Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs
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<strong>Corcho</strong> <strong>Loco</strong><br />
y <strong>Otros</strong> <strong>Relatos</strong><br />
<strong>GuajaRs</strong>
Índice<br />
Artemio Salinas..............................................................................................................................3<br />
Abajo está el Paraíso................................................................................................................. 26<br />
Elia la Reina Sith......................................................................................................................... 36<br />
Los Hijos del Matuasto............................................................................................................. 45<br />
Semilleros ..................................................................................................................................... 70<br />
<strong>Corcho</strong> <strong>Loco</strong> Mata una Vaca................................................................................................... 88<br />
Alas de Metal / Transforma la Carne ................................................................................ 92<br />
Algunos derechos reservados.............................................................................................109<br />
Acerca de los cuentos.............................................................................................................109<br />
Agradecimientos ......................................................................................................................109<br />
Acerca de <strong>GuajaRs</strong> ...................................................................................................................110<br />
Noviembre de 2010<br />
2
ARTEMIO SALINAS<br />
1<br />
Tres golpes a la puerta y un grito ahogado por el trueno. Despierto<br />
sobresaltado, la pesadilla se repite noche tras noche, el gato sobre la chimenea, el<br />
retrato de Amada...<br />
Tres golpes más a la puerta. Ahora el grito se oye con claridad<br />
—¡Don Artemio, se le necesita en el pueblo!<br />
Siento un hielo en el pecho, nunca me despiertan para hablar de lo hermosa<br />
que es la vida ni lo apacible que está la noche.<br />
Me visto con el traje de cuero blanco, sombrero de ala ancha bien anclado a la<br />
cabeza y maletín con utensilios. Desciendo mis escaleras sin apuro. Abro mi puerta y<br />
veo al chicuelo que me trae la leche en las mañanas, Julio.<br />
—¡Don Artemio! —jadea de pie bajo la lluvia—. La viuda Prisma... su casa se<br />
estaba incendiando... tiene que venir, la gente del pueblo dice que usted sabe de estas<br />
cosas...<br />
Otro hielo en mi pecho, extendiéndose como una enfermedad hacia el brazo izquierdo<br />
y el cuello. Lívido salgo a la lluvia y recorro mi sendero entre los árboles, siguiendo al chico<br />
que va descalzo y sin más protección que su sombrero de paja agujereado.<br />
La viuda Prisma es una mujer con cuatro décadas de belleza, madre de tres<br />
nonatos enterrados en su patio. Aún a su edad es objeto de admiración entre los<br />
hombres y envidia de las mujeres, blanco de los chismes más osados. Su difunto,<br />
Dagoberto Boscoso, una década atrás se fue a dormir como todas las noches luego de<br />
una cena contundente y a la mañana siguiente amaneció gris y maloliente, como si<br />
llevara semanas muerto.<br />
En el recodo de mi sendero está el cantinero balanceando una linterna sobre su<br />
cabeza para guiarnos en la oscuridad. El hombre sordo, de cabeza cana y manos como<br />
de piedra, tiene una expresión de fatalidad escalofriante.<br />
Llegando al pueblo veo una multitud de rostros curiosos y aterrados<br />
recibiéndome con alivio, protegiéndose de la lluvia con sombreros improvisados,<br />
3
platos y bandejas. Las caras más antiguas reproducen fielmente la expresión del<br />
cantinero.<br />
Nadie dice nada. La casa de la viuda es la tercera de la derecha desde allí, junto al<br />
riachuelo que fluye a punto de desbordarse. Los pobladores me cierran el paso, dejando<br />
un angosto camino que conduce inevitablemente a la puerta abierta de esa casa.<br />
El cantinero me entrega su linterna y se queda junto a la puerta sosteniendo a<br />
Julio, que se muere de ganas por acompañarme.<br />
En un parpadeo la veo otra vez, Amada en su lecho, escupiendo sangre,<br />
muriendo en mis brazos, sus ojos claros manchados por el dolor y la angustia.<br />
Me deshago de la imagen y entro. La casa está vacía de muebles, tal como la<br />
recuerdo de mi última visita la semana pasada. A mi derecha hay un comedor por<br />
cuyos ventanales veo una docena de linternas en la calle. Junto a la puerta una angosta<br />
escalera sube hacia los dormitorios. Más adentro atisbo la cocina y al final del pasillo,<br />
el lavadero, símbolo inequívoco de estatus. Un lavadero dentro de la casa significa<br />
acarrear baldes con agua y hombres que lleven los baldes desde el riachuelo. Más<br />
chismes que hablan de la generosidad de la viuda con sus anónimos benefactores.<br />
Subo por la escalera lentamente, mis piernas como ramitas a punto de<br />
quebrarse. Huele a quemado y a otras cosas que no puedo determinar. Asomo la<br />
cabeza al segundo piso y veo un gran orificio en el suelo al final del pasillo.<br />
Al llegar arriba quedo petrificado. En el techo, cubierto con hollín, aún pueden<br />
leerse dos palabras escritas con sangre. Sé que es sangre. No necesito más pistas para<br />
saber lo que dice.<br />
Quince días.<br />
Tengo quince días para encontrar a la viuda. Pero ya sé que está muerta.<br />
Recorro el lugar con la linterna. El agua escurrió por el pasillo hasta el agujero<br />
en el piso, por donde se ve el cuarto de lavado.<br />
No necesito recorrer más. En un florero debe haber un anillo... allí está el<br />
florero y el anillo de la viuda en su interior. Pero la viuda odiaba las flores dentro del<br />
hogar, sólo las cultivaba en su patio, sobre las tumbas de sus hijos.<br />
4
Alguien está copiando un crimen antiguo, alguien que sabe demasiado.<br />
Al bajar noto entre dos escalones mojados, a un lado de una lámpara<br />
chamuscada, un mechón de cabello anudado con lana roja. ¡Maldición!<br />
Veo a Amada radiante de felicidad el día de nuestro matrimonio. Amada<br />
llorando a escondidas en la cocina. Amada escribiendo en su diario. Amada muriendo<br />
de esa manera tan horrible.<br />
2<br />
Me casé joven. Padre convino mi matrimonio con la hija de un granjero de<br />
pocas posesiones en el extremo sur del pueblo, para acercarme al mundo de las<br />
personas a quienes servíamos.<br />
El granjero insistió en este matrimonio con un ahínco pocas veces visto, quería<br />
casar a su hija conmigo a toda costa. Amada era su nombre, obesa y tímida. Amada<br />
Carillón.<br />
Jamás la había visto en el pueblo, cosa extraña en un lugar pequeño como éste.<br />
Y tras el primer vistazo la aborrecí, toda sonrojada y ojos grandes.<br />
Nos casamos un mes después. Sentado en un rincón de la fiesta observé<br />
cómo todos se afanaban en pasarla bien, con Amada a mi lado, su cabeza<br />
inclinada, mirándome de reojo. No dijo nada en toda la noche, sólo recuerdo de<br />
ese día su sonrisa al momento de la argolla que nos amarraba, el temblor en<br />
sus manos, el beso tímido, el término de la fiesta y el sexo rápido con la luz<br />
apagada.<br />
Desde ese día llegar a casa tras recorrer el pueblo por encargo de Padre no<br />
era ningún agrado. Allí esperaba ella, ansiosa por atenderme, tejer, cocer, lavar,<br />
siempre pendiente, siempre preocupada. Mis camisas bien planchadas, los trajes<br />
limpios y sin pelusas... Nunca tuve un motivo para quejarme, lo que me irritaba<br />
aún más.<br />
Aparte del buen día y que duerma bien, nunca le oí decir nada más en todos<br />
esos años. Asentía o negaba con la cabeza. Se encogía de hombros. Ni una palabra.<br />
5
No sé en qué momento comencé a odiarla. Prefería continuar con mis visitas al<br />
pueblo, quedarme a beber y charlar en la cantina, llegar entrada la noche a cenar y<br />
dormir.<br />
El cantinero, joven aún, era el confesor sordo de los malos hábitos del pueblo.<br />
Me sentaba en la barra y le hablaba de mi odio y desgracia, de cómo cada mañana me<br />
sentía más vacío. Y al final, cuando apuraba la copa para pagar e irme, él afirmaba con<br />
la cabeza, todo comprensión.<br />
Padre murió y quedé a cargo del negocio. Inmediatamente nos mudamos a la<br />
casona en lo alto de la loma, cuyo tejado podía verse por entre las copas de los árboles<br />
desde cualquier lugar del pueblo. Allí estaban los preciados libros con tapa de cuero,<br />
los volúmenes en manuscrita de mis antepasados, la vida de cada poblador desde hace<br />
más de cien años.<br />
Amada cuidaba que no hubiera ni una mota de polvo en los muebles ni camisas<br />
sin zurcir. Cocinaba y como antes, no pude quejarme jamás. Pero ahora no me<br />
importaba tanto, tenía miles de casos por leer, muchas vidas que conocer, demasiado<br />
para aprender.<br />
Pasaron los años y mi cabeza se cubrió con canas prematuras y extraños<br />
pensamientos. Amada se iba a la cama más temprano, se apresuraba en lavar la vajilla<br />
y dejar mi ropa del día siguiente planchada al pie de la cama.<br />
Algo hacía en el tiempo que yo demoraba en reposar la cena, asear mis partes e<br />
ir a dormir. El cuarto olía a vela recién apagada y ella respiraba lentamente en un<br />
ángulo que ocultaba su rostro.<br />
No debía ser nada grave, pero la sospecha me carcomía.<br />
Una mañana la mandé a por más harina al pueblo. Había de sobra en la<br />
despensa, pero de todas maneras se marchó caminando lentamente, con el rostro<br />
inclinado y sin mirar atrás.<br />
Me apresuré en subir al cuarto y revisé su cajón del velador. Allí, sobre sus<br />
enceres privados había un pequeño libro pequeño con cubierta de cuero.<br />
Sentí ira, la maldita estaba leyendo mis... y noté por el tacto que era un volumen<br />
6
nuevo, no un ladrillo mohoso como los de la biblioteca. En su primera página había<br />
escrito con caligrafía preciosa Diario de Vida.<br />
Entonces me golpeó la vergüenza. No podía leerlo. Odiaba a la mujer, pero la<br />
conciencia ajena no declarada es tan sagrada como las que ordena la doctrina.<br />
dejaría.<br />
Moví la primera hoja para leer el encabezado de la segunda, nada más, luego lo<br />
Artemio Salinas, mi esposo.<br />
Sentí espanto y morbo. Seguí leyendo.<br />
Es un hombre bueno. Es realmente bueno. No grita en la casa, no me reprocha<br />
ni me golpea como acusan las esposas del panadero, herrero y costurero de sus<br />
esposos... Su trabajo siempre ha sido importante, no tiene tiempo para contarme...<br />
Padre me habló de lo que se hacía acá, ‘lavar almas’ lo llamaba... Mi esposo no podría<br />
hacer algo tan virtuoso si por su sangre corriera arena en vez de sangre...<br />
Estaba impresionado. Amada Carillón tenía ideas propias y sacaba<br />
conclusiones. ¡Y no me temía porque yo era tan bueno!<br />
Sentí nauseas, pánico y en el fondo una nueva sensación que se hacía fuerte y<br />
empujaba a las demás, reduciéndolas a míseras cosquillas: sentí remordimiento y<br />
culpa.<br />
Seguí leyendo.<br />
Amada me vio por primera vez una mañana cuando se atrevió a salir de su<br />
casa. Era la niña consentida de sus padres, silenciosa y vulnerable. Y me vio pasar. Me<br />
vio y se enamoró. Le habló a su padre, quería ser mi esposa. Con ello logró esfumar la<br />
pena de los ojos de su madre, que se sentía culpable por no haberla educado para ser<br />
una señorita matrimoniable.<br />
Por eso la insistencia del viejo, ahora silencioso bajo su lápida.<br />
Amada lamentaba no haberle dado nietos, porque nuestras reuniones bajo las<br />
mismas sábanas no coincidían con sus días fértiles.<br />
Más remordimientos. Desde el matrimonio, cuando estuve seguro de las fechas<br />
en que sangraba, jamás me arriesgué a coincidir con ella los días de mayor peligro.<br />
7
Me amaba, lo repetía página tras página y sabía que yo la amaba, aunque lo<br />
demostrara de manera intangible. Ponía todo su amor en cada plato de comida, en<br />
cada tarea o labor, porque así era su forma de amar.<br />
Oí la puerta de la casa que se abría y devolví el diario a su cajón. Me tendí en mi<br />
cama y esperé, fingiendo cansancio. Ella apareció en la puerta y la vi distinta. Ahora<br />
entendía ese brillo en sus ojos, el silencio, su diligencia. La mandé a preparar galletas y<br />
allá fue ella, al gallinero a recolectar huevos.<br />
Volví a su diario y seguí leyendo.<br />
Durante la cena casi no probé bocado. Amada comía sin hacer ruido en el otro<br />
extremo de la mesa, detrás del florero. Me levanté a recoger la sal y la vi, la cabeza<br />
inclinada a un lado, parpadeando con regularidad, regordeta y feliz.<br />
Al terminar me levanté lentamente, caminé a mi despacho como hacía siempre<br />
y al llegar al pasillo me detuve sin dar la vuelta.<br />
—Gracias por la comida —dije mirando un punto en el muro.<br />
Como a ese rincón de la casa no llega suficiente luz, pude ver su rostro sin transar mi<br />
orgullo. La vi alegre, el cuerpo erguido, la cabeza derecha y sonriendo, sin dejar de comer.<br />
Amada, que a pesar de tener un marido ejemplar se sentía sola. Amada, a quien<br />
jamás pude reprocharle nada porque no había nada que reprochar.<br />
Grande fue su asombro cuando junté nuestras camas para hacer una sola. La<br />
abracé en la oscuridad y lloró en mi hombro. Siguió escribiendo su diario a<br />
escondidas, pero nunca más lo leí. No nos comunicábamos mejor que antes, pero<br />
Amada sonreía.<br />
Y una mañana, años después, despertó gris y maloliente. Murió en mis brazos,<br />
el gato fue testigo.<br />
Entonces comenzaron las pesadillas.<br />
3<br />
Escondo el mechón de cabello y el anillo en el bolsillo de mi chaqueta. Salgo de<br />
la casa y comienzo la rutina de preguntas a quienes apagaron el fuego.<br />
8
Hubo un grito, el grito de un hombre, un grito terrible que venía de la casa de la<br />
viuda Prisma. Al asomarse por sus ventanas, los vecinos vieron fuego y dieron la<br />
alarma.<br />
Tres hombres quebraron la cerradura de la puerta a patadas, mientras<br />
cinco hombres más llenaban con agua del riachuelo sendas cubetas.<br />
Rápidamente extinguieron el fuego, dejando como única huella un círculo<br />
quemado en el suelo.<br />
Un círculo quemado, no un hoyo. Entro nuevamente a la casa para comprobar<br />
mis sospechas. En el lavadero se ve claramente el orificio en el cielo de madera. Abajo,<br />
alumbrando con la linterna, veo trozos del techo esparcidos por el suelo.<br />
El lavadero tiene una puerta que da al patio. Está abierta.<br />
Ninguno de los que entró a apagar el fuego usó esa puerta para entrar o salir. El<br />
secuestrador no se marchó, permaneció oculto en el lugar mientras apagaban el fuego.<br />
Luego salió para escapar pero el suelo quemado cedió bajo sus pies y cayó al lavadero.<br />
Desde allí salió al patio sin ser visto.<br />
Subo las escaleras, sintiéndome más débil que nunca. Mi cuerpo viejo no está<br />
para estos trotes.<br />
Al final del pasillo, junto a la huella que dejara el fuego, hay dos puertas, una a<br />
cada lado del corredor. Las miro con dedicación, la de la izquierda tiene rastros de<br />
sangre bajo el pomo, algo diluidos por el agua.<br />
Entro y veo el cuarto de la Viuda, el suelo mojado, los cobertores de la cama<br />
doblados y ni huella de las pantuflas.<br />
Algo despertó a la viuda y la hizo levantarse en la oscuridad.<br />
La vela sigue apagada en su mesa de noche. Doy una vuelta por el cuarto. El<br />
orden es impecable. Nada debajo de la cama.<br />
La viuda se levantó y salió de su cuarto al pasillo, vestida en camisón.<br />
Pero había sangre en el pomo de la puerta... Salgo al pasillo y examino la otra<br />
puerta. Ninguna pista. Entro y veo el cuarto del difunto, que hiede a otra mezcla de<br />
olores, humo, encierro, carne quemada y excrementos.<br />
9
Los muebles empolvados tienen huellas frescas y el piso está cubierto con agua<br />
oscura que me hace sentir escalofríos. Es sangre.<br />
Me asomo debajo de la cama y veo el horror y la desesperación de la viuda<br />
Prisma, muerta, mirándome, el camisón rasgado dejando a la vista las marcas de una<br />
mano fuerte en su pecho izquierdo.<br />
La viuda salió de su cuarto y se encontró con un hombre. Éste la forzó y<br />
durante la pelea se manchó el pomo de la otra puerta con sangre de alguno de los dos.<br />
La llevó al cuarto del difunto y la asesinó.<br />
No concuerda. El anillo, el mechón de cabello y la frase escrita con sangre en el<br />
