tortilleras! Le grita su<br />

consciencia. El recuerdo de la noche anterior le golpea vívido. La visión de esa leona<br />

de jeans ajustado, camiseta gris y sin corpiño, de pie junto al bar en una postura sexy<br />

que se notaba incómoda, se grabó en su retina y desde entonces no pudo dejar de<br />

mirarla. La más alocada, la más hermosa, la que recibía todas las atenciones. ¿Por qué se<br />

iba a interesar en ti?<br />

De todas las mujeres ahí presentes, Alicia era la única que no se acercó a<br />

susurrar en su oído. Johana las enviaba a todas a volar con su sonrisa indiferente, a la<br />

pelirroja de anteojos que habría combatido de igual a igual con Helena de Troya, a la<br />

morena alta vestida con pieles negras suaves y cuero lustroso que se movía con una<br />

agresividad sexual contagiosa, la gorda desagradable que no dejaba de enviarle<br />

mensajes lujuriosos y descarados más propios de un travesti callejero, y todas las<br />

nenas inexpertas que llegaron en busca de una aventura que se transformara en<br />

pasión, como Alicia, pero que a diferencia de ella sí se atrevieron a invitar a Johana a<br />

bailar.<br />

Aunque ninguna tuvo éxito. Johana se mantuvo así, indiferente, incómoda en la<br />

barra, mirando sin mirar en todas direcciones, con un Cosmopolitan en una mano y un<br />

cigarrillo mentolado en la otra. Al cabo de un rato la presión de la multitud ardiente<br />

por hacerla reaccionar cedió, las cazadoras experimentadas y las aves de rapiña se<br />

replegaron hacia otros rincones, en busca de jovencitas soñadoras y de mujeres<br />

104


mayores del barrio alto que vienen a llorar sus tristes vidas supernumerarias y de<br />

paso apagar un fuego que jamás se extingue.<br />

Y entonces ocurrió, se miraron por un segundo, Alicia y Johana. Sintió que la<br />

ansiedad la recorría por completo mientras la diosa junto a la barra le sonreía con una<br />

boca grande de dientes perfectos, ojos delineados, labios muy rojos y piel canela tersa<br />

y ardiente. Alicia parpadeó y en ese lapso Johana se movió de su lugar, caminando<br />

lentamente sobre sus tacos de aguja, como una novia acercándose al altar, con esa<br />

sonrisa encantadora y los ojos entrecerrados, sus pestañas largas y oscuras dibujando<br />

otra sonrisa más sincera.<br />

Alicia ya no pudo parpadear, casi ni podía respirar observando como su sueño<br />

se realizaba y comprendía que a su alrededor muchas chicas aguantaban la<br />

respiración como ella y la fulminaban con la mirada, pensando mojigata mientras<br />

tragaban la ira del que pierde en una competencia sin ganador. Johana se sentó junto a<br />

ella, sus pechos moviéndose traviesos debajo de la camiseta, los pezones erectos y la<br />

espalda recta, posando una mano suave sobre la de Alicia que parece de concreto,<br />

inundándola con su perfume a bosque nativo después de la lluvia. Ese olor, ay Dios, su<br />

cuerpo irradiando calor, su mirada y su sonrisa, el cabello negro suelto sobre los<br />

hombros... Alicia temblaba de pies a cabeza y sabía que Johana la deseaba por eso.<br />

Sólo se dijeron sus nombres, eso bastó. Ese primer beso lento, que no fue un<br />

beso al principio, sólo sus bocas a un centímetro la una de la otra, sus alientos<br />

mezclándose y entrando en sus torrentes sanguíneos, se transformó en un paseo<br />

silencioso, nada más importaba, alguien quebró un vaso, la gorda que tal vez era un<br />

travesti se enfurecía y refunfuñaba. A nadie más le importó. Johana era la cazadora,<br />

Alicia su presa.<br />

El polvo de anoche fue sólo eso, un polvo. Ni siquiera fue tan bueno. La huevona<br />

vomitó tu camisa... Asúmelo, no va a venir...<br />

Y la ve, vestida con un peto rojo, los pechos libres debajo del tejido elasticado,<br />

cómo le gusta verla en movimiento... la cintura descubierta y el mismo pantalón de<br />

mezclilla lleno de cierres y broches que tanto le costó quitar la noche anterior. Su<br />