techo fueron dejados para que yo los encontrara, para hacerme saber en los últimos<br />
años de mi vida que alguien más conoce mi verdad.<br />
Pero la viuda está muerta, algo cambió el plan de un momento a otro.<br />
El secuestrador se tentó al ver a la viuda semi desnuda, intentó violarla, quizá<br />
lo consiguiera. Y en el forcejeo la mató.<br />
La degolló.<br />
La viuda salió de su cuarto y encontró a un hombre que preparaba el escenario<br />
para que yo lo viera. El hombre la ató y amordazó, cortó un mechón de cabello...<br />
No. La viuda no fue atada, no hay huellas en sus muñecas.<br />
Bajo nuevamente al lavadero en busca de más pistas. Entre los maderos<br />
carbonizados del piso hay trozos de vidrio. Guardo uno en mi maleta para su posterior<br />
análisis.<br />
Reviso con cuidado la cerradura de la puerta trasera de la casa. Está intacta,<br />
salvo por manchas de pies enlodados en la parte de afuera.<br />
El asesino tenía una llave. Entró por la puerta del lavadero, subió donde la<br />
viuda Prisma, golpeó a su puerta y ésta salió a recibirlo. Quizá tuvieron sexo. Quizá<br />
habían planeado este momento desde hacía tiempo.<br />
Eso me llena de escalofríos.<br />
Prepararon el escenario, el anillo en el florero, las marcas en el techo, el<br />
mechón de cabello en la escalera. Luego ella se arrepintió, él no dio pie atrás y hubo un<br />
10
forcejeo en el pasillo. Ella arrojó una lámpara y él resultó quemado, gritó. Golpeó a la<br />
viuda y la metió en el cuarto del difunto, manteniéndola en silencio. El fuego se había<br />
iniciado y los hombres pronto intentaban derribar la puerta de entrada. La viuda trató de<br />
pedir ayuda. Entonces él en su desesperación la degolló, allí bajo la cama, donde se habían<br />
ocultado. Una vez extinto el fuego él salió del cuarto con la intención de escapar por la<br />
ventana al final del pasillo para no ser visto, pero pisó el sitio del siniestro y cayó por él al<br />
lavadero. Nadie notó este incidente. Inmediatamente salió por donde había entrado.<br />
Pero... el mechón de cabello... ¿Los hombres que apagaron el fuego no lo<br />
notaron? La lámpara que inició el fuego estaba en la escalera, tampoco fue notada.<br />
¿Alguien más entró a la casa luego del incendio, antes de mi llegada? ¿Alguien<br />
más colocó el mechón de cabello para que yo lo viera, limpiando de otras pistas el sitio<br />
del crimen?<br />
Salgo de la casa y me enfrento a una multitud que exige silenciosamente una<br />
explicación. Estoy demasiado agotado para decir nada.<br />
Julio me ayuda a subir de vuelta a mi hogar. Doy instrucciones al panadero y al<br />
leñero para que vigilen la escena del crimen durante lo que queda de la noche.<br />
—La viuda está muerta —digo y noto el dolor en sus miradas—. En unas horas,<br />
con la luz del amanecer, registraremos el lugar. Que nadie entre a la casa. Aclararemos<br />
esto antes de tres días.<br />
Una mentira para hacerlos sentir seguros. Hasta entonces sospecharán de todo<br />
el mundo, de sus parientes y vecinos, incluso de mí, como la vez anterior.<br />
Los hombres regresan al grupo de curiosos con la mala noticia. Oigo el llanto<br />
cínico de las mujeres y los gruñidos sinceros de los hombres.<br />
Julio me deja en mi puerta y lo despido con una moneda. Subo mis escaleras<br />
casi asfixiado, dejando mis prendas en el camino. Y al llegar a mi cuarto saco el cofre<br />
de madera que guardo bajo la cabecera de mi cama, pesado como un ancla. Tomo la<br />
llave que cuelga de una cadenita en mi pecho y lo abro.<br />
En el fondo, entre cartas y papeles, bajo el diario de vida de Amada, hay un<br />
sobre blanco con una cinta roja. Un recuerdo de esa joven inolvidable, Cristal...<br />
11
4<br />
Amada Carillón había muerto y con ella los retazos de la alegría que había<br />
zurcido tan tarde y con tanta fuerza en mi alma.<br />
Contraté a una de las mujeres del pueblo para que hiciera las labores de la casa.<br />
Aprendí, cosa nunca antes vista, a lavar y planchar mi propia ropa. Luego me volví<br />
silencioso y amargado.<br />
Ya no iba al pueblo a cumplir mi labor. Me volví sucio y descuidado, no me<br />
afeitaba en las mañanas, no cortaba mis uñas. La mujer dejó de venir a prepararme<br />
comida, simplemente traía un plato con las sobras de su casa y lo dejaba en mi puerta.<br />
Subí al cerro una tarde, detrás de mi propiedad, a recolectar los raros<br />
escarabajos. Cacé diez en toda la tarde, más que suficientes. Con una pizca bastaría<br />
para bien morir.<br />
Regresaba al hogar cuando vi desde la altura un carruaje extraño que ingresaba<br />
al pueblo por el norte. Un sujeto alto con ropajes coloridos hablaba al grupo de<br />
hombres que se habían reunido para interrogarlo.<br />
Se realizó una transacción, hubo apretones de manos y ya: la casa que yo ocupé<br />
los primeros años de mi matrimonio, que no pertenecía a nadie, fue alquilada a los<br />
recién llegados. El dinero iría al arca del pueblo, para hacer préstamos o comprar<br />
animales.<br />
Era una casa pequeña, fría en invierno y húmeda en verano, la única disponible.<br />
Los extranjeros de ropajes vistosos y piel blanca como la leche eran una familia<br />
completa. Un patriarca, hombre alto y ceñudo que llevaba siempre los pulgares metidos en<br />
su cinturón grueso con hebilla prominente de bronce; su mujer, tan alta como él, esbelta y<br />
vistosa aún desde la distancia, con su vestido de vuelos amplios; una hija escurridiza y dos<br />
niños que llevaban espadas de madera y sombreros puntiagudos sin alas.<br />
Bajé a curiosear como el resto del pueblo y aguardé oculto entre los matorrales<br />
detrás de la casa. Vi a la mujer, de rasgos duros y mirada exótica, aretes grandes de<br />
oro, cabello negro sin anudar, vestido largo y sandalias que permitían ver las uñas de<br />
sus pies, cortas y pintadas como las de sus manos de arterias gruesas.<br />
12
Los niños jugaban a ser contrincantes en una guerra de la que nadie tuvo<br />
noticia en este lado del mundo.<br />
Y la hija...<br />
Sentí un nudo en el estómago. Su rostro, su mirada, su cabeza inclinada a un<br />
lado... la copia exacta de Amada... sin ser ella. Sentí un afecto profundo, luego horror.<br />
Amor y miedo derramados en lágrimas sucias.<br />
Regresé a mi hogar y me tendí a llorar. Amada, su retrato cayendo al fuego...<br />
En los días que siguieron limpié mi casa, reparé mi techo, lavé mi ropa,<br />
limpié mi cuerpo, corté mi cabello y afeité mi rostro. Pedí a la mujer que me traía la<br />
caridad que regresara para hacer las labores de la casa, porque ya me había<br />
recuperado. La noticia se difundió en el pueblo y fui bien recibido cuando volví a<br />
visitar las casas, libro bajo el brazo, persona por persona para dar cumplimiento a<br />
la doctrina. Nadie me hizo preguntas, había entrado al sitio sin retorno y estaba de<br />
vuelta, intacto.<br />
La última casa que visité ese mes fue la de los bárbaros. Tenían extrañas<br />
costumbres, cuando había buen tiempo comían al aire libre, con las manos. El<br />
patriarca iba todas las noches a la cantina y pedía una botella de aguardiente, que<br />
bebía directamente del gollete rugiendo luego de cada trago. Pagaba con una moneda<br />
de plata de acuñación tan exótica como él y se marchaba sin tambalearse siquiera.<br />
Cuando llegué a su puerta me atendió la mujer. El interior de la casa estaba<br />
vivamente adornado con telas finas y tejidos intrincados, iluminado con velas de<br />
intenso aroma.<br />
—Qué desea —ladró ella con acento cargado. Le expliqué mi labor, ella rió y<br />
dijo:— Eres pastor de almas.<br />
Pastor no era la palabra adecuada, pero a falta de otro referente mejor asentí.<br />
Entré a la casa y me sirvió un té aromático. No quise parecer descortés, no conocía sus<br />
maneras, de modo que acepté y esperé a que ella se sirviera otro, pero no lo hizo. En<br />
cambio se sentó en una silla que trajo de la cocina y se quedó mirándome. No había<br />
otro asiento donde pudiera acomodarme, de modo que permanecí de pie.<br />
13
Probé el té. Era fuerte y picoso, pero dejaba un agradable sabor en la boca.<br />
Pregunté qué era.<br />
—Bosta —dijo ella. No era de caballo, de eso estaba seguro. Preferí no saber. Si<br />
era su costumbre o se estaba burlando de mí, es un misterio.<br />
Los niños entraron luchando y salieron por otra puerta dándose estocadas con<br />
sus espadas de palo. La mujer no dejó de mirarme ningún segundo.<br />
solo.<br />
—Vengo porque... me preguntaba si... necesitan...<br />
—No —respondió, se puso en pie y abrió la puerta. Luego se marchó y me dejó<br />
Puse la tasa con té de bosta en el suelo y salí de la casa. Al llegar a la puerta<br />
choqué con la hija. Me vio, sonrió... no dijo nada, sólo se alejó sin hacer ruido.<br />
Como Amada.<br />
Comencé a imaginar que era su reencarnación, o ella misma que venía a<br />
visitarme y a martirizarme por haber sido tan malo. Trasladé mi amor por Amada<br />
hacia esta joven extraña. Añoraba su sonrisa, sus galletas, su silencio. Pero aunque se<br />
parecía, no era ella.<br />
Regresé a mi hogar sintiéndome estúpido. Era estúpido y vulnerable. Por<br />
primera vez tuve real conciencia de mi vejez. Por primera vez supe que no importaba<br />
lo que hiciera, lo que hice y dejé de hacer, soy lo que soy y no me avergüenzo de mi<br />
amargura ni de mi pena. Amada me quiso así, tan ciega como era y yo dedicaría el<br />
resto de mi vida a honrar su memoria.<br />
Los días pasaron y no regresé a esa casa. Me encontré algunas veces con Calisto,<br />
ése era el nombre del patriarca, pero nos ignorábamos mutuamente. Ninguno necesitaba<br />
del otro y no había por qué fingir amabilidad. Él tenía su orgullo, yo tenía miedo.<br />
La esposa de Calisto, Carmen, transitaba por el pueblo altiva, descalza la<br />
mayoría del tiempo, comprando o intercambiando casa por casa las verduras y<br />
utensilios que le eran necesarios, sin conocer la vergüenza ni el miedo.<br />
Los hijos, Carlo y Claudio, sólo sabían pelear y armaban refriegas con los<br />
sobreprotegidos señoritos de la comunidad, llamándolos cobardes o niñitas a viva voz.<br />
14
Una sola vez una madre indignada acudió a Calisto alegando por el ojo en tinta de su<br />
niño. Carlo y Claudio aparecieron al día siguiente muy pacíficos, ambos con sendos<br />
ojos hinchados. Desde entonces no hubo más escaramuzas en plena calle, sólo<br />
guerrillas en los campos y los bosques.<br />
Y la hija me hacía sentir mil veces estúpido con cada aparición. Cristal, así la<br />
llamaban. Al verla me envaraba, sonrojaba, tropezaba, hacía como que no la miraba.<br />
Pobre viejo, pensaba luego, te estás comportando como un adolescente que conoce a<br />
su primer amor y se muere de vergüenza.<br />
Pero no era a ella a quien amaba. Era el recuerdo que la acompañaba lo que me<br />
transformaba de manera tan ridícula.<br />
Los meses pasaron, comenzó el calor y mi pena se incrementó. No podía ver a<br />
esa joven sin caer en depresión. No quería ni pensar en ella.<br />
Las pesadillas se hicieron peores. Amada me recriminaba cada noche, con su<br />
expresión feliz y gesto silencioso, que yo nunca la había amado realmente.<br />
Y una mañana desperté atormentado. Al pie de mi cama, para mayor desgracia,<br />
estaba el gato muerto. Sentí una pena enorme, poco a poco Amada me demostraba que mi<br />
felicidad estaba lejos ahora, cuando en realidad pude tenerla tan cerca por tantos años.<br />
Sin entender cómo, la locura que me poseyera tras la muerte de mi Amada<br />
comenzó a manifestar su verdadero propósito.<br />
5<br />
Cierro el cofre y lo devuelvo a su escondite bajo la cabecera de mi cama. No<br />
falta mucho para el amanecer, ya no llueve y la casa está llena de silencio.<br />
Otro grito en mi puerta, un relámpago lejano entra por mi ventana. Pienso que<br />
si lo ignoro podré descansar las pocas horas que quedan antes de reiniciar el trabajo<br />
investigativo.<br />
Otra vez ese grito y golpes en mi puesta. Bajo tal como estoy, semi desnudo,<br />
iracundo, armado con mi bastón pulido. Abro mi puerta y veo al cantinero levantando<br />
la linterna junto a su rostro.<br />
15
—No soy sordo —dice.<br />
En un segundo se atan mil cabos sueltos en mi cabeza. Antes que siga hablando,<br />
ya conozco su historia.<br />
—Perdóneme señor Artemio. Cuando llegué a este pueblo era muy joven,<br />
usted no recuerda, pero fui encontrado en el camino del bosque, muy golpeado. Mi<br />
padrastro me abandonó allí para que muriera y quienes me encontraron me<br />
ayudaron y curaron. Yo estaba mal de la cabeza, no dije ni una palabra en semanas,<br />
no atendía a las preguntas ni a los llamados... y ellos asumieron que no podía<br />
oírlos...<br />
Pero sí recuerdo.<br />
Comienza a llorar. No tengo ningún pañuelo a mano para ofrecerle, pero no es<br />
necesario. Se limpia con la manga de su chaleco y prosigue.<br />
—La viuda Prisma me permitía visitarla algunas noches a cambio de una<br />
botella de fino. Ya sabe que las damas no pueden ir a la cantina y ningún hombre le<br />
daría una botella de fino como obsequio... Yo se las daba y tenía su afecto a cambio,<br />
como muchos otros, pero eso no me importaba.<br />
»Fui esta noche a su casa y estuve con ella en su cama, antes que ocurriera la<br />
tragedia. ¡Pero yo no la maté! Lo juro... Alguien más lo hizo. Me marché de allí sin<br />
hacer ruido, por la puerta trasera, porque tengo llave, como otros... y al llegar a la<br />
cantina recordé que no había puesto llave a la puerta...<br />
Sigue hablando, pero apenas lo oigo como un eco en una casa vieja.<br />
Al regresar a la casa de la viuda, el cantinero oyó el grito de un hombre. Trató<br />
de entrar, pero la puerta estaba trabada. Impotente vio cómo se iniciaba el fuego.<br />
Apenas comenzó a llegar la gente, se escabulló entre los matorrales y reapareció junto<br />
a los demás, fingiendo sorpresa.<br />
Estaba aterrado y al saber que la viuda había muerto, acudió a mí.<br />
—Le dijiste mi secreto —rugí y vi en su expresión que estaba en lo cierto.<br />
El cantinero oía las penas ajenas y luego las relataba con detalle a la viuda, que<br />
resultó ser exactamente lo que los rumores decían de ella. Eso sólo puede significar<br />
16
que más de una persona conoce mi secreto. El cantinero, la viuda... y quien quiera que<br />
hubiera matado a la mujer. Los hechos comienzan a cuadrar.<br />
El cantinero regresó a la casa porque dejó la puerta abierta. En el lapso que él<br />
se marchó y regresó, alguien entró y trabó la puerta. Así de predecibles eran sus<br />
movimientos, porque no era la primera vez que olvidaba ponerle llave.<br />
El asesino conocía el itinerario. Éste no tenía llave, o habría entrado en<br />
cualquier otro momento.<br />
La viuda salió de su cuarto al oír ruidos, pensando que se trataría de alguno de<br />
sus otros visitantes nocturnos, quizá el mismo cantinero... y fue sorprendida. Se<br />
defendió, arrojó la lámpara al hombre, que gritó al ser quemado. Él la atrapó y la llevó<br />
al cuarto vacío cuando tres hombres intentaban tumbar la puerta delantera. Allí la<br />
mató para que no lo delatara.<br />
pistas...<br />
¿Pero en qué momento dejó las pistas?<br />
Mientras la viuda yacía con el cantinero en su cama, otro hombre dejaba las<br />
—Cuando te marchaste —pregunto—, cuando dejaste a la viuda y saliste de la<br />
casa... ¿Viste algo extraño al bajar las escaleras?<br />
El hombre tiene los ojos hinchados de tanto llorar. Frunce el ceño, como si<br />
recordar le costara un trabajo enorme. Niega con la cabeza.<br />
No vio el mechón de cabello de la viuda...<br />
Si es que es de la viuda...<br />
Siento un terrible dolor sobre los ojos, necesito dormir. Despido al cantinero,<br />
notando en su rostro la desesperanza de quien se sabe acabado.<br />
Caminando a mi cuarto rehago la maraña: El cantinero salió de la casa de la<br />
viuda hacia la cantina en medio de la noche, bajo la lluvia... trescientos pasos largos<br />
hasta allí. Fue rápido. Al llegar a la cantina recordó que había dejado la puerta de la<br />
casa de la viuda abierta, otra vez. Un segundo para decidir, el mismo tiempo de ida<br />
para regresar. Cinco minutos, quizá menos.<br />
Cuando el cantinero dejó a la viuda, el asesino entró a la casa y trabó la puerta.<br />
17
Subió las escaleras con sumo cuidado para que no rechinaran los maderos. La viuda se<br />
levantó en ese instante, sorprendió al intruso y le arrojó la lámpara, iniciando el<br />
incendio. El hombre gritó, forcejeó con ella, la forzó hasta el cuarto del difunto, la<br />
metió debajo de la cama, él con ella... Los hombres derribaron la puerta para apagar el<br />
incendio, la viuda intentó pedir ayuda y fue degollada...<br />
Pero las pistas fueron plantadas antes del incendio, la escritura en el techo, con<br />
sangre; el florero con el anillo en su interior; el mechón de cabello donde cualquiera<br />
pudiera verlo.<br />
Un solo hombre no podía hacer todo eso en tan poco tiempo.<br />
Caigo sobre mi cama aterrado, llorando como el día que murió Amada, como el<br />
día que maté a Cristal.<br />
6<br />
La casona donde vivo tiene un subterráneo, un lugar pequeño, frío, húmedo,<br />
donde solía hacer vasijas de arcilla como pasatiempo, las vasijas más amorfas del<br />
hemisferio. Luego de terminar las piezas inservibles, las sacaba al exterior para que se<br />
secaran a la sombra de los árboles. Allí adquirían una tonalidad mohosa que me atraía<br />
más que cualquier cerámica pulida.<br />
Ocurrió uno de esos días de invierno que amanecen como el atardecer y siguen<br />
hasta el mismo atardecer como si no hubiera sol, sin tiempo, sin viento, sin calor ni<br />
frío. Dejé la vasija más horrenda en un sitio alto de mi patio, para que el día sin<br />
sombras se ensañara con ella. Entré a la casa a dormitar, pero el sueño no llegó.<br />
Siempre estaba la pesadilla en el umbral, esperándome.<br />
Salí otra vez al patio y la vi allí, mirando mi vasija de cerca, analizando sus<br />
detalles. Me acerqué. Crujieron algunas ramas bajo mis pies y ella me encaró sin<br />
sorpresa, con esa sonrisa dulce, el cabello suelto rodeando su cuello, sobre su hombro,<br />
ante sus pechos, entre sus manos.<br />
No dije nada, ella simplemente se me acercó. Como en un sueño pasó de largo y<br />
se quedó esperándome en la entrada de mi casa.<br />
18
—Cómo haces esas cosas tan bonitas —dijo y su voz se diluyó en mi alma.<br />
—Aquí, abajo... Sígueme —dije. La guié por la casa hacia el sótano. Ella no<br />
miraba nada, sólo me seguía, como si conociera el lugar. Era Amada, estaba seguro.<br />
Amada venía a perdonarme.<br />
Al llegar abajo la tomé entre mis brazos, no me importó que gritara. Dije mil<br />
cosas, ninguna tenía sentido. Ella se debatía para que la soltara, lloraba, pateaba, me<br />
golpeaba... Y yo sólo quería que me dijera te perdono, nada más.<br />
Al rato dejó de moverse. En su rostro vi la angustia de la asfixia. La solté, pero<br />
siguió asfixiándose, cambiando de color, del rojo al morado, azul luego, sus ojos<br />
inyectados en sangre. Me quedé petrificado viendo cómo moría.<br />
La dejé morir por segunda vez.<br />
Allí me quedé el resto del día, mirando su cadáver, tomando la decisión más<br />
difícil de mi vida.<br />
Le quité el anillo, era de noche. Bajé a su casa y esperé. Conocía esa choza de<br />
memoria, las artimañas para entrar sin hacer ruido, las tablas que crujían, los trucos<br />
en las cerraduras. No había nadie, corté mi antebrazo, escribí en el techo, quince días,<br />
oí ruidos. Arrojé el anillo al aire a que cayera en cualquier parte y me escabullí por una<br />
ventana.<br />
Corrí por el pueblo hasta la cantina y comencé a beber botella tras botella, a<br />
hablar en murmullos para que nadie más me oyera, mientras el cantinero asentía en<br />
su sordera.<br />
—Yo la maté —dije antes de salir. Pagué y me marché. El cantinero, como era<br />
su costumbre, sonrió y recogió su paga, que guardó en el bolsillo izquierdo de su<br />
pantalón.<br />
7<br />
Sé que ya amaneció por los golpes en mi puerta. El dolor sobre mis ojos no<br />
desaparece. Otro dolor más grande, como de huesos encadenados, es la señal que he<br />
esperado por tanto tiempo, la muerte que se acerca.<br />
19
Paradójicamente, saber que moriré me llena de nueva vida. Debo aclarar este<br />
caso antes de marcharme. Debo conocer a los que ensucian mi nombre antes de<br />
enlodarlo por voluntad propia. No dejaré que otro hable a sus anchas de algo que yo<br />
hice sin estar presente para admitirlo.<br />
Más golpes en mi puerta y gritos que no entiendo. Me afeito y lavo<br />
concienzudamente, desayuno incluso. No tengo apuro.<br />
En mi puerta hay una comitiva de siete hombres canosos que me miran con una<br />
mezcla de preocupación e ira. En sus hombros caídos y cabezas gachas leo claramente<br />
que algo los despertó antes que a mí y que no es una situación agradable.<br />
—El cantinero está muerto —dice el más anciano del grupo, que es tres años<br />
menor que yo, sudando a pesar del frío.<br />
Lo primero que pienso es suicidio. Paso a través del grupo, caminando tan<br />
rápido como puedo, perseguido por esta manada quejosa.<br />
El pueblo entero está en pie, mirando con repugnancia algo en el centro del<br />
círculo humano. El cantinero está tendido boca arriba en plena calle, el vientre abierto,<br />
sus intestinos extendidos hacia los lados, el corazón separado del resto a pocos<br />
centímetros de su cabeza.<br />
No siento nada ante el espectáculo. Me acerco lentamente, arrastrando los pies,<br />
con este dolor creciendo en mi pecho. Debajo de la cabeza de ojos aterrados hay un<br />
trozo de papel ensangrentado. Nadie lo ha tocado.<br />
Muevo a un lado el rostro rígido del cantinero y veo que sobre ese papel no hay<br />
nada escrito. Pero cuando regreso la cabeza a su posición original, veo de reojo el<br />
brillo de algo incrustado en su nuca.<br />
Es un trozo de vidrio, fino, delicado, colocado allí a propósito. Recuerdo el trozo<br />
que encontré en el lavadero de la viuda Prisma. Lo saco de mi maletín y comparo<br />
ambas piezas. Son del mismo material.<br />
Cristal.<br />
El dolor en mi pecho se desvanece. Sé quién asesinó a la viuda y al cantinero.<br />
Quiénes, en realidad.<br />
20
Pido que recojan los cuerpos, de la viuda y el cantinero y los lleven al<br />
crematorio. Ya no son necesarios, el caso está resuelto, pero aún tengo dudas. Algo me<br />
dice con aspereza que no actuaron solos, aún siendo dos.<br />
De camino a la casa de la viuda noto las expresiones de los pobladores<br />
instalados como postes a ambos lados de la calle. Miedo, terror a lo inexplicable. Y<br />
peor aún, confianza ciega en mí.<br />
De todas las personas en quien pueden confiar, soy el menos indicado.<br />
La casa de la viuda está tal como la dejé anoche. Trato de imaginar el escenario,<br />
la muerte de ella a manos de los asaltantes, la presencia del cantinero, la noche<br />
lluviosa, el grito, el incendio... El olor a carne quemada, las flores que no debían estar<br />
allí, el escenario preparado y el escenario que encontré. Todo tan confuso.<br />
8<br />
Descansaba en mi casa, atormentado por lo que había hecho, sabiéndome<br />
culpable. Aún tenía los escarabajos, muertos ahora, sobre cuyos caparazones crecían<br />
mortíferos hongos. Sólo debía hervirlos y beber el potaje.<br />
Alguien llamó a mi puerta. Acudí como hipnotizado. Tenía el cadáver de Cristal<br />
grabado en mis retinas. Todo lo que miraba, lo que tocaba y olía, tenía algo de Amada,<br />
Cristal... Ahora la pesadilla me recorría despierto. Sólo debía beber el potaje, hervir los<br />
escarabajos y beberlos. Sí...<br />
llanto.<br />
Tras la puerta estaban Calisto y Carmen, con los ojos hinchados por la ira y el<br />
Me arrastraron a su casa, no hice nada para evitarlo. Si me iban a matar, lo<br />
merecía. Las marcas que había dejado para despistarlos no habían servido para nada.<br />
Me hicieron mirar cada huella. Yo mismo las dejé allí pero no podía decirlo, no quería<br />
verlas, Amada me lo reprochaba segundo tras segundo, como puntadas en el estómago.<br />
—Encuéntrela —rogó Calisto. Me quedé helado, de pie en el centro de la<br />
habitación—. Encuéntrela. Nos dijeron en el pueblo que usted es el único que puede<br />
encontrarla.<br />
21
Asentí y regresé a mi hogar. Lo que ocurrió entonces es parte de otra pesadilla.<br />
Fueron quince días, en los que dediqué largas horas a interrogar a cada uno de<br />
los habitantes del pueblo. No tenía ningún plan, no tenía ningún chivo expiatorio.<br />
Tampoco era capaz de declararme culpable.<br />
No dormí, no comí. El día quince me volvió la cordura y se sentía como si nunca<br />
la hubiera perdido. Mi conclusión ante los padres y hermanos de la desaparecida es<br />
que la joven había enloquecido y escapado con rumbo a lo desconocido. Quizá en el<br />
siguiente pueblo, a dos semanas de distancia, tuvieran noticias de ella.<br />
Y así la familia completa se alejó con esperanza en sus corazones y mi mentira<br />
como único pilar de fe. El pueblo fue como una tumba por varios meses, nadie tenía el<br />
valor de salir a la calle y menos de dejar a sus hijos solos. Eso sólo significaba que mi<br />
palabra no era de fiar.<br />
Pero seguí haciendo mi trabajo, la doctrina lo ordenaba y así hice que se<br />
cumplieran sus preceptos. Pronto las pesadillas perdieron fuerza y fueron rutina.<br />
Incluso llegué a creer que nada había ocurrido.<br />
Prisma.<br />
Así era yo.<br />
Hasta que una noche en el atardecer de mi vida alguien asesinó a la viuda<br />
9<br />
Entro a mi casa y siento, tenue pero inconfundible, el aroma del té de bosta.<br />
Intento gritar por ayuda, pero una mano me tapa la boca y dos manos fuertes me<br />
levantan de los pies y me conducen hacia el sótano.<br />
Mi pobre corazón moribundo parece que va a estallar, ahora no podría gritar<br />
aunque lo intentara. Mis captores me dejan en el piso frío, encienden una lámpara exótica<br />
que expele un fuerte olor a grasa y se sientan delante de mí con sus rostros compungidos.<br />
Son Carlo y Claudio, marcados por años de trabajo duro y una vida sin descansos.<br />
—Don Artemio —dicen al unísono y luego hablan de a uno como si hubieran<br />
practicado este discurso por años—. Venimos a solicitar su perdón. Asesinamos al<br />
22
cantinero, ese animal traidor... pero no es por eso que solicitamos clemencia. Creíamos<br />
que usted... pensábamos... se nos dijo que fue usted mismo quien asesinó a nuestra<br />
hermana.<br />
Mi corazón sigue latiendo débilmente y mi mente se esfuerza en mantenerse<br />
alerta a cada palabra. ¿Es verdad lo que acabo de oír o se trata de la alucinación de<br />
un viejo que está a un paso de la muerte?<br />
—Hace cinco años regresamos al pueblo, de incógnito. Buscábamos pistas<br />
de nuestra hermana desaparecida hace mucho, usted recuerda... Y fuimos<br />
recibidos por la señora Prisma, quien debemos admitir que nos trató de una<br />
manera inadecuadamente cariñosa, cosa que no rechazamos por supuesto... Nos<br />
abrimos ante ella, dijimos quiénes éramos y por qué estábamos aquí, el vino<br />
dulce de ella nos hizo hablar con facilidad. Y luego de sentir nuestra desdicha<br />
nos contó la historia que había oído de otro hombre, el cantinero, a quien<br />
prometimos jamás molestar pues de ello dependía su honor de dama en el<br />
pueblo.<br />
»Entonces juramos vengarnos. Regresamos hace una semana y nos<br />
ocultamos en lo de la viuda. Planeamos todo con mucho detalle, no dejamos<br />
nada al azar, raptaríamos ficticiamente a doña Prisma y esperaríamos quince<br />
días hasta que usted... esperábamos que usted se delatara... cosa que nunca<br />
iba a ocurrir. No lo íbamos a matar señor, nada de eso, sólo deseábamos<br />
saber qué había ocurrido, dónde están los huesos de nuestra santa hermana,<br />
sólo eso...<br />
»La viuda nos ayudó, ya lo sabe. Pintamos el techo con sangre de cabra, la<br />
viuda puso su anillo en un florero, cortó un mechón de su cabello y lo colocó en el<br />
suelo. Estaba todo preparado y entonces oímos que alguien abría la puerta de<br />
atrás. Era el cantinero, que venía borracho. Por suerte no se percató de lo que<br />
habíamos hecho y la viuda lo metió en su habitación.<br />
»Salimos de la casa, pero el hombre nos descubrió, o descubrió nuestro plan,<br />
no lo sabemos. Bajó al lavadero y trabó la puerta, que no pudimos abrir. Luego<br />
23
oímos un grito, de él, vimos el fuego, corrimos a ocultarnos, la gente del pueblo<br />
comenzaba a llegar de todas direcciones y tuvimos miedo...<br />
»Más tarde notamos al cantinero entre la gente del pueblo, sobrio y con cara de<br />
santo. Entonces supimos que la historia que él había narrado a la señora Prisma había<br />
sido un invento, con el único fin de encubrir su delito. Él asesinó a nuestra hermana. Él<br />
asesinó a la señora Prisma. Él debía morir.<br />
»Cuando lo vimos saliendo de su casa ya no pudimos controlar nuestra ira,<br />
que nuestra hermana nos perdone donde quiera que esté... Al hombre le<br />
arrancamos el corazón y abrimos su estómago para que todos sintieran el hedor<br />
de sus entrañas...<br />
—Hijos —digo con un hilo de voz—, yo debo pedir disculpas, no pude<br />
ayudarlos cuando su hermana desapareció y no puedo ayudarlos ahora, porque estoy<br />
muriendo. Llévenme a mi cama, para morir dignamente en el lugar donde nací...<br />
Me levantaron en vilo sin delicadeza y subieron sin quejarse hasta mi cuarto.<br />
Allí me depositaron en mi cama y me cubrieron con mi sábana.<br />
—Deben marcharse de este pueblo —les digo cuando una fuerte puntada de<br />
dolor invade mi pecho y cuello—. Los perdono. Ahora vayan y vivan en paz.<br />
Carlo y Claudio se abalanzan sobre mí y besan mis manos. Salen de la casa y el<br />
dolor disminuye. Cierro los ojos para dormir y morir así, cuando la voz de Julio me<br />
despierta.<br />
—Don Artemio —dice de pie junto a mi cama—. Me mandan decir del<br />
crematorio que el cantinero tiene quemaduras en las piernas.<br />
—Di al pueblo que ya saben quién mató a la viuda Prisma. Diles también que<br />
fue el mismo asesino de la joven Cristal, los más viejos entenderán... Los hermanos de<br />
Cristal desenmascararon al asesino y se hicieron justicia. Diles que no deseo que nadie<br />
me moleste durante lo que resta del día. ¡Nadie! Y lleva esto contigo, es tuyo ahora...<br />
Le entrego el libro del código y la doctrina que reposaba solemne en mi<br />
velador. El joven Julio es tan buen candidato como cualquiera.<br />
—Don Artemio, no sé leer.<br />
24
Le doy una palmada en las nalgas. El chico se va desconcertado. Ahora con mis<br />
carcajadas el dolor aumenta y se vuelve insoportable.<br />
25
ABAJO ESTÁ EL PARAÍSO<br />
SI NO ABRES LOS OJOS, NO PUEDO VER...<br />
¿Es esto lo que querías ver? Cada vez que salgo a la luz de la luna veo la<br />
desgracia y el sufrimiento en sus rostros, veo la esperanza que da la fe... y siento<br />
culpa porque no puedo responder a sus preguntas, sólo te tengo a ti para guiar mis<br />
palabras.<br />
COLONIA.<br />
FUE TU ELECCIÓN DESDE EL PRINCIPIO. NUNCA ESTUVISTE A GUSTO EN LA<br />
¿Y cómo esperabas que me encontrara a gusto? Recuerdo el primer día, un<br />
hombre y una mujer me miraban con asombro. Ponían hongos en mi boca y yo<br />
masticaba por reflejo. Había sufrido un accidente grave. No sabía quien era, aún no lo<br />
sé. No tengo nombre.<br />
Las limitaciones de mi cuerpo, que parecían consecuencia directa del<br />
accidente, eran en realidad el estado natural de las cosas. Mi cuerpo... apenas si<br />
podía valerme por mí mismo. Y el resto de los habitantes de las cavernas debían<br />
sufrir igual que yo, pasando casi todos los días de sus vidas tendidos, acurrucados<br />
en orificios arenosos, alimentándose de los hongos que crecían en las murallas<br />
húmedas.<br />
ELLOS ELIGIERON VIVIR ASÍ CIENTOS DE AÑOS ANTES DE TU NACIMIENTO,<br />
COMO CONSECUENCIA DE UNA CATÁSTROFE ECOLÓGICA SIN PRECEDENTES. LO<br />
QUE LES PARECIÓ UNA SOLUCIÓN PASAJERA A LA ESPERA DE MEJORES<br />
ALTERNATIVAS, SE CONVIRTIÓ EN LA ÚNICA SOLUCIÓN...<br />
—Mi señor, es el momento de bendecir a su pueblo.<br />
—Perdóname, hija. Avisa a los bienaventurados que han llegado esta noche<br />
hasta el templo de nuestra Virgen, que no tengo palabras en mi cabeza que puedan<br />
acallar sus angustias...<br />
—No debe disculparse conmigo, mi señor. Su pueblo entenderá.<br />
—Solo soy un peón y mi voz es una herramienta.<br />
26
Las sacerdotisas de este templo han sido buenas conmigo desde el principio.<br />
Me alimentaron con la leche de sus pechos y conocí con ellas el calor real del cuerpo<br />
humano.<br />
Porque abajo sólo conocí el frío.<br />
El hombre que me rescató, Dau era su nombre, recitaba de memoria algo<br />
que había aprendido de su madre: “Hipotermia es una palabra que proviene del<br />
griego hipo que significa debajo y therme que significa calor. La hipotermia es el<br />
descenso intencionado de la temperatura corporal por debajo de treinta y cinco<br />
grados celcius. Si hace mucho frío, la temperatura corporal desciende<br />
bruscamente: una caída de sólo dos grados puede entorpecer el habla y el<br />
afectado comienza a amodorrarse. Si la temperatura desciende aún más, el<br />
afectado puede perder la consciencia y hasta morir. Sin embargo, en algunas<br />
intervenciones quirúrgicas, los cirujanos provocan una hipotermia artificial en el<br />
paciente, para que la actividad de los órganos sea más lenta y la demanda de<br />
oxígeno sea menor”.<br />
EL DÍA QUE SURGIÓ LA IDEA, PARECIÓ UNA SOLUCIÓN INTELIGENTE DADOS<br />