105


corazón da un brinco cuando la ve sonreír. Ahora sólo quiere besarla, lamerla, ocultar<br />

su rostro entre esos pechos suaves y tibios y llorar de felicidad. Johana se acerca,<br />

disminuyendo su paso, saboreando el reencuentro, obligando a Alicia a luchar con su<br />

ansiedad, con su inexperiencia. Llevándola a ese punto en que una sola mirada podría<br />

producir un orgasmo.<br />

Se oye una explosión. El suelo tiembla y un viento caliente las hace caer al<br />

suelo. Johana grita, todo a su alrededor son llamas azules y trombas de fuego que se<br />

elevan y mueven como remolinos. Alicia se arrastra afirmándose del pasto, Johana<br />

grita con un terror primordial, sus ojos grandes llenos de lágrimas y horror. Se miran<br />

como anoche, se ven y reconocen más allá de la simple apariencia. Ya no gritan, sólo<br />

quieren reencontrarse, estar juntas pase lo que pase. El fuego las rodea, más<br />

explosiones, el suelo gruñe bajo sus cuerpos.<br />

El museo de Bellas Artes a su espalda se derrumba con un crujido que no<br />

parece terminar. Nuevas columnas de fuego se levantan a lo largo del parque y las<br />

aguas servidas del Mapocho se evaporan enrareciendo el aire con químicos y<br />

excrementos volatilizados. El rugir de la destrucción les impide escuchar los gritos<br />

de la gente que muere a su alrededor. Sólo Johana permanece, ahora cercana,<br />

aunque aún no se tocan sus miras no se desvían de los ojos de la otra y es como si se<br />

abrazaran.<br />

Algo desciende, algo tan grande, tan descomunal, que cubre el sol y apaga los<br />

fuegos con el viento que levanta su masa en movimiento. Alicia corre hacia Johana. A<br />

las puertas del Apocalipsis, estar juntas es lo único que importa.<br />

5 - Néxor.<br />

Néxor mide siete metros de altura y su masa es equivalente a la de cien<br />

tanques. Está rebosante de vida, nunca había imaginado que perder su humanidad<br />

fuera tan gratificante.<br />

La ciudad merece ser convertida en cenizas. Este parque endemoniado donde<br />

fue asaltado más de una vez se transforma en su primer objetivo y el plan para<br />

106


calcinar todo lo demás está trazado con lujo de detalles. La espiral de destrucción será<br />

tan perfecta que podrá ser vista desde el espacio.<br />

Su caparazón se reconfigura constantemente mientras nuevas estructuras<br />

toman forma, siguiendo un patrón que parece caótico, convirtiéndolo en el arma<br />

suprema, en la nave más rápida que la luz, en el devorador de mundos que leía en las<br />

historietas.<br />

—PUNY HUMANS —dice con una carcajada que revienta todos los vidrios y<br />

hace estallar los tímpanos. Se dispone a elevarse al cielo nuevamente cuando se<br />

percata de ella.<br />

Ella. Muerta bajo su monumental pisada, el cuerpo partido en dos, el rostro<br />

hinchado y morado, los ojos desorbitados, el cabello pegoteado con sangre.<br />

Ella, sin nombre, muerta bajo su pie. La que amaba, la que todavía ama,<br />

abrazada con otro cadáver, otra mujer, irrelevante, simple comida. Pero Ella...<br />

Su debilidad se hace evidente. No le importa perder parte de la caparazón<br />

exterior cuando una docena de cohetes estallan contra su espalda. No le interesa<br />

perseguir a los agresores. No había pensado en Ella desde que fuera atrapado en el<br />

capullo cuántico. ¿Qué hace aquí, en este lugar de muerte, bajo su pie de metal?<br />

Recoge los restos e Ella y los del otro cuerpo con delicadeza, usando sus<br />

tentáculos más finos. Las envuelve en un sarcófago que es absorbido por su cuerpo<br />

para evitar que los continuos ataques desde el aire y ahora también desde tierra<br />

dañen aún más la preciada carne.<br />

A su alrededor el mundo parece caerse a pedazos. Pero nada de eso importa.<br />

Al cabo de pocos minutos el sarcófago vuelve a emerger. Néxor redefine toda su<br />

masiva estructura para crear un campo antientrópico ampliado. A su alrededor el<br />

tiempo no avanza, los cohetes y proyectiles permanecen suspendidos en el aire como<br />

un holograma.<br />

El sarcófago se abre y Ella, hermosamente reconstruida y mejorada, abre sus ojos.<br />