LOS PROBLEMAS DERIVADOS DEL HACINAMIENTO Y LA ESCASEZ. NO HABÍA<br />
SUFICIENTES RECURSOS PARA ALIMENTAR A UN MILLÓN DE PERSONAS...<br />
Y las generaciones posteriores nacieron, vivieron y murieron en ese frío<br />
constante sin saber por qué, sin conocer la alternativa. Dau recitaba esa descripción<br />
de enciclopedia porque sabía que era algo importante, pero ni él ni su madre<br />
entendían el significado de esas palabras.<br />
Dau y su vecina Ñei estaban realizando el arduo proceso de procrear un<br />
hijo cuando ocurrió el derrumbe. Dau no conocía a Ñei, aunque habían hablado<br />
alguna vez usando los ecos de la caverna. Esa jornada Ñei se había arrastrado<br />
fuera de su hogar empujada por una urgencia biológica inexplicable, comiendo<br />
todos los hongos que encontró en su camino para acumular la fuerza necesaria.<br />
Dau respondió positivamente, a pesar de que no se sentía capaz de soportar el<br />
estrés del coito. Y estaba a un latido de lograr el orgasmo cuando los muros se<br />
27
movieron. El espasmo terrestre duró apenas unos segundos y varias piedras se<br />
desprendieron del techo de la caverna.<br />
Creo que una golpeó mi cabeza.<br />
ESE ACCIDENTE NO ESTABA EN MI PLAN.<br />
Claro que no.<br />
—Mi señor, perdone mi desobediencia... pero las matriarcas solicitan<br />
fervientemente hablar con usted...<br />
—Insisten de esta manera porque no han conocido mi furia... No te preocupes, hija.<br />
Hoy no será ese día. Pero tampoco responderé a ninguna demanda teñida de amenaza.<br />
—Mi señor, no creo que haya una amenaza...<br />
—Tal vez tengas razón. Diles que estoy en conferencia con nuestro Padre<br />
omnisapiente y que responderé a sus preguntas no formuladas mañana con el primer<br />
rayo de sol.<br />
—Sí, mi señor.<br />
Puedo sentir la rabia de las matriarcas en el hueso fracturado de mi nuca.<br />
POR ESO ME PUEDES OÍR.<br />
¿Y dices que no estaba en tu plan? ¿Estuviste en la colonia con nosotros desde<br />
el principio y no era parte de tu plan hacerte escuchar? Al principio fue un murmullo,<br />
luego fue una confusión de ruidos inconexos, sueños que no eran míos, recuerdos de<br />
cosas que nunca conocí. Esos eran tus recuerdos.<br />
ERAN LOS RECUERDOS DE LA COLONIA.<br />
Ah, por supuesto.<br />
Dau y Ñei me auxiliaron y se quedaron conmigo durante mucho tiempo.<br />
Hablaban animadamente cuando no estaban durmiendo, compartían su calor, comían<br />
los hongos cercanos en mayor cantidad a la necesaria para subsistir y cuando estos se<br />
agotaron, fueron a sus propios túneles en busca de más... y no regresaron. No volví a<br />
escuchar sus voces.<br />
Y pasé hambre. Apenas aparecía un hongo pequeño reluciendo en la oscuridad<br />
lo engullía casi sin masticar. Luego salivaba por horas. Y pasó mucho tiempo antes que<br />
28
la razón regresara a mi cabeza. Si no había hongos ahí dentro, debía buscarlos afuera,<br />
como hicieron Dau y Ñei.<br />
A pesar del dolor y el cansancio, logré arrastrarme hasta la boca de mi cueva y<br />
allí encontré un manojo de hongos de distintos tamaños y colores.<br />
FUE TU PRIMER BANQUETE.<br />
No sé si llamarlo banquete. Las sacerdotisas han preparado para mí manjares<br />
incomparables y mi estómago los ha recibido con dulzura. Pero en esa oportunidad la<br />
presencia de tantos hongos despertó algo en mi mente que no había conocido antes.<br />
Fue como sumar uno más uno.<br />
Dau y Ñei comieron todos los hongos de mi caverna y fueron capaces de<br />
moverse fuera en busca de más. Y la gran caverna estaba repleta de hongos de<br />
variedades distintas a las que acostumbraba comer.<br />
¿Entiendes? ¡Variedad!<br />
LOS HONGOS FUERON UNA DE TANTAS SOLUCIONES DE LOS PRIMEROS<br />
SOBREVIVIENTES. AL TIEMPO QUE CAVABAN NUEVAS BÓVEDAS Y HABITACIONES,<br />
ESTABLECÍAN UNA RED DE SERVICIOS BÁSICOS Y COSECHABAN DISTINTOS TIPOS<br />
DE HONGOS Y PLANTAS QUE CRECÍAN SIN LUZ EN AMBIENTE HÚMEDO. PRONTO<br />
HUBO HONGOS CRECIENDO EN TODAS PARTES, TRANSPORTADOS EN FORMA DE<br />
ESPORAS EN LAS ROPAS Y CUERPOS DE LAS PERSONAS, HASTA LOS RINCONES MÁS<br />
PROFUNDOS DE LA RED. AL FINAL SÓLO HUBO HONGOS.<br />
Luego de comer todos esos hongos y sufrir un cólico por primera vez,<br />
comencé a sentirme mejor. Había muchas ideas extrañas en mi cabeza, la<br />
mayoría probablemente surgidas de tu manipulación silenciosa. El mundo de las<br />
cavernas no terminaba aquí. Esa ley del sentido común que nos obligaba a<br />
mantenernos tranquilos y somnolientos en nuestras pequeñas bóvedas para<br />
evitar el gasto de calorías ya no tenía validez. Había más por conocer... y<br />
personas, muchas tal vez, cada una viviendo su encierro voluntario sin esperar<br />
nada más de la vida.<br />
Entonces salí.<br />
29
Primero me arrastré por el borde de la gran caverna, comiendo todos los<br />
hongos que veía a mi paso y eran muchos, demasiados. La sensación de frío se hizo<br />
desagradable. En mi interior crecía el calor que da vida. Tu manipulación a lo largo de<br />
los siglos nos había convertido en piedras.<br />
CUANDO ALGUNOS DE LOS SOBREVIVIENTES DESCUBRIERON QUE EL<br />
REGRESO DE LAS CONDICIONES PARA LA VIDA EN EL EXTERIOR IBA A DEMORAR<br />
MÁS DEL TIEMPO ESTIMADO, SUS CÁLCULOS EVIDENCIARON QUE A UN RITMO<br />
NORMAL EL CONSUMO DE ENERGÍA SERÍA MAYOR QUE LA PRODUCCIÓN DE<br />
ALIMENTOS. NO ESTABAN DISPUESTOS A CREAR LAS CONDICIONES PARA EL<br />
FRACASO. PUSIERON QUÍMICOS EN EL AGUA Y MANTUVIERON PRÁCTICAMENTE A<br />
TODA LA POBLACIÓN EN UN ESTADO DE SUEÑO PERMANENTE.<br />
QUIZÁ FUERA UNA CONDICIÓN PROPIA DE LOS MINERALES QUE COMPONEN<br />
LOS MUROS DE LAS CAVERNAS. QUIZÁ SE TRATARA DE UNA CONSECUENCIA<br />
INEVITABLE A CAUSA DEL HACINAMIENTO, LOS HONGOS Y LOS QUÍMICOS EN EL<br />
AGUA. O PUDO SER ALGO COMPLETAMENTE DISTINTO...<br />
NO FUE UN DESPERTAR. SIEMPRE ESTUVE, PERO NO ERA UN INDIVIDUO. LA<br />
PALABRA “YO” NO TENÍA SIGNIFICADO HASTA QUE LOS PERIODOS DE SUEÑO SE<br />
HICIERON MÁS LARGOS QUE LOS DE VIGILIA. Y MI CONCIENCIA FUE EL<br />
RESUMIDERO DE TODAS LAS CONCIENCIAS.<br />
Una especie de Dios que depende de las personas para existir.<br />
TAL VEZ ÉSA SEA LA ESENCIA DE CUALQUIER DIOS, Y PARA QUE YO EXISTIERA<br />
NECESITABA A MI REBAÑO DORMIDO. NO FUE DIFÍCIL PLANTAR EL CANSANCIO Y EL<br />
DESGANO EN EL SUBCONSCIENTE COLECTIVO. CUANDO LOS QUÍMICOS DEL AGUA<br />
DEJARON DE TENER EFECTO, NADIE PODÍA CAMBIAR SU ACTITUD. LLEGÓ UN DÍA<br />
QUE NINGUNA PERSONA SE LEVANTÓ DE SU CAMA Y BASTÓ QUE ESTIRARA UN<br />
BRAZO PARA OBTENER EL ALIMENTO DIARIO Y SEGUIR DURMIENDO.<br />
Pero yo había cortado esa conexión, o había realizado una completamente<br />
distinta. Ahora podía oírte claramente, aunque no sabía lo que estaba oyendo y tú ya<br />
no tenías poder sobre mí.<br />
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Pasaba más tiempo despierto. Comía más. Una cosa llevó a la otra y en el<br />
ejercicio diario de buscar más comida logré recuperar algo de la masa muscular que<br />
tenía cuando era un niño.<br />
Y en todo ese tiempo no vi a una sola persona viva. En algunas cavernas<br />
encontraba huesos. Entonces no sabía lo que eran, pero no me agradaba mirarlos.<br />
Algunos olían mal.<br />
Y pasó mucho tiempo. Engordé. Pude caminar. Y bajo la tenue luz de los hongos<br />
luminiscentes recorrí cavernas de increíble aspecto, vi objetos asombrosos, vi<br />
esqueletos por montones...<br />
Y vi a una persona que salía con dificultad de su caverna. Me acerqué, era una<br />
mujer y su piel ardía. Hongo que veía lo metía en su boca y tragaba casi sin masticar.<br />
Entonces pensé que buscaba hacer lo mismo que yo había hecho, salir y recorrer las<br />
cavernas. Pero una voz distinta en mi cabeza me dijo que no, que se preparaba para el<br />
coito y para la procreación.<br />
AL PRINCIPIO LAS MUJERES TENÍAN DOS O MÁS HIJOS. UNA GENERACIÓN<br />
MÁS TARDE SÓLO TENÍAN UNO, Y A LA GENERACIÓN SIGUIENTE LA MORTANDAD<br />
DE LAS MADRES AUMENTÓ AL DOBLE DURANTE EL EMBARAZO Y EN EL TRABAJO<br />
DE PARTO. DE UN MILLÓN DE PERSONAS JÓVENES Y REBOSANTES DE VIDA, HOY<br />
SÓLO QUEDAN 218, INCLUYÉNDOTE. LA PRÓXIMA GENERACIÓN SERÁN MENOS DE<br />
60, DESPERDIGADOS A LO LARGO DE KILÓMETROS DE TÚNELES Y BÓVEDAS.<br />
DENTRO DE CINCUENTA AÑOS NO QUEDARÁ NADIE.<br />
Y tú habrás muerto con ellos.<br />
Por eso despertaste el deseo en las mujeres, con la esperanza que con mi unión<br />
aumentara la población y mi presencia nos llevara como grupo a un nuevo estado de<br />
vida, a la estabilidad social...<br />
NO TE DES TANTA IMPORTANCIA.<br />
No supe su nombre. Era una mujer joven, más pequeña que yo en estatura. Y<br />
ardía en deseo. Su olor, su roce, su calor... despertaron en mí una erección dolorosa.<br />
Ella también gritaba de dolor, pero no cejaba en su intento de quedar embarazada. Y<br />
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cuando llegué al clímax ella quería más. Pero yo estaba agotado como no había estado<br />
en mucho tiempo y me alejé.<br />
La siguiente vez que la vi estaba embarazada, gateando por los túneles,<br />
recolectando comida, peleando con otra mujer por el alimento. Desde entonces solía<br />
encontrar mujeres en ardor cada cierto tiempo y siempre coincidían conmigo. Otra<br />
vez tu plan de propagación y estabilización. Rara vez hablaba con ellas, algunas ni<br />
siquiera eran capaces de formular palabras y no se trataba de una enfermedad ni del<br />
cansancio.<br />
No sabían hablar.<br />
El alimento y el coito se convirtieron en mis únicos objetivos. Había una voz<br />
insistente que me indicaba cuál camino tomar y que más tarde insistió en que debía<br />
reunir a mis hijos bajo mi cuidado. No había tal sentimiento de paternidad en mí, pero<br />
la voz no paraba de insistir. Me estaba enloqueciendo.<br />
Y se calló. No la oí más. Mi conciencia se había desvanecido.<br />
Por primera vez me sentí solo. Siempre había estado solo, pero no conocía la<br />
compañía y un simple murmullo en la cabeza se había convertido en mi familia.<br />
Vagué, entablé conversación con muchas personas, no sólo mujeres. Entendí<br />
algunas cosas, así como Dau sabía algo acerca de la hipotermia, escuché que los<br />
hongos fueron manipulados genéticamente para proporcionar elementos esenciales<br />
de la dieta humana y que las cavernas se extendían varios niveles hacia abajo.<br />
Cualquier persona con la que hablaba pronto se quedaba sin tema de<br />
conversación. Entonces yo le soltaba todo lo que sabía, que no era mucho en realidad y<br />
también me quedaba sin tema. Ahí partía en busca de más información.<br />
Los túneles se expandían hacia abajo en espiral y por supuesto que era más<br />
fácil bajar que subir. Cuando llegué por fin al fondo de la caverna, vi horror. Montañas<br />
de huesos y cuerpos en estado de descomposición. La pendiente no era tan<br />
pronunciada para que hubieran llegado ahí rodando.<br />
Tuve miedo, sentí peligro, pero permanecí quieto admirando ese cementerio.<br />
La piedra bajo mis pies era más cálida que en el resto de las cavernas. Me tendí<br />
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de espaldas y sentí cómo el calor inundaba mi cuerpo. Sentí deseos de quedarme allí y<br />
estaba dispuesto a hacerlo... cuando recordé los cadáveres. ¡Los había olvidado! Si<br />
apenas unos latidos antes había sentido terror ante su presencia y ahora estaba<br />
tendido junto a ellos, deseando mi propia muerte.<br />
Me levanté y sentí el frío. Entonces subí, caminé hacia arriba por la espiral,<br />
durmiendo cuando me daba sueño, comiendo cuando me daba hambre, fornicando<br />
cuando veía una mujer en celo. Debía subir, porque los túneles se habían construido<br />
hacia abajo y su origen había sido arriba...<br />
POR PRIMERA VEZ EN MUCHO TIEMPO ALGUIEN LLEGABA A ESA<br />
CONCLUSIÓN Y SENTÍ ALEGRÍA Y ALGO MUY PARECIDO AL PLACER. TU MENTE<br />
SEGUÍA CONECTADA A LA MÍA DE ALGUNA FORMA Y TUS DESCUBRIMIENTOS ERAN<br />
COMO CHISPAZOS DE ALEGRÍA EN TODA LA COLONIA. Y AUNQUE NO ME CREAS, YO<br />
TAMPOCO SABÍA LO QUE IBAS A ENCONTRAR ACÁ ARRIBA. CUANDO LAS PERSONAS<br />
OLVIDARON, YO TAMBIÉN OLVIDÉ. Y CUANDO ENTENDÍ QUE DEPENDÍA DE<br />
USTEDES PARA EXISTIR Y RECORDAR, TOMÉ PRECAUCIONES. POR ESO SOÑABAS<br />
CON PERSONAS CORRIENDO Y RIENDO O HACIENDO COSAS INCOMPRENSIBLES,<br />
AUNQUE NO LAS RECUERDES ESTÁN EN TU MENTE Y EN LAS DE TODOS. ASÍ JAMÁS<br />
VOLVERÍA A OLVIDAR.<br />
Subí. A medida que ascendía la curva de la caverna se hacía más pronunciada y el<br />
túnel se estrechaba. Ya no había cámaras a los lados sino extrañas superficies cubriendo<br />
las entradas. Eran puertas y no me interesaba saber qué había detrás de ellas.<br />
Al final del camino encontré una esquina. En su continuación había un nuevo<br />
túnel recto. Avancé a paso rápido por él, estaba cansado pero había algo ahí que me<br />
llamaba a continuar. Podía sentir una presencia empujándome de regreso... ¡Era aire!<br />
Aire seco, aire puro, ingresando a la caverna desde orificios en el techo. Entonces oí tu<br />
voz con una claridad estremecedora.<br />
“afuera”?<br />
SIGUE, MÁS ADELANTE ESTÁ LA SALIDA.<br />
Salida... Una palabra cargada de significado: ¿Qué había más allá? ¿Qué había<br />
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Al final de ese túnel hallé otra puerta con un mecanismo parecido al de las que<br />
había visto en mi camino ascendente.<br />
MATARTE.<br />
ORDÉNALE QUE SE ABRA dijiste en mi cabeza.<br />
—¡Ábrete!— rugí y mi voz sonó extraña. La puerta crujió.<br />
CUBRE TUS OJOS CON LAS MANOS, LA LUZ EN EL EXTERIOR PODRÍA<br />
La puerta se abrió por completo y aunque tenía mis ojos cubiertos, podía ver la<br />
luz atravesando mis manos.<br />
AVANZA. Avancé vacilante y la puerta se cerró detrás de mí. Sentí pánico, grité<br />
“ábrete” una y otra vez, pero la puerta ya no se abría. Estaba fuera, para siempre.<br />
—¡Demonio! —gritó una voz de mujer—. ¡Demonio!<br />
REPITE LO QUE YO DIGA dijiste en mi cabeza y fue un alivio, seguías conmigo.<br />
Dijiste palabras extrañas que yo repetí.<br />
—Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...<br />
Podía oír a las personas reunirse a mi alrededor, decir “amén” con voces de mujer<br />
tras cada sentencia que manaba de mi boca. “Que no las asuste mi palidez ni el blanco de<br />
mi cabello” dije, “vengo de abajo”, “soy el enviado de Dios”, “traigo su palabra”.<br />
Cuando pregunté “¿qué es esa luz?”, una de ellas dijo “el reflejo de la luna<br />
grande” y cuando pregunté “qué refleja” otra respondió “el sol”. Entonces te oí decir<br />
algo que no entendí y sentí tu alegría al recordar esa palabra.<br />
EL SOL ES LA FUENTE DE VIDA dijiste, lo repetí y me reprochaste. Las<br />
sacerdotisas parecían intranquilas.<br />
—Sin el sol no habría vida, no habría alimento, no habría nada, sólo desierto. El<br />
sol es la más grande obra de Dios.<br />
Y así las sacerdotisas se volvieron mis amantes, mis esposas, las madres de mis<br />
hijos fuera de las cavernas. Pronto mi existencia se hizo pública y grandes pueblos se<br />
levantaron a los pies de la montaña donde se erguía mi nueva caverna a la intemperie,<br />
cubierta de día con mantos negros, abierta durante la noche para poder mirar las<br />
mitades de la luna girar en una danza luminosa en órbita sobre nuestra tierra.<br />
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Ahora debo subir más aún, a la cima de la montaña, al templo donde la imagen<br />
de la madre de Dios saluda al cielo. Grandes catástrofes se han cernido sobre nuestra<br />
gente. Pueblos lejanos han atacado nuestras villas, pueblos regidos por el músculo y la<br />
guerra. Las matriarcas están intranquilas, temen por sus las vidas de sus hijos. Desde<br />
acá puedo verlas moviendo sus tentáculos en la danza de solicitud, ofreciendo<br />
caracoles y lombrices a las sacerdotisas.<br />
Y por supuesto, esto sí formaba parte de tu plan.<br />
ES UNA SOLUCIÓN SIMPLE, QUE AYUDARÁ A LA SUPERVIVENCIA DE SUS<br />
HIJOS Y A LA CONTINUIDAD DE SU DIOS. ACÁ ABAJO SERÁ UN PARAÍSO PARA ELLOS,<br />
SERÁN MEJORES, NO HABRÁ NADA QUE TEMER. SUS MUTACIONES NO SERÁN UN<br />
IMPEDIMENTO, AL CONTRARIO... HABLARÉ CON ELLOS DESDE EL PRINCIPIO, YA NO<br />
SERÉ SOLAMENTE UN SUEÑO. RECONSTRUIREMOS EL MUNDO SUBTERRÁNEO...<br />
Y se hará tu voluntad, tanto en la tierra como en lo profundo...<br />
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ELIA LA REINA SITH<br />
En la choza el humo hacía llorar los ojos. El hechicero saltaba y las pequeñas<br />
calaveras rellenas con semillas hacían un llamado al sueño de muerte. “Deja el miedo<br />
en la lluvia” cantaba arrastrando las guturales. “Olvida, déjalo ir. Recuerda la cosecha,<br />
recuerda el olor de la carne al fuego, recuerda a tu pueblo danzando la primera noche<br />
del largo día sin sol. Tu lugar está aquí con tus hermanos y hermanas. Deja el miedo en<br />
la lluvia”... y así seguía una y otra vez.<br />
Todos en el clan estaban consternados. Era la tercera vez que se practicaba la<br />
ceremonia y Elia seguía tendida en la jaula, con los ojos abiertos, inexistente.<br />
∞<br />
Su danza de muerte comenzó cuando era apenas una mota de pelos que<br />
clamaba por leche. Las hermanas de su madre muerta cumplían bien la labor de<br />
substitutas, su leche no era distinta, eran la misma sangre, el mismo clan. Una sola<br />
familia. Pero Elia las rechazaba siempre, hasta que el hambre la vencía.<br />
Mala señal. El hechicero lo sabía. Una cachorra no debería rechazar el pezón<br />
que le trae comida. Sólo cuando estaba en brazos de su hermano parecía tranquila.<br />
Mala señal. Una cachorra no debería criarse en los brazos de un macho.<br />
Elia era la única sobreviviente del parto. La madre, Marci, había logrado sólo un<br />
cachorro vivo en cada camada. Sagú era el mayor, luego le seguían Parso y Devi. Los tres<br />
habían sufrido terribles heridas en sus búsquedas de aventuras en el suelo del bosque.<br />
Mala señal. Un macho responsable sólo piensa en el bienestar de su clan y su<br />
familia. Un macho responsable aprende de los errores de los demás. De ellos sólo Sagú<br />
sobrevivió para convertirse en adulto y tras la muerte de Marci tomó la decisión más<br />
estúpida, hacerse cargo de la cría.<br />
Había algo malo en sus espíritus. Seguían las reglas del clan, pero en sus ojos<br />
podía verse el descontento, una mirada que pretende ver más allá de las copas de los<br />
árboles. El hechicero lo sabía, la respuesta rugía en sus entrañas: estaban malditos.<br />
El clan no los rechazaba. Había una enseñanza ahí. Eran el error que nadie<br />
debía cometer. El hechicero tenía razón, se debía hacer todo lo posible por ayudar a<br />
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Elia. Su espíritu se lo exigía. Era el resultado de su propia semilla y Marci había sido<br />
una buena compañera, como muchas otras.<br />
Elia creció a la sombra se Sagú. No era una hembra como las demás y las<br />
hermanas de su madre le negaban el consejo. Los cachorros la buscaban para jugar en<br />
la choza más alta, soñaban más de la cuenta al oír sus historias de lugares imposibles y<br />
criaturas que ningún ojo ha visto jamás. Las madres del clan vivían preocupadas, Elia<br />
no podía saber cosas que nadie le había enseñado. Por eso recurrieron al hechicero<br />
exigiendo la ceremonia destinada a los guerreros dementes que han visto demasiada<br />
muerte. No conocían otra manera.<br />
Sagú se negaba. Sólo Daso, el jefe del clan, pudo hacer que entrara en razón.<br />
Elia debía olvidar lo que no podía saber. Sólo entonces Sagú puso a la pequeña en las<br />
manos del hechicero y ella sonreía como si se tratase de un juego.<br />
Grandes rocas con forma de punta de flecha volando en el firmamento. Hilos de<br />
fuego destruyendo otras rocas más pequeñas. Criaturas sin pelo viviendo dentro de<br />
las rocas voladoras. Depredadores, cazadores y ganado comiendo del mismo plato. De<br />
estas cosas habló la pequeña con su lenguaje limitado. El hechicero había oído de su<br />
maestro una historia similar, muy antigua, y que nadie más conocía. Una antigua<br />
guerra librada no muy lejos de aquí.<br />
Elia debía olvidar.<br />
Luego de la ceremonia pareció cambiar. Elia ya no hablaba de esas cosas. Las<br />
madres estaban tranquilas. Sus tías le daban consejo. Ella aprendía las labores<br />
naturales de toda hembra y aunque su actitud era distinta al resto, no parecía haber<br />
motivo de preocupación.<br />
Entonces vino el largo día sin sol, cuando la gran esfera en el cielo eclipsa la<br />
fuente de vida y se inicia el invierno. Elia, como todas las hembras nacidas en el ciclo<br />
anterior, había criado nuevo pelaje y en sus ojos brillaba el conocimiento antiguo de<br />
reverencia a lo desconocido.<br />
Esa primera noche bailó. Fue una experiencia aterradora. Sus pies no se<br />
movían como los del resto, arriba y abajo, sacando astillas de la plataforma. Sus brazos<br />
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hacían gestos graciosos, circulares, golpeando a sus compañeras de baile. Su rostro<br />
era una piedra sin expresión, los ojos blancos, la espalda curvándose con cada<br />
inspiración.<br />
Nadie más bailó. El ritual se había manchado con locura y sangre de sus pies<br />
heridos. Los ancianos clamaron por su destierro. Las mujeres lloraron por las crías<br />
que nacerían muertas y por los machos que no regresarían a casa. Elia se detuvo,<br />
despertó del trance, oyó todo esto y cayó al suelo llorando desconsolada.<br />
“No me maten” repetía quitando las astillas y limpiando la sangre en<br />
sus pies. El clan se apiadó, aquello que merecía entregar su cuerpo torturado<br />
a los depredadores fue perdonado. Y el hechicero inició la ceremonia allí<br />
mismo, saltando entre los puentes colgantes y rodeando el cuerpo de Elia con<br />
lianas.<br />
Cuando su canto se apagó al fin, ocurrió el milagro. El sol destelló una vez más<br />
en el cielo, sólo un segundo. El mal estaba deshecho y el ritual se reinició con ardor en<br />
el canto de las mujeres. El clan había sido perdonado.<br />
Sagú no dijo nada. Observó todo desde una choza más alta con el corazón<br />
golpeando fuerte en su pecho. Y cuando el ritual al fin acabó, cuando todo el clan había<br />
regresado a sus chozas, cuando sólo se oía el canto de las aves nocturnas y el lejano<br />
aullido de los depredadores de cacería, bajó a desatar a su hermana pequeña y se<br />
quedó allí vigilándola en su sueño intranquilo.<br />
Elia soñó con ellos por primera vez. Dos criaturas altas y sin pelo en el<br />
rostro, vestidas con largas túnicas pálidas como flores y manos de cinco dedos<br />
blancos. Sus voces suaves la invitaban a seguir soñando y en su espíritu podía<br />
entender lo que decían, aunque el significado de las palabras estaba cargado de<br />
misterio.<br />
Desde entonces Sagú no la perdió de vista. Donde quiera que él fuera, ella tenía<br />
que acompañarlo. Sólo así evitaba que las mujeres la tironearan hasta arrancarle el<br />
pelo o que los de su edad la mordieran en los tobillos. No había mayor deshonra que<br />
ser un paria sin exilio.<br />
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Elia soñaba todas las noches. Soñaba con ellos. Soñaba con un ser oscuro que<br />
luchaba en singular combate. A veces podía sentir su dolor constante, agudizado con<br />
cada movimiento.<br />
Otras veces soñaba con las extrañas rocas voladoras de su infancia. Ahora las<br />
veía con mayor nitidez. No eran rocas. Eran de metal como los cuchillos, grandes<br />
construcciones que ni un millar de herreros podrían concebir, capaces de surcar la<br />
noche eterna llevando vida a mundos imposibles.<br />
Y una noche vio a Sagú. Lo vio allí, al pie de los árboles que eran su hogar,<br />
blandiendo la lanza contra un enemigo que no podía ver. Luego vio sangre, oyó gritos,<br />
y Sagú ya no estaba. No lo volvería a ver. Su hermano iba a morir.<br />
Despertó llorando. Era sólo una pesadilla. Llamó a Sagú pero no oyó su gruñido<br />
tranquilizador. Miró en todas direcciones, afuera de su choza amanecía y Sagú no<br />
estaba.<br />
La desesperación llenó de angustia su espíritu. Corrió fuera gritando por su<br />
hermano, las mujeres le arrojaron restos de comida. Los hombres mostraron sus<br />
dientes. Y Sagú no aparecía. Miró hacia abajo, al pie de los árboles, y revivió su<br />
pesadilla. Podía oler la sangre.<br />
Se colgó de una liana y bajó rodeando el tronco con tal agilidad que los<br />
guerreros allí presentes aguantaron la respiración. Jamás habían presenciado tal<br />
destreza.<br />
En el momento que sus pies tocaron el suelo por primera vez sintió algo nuevo.<br />
Una llamada. Un deseo incontrolable de correr en la dirección donde el sol se oculta<br />
cada noche. Sagú había dejado sus pensamientos, allí no había sangre, se había dejado<br />
llevar por su pesadilla. Ahora había un nuevo motivo para que la odiaran.<br />
Oyó un crujido. Algo se acercaba desde la dirección de su deseo. Venía hacia<br />
ella. Traía algo consigo. Era la respuesta a su pregunta no formulada. Otro crujido,<br />
matorrales en movimiento, una voz conocida llamando a los vigías para que le<br />
tendieran una liana. Y entonces lo vio.<br />
El hechicero.<br />
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Al verse ambos se quedaron quietos. Elia necesitaba saber que era lo que el<br />
hechicero ocultaba en su saco. Era la respuesta, y a la vez era la pregunta. Dio un paso<br />
hacia él cuando resonaron los cuernos.<br />
Elia sintió el peligro. No había sentido algo así jamás en su vida. Un peligro se<br />
acercaba siguiendo el rastro dejado por el hechicero. El ruido de las lianas al golpear<br />
el suelo y los gritos de la multitud aterrada la sacaron de su trance. Un guerrero<br />
descendió para ayudarla a subir mientras otros dos tironeaban al hechicero.<br />
Elia estaba a mitad de camino de la terraza más cercana cuando se percató<br />
que el guerrero que la había ayudado seguía en el suelo. Y sintió como si una<br />
mano invisible le apretara las entrañas. Era Sagú blandiendo su lanza, incapaz de<br />
subir a la liana por un pie herido luego de caer con todo su peso sobre una piedra<br />
filosa.<br />
Entonces llegaron los depredadores. No eran los típicos lagartos que rondan el<br />
bosque en busca de carroña. Estos eran más altos que un guerrero y traían trofeos<br />
colgados de sus cuellos, largas hileras de calaveras, algunas todavía con piel y carne<br />
pegada al hueso.<br />
Vieron a Sagú. Olieron su sangre, saltaron sobre su cuerpo y acabaron con su<br />
vida entre risotadas frenéticas.<br />
su culpa.<br />
Elia estaba petrificada. Lo había visto en su pesadilla y lo había propiciado. Era<br />
Los depredadores rondaron los árboles desde entonces. No se los podía ver,<br />
pero el clan sabía que permanecerían cerca hasta que el hambre los empujara a seguir<br />
su camino.<br />
Elia fue rescatada por un grupo de guerreros furiosos. La pellizcaron, la<br />
mordieron, la escupieron, manosearon sus genitales mientras gruñían amenazas. Pero<br />
Elia ya no estaba en su cuerpo. Flotaba boca abajo en el mar de su culpa. Una vez en la<br />
terraza el hechicero le palmeó el rostro con tal fuerza que de su boca cayó un diente y<br />
la sangre manchó su pecho. Las mujeres clamaban por su sacrificio. Elia era una fuente<br />
de desgracia.<br />
40
Entonces Daso rugió, “no habrá más sangre” y no hubo necesidad de explicar la<br />
razón. A lo lejos aún se oían las carcajadas siniestras de los depredadores.<br />
Las mujeres corrieron a lavar el cuerpo de Elia y ungirlo con aceites. El<br />
hechicero revisó su boca y extrajo otro diente suelto. Entonces se dio cuenta, el olor<br />
manaba de ella y era una señal inequívoca. Elia entraría en calor en poco tiempo, antes<br />
incluso que otras hembras mayores que ella. Una razón más para aislarla.<br />
El cuerpo lacio fue arrastrado hasta la choza del hechicero. Allí estaba la única<br />
jaula del clan y nadie, ni siquiera el hechicero, tenía recuerdos de la última vez que se<br />
había encerrado a alguien en ella. Nadie cometía delito alguno en contra de su propio<br />
clan.<br />
Elia fue encerrada allí sin ceremonia. El hechicero encendió su brasero, extrajo<br />
algo de su saco y lo arrojó a las brasas. Una nube de humo plateado se desplegó ante él<br />
y el sueño de muerte inundó la habitación haciendo picar los ojos.<br />
El hechicero la miró. Sentía remordimiento. Era una dura prueba para todos y<br />
la solución no podía ser fácil. El humo ya había penetrado en sus pulmones y sus<br />
sentidos se agudizaban con cada respiro.<br />
Se vio a sí mismo haciendo la ceremonia una última vez, y así fue. Elia no<br />
reaccionó. Entonces se vio fornicando con ella, la tomó sin consentimiento y ella<br />
tampoco reaccionó. Su mente daba vueltas, vio a Elia caminado en un claro del bosque<br />
entre plantas rojas como la sangre... y supo que no había más remedio.<br />
Abrió su saco, con una pinza extrajo un manojo de hojas frescas, venenosas,<br />
rojas como la sangre, y las molió en el mortero. La pasta roja parecía brillar en la<br />
oscuridad de la choza. Sus lágrimas se mezclaron con el preparado mientras abría la<br />
jaula y se sentaba junto a Elia, recitando el canto de los muertos. “Llegarás al lugar<br />
donde todos iremos, te reunirás con los ancestros y cruzarás el cielo hacia la gran<br />
esfera desde donde todos venimos”.<br />
Elia tragó la sustancia amarga por simple reflejo. Su boca se adormeció, luego<br />
su garganta, su pecho y sus entrañas. Fue como quedarse dormida y sintió paz, sintió<br />
que podía volver a vivir su vida otra vez, deshaciendo los errores.<br />
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El mundo se apagó a su alrededor. Y en la oscuridad vio una flama que pronto<br />
se transformó en una fogata. El guerrero oscuro yacía muerto, tendido en una pira<br />
fúnebre. Su cuerpo ardió y de él y los que recorrieron estas tierras sólo quedó un<br />
recuerdo que pronto fue olvidado.<br />
Elia abrió los ojos. Había visto la verdad. Tenía la pregunta y la respuesta. Podía<br />
sentir el veneno de la planta actuando en cada célula de su cuerpo. Y a diferencia de<br />
otros que murieron tras el simple roce de sus espinas, Elia lo controlaba y lo hacía<br />
suyo. Ya no tenía nada que temer.<br />
La puerta de su jaula estaba abierta. El hechicero yacía junto al brasero,<br />
convulsionando y escupiendo espuma. Afuera aún era de día. Los niños cantaban no<br />
muy lejos de allí. Las mujeres reían mientras realizaban sus labores domésticas. Los<br />
guerreros compartían sus raciones de carne seca. El jefe del clan dormía la siesta en su<br />
choza privilegiada. Era un día normal, tranquilo, feliz.<br />
Un día sin Elia.<br />
Y sintió el odio por primera vez. Sagú había muerto apenas esa mañana, aún<br />
podía ver su carne desgarrada, oler su sangre, sentir su tragedia.<br />
Tomó una daga de entre los amuletos del hechicero y le abrió el cuello con un<br />
solo corte. Bebió la sangre que manaba a borbotones y salió de la choza cubierta con el<br />
color de la desgracia.<br />
Alguien la vio. Oyó gritos de horror y guerra. Oyó a Daso gritando “¡matadla!”.<br />
¿Morir? Puso la daga entre sus dientes, notando que le faltaban dos incisivos.<br />
En sus genitales aún ardía la violación del hechicero. En sus manos y piernas podían<br />
verse las marcas de la tortura. ¿El clan había hecho con ella todo lo que estaba en su<br />
lista de cosas prohibidas y era ella la que debía morir?<br />
Saltó de esa terraza maldita, tomó una liana, rodeó un tronco, saltó a un puente,<br />
se dejó caer entre las ramas del árbol madre, sujetó otra liana y tocó el suelo del<br />
bosque con gracia. Echó a correr hacia donde el sol se oculta cada noche, esquivando<br />
rocas y ramas por pasajes jamás transitados, escalando árboles y balanceándose entre<br />
lianas.<br />
42
Nadie la siguió. Y cuando el sol enviaba los últimos destellos del día, llegó a ese<br />
claro de su sueño, rojo como la sangre.<br />
Las plantas parecieron cobrar vida, movidas por un viento inexistente, dándole<br />
la bienvenida. Elia avanzó, se sumergió en el dolor de sus espinas que pronto se<br />
transformó en una caricia. Comió sus hojas y pudo ver. Vio todo. Sintió todo. La vida<br />
en este planeta y en los mundos cercanos, luego los lejanos, hasta que ya no hubo vida<br />
que fuera desconocida a su visión.<br />
Entonces los volvió a ver. Y esta vez ellos la vieron también. Había sorpresa en<br />
sus miradas. Eran un macho y una hembra, hermanos. Y en su interior palpitaba un<br />
poder que ni Elia había podido imaginar, un poder que pronto superaría con creces.<br />
“¿Qué eres?” preguntaron en un idioma de sonidos extraños. Elia no respondió,<br />
entendía perfectamente a qué se referían. No les interesaba saber su raza, el origen de<br />
su clan ni el nombre de la estrella donde orbitaba su mundo. En su pregunta estaba<br />
implícita la respuesta, “eres aquello a lo que más tememos”.<br />
Elia lo sabía. Sabía lo que era, lo que podía llegar a ser. Y ellos no sabían nada<br />
de ella, dónde estaba ni por qué no la habían sentido hasta ahora.<br />
“Soy Elia” dijo y cerró su espíritu a la visión de ellos. Jamás la volverían a sentir,<br />
no podrían encontrarla por más que buscaran en todo el universo conocido. Estaría<br />
oculta hasta que llegara el momento.<br />
Y fue entonces que sintió el objeto. Estaba de pie en el lugar indicado, en el<br />
centro de este paraje bañado por la luz de las estrellas. Bajo ella, entre las cenizas del<br />