Junto al ataúd de metal un hombre, o al menos la representación idealizada de<br />

uno, le sonríe amablemente y tiende una mano para ayudarla a salir.<br />

107


—Lamento todo esto —dice Néstor—. Lamento el dolor, y el miedo. Quise<br />

encontrarme contigo, decirte lo que sentía por ti, y me acobardé. Es ridículo, el sólo<br />

hecho de estar enamorado es absurdo... todo lo que me hacía humano forma parte de<br />

esta máquina que soy ahora y sí, lo que sentía por ti también se mantiene, quizá nunca<br />

se acabe, porque así es como soy. Te reconstruí, usé todo lo que había a mano para<br />

hacerte perfecta como te recuerdo. Y ahora el universo es para ti.<br />

Ella nota que está desnuda y que sus manos son plateadas y flexibles, al igual<br />

que sus piernas y senos. Él le entrega un espejo para que pueda mirar su rostro del<br />

color de la crema, con ojos blancos sin pupila, la cabeza sin cabello reluciente en esa<br />

escasa luz.<br />

Ella no dice nada. No tiene memoria.<br />

—Ven —el avatar de Néxor la arrastra con gentileza hacia una compuerta en la<br />

parte inferior del extraño armatoste que está plantado sobre ellos—. Te voy a llevar<br />

en un viaje por tu nuevo hogar. Verás cosas que ningún ser humano ha visto ni<br />

imaginado jamás.<br />

Ella lo sigue aún sin comprender nada. Néxor regresa al tiempo real y soporta<br />

con dignidad los últimos ataques de las hormigas que intentan proteger el hormiguero<br />

del oso que se las come.<br />

Despega. El chorro de químicos en combustión altamente corrosivos abre un<br />

boquete en el planeta por donde escapa un flujo de lava de tal magnitud que alcanza la<br />

ionósfera. Lo que ocurra en su antiguo hogar le importa un bledo.<br />

Afuera, el ángel colosal se transforma una vez más para iniciar un viaje sin<br />

retorno hacia el núcleo de la galaxia.<br />

108


ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS.<br />

∞ Usted puede distribuir y compartir este trabajo.<br />

∞ Usted no puede usarlo con fines comerciales.<br />

Licencia Atribución - No Comercial - Sin Derivadas 3.0 – Chile - de Creative Commons<br />

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/<br />

ACERCA DE LOS CUENTOS<br />

Las historias contenidas en esta colección abarcan desde 1997 hasta 2008,<br />

ordenadas de acuerdo al capricho del autor y no por su año de creación. Corresponden<br />

a las versiones finales de los mismos cuentos que pueden encontrarse desperdigados<br />

por la Web, ahora unificados en un solo documento. Ninguno tiene derechos<br />

comprometidos con editoriales u otras personas. Todos están inscritos en el Registro<br />

de Propiedad Intelectual de Chile a nombre de su autor.<br />

AGRADECIMIENTOS<br />

“A mis padres que me inculcaron la lectura y apoyan mi afán obsesivo de ser<br />

escritor desde niño. A mi mujer que me inspira cada día y de quien vivo por su sonrisa.<br />

A mis amigos escritores que me dicen lo que no les gusta de lo que escribo. Y a mis<br />

perros negros, aunque no sé por qué” — <strong>GuajaRs</strong>.<br />

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ACERCA DE GUAJARS<br />

Daniel Enrique Guajardo Sánchez.<br />

Casado con Lucía, Periodista de profesión,<br />

lector de literatura fantástica y ciencia ficción<br />

desde niño, escritor en constante aprendizaje.<br />

Tiene cuentos publicados en Púlsares<br />

2003, Poliedro 3 y 4; y la antología Fabricantes<br />

de Sueños 2009, además de colecciones en la<br />

Web. Una novela publicada en Mythica<br />

Ediciones en 2010, PSIQUE, en conjunto con<br />

Sergio A. Amira bajo el heterónimo de Carolina Lehman.<br />

Actualmente, junto con su trabajo como tutor online de cursos a distancia, se<br />

desempeña como corrector de estilo freelance y prepara varios textos en formato de<br />

novela corta para publicar durante 2011.<br />

Si desea comentar con él los cuentos en esta colección, diríjase a su Blog<br />

personal en la siguiente dirección:<br />

http://guajars.wordpress.com<br />

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