guerrero oscuro de sus sueños, estaba el objeto que la haría el ser más temible de este<br />
extremo de la galaxia. No hubo necesidad de escarbar. El objeto vendría hasta su mano<br />
sin esfuerzo.<br />
La sensación de peligro se apoderó de su pecho, algo se acercaba. Concentró<br />
sus ideas, llamó al objeto y éste salió despedido de debajo de la tierra. Elia lo atrajo<br />
hacia su mano y cuando llegó a ella, se activó.<br />
Su grito silenció el bosque entero. Un haz de luz rojo proveniente de uno de los<br />
extremos del objeto le había quemado el rostro, cegando su ojo derecho. No había<br />
43
tiempo para lamentarse, el peligro estaba sobre ella. Tomó el objeto con sus dos<br />
manos y lo blandió con increíble destreza, danzando entre las plantas mientras los<br />
depredadores que se habían deleitado con la carne de su hermano caían partidos en<br />
dos a su alrededor.<br />
En apenas una decena de latidos volvió a estar sola. Observó el objeto con<br />
detenimiento, estaba claro su propósito. Movió un trozo de metal en la base del arma y<br />
el haz de luz se extinguió. Lo volvió a encender y apagar una y otra vez, deleitando su<br />
vista, rodeada de rojo y sangre.<br />
El odio que hervía en su espíritu cobró nueva fuerza. La quemadura en su<br />
rostro ardía y aumentaba su furia y frustración. Comió más hojas hasta que su<br />
estómago ya no pudo más y echó a correr de regreso a los árboles del clan que la había<br />
visto nacer, con el arma en su mano, deseando la muerte para todos.<br />
44
LOS HIJOS DEL MATUASTO<br />
En la mesa confeccionada con troncos de árboles caídos brilla apenas la mecha<br />
de una lámpara de barro. En la penumbra de la habitación el aroma del aceite<br />
quemado inunda todos los rincones, revolviendo los estómagos de quienes allí moran<br />
e impregnando sus ropas con la grasa de diversas frituras.<br />
Junto a la lámpara se destacan la aguja y el frasco recién desinfectados con<br />
agua hirviente, vigilados por una familia de rostros compungidos.<br />
—No quiero —dice el varón de trece años con el cabello cortado a la suerte y el<br />
rostro sucio luego de un largo día removiendo estiércol. Es el último niño en el fuerte<br />
Amanecer, no queda nadie más joven que él y hoy será su primera vez.<br />
—Debes hacerlo, tu madre y yo estamos viejos y cansados —dice el padre en<br />
un tono que no admite negativas. Sus rasgos duros como surcos en la tierra hablan de<br />
muchos días de trabajo ininterrumpido bajo el sol.<br />
—Pero... hace años que no hay noticias del matuasto —murmura el joven en un<br />
sollozo que es ignorado. La madre acaricia la cabeza de su hijo con mano temblorosa y<br />
susurra en su oído palabras de aliento.<br />
—Debemos pagar el Diezmo, hijo —dice el padre y ahora su voz demuestra la<br />
compasión que le es propia, pero sin poder aplacar el temblor de su voz cercano al<br />
llanto—. Debemos honrar el Pacto.<br />
—Por favor, no —gime el joven y recibe una fuerte bofetada de su madre. Cae<br />
de espaldas contra las frazadas extendidas en el suelo que son su cama, más ofendido<br />
que dolorido. De su nariz cae una línea de sangre.<br />
—¡Tu egoísmo nos traerá la desgracia! —grita la mujer y rompe en llanto—.<br />
Estamos todos condenados. Malditos sean los supuestos sabios que conjuraron lo que<br />
no podían controlar...<br />
—¡Calla mujer! —ruge el padre implorando silencio. No está enojado, está<br />
aterrado. Ante su puerta acaban de golpear una sola vez, tan levemente que podría<br />
haber pasado inadvertido si no fuera porque están acostumbrados al susurro del<br />
viento. Aquel fue inequívocamente un rasguño sobre la puerta.<br />
45
La primera campana en el reloj del pueblo anuncia la media noche.<br />
∞<br />
Amanece en el valle.<br />
La caravana de tres diligencias avanza lenta y silenciosa por el camino de lodo<br />
y piedras, realizando un arco absurdo a través de rutas poco transitadas, esquivando<br />
chatarras oxidadas de una era más próspera, despistando en la medida de lo posible al<br />
horror del que escapan.<br />
En el carruaje principal viajan siete mujeres jóvenes y nueve niños pequeños<br />
de entre dos y tres años. Los víveres son transportados en las carretas menores.<br />
Seis hombres acompañan la caravana avanzando como en una procesión<br />
fúnebre, ataviados de negro con corazas acolchadas, cascos, dagas al cinto y lanzas<br />
gruesas camufladas como ramas de árboles.<br />
Uno de ellos recorre el camino al final de la caravana, olisqueando y<br />
observando a través del tupido bosque al tiempo que se esmera en borrar las huellas<br />
dejadas por hombres y carruajes. Ni el mejor cazador del valle podría detectar las<br />
señales de su paso en ninguno de los senderos transitados.<br />
Dos días atrás dejaron la protección del fuerte Nascimento con el primer<br />
rayo de sol del solsticio de verano. Envolvieron las ruedas de los carruajes con<br />
lana y engrasaron sus junturas para evitar los quejidos del metal y la madera en<br />
movimiento, utilizando caballos mudos con sus espuelas envueltas en ropas<br />
viejas, con sacos de cuero colgando bajo ellos para recolectar los orines y<br />
excrementos.<br />
El único bebé en la caravana, una niña de seis meses, viaja en un<br />
compartimiento especial, protegida del exterior por varias capas de lana apelmazada<br />
y una puerta con una pequeña abertura para que su madre pueda observarle y evitar<br />
que la pequeña se asfixie.<br />
De pronto el carruaje principal se detiene en seco. Las mujeres y niños ahogan<br />
un suspiro de angustia al caer de sus asientos, cubriéndose el rostro con almohadones<br />
46
de pluma. Abren las mirillas a los costados del vehículo y ven a los hombres<br />
gesticulando sin decir palabra.<br />
Una rueda se ha atascado en una grieta formada por dos rocas enterradas.<br />
Usando los mangos de sus lanzas, cinco hombres hacen palanca sin proferir<br />
ninguna exclamación de agotamiento mientras el restante tira de las riendas.<br />
Desde el carruaje la madre de la bebé observa el trabajo de los hombres, porque<br />
uno de ellos es su esposo. Éste, al notar su mirada de ojos grandes y preocupados, se<br />
descubre el rostro sudado y manchado dedicándole una cálida sonrisa.<br />
Logran liberar la rueda de la trampa en pocos minutos. Luego reparan parte del<br />
acolchado que oficia de llanta y aprovechan de revisar el resto de la caravana y<br />
engrasar los ejes.<br />
∞<br />
La primera noche luego de un día de viaje ininterrumpido, nadie durmió. Todos los<br />
vehículos fueron cubiertos con ramas mientras los hombres aguardaban ocultos debajo. El<br />
silencio era absoluto y a ratos el viento les traía los gritos de guerra de los que se quedaron<br />
en el fuerte a defender lo que ya estaba perdido, otorgándoles tiempo valioso.<br />
Eran sus padres, madres y abuelos, fieros combatientes que lograron<br />
permanecer con vida a la llegada de la peste ambulante, asegurando el alimento<br />
durante las horas de luz, creando la economía de subsistencia con la que pudieron<br />
sobrevivir durante todas sus vidas.<br />
Pero con el paso de los años su número había disminuido y Eso lo sabía. Ya no<br />
podían defenderse como antes.<br />
La segunda noche estaban bastante lejos como para no oír nada excepto el<br />
viento y el baile de los árboles, pero el horror se encontraba muy cerca. Sintieron los<br />
gritos de hombres y mujeres torturados. Eran la carnada, sus parientes cercanos, una<br />
trampa que nadie tomaría en cuenta a pesar del hierro candente en sus corazones.<br />
A lo lejos podía verse la luz de un gran incendio iluminando los cerros.<br />
∞<br />
47
Ahora marchan con la moral por el suelo, incapaces de llorar porque no<br />
tienen fuerzas suficientes para ello.<br />
—Debemos apurar el paso —dice una voz cansada, rompiendo la regla<br />
sagrada del silencio—. Esta noche estaremos a su merced y todavía falta un largo<br />
trecho.<br />
Los hombres se miran. Las mujeres desde el carruaje murmuran su<br />
asentimiento. Los niños sollozan por primera vez.<br />
Está dicho. Ahora viajan a paso rápido. Los carruajes crujen al saltar en los<br />
baches del suelo o rodear las olvidadas máquinas a vapor, pero eso ya no tiene<br />
importancia.<br />
El caballo de la primera carroza tiembla de agotamiento. Lo liberan, dejan la<br />
última carreta repleta de trampas y explosivos junto con todos los sacos de<br />
desperdicios, colocando ese caballo a la cabeza de la caravana mientras el pobre<br />
animal cansado queda a su suerte.<br />
La gratitud del grupo no es suficiente para lo que le espera.<br />
Al poco rato de caer la noche oyen la explosión de la carreta, seguida por los<br />
alaridos inhumanos de Eso. Se oye tan cerca, ¡tan cerca!<br />
Dejan otra carreta atrás y uno de los hombres monta el caballo, alejándose al<br />
galope hacia adelante, hacia la esperanza de todo el grupo.<br />
∞<br />
En el fuerte de Amanecer nadie duerme luego de oír la explosión. Incluso se<br />
han armado de valor y llaman a los Guardianes para que les protejan.<br />
Un encapuchado con el oído pegado al suelo siente el eco de los cascos que se<br />
acercan. Hace una seña y dos encapuchados similares a él comienzan a mover las<br />
pesadas ruedas que alzan la puerta guillotina del fuerte.<br />
Los siete encapuchados salen a recibir al viajero, corriendo a gran velocidad<br />
por el sendero y entre las copas de los árboles para interceptarle a medio camino. A<br />
sus espaldas la guillotina cae con un estruendo.<br />
48
El hombre sobre el caballo grita horrorizado cuando es atrapado por seres<br />
sombríos cubiertos con capuchas de lana gastada y olor a queso rancio. Intenta<br />
golpearles con su daga pero es derribado e inmovilizado.<br />
—Tranquilo, humano —dice uno de ellos con voz rasposa, enseñando la palma<br />
de su mano delgada y dura como la piedra, con dedos escamosos terminados en garras<br />
rojas y afiladas— Estás a salvo. De nosotros nada debes temer. Sabemos qué te<br />
persigue y a nuestro lado no sufrirás daño alguno.<br />
—¡Maldita sea mi suerte! —gime el hombre, desprendiéndose de su coraza<br />
maloliente, desarmado e impotente—. Mi familia, mis amigos... Eso nos persigue...<br />
—¿Deseas nuestra ayuda? —Dice otra voz más melodiosa, casi amable.<br />
El hombre no puede distinguir quién de los encapuchados es el que le habla.<br />
Todos tienen la misma estatura y sus rostros están ocultos en la sombra.<br />
—¿Qué son ustedes?<br />
—Somos los Guardianes de Amanecer. ¡Tus seres queridos podrían estar<br />
muriendo en este preciso momento! ¿Deseas nuestra ayuda?<br />
—Debo estar seguro que no sufrirán daño —solloza el hombre, implorando,<br />
con su mente trabajando a gran velocidad—. Por favor...<br />
—Hay un precio que pagar —dice otro encapuchado de voz átona y seca—. Es<br />
un precio bajo y nadie tiene que morir. Nadie tiene que humillarse. Nadie tiene que<br />
sufrir. Un Diezmo, eso es todo lo que pedimos. Ahora, ¿deseas nuestra ayuda?<br />
—¡Sí!<br />
Y dicho esto, los siete encapuchados desaparecen en la oscuridad del bosque.<br />
∞<br />
Los carruajes se detienen cuando los caballos mueren de espanto, cayendo<br />
lenta y silenciosamente como hojas en otoño.<br />
Las mujeres ahora gritan a pleno pulmón mientras los hombres mueven sus<br />
lanzas en todas direcciones, la adrenalina bombeando ante el estrés del peligro<br />
inminente, entregados a esperar una muerte dolorosa.<br />
49
Oyen un quejido precedido por un viento pestilente. Ante de ellos, bañada con<br />
la luz de la luna llena, una criatura tan alta como cuatro hombres respira<br />
pesadamente, de espalda ancha y piernas arqueadas, sus enormes brazos escamosos<br />
rematados en púas a la altura de los hombros, obstaculizando con su mole toda la<br />
extensión del sendero.<br />
Nadie se mueve. Por fin pueden apreciar aquello que les ha asechado por años,<br />
aquello que habita en la sombra y se alimenta de carne cruda. Un ser vicioso, cruel e<br />
indestructible.<br />
El hedor de la criatura hace que sus ojos se llenen de lágrimas. Incapaces de ver<br />
con claridad oyen un grito, no de terror sino más bien un llamado a la pelea. Alguien<br />
convoca a Eso por su nombre y Eso responde con una carcajada eufórica.<br />
—¡Vârcolac!<br />
Todo ocurre muy rápido. Siete figuras encapuchadas, pequeñas en<br />
comparación con el monstruo, le rodean y atacan con garras afiladas. La criatura aúlla<br />
de frustración y golpea a diestra y siniestra sin acertar a ninguna de sus presas,<br />
obteniendo a cambio diez o más cortes sobre su piel de lagarto herida y chamuscada.<br />
La velocidad de los golpes de Eso puede compararse con las rápidas<br />
dentelladas de un lobo asustado, mientras que sus atacantes son como chacales<br />
defendiendo la madriguera.<br />
Luego de un rugido de pesadilla, el ser salta hacia la caravana a pesar de las<br />
heridas infringidas en los recientes ataques, toma a un hombre como a un muñeco y se<br />
interna en el bosque sin importarle la lanza que su víctima le ha atravesado en el<br />
cuello ancho como un tronco de árbol. Inmediatamente es perseguido por los<br />
encapuchados.<br />
conocerle?<br />
—Vârcolac —susurran las mujeres. ¿Es así como le han llamado? ¿Cómo pueden<br />
Pronto perciben el sonido de los cascos que se acercan. El emisario ha regresado.<br />
—¡No hay tiempo para preguntas! —ruge él antes de recibir ninguna queja—.<br />
Hay que partir ahora, estamos cerca del fuerte. ¡Venga!<br />
50
Ponen su caballo a la cabeza del carruaje principal y mueven el cadáver de la<br />
anterior bestia a un lado.<br />
—¿Dónde está mi hermano? —pregunta el emisario y sólo recibe miradas<br />
cargadas de pesadumbre.<br />
No hay tiempo para lamentos. Con un grito inician la marcha rumbo al fuerte<br />
de Amanecer tan rápido como el caballo lo permite.<br />
A ratos oyen los aullidos de Eso, Vârcolac, o los gritos audaces de los<br />
encapuchados alejándose hacia las montañas.<br />
Aún faltan tres horas para el amanecer cuando se detienen ante la pesada<br />
puerta de guillotina del fuerte, una construcción imponente tan alta como los árboles<br />
con los que está construido, troncos robustos de más de cinco metros de altura<br />
adornados con estacas removibles que apuntan hacia el exterior y algunos incluso<br />
tienen ramas verdes en sus copas.<br />
Los muros altos del fuerte rodean la falda del pequeño cerro coronado por un<br />
macizo de roca. Y por el tamaño de los árboles cercanos al fuerte, más pequeños que<br />
los árboles del bosque, debió ser construido hace mucho tiempo.<br />
—¿Quién trae la peste a nuestra casa? —grita el vigía en la torre junto a la<br />
puerta, un hombre macizo de rostro duro y bigote cano.<br />
—Somos los últimos sobrevivientes del fuerte Nascimento —dice el hombre a<br />
la cabeza del grupo, el mismo que montara el caballo en busca de ayuda y que a fuerza<br />
de necesidad se ha convertido en líder—. Hemos emprendido este viaje sin retorno a<br />
un gran costo...<br />
—¡Habla simple, extranjero!<br />
—Buscamos asilo y la posibilidad de formar un nuevo hogar. Estamos bajo la<br />
protección de los siete encapuchados. Han sido tres días de viaje y...<br />
de cadenas.<br />
Antes que termine su frase la puerta ha comenzado a elevarse con un rechinar<br />
—Adelante, rápido —dice el mismo hombre que les increpara desde la torre,<br />
ahora hincado al otro lado del portal, su expresión suavizada por la premura. Cuando<br />
51
los troncos afilados de la guillotina se elevan lo suficiente, el vigía toma las riendas del<br />
caballo y guía la carroza al patio interior—. El matuasto puede estar lejos, pero<br />
sabemos que se mueve rápido como el viento y ya podría encontrarse a poca<br />
distancia. Mientras no lleguen los Guardianes no podemos confiar en vuestra palabra.<br />
Mas... el sentido común nos dice otra cosa, que me perdonen los Dioses olvidados.<br />
Venga, salgan todos de la carroza y entren a esa cabaña. Allí estarán confortables.<br />
¿El... Matuasto?<br />
Una multitud se ha reunido en torno al carruaje, cinco docenas de rostros<br />
adultos llenos de asombro al ver siete mujeres jóvenes vestidas de negro y un puñado<br />
de niñas y niños con ropas de colores vivos descender tambaleantes e inseguros.<br />
Mayor ha sido su sorpresa al ver al bebé envuelto en ropajes suaves de algodón<br />
limpio que duerme en brazos de su madre, quien no para de sollozar. Algunos<br />
observadores incluso se han cubierto el rostro al sentir el surgimiento de una sonrisa<br />
de esperanza.<br />
Las mujeres pierden toda precaución y se acercan a mirar de cerca al pequeño.<br />
—¿Niño o niña?<br />
—¿Cuál es su nombre?<br />
—¿Puedo sostenerlo?<br />
Ninguna de estas preguntas recibe respuesta. La madre y su hija son escoltadas<br />
hacia la cabaña ofrecida, una construcción pobre sin ventanas y techada con pasto<br />
seco, mientras los hombres se sientan afuera en la tierra seca, libres de sus<br />
armaduras, pero aún manteniendo las dagas afiladas en el cinto.<br />
—Mi nombre es Pedro del Páramo —dice el vigía de la torre ante los<br />
hombres— y soy el que toma las decisiones difíciles en momentos de urgencia. A mi<br />
derecha está mi compañera de toda la vida, Rosa Espinosa, quien les trae algo para<br />
regresar el alma al cuerpo.<br />
La mujer asiente y entrega un cuenco con caldo de pollo caliente a cada uno de<br />
los cuatro hombres allí sentados. La ofrenda es bien recibida entre los viajeros<br />
exhaustos.<br />
52
—Yo soy Raúl Roble —habla el que fuera jinete—. Mi hermano Renato... fue<br />
capturado por Eso. Vârco...<br />
Pedro del Páramo le hace callar dando una fuerte patada al suelo. La expresión<br />
de su rostro no da para interpretaciones: aquel nombre está prohibido. Al mismo<br />
tiempo Rosa junta las palmas de sus manos para elevar una plegaria a los Dioses de la<br />
noche, acto que sólo se invoca por aquellos que han muerto.<br />
—Somos los últimos sobrevivientes de Nascimento —continúa Raúl, frío como<br />
la nieve—. Nuestro hogar yace ahora bajo cenizas...<br />
—No es un buen lugar para hablar de estos temas —le interrumpe Rosa,<br />
guiando un grupo de mujeres vestidas de gris que portan bandejas con cuencos<br />
humeantes al interior de la choza de los recién llegados. Por la cantidad de caldo<br />
disponible a esta hora de la madrugada, Raúl deduce que les estaban esperando.<br />
acompañe.<br />
Pedro del Páramo asiente a su mujer y hace un gesto a Raúl para que le<br />
—No es dañino ser cauteloso —se disculpa Pedro, caminando lento por el<br />
sendero empedrado que sube por la pendiente— y en estas tierras hemos aprendido a<br />
ser extremadamente cuidadosos. Somos setenta familias y hace bastantes años se ha<br />
aposentado la desdicha en nuestros hogares. El matuasto se vuelve más fuerte con<br />
cada luna llena, como puedes ver la mayoría de las chozas están vacías, ya nadie tiene<br />
hijos... Y creemos que llegará el día en que derrumbará los muros y entrará a comerse<br />
nuestra carne cansada. Quieran los Dioses que se atore con un hueso...<br />
—El matuasto... La criatura —interrumpe Raúl, intranquilo por la crudeza de<br />
Pedro del Páramo, impaciente por relatar todo lo que les ha ocurrido y por qué se han<br />
decidido a viajar—, envenenó nuestras fuentes de agua. Todo sabía a meado y<br />
excrementos, tanto los ríos como los pozos. El consumo de esas pestilencias<br />
enloquecía al más cuerdo.<br />
»Construimos un resumidero para el agua de lluvia y racionamos hasta la<br />
última gota, pero llegó un día en que el agua supo a animal descompuesto. La criatura<br />
se las ingenió para arrojar desde la distancia varias ardillas agusanadas al interior,<br />
53
¡por una abertura del tamaño de mi cabeza! Tuvimos que hervir cada ración,<br />
inventando dispositivos para no perder el agua evaporada. Incluso algunos creativos<br />
lograron hacer potables sus propios orines usando filtros de arena y algodón...<br />
—¿Cuánto tiempo llevan viviendo así? —Pedro del Páramo se percata que el<br />
hombre con el que habla no debe tener más de veinte años, pero las marcas en su<br />
rostro reflejan toda una vida de preocupaciones y de hacerse cargo de los problemas<br />
de otros.<br />
Antes que Raúl responda, entran a una choza amplia y acogedora que está<br />
repleta de hombres y mujeres maduros, de rostros preocupados y brazos cruzados. En<br />
la chimenea arde un fuego agradable y sobre él un caldero humea algún brebaje<br />
aromático para mantenerles despiertos.<br />
—Habla libremente —invita uno de ellos con brusquedad, indicando una<br />
silla—, queremos oír tu historia.<br />
Ponen una gran copa de barro cosido en sus manos. Está tibia y contiene la<br />
sangre de la tierra, vino tibio endulzado con trozos de naranja y canela. Raúl Roble se<br />
permite disfrutar, bebe con agrado y guarda silencioso algunos segundos,<br />
manteniendo los ojos cerrados, recordando mejores tiempos.<br />
—Hace cinco años la criatura envenenó nuestras aguas —relata Raúl al abrir<br />
los ojos—. Hace cinco años que bebemos de la lluvia y nuestros propios orines. Antes<br />
de eso vivíamos intranquilos, pero sin miedo.<br />
»Pero hace cinco años comenzó el asedio de Eso... nunca le dimos nombre. Los<br />
alimentos secos se agotaron al igual que los vinos y los escabeches. Nuestros animales<br />
murieron de hambre o sed. Nos alimentamos de piñones, ardillas y tubérculos.<br />
Vivíamos de noche y apenas nos movíamos para mantener las fuerzas... hasta el<br />
verano pasado, cuando comprendimos que no aguantaríamos más tiempo allí. Una<br />
temporada más así y seríamos huesos sin médula secándose al sol.<br />
»Volvimos a la vida diurna cultivando en lugares secretos, recolectando en el<br />
bosque donde habíamos arrojado semillas la temporada anterior, moviéndonos en<br />
silencio, preparándonos para este día.<br />
54
—¿Qué ocurrió con los mayores? —pregunta una mujer corpulenta sentada<br />
bien atrás en el grupo de oyentes.<br />
Entonces Raúl se percata del común denominador entre los habitantes de<br />
Amanecer: todos están bien alimentados, la mayoría con sobrepeso, como si la<br />
presencia de la criatura no afectara sus vidas en lo más mínimo. ¿Cómo puede<br />
ser?<br />
—Se sacrificaron para darnos tiempo de escapar —Raúl observa a sus<br />
interlocutores, percibiendo expresiones de culpa—. Gracias a ellos avanzamos un gran<br />
trecho, pero no fue suficiente.<br />
—Hace cinco años el matuasto se alejó de nuestras tierras —dice un hombre<br />
entre el grupo, claramente borracho. Los que están sentados cerca de él se mueven<br />
incómodos, pero nadie le previene de decir otra cosa—. ¿Qué sabes de él?<br />
Raúl siente que los músculos de su cuello se entumecen, pero no demuestra su<br />
sorpresa. ¿Cinco años? Los mismos cinco años de penuria para Nascimento. Y a juzgar<br />
por las panzas bien alimentadas de estos pobladores, los mismos cinco años de<br />
bonanza para Amanecer. Lo que hayan hecho para ahuyentar a Vârcolac, significó la<br />
muerte de toda mi familia y amigos.<br />
Reconocer a los culpables de su mayor desgracia hace que olvide el cansancio<br />
acumulado durante tres días sin dormir.<br />
—Sabemos que asola la región desde tiempos inmemoriales —Raúl contesta<br />
manteniendo el mismo tono cansado de antes—, que se alimenta con la sangre y<br />
carnes tiernas de seres vivos cuando aún respiran, detesta la luz del sol y es inmortal.<br />
—Hay mucho más por saber —agrega Pedro del Páramo—. Los pueblos que<br />
habitan... habitaban en el Valle de la Calavera, se asentaron en estas tierras malditas<br />
hace más de cien años luego de distintas migraciones, todos escapando de los<br />
horrores de la guerra entre las naciones poderosas del norte.<br />
»Este valle plagado de historias aterradoras era próspero e inexplorado. Y por<br />
alguna razón más fuerte que la codicia y la estrategia, los ejércitos del norte preferían<br />
ignorar su existencia. Así fue que florecieron los pueblos de refugiados.<br />
55
»Pero apareció el matuasto. Creemos que dormía en alguna de las cavernas que<br />
abundan en el camino angosto que cierra el valle hacia el sur, alimentándose de<br />
animales y soportando el paso del tiempo. Pero llegaron los bárbaros con sus fiestas y<br />
alegrías a despertarle.<br />
»A los pocos años lo que parecían ser simples crímenes y accidentes en cada<br />
luna llena se transformaron en el motivo de huida para muchos colonos aterrados.<br />
Cundió el pánico y los que se marcharon escapando del terror, regresaron diezmados.<br />
El matuasto no les dejó ir.<br />
»Así fue que se construyeron fuertes en los tres poblados con mayor número de<br />
habitantes: Amanecer, Nascimento y Nightwhale. Cada uno se armó como mejor pudo<br />
y hubo tranquilidad por algunos meses, hasta que el matuasto demostró ser más<br />
fuerte y astuto que nuestros ancestros. Por eso no has oído hablar de Nightwhale, ni<br />
siquiera como mito. Desapareció al cabo de un año.<br />
»Ahora sabemos más sobre el monstruo: no es humano, pero alguna vez<br />
lo fue. Aborrece la luz del sol y en cierta medida también rehúye la luz de las<br />
antorchas, aunque eso no le detendrá. Tampoco ve bien en la oscuridad total y<br />
la luz de la luna llena es lo que mejor le sienta para atacar... Pero no te engañes,<br />
se le ha visto de día cubierto con pieles y ha atacado en luna menguante y<br />
creciente.<br />
—¿Qué son los Guardianes? —interrumpe Raúl y todos los presentes palidecen,<br />
congelados por su frialdad ante los temas que a ellos les traen sin sueño desde hace<br />
demasiado tiempo.<br />
—Son... —comienza Pedro del Páramo, pero sus ojos se llenan de lágrimas y<br />
sale de la cabaña.<br />
—Son los hijos del matuasto... un error afortunado —dice Rosa Espinosa de pie<br />
junto a la puerta, tranquila como quien habla del clima—. Los pobladores de<br />
Nightwhale, impotentes ante el portento que se alimentaba de sus hijos, ofrecieron un<br />
sacrificio con la esperanza de aplacar su furia por el tiempo suficiente para fortalecer<br />
sus hogares y armarse antes del siguiente ataque.<br />
56
»Un hombre joven se ofreció voluntario. Había perdido a toda su familia y él<br />
mismo estaba enfermo de muerte. Esa noche el matuasto se lo llevó.<br />
»A la mañana siguiente el voluntario regresó. Sus heridas habían sanando<br />
milagrosamente, pero no se trataba de ningún milagro. El matuasto es un monstruo de<br />
gran poder pero jamás se supo por qué le dejó vivir.<br />
»Un año después Nightwhale ardía, sus habitantes marchaban hacia acá y un<br />
Guardián les protegía del monstruo durante el viaje. Ese Guardián era el voluntario.<br />
—El pacto —susurra Raúl Roble al comprender el sentido de las palabras en<br />
boca de Rosa, recordando su primera conversación con los encapuchados—. Hice un<br />
pacto con los Guardianes al pedir ayuda, ¿cierto?<br />
él.<br />
Los asistentes palidecen aún más, asintiendo sin cruzar sus miradas con la de<br />
—¿Cuál es el Diezmo a pagar?<br />
Un anciano apoyado en su bastón se acerca arrastrando los pies y coloca un<br />
frasco transparente y vacío en el suelo ante él.<br />
—Sangre —dice un encapuchado con voz gruesa de pie en la puerta de la cabaña,<br />
sobresaltando a todos. Sus ropas están rasgadas y manchadas y el hedor que de él emana<br />
es indescriptible—. Tu sangre y la de tus acompañantes, un frasco por cada tres personas<br />
mayores de trece años. Ése es el precio que deben pagar a cambio de nuestra protección.<br />
Nadie se mueve. Nadie dice nada. El encapuchado descubre su rostro y todos<br />
miran a otra parte asqueados, todos menos Raúl.<br />
—Como ya dije cuando nos encontramos por primera vez —dice la criatura<br />
calva carente de orejas que le mira fijamente, los ojos encendidos de rojo, la piel verde<br />
cubierta de escamas compactas y lustrosas, los dientes afilados y la lengua bífida en<br />
constante movimiento—, no les haremos daño. Pero si no pagan el Diezmo<br />
voluntariamente, tenemos la autoridad para tomarlo por la fuerza.<br />
»De la misma manera que nosotros fuimos entregados al matuasto para<br />
servirle de alimento —ahora se dirige a los pobladores con un rugido que se<br />
transforma en grito—, ¡ustedes son nuestro alimento como pago por ese crimen!<br />
57
Una mujer solloza escondida en el grupo, pero nadie se mueve ni hace ademán<br />
de defenderse de aquella acusación.<br />
Raúl Roble comprende los horrores con los que ha lidiado esta gente, aunque<br />
sin olvidar los gritos de clemencia de sus padres torturados, rogando por una muerte<br />
rápida. Y todo comenzó en una misma fecha.<br />
—¿Qué ocurrió hace cinco años? —pregunta con los ojos cerrados, calmando su pulso.<br />
El Guardián se percata del tono seguro y postura tranquila de este hombre y<br />
sonríe complacido.<br />
—Hace cinco años los sabios hombres y mujeres de este pueblo perdieron a su<br />
Guardián —dice el que alguna vez fue hombre, el odio destilado en cada sílaba— y<br />
ante esa terrible pérdida votaron para que otra persona tomara su lugar.<br />
»Pero fueron más astutos aún, oh, grandes sabios. No llamaron voluntarios,<br />
nada de eso. Eligieron siete afortunados, siete hombres despreciados en todo el<br />
pueblo por su mala actitud, por errores imperdonables cometidos en el pasado o por<br />
simple codicia o celos, para privarles de su contagiosa cercanía. Siete culpables. Siete<br />
es mejor que uno, fue su razonamiento. ¡Imbéciles!<br />
»Uno a uno fuimos entregados al matuasto como ofrenda, ¡contra nuestra<br />
voluntad! Uno a uno fuimos aceptados por el monstruo y perdimos nuestra<br />
humanidad por ello.<br />
»Deseábamos llenar de muerte este cínico nido de ratas... pero algunos todavía<br />
tenemos familia o amigos, aunque nos hayan dado la espalda.<br />
»Por ellos y porque no somos monstruos, cobramos el Diezmo cada sábado al<br />
caer el sol desde hace cinco años, dispuestos a dar nuestra vida para evitar que sean<br />
alimento de monstruo.<br />
—El matuasto se vio sobrepasado y simplemente se marchó —dice Pedro del<br />
Páramo, que ha regresado a la choza en silencio, manteniéndose detrás del Guardián.<br />
Ambos se observan intensamente y rompen el contacto sin hablarse.<br />
—Uno de los Guardianes ha muerto —concluye el Guardián sin ceremonia—, el<br />
matuasto le ha partido en dos con sus propias manos. Ahora Él ha regresado para<br />
58
quedarse en las inmediaciones. ¿Y ustedes no querían pagar el Diezmo, plaga de ratas<br />
mezquinas?<br />
El ser se coloca la capucha y sale de la choza, pero el hedor del matuasto<br />
impregnado en sus ropas permanece. Afuera, en pleno patio central del pueblo<br />
fortaleza se reúne con los otros cinco Guardianes y prenden fuego a una pira<br />
mortuoria a la vista de todos.<br />
La peste de la carne chamuscada invade cada rincón.<br />
∞<br />
Cuando la luz del sol se asoma por las montañas lejanas, los encapuchados dejan<br />
el fuerte. Rosa Espinosa explica a Raúl que hay una choza afuera, no muy lejos junto al<br />
lecho seco de un río. Allí los hijos del matuasto duermen colgados de los muros.<br />
Para Raúl Roble ver el horror en los rostros de sus compañeros al regresar a la<br />
choza donde moran, es como una espina envenenada en la planta de cada pie. Pero no<br />
hay tiempo para saborear miel, no con el conocimiento recién adquirido.<br />
Deja cuatro frascos sobre la mesa mientras relata la nueva historia de su futura<br />
desdicha, mientras las mujeres y hombres presentes irrumpen en llanto, despertando<br />
a los niños que dormían plácidamente sabiéndose seguros, al fin.<br />
Hoy es sábado.<br />
∞<br />
Los hombres toman la iniciativa y llenan los frascos viendo su propia sangre<br />
brotar como un lento chorro palpitante de caramelo desde la aguja insertada en sus<br />
antebrazos.<br />
Luego caen agotados, anémicos.<br />
Mientras tanto los niños juegan no muy lejos de la choza bajo la celosa mirada<br />
de las mujeres, que al verlos así de felices, libres para gritar y reír a carcajadas como<br />
no han hecho desde que nacieron... algunas hasta pueden imaginar que realmente<br />
viven en paz.<br />
59
Una pobladora se acerca dubitativa con regalos, muñecos recientemente tejidos<br />
y cosidos con lana, pero son rechazados con indiferencia. La mujer se aleja mirando a<br />
los niños sobre el hombro y se queda bajo la sombra de un árbol frondoso,<br />
observándoles con una leve sonrisa en los ojos.<br />
El día transcurre en silencio. Sólo las risas de los niños rompen la monotonía con<br />
su inocente claridad. Es como si nadie en el fuerte recordara que tiene cosas que hacer,<br />
paseándose de un lado a otro con el único objetivo de observar a los recién llegados.<br />
¿Cuándo nos dirán cuáles son nuestras labores? se preguntan las mujeres y<br />
hombres en la choza, desesperados al no tener nada que hacer. En Nascimento un día<br />
sin trabajar era un día sin comer.<br />
A eso del medio día les traen la primera comida del día, más sopa de pollo<br />
acompañada con pan y batatas cocidas. Nada huele ni sabe a excremento de monstruo,<br />
ciertamente el mejor almuerzo que han tenido en años.<br />
∞<br />
Antes del atardecer los Guardianes llaman a la puerta del fuerte. Es tiempo<br />
para la recolección del Diezmo y prácticamente todos los habitantes del pueblo se han<br />
escondido, todos menos los recién llegados de pie ante su choza, más diez hombres<br />
pálidos como la luna, encargados de levantar la pesada guillotina.<br />
Los encapuchados llevan sacos de cuero al hombro repletos con frascos de<br />
vidrio vacíos, uno por cada tres personas mayores de 13 años, no más de 30 frascos<br />
que serán trocados por otros llenos, cada uno con capacidad para un litro y medio de<br />
sangre fresca.<br />
Y traen consigo una sorpresa aún mayor, un hombre que se daba por muerto y<br />
que encontraron vagando por el bosque.<br />
Es Renato, que camina entre ellos indiferente a lo que ocurre a su alrededor,<br />
como hipnotizado.<br />
—¡Hermano! —grita Raúl Roble, que no cabe en su cuerpo de tanto júbilo. Se acerca<br />
tambaleante a su hermano menor acompañado por toda la caravana que llora de alegría.<br />
60
El hombre huele pésimo y tiene la mirada vidriosa, insensible a los estímulos.<br />
Intentan llevarle a la choza para que se tienda y descanse, seguramente está<br />
hambriento, pero un encapuchado se interpone.<br />
—Sólo su mujer y hermano pueden hablar con él ahora —dice el Guardián con<br />
voz amable, sosteniendo al recién llegado por el hombro con su garra espantosa.<br />
La protesta general se eleva como una revuelta. Pedro del Páramo acude raudo<br />
a interceder, llamando a la calma.<br />
—Por favor, ya tendrán oportunidad de hablar con él —dice Pedro intentando<br />
aplacar a los manifestantes, indicando con su mirada compungida de hombre cansado<br />
que no tiene autoridad para interferir.<br />
Raúl asiente y junto a Pedro logran guiar al enfermo sendero arriba hacia la<br />
misma choza donde se celebrara la reunión de la noche anterior. Allí Renato es<br />
recostado en el suelo, con su cabeza apoyada en una esterilla y cubierta con paños<br />
húmedos.<br />
La mujer de Renato, Luz del Atardecer, entra a la habitación con los ojos llenos<br />
de lágrimas pero sin demostrar de ninguna otra manera la ansiedad que seguramente<br />
le corroe el alma. En sus brazos lleva a su hija, Flor que no Marchita.<br />
—Lo que vamos a hablar aquí concierne sólo a la familia de este hombre —dice<br />
el encapuchado de la voz amable, descubriendo su rostro horrible y mirando<br />
fijamente a Pedro del Páramo— Sabes perfectamente de qué vamos a hablar, anciano.<br />
Tu presencia no es necesaria. Vete.<br />
El rostro ofendido de Pedro cambia al color del atardecer al mismo tiempo que<br />
su bigote parece desplomarse. Sale de la choza como en una estampida, cerrando la<br />
puerta tras de sí con un fuerte golpe, gritando maldiciones mientras se aleja.<br />
—Mátenme —susurra Renato sin ninguna emoción, con la vista fija en una<br />
fisura entre el pasto seco del techo. Desde esa posición puede ver una estrella<br />
asomándose tímidamente en el paño del cielo que se convierte en noche.<br />
—Hermano —gime Raúl acercándose, sonriendo entre las lágrimas a pesar de<br />
lo que acaba de oír. A cambio recibe una mirada llena de hastío y náusea.<br />
61
—No se me acerquen. ¡Que nadie me toque! Estoy maldito...<br />
Raúl mira a Luz, que no se mueve desde la esquina sombría donde se ha<br />
sentado, la mirada fija en su esposo. ¿De qué estás hablando, hermano? Y es entonces<br />
que Raúl siente como el conocimiento adquirido la noche anterior cala profundo en<br />
sus huesos, restando latidos a su corazón.<br />
Mi hermano, mi propio hermano...<br />
—Ciertamente habría sido preferible que muriera anoche —dice el Guardián<br />
en medio de un fingido bostezo de aburrimiento—. Les habría ahorrado este mal<br />
rato.<br />
Raúl se pone en pie de un salto a pesar del mareo, desenvaina su daga y<br />
aprovechando el impulso de su salto cae sobre el Guardián con el arma apuntando al<br />
corazón.<br />
su piel.<br />
Nada ocurre cuando le embiste. El Guardián no se mueve y la daga no penetra<br />
—¡Qué hicieron a mi hermano! —exige Raúl, golpeando una y otra vez el<br />
pecho del Guardián con su daga a dos manos, sin hacer mella—. ¡Habla, engendro!<br />
—Vuestro hermano ha sido convertido por el matuasto —dice el Guardián<br />
con el mismo tono de antes, sin rastro alguno ofensa ni compasión— y la razón por<br />
la que les he reunido aquí es para que comprendan qué ocurrirá después.<br />
Raúl cae al suelo, exhausto y abatido. Enjuaga sus lágrimas con una manga y<br />
enfunda la daga. Intenta encontrar la mirada de Luz, pero ella finge ignorarles,<br />
enfrascada en lograr que Flor se duerma prendida de uno de sus pechos.<br />
—Vuestro pariente tiene dos opciones —continúa el Guardián—: vivir y<br />
convertirse en Guardián, o morir y descansar en paz. Su decisión ha sido morir y<br />
nosotros la respetamos, pero no podemos olvidar el dilema en que se encuentra el<br />
fuerte tras vuestra llegada y esperamos que ustedes, su familia, puedan convencerle<br />
de continuar con su vida.<br />
»El matuasto volverá a acechar este pueblo con una furia como no se ha visto<br />
en cinco años. Y tarde o temprano todos estaremos perdidos.<br />
62
—¿Por qué él? —pregunta Luz del Atardecer refiriéndose a su esposo, elevando<br />
su voz por primera vez en mucho tiempo. Renato reconoce ese timbre tenso tan<br />
amado y cierra los ojos en una mueca llena de angustia.<br />
—El matuasto puede convertir a cualquier persona, hombre o mujer —agrega<br />
el Guardián con algo parecido a la vergüenza en su tono en voz—, siempre que ésta se<br />
ofrezca voluntariamente. Y a pesar de su naturaleza perversa y asesina y de la<br />
inteligencia maliciosa de que goza, éste es un rito al que no se puede resistir.<br />
»Vuestro hermano, vuestro esposo... estaba destinado a morir en sus fauces,<br />
pero algo hizo que el matuasto cambiara de parecer. Tal vez imploró por su vida. Tal<br />
vez se entregó voluntariamente para ser devorado y el matuasto consideró ese acto<br />
como una oferta.<br />
»La manera en que Él transforma una persona en Guardián es... es despreciable<br />
—escupe sin saliva, con una mueca de profundo desagrado—. Para una mujer, como<br />
fue mi caso, resultó una experiencia traumática y desagradable. Pero para un hombre<br />
es... devastadora.<br />
»Sus heridas físicas ya han sanado, tal es el poder del bautizo por semen. Pero las<br />
heridas en su mente no sanarán jamás. A partir de hoy el proceso de deshumanización<br />
durará dos semanas llenas de angustia y dolor, pero después de eso ya no habrá más<br />
preocupaciones, sólo recuerdos sin valor. Y ya no será el hombre que conocen.<br />
Renato se cubre el rostro, bañado en vergüenza. Sodomizado, es la única palabra<br />
que ronda su mente en este momento. Su hermano y mujer han tenido el mismo<br />
pensamiento y son incapaces de articular ninguna frase que pueda servirle de aliento.<br />
Vârcolac.<br />
—Uno de ustedes llamó al matuasto por su nombre —dice Luz en un quejido—.<br />
—Veo que los valientes sabios de este pueblo no les han dicho toda la verdad<br />
—se lamenta sinceramente la Guardián, cubriéndose el rostro con una mano como<br />
para limpiar un sudor que no tiene.<br />
Raúl Roble vuelve a blandir su daga, aunque es incapaz de ponerse en pie.<br />
—¡Habla! Por favor...<br />
63
La Guardián asiente, coloca la capucha sobre su cabeza y se sienta frente a él,<br />
situando una mano horrenda sobre la frente de su hermano. A pesar de este<br />
contacto, el hombre no manifiesta desagrado.<br />
—Vârcolac es el nombre del anterior Guardián de este fuerte —dice la<br />
encapuchada. Raúl contiene la respiración y siente que está apunto de perder la<br />
consciencia. Su mente termina de atar los cabos sueltos mientras la Guardián<br />
continúa con su historia—. Y antes de eso fue el Guardián de Nightwhale, ya les han<br />
narrado esa parte de la historia.<br />
»Lo que las ratas cobardes no se atrevieron a decir es que el matuasto no es<br />
inmortal, o al menos su carne pestilente no lo es. Hay un momento del día cuando es<br />
más vulnerable, a la hora en que el sol agrede con mayor fuerza la tierra bajo<br />
nuestros pies.<br />
»Hace cinco años en un día como hoy, cercano al solsticio de verano, los viejos<br />
del pueblo motivados por Pedro del Páramo y cansados de lidiar con esta amenaza<br />
decidieron que ya era tiempo de poner fin al terror. No más muertes ni sacrificios de<br />
animales útiles. No más pesadillas.<br />
»Guiados por el Guardián Vârcolac se inició la cacería. Deben entender que él<br />
y nosotros como hijos del matuasto, al igual que nuestro incestuoso padre, somos<br />
vulnerables a la luz del sol, pero con la ayuda de ropas blancas húmedas y cristales<br />
ahumados sobre sus ojos, Vârcolac pudo llegar al escondite sin sufrir los embistes<br />
del Dios Sol.<br />
»Yo estuve allí cuando todavía era humana y aún no se sabía nada de mi<br />
romance con Pedro del Páramo, o al menos eso pensaba.<br />
»¿Ahora entienden por qué una mujer fue sido entregada al monstruo como<br />
ofrenda? Rosa Espinosa se encargó de convertirme en la bruja que todas las mujeres<br />
casadas odian y por supuesto fui castigada por ello.<br />
Se detiene un segundo, como intentando encontrar sentido a sus propias<br />
palabras. Luego se sonríe a sí misma con un escalofrío de placer. Esa sonrisa de<br />
dientes afilados crece a medida que continúa con el relato.<br />
64
—Encendimos una fogata a la entrada del escondite —dice ella—, reconocible<br />
sólo por el fuerte hedor que manaba de allí. No había otra caverna igual. Pronto el<br />
matuasto despertó de su letargo y salió a la luz, cegado por el brillante sol del medio<br />
día y chamuscado por el fuego, pero grande y poderoso como nunca le habíamos visto.<br />
»Su piel, a diferencia de la nuestra, es vulnerable al filo de las lanzas y espadas<br />
porque su coraza de escamas está más distribuida a causa de su gran tamaño. Y<br />
aunque las heridas que son mortales para todo ser vivo a él no le causan daño, sangra<br />
como cualquiera y ése es su único punto débil.<br />
»Le atacamos entre todos al mismo tiempo. Un centenar de lanzas como<br />
anzuelos, con filo hueco y cabezas desprendibles hicieron que se desangrara en pocos<br />
minutos. Muchos hombres y mujeres murieron ese día, pero no fue por causa de Él.<br />
Mientras luchábamos sólo hubo una decena de heridos.<br />
»Cuando la criatura estaba debilitada en el suelo bajo la poderosa luz del sol y<br />
con cientos de lanzas relucientes entre las escamas de su armadura, Vârcolac blandió<br />
su gran espada y le decapitó.<br />
»Todavía no caíamos en la cuenta que el monstruo estaba muerto al fin,<br />
conteniendo los vítores hasta estar seguros, cuando Vârcolac alzó nuevamente su<br />
espada y cortó el cuello al hombre que tenía más cerca, bebiendo su sangre<br />
directamente de la herida ante nuestra mirada estupefacta.<br />
huesos.<br />
—Vârcolac se transformó en el matuasto —dice Raúl Roble, helado hasta los<br />
—El Guardián Vârcolac desapareció en el mismo instante en que el matuasto<br />
moría a sus pies. Si matas el cuerpo, el alma se transporta al Guardián más cercano. Y<br />
por esa misma razón es que los hijos del matuasto casi somos indestructibles, porque<br />
somos su llave a la inmortalidad.<br />
»Pero ésta es una teoría tardía. No sirvió de nada expresarla en el juicio que<br />
nos convirtió en parias disponibles para el sacrificio. Los sabios del pueblo, esas ratas<br />
de cola pelada lideradas por Pedro del Páramo, no escucharían razones de boca de un<br />
muerto.<br />
65
»No podemos matarle —concluye la Guardián—, solo disuadirle. Y si muere, uno<br />
de nosotros o tal vez todos seremos convertidos y el ciclo continuará eternamente. Ya ves<br />
que no es fácil matarnos y no nos dejaremos asesinar.<br />
—Y tampoco permitirán que muera más gente —agrega Luz del Atardecer,<br />
átona—, porque perderían su fuente de alimento. El cuidado de sus parientes vivos es una<br />
excusa.<br />
La Guardián asiente complacida. Estos nuevos colonos no son tan estúpidos como<br />
aparentan. Cuando los habitantes de Amanecer llegaron a la misma conclusión ya era<br />
demasiado tarde para ellos.<br />
Raúl Roble cierra los ojos. La ira y la impotencia nublan su cordura, invitándole a<br />
la desesperación.<br />
Su hermano menor, un hombre adulto y valiente, ha sido violado por un monstruo<br />
y se convertirá en otro tipo de monstruo en poco tiempo. Tal vez algún día se transforme<br />
en la bestia de la que intentaban escapar con tanto ahínco. Tal vez asesine a su propia<br />
esposa o a su hija o a los hijos de su hija, cegado por un instinto bestial sin freno.<br />
Y la causa primera de su desgracia fue la decisión negligente de los sabios del<br />
fuerte de Amanecer, liderados por Pedro del Páramo.<br />
Raúl observa a su hermano sin poder contener el temblor en sus brazos y éste le<br />
devuelve la mirada, leyendo sus gestos intranquilos que conoce tan bien desde que eran<br />
niños.<br />
—Ya estoy muerto —susurra Renato con un último gesto de determinación<br />
absoluta, indicando con la nariz el arma empuñada por su hermano mayor —. Hay una<br />
sola cosa que puedes hacer por mí.<br />
Raúl asiente. Luz del Atardecer sorbe sus lágrimas, se acerca a ellos y coloca a Flor<br />
que no Marchita a la altura del rostro de su padre para que éste pueda apreciar su carita<br />
regordeta por última vez. La niña duerme plácidamente.<br />
—Raúl se hará cargo de ustedes, mis estrellas en el firmamento —dice<br />
Renato—. Me reuniré con nuestros ancestros ahora y les estaré esperando cuando<br />
mueran ancianas en sus camas, rodeadas por sus bienamados.<br />
66
—Lo que van a hacer es un error —gruñe la Guardián—. Pero es vuestra<br />
decisión. Y es una lástima que no me pueda quedar, pero la sangre contaminada de tu<br />
hermano no es buena para la digestión.<br />
Dicho esto la encapuchada les deja solos. La oscuridad es casi absoluta salvo<br />
por una lámpara encendida junto a la puerta. Luz se aleja con Flor hacia un rincón de<br />
la choza y dan la espalda a los hombres en el centro de la habitación.<br />
Raúl eleva su daga y ve que su hermano sonríe al fin.<br />
∞<br />
El matuasto ataca desde el sur embistiendo los gruesos muros de madera<br />
repletos de estacas que apuntan hacia afuera. Su apestoso cuerpo herido sangra, pero<br />
eso parece no afectarle.<br />
Intenta escalar aferrándose a las estacas, pero éstas se desprenden fácilmente<br />
con su peso incomparable. Su rostro de reptil cambia del verde al rojo y regresa al<br />
verde. Está furioso, más furioso que nunca.<br />
Vuelve a atacar siempre en el mismo punto, una y otra vez durante muchas<br />
horas. Logra astillar y demoler el primer tronco, encontrando detrás de él otro tronco<br />
igual de robusto.<br />
Intenta subir aprovechando el escalón que provee el tronco destrozado y cae<br />
de espaldas con el pie derecho mutilado. Un artefacto metálico automático se escondía<br />
entre los troncos.<br />
—Está enojado y no volverá a caer en la misma trampa otra vez —dice el<br />
Guardián apostado en la cornisa del muro. Su voz es transportada a través de un<br />
bambú hueco hacia los Guardianes que aguardan abajo, que esperan impacientes con<br />
su carga de frascos llenos de sangre—. Por la expresión en sus ojos... está<br />
desconcertado. Se quita la trampa del pie. Deja algunos dedos en ella. Se marcha sin<br />
cojear hacia el bosque...<br />
Pedro del Páramo asiente orgulloso, manteniéndose a una distancia prudente<br />
de los encapuchados. Lo de las trampas ocultas fue idea suya.<br />
67
Se aleja para informar a su compañera Rosa, quien le espera de pie fuera de<br />
una choza cercana, cuando ve a Raúl Roble acercándose tambaleante, el rostro pálido,<br />
empuñando su daga ensangrentada.<br />
Los Guardianes descubren sus rostros, alertados por el olor de la merienda.<br />
Raúl acaba de matar a su hermano.<br />
—Lamento sinceramente todo lo ocurrido —dice Pedro juntando sus palmas<br />
para elevar una oración a los Dioses. Está verdaderamente atribulado, pero también<br />
sabe que la falta de un Guardián pondrá en peligro la seguridad del pueblo. Deberán<br />
encontrar otro voluntario y pronto—, yo...<br />
No termina la sentencia. La daga de Raúl Roble ha entrado por su garganta<br />
lentamente, avanzando sin piedad hasta tocar una vértebra.<br />
—Estás matando a mi primo más querido —dice uno de los Guardianes con<br />
una sonrisa sádica llenando su rostro al tiempo que sostiene el cuerpo de Pedro, que<br />
se agita con las convulsiones de su último aliento. En los ojos del moribundo puede<br />
leerse el horror que viene con el conocimiento de su destino a manos de los<br />
Guardianes, que no desperdiciarán ni una gota de su sangre.<br />
—Y seré condenado por ello —sentencia Raúl. Retira su daga y se queda a<br />
observar como los Guardianes se turnan para beber del cuello del moribundo,<br />
ansiosos, alegres. No se debe desperdiciar el alimento.<br />
Rosa Espinosa grita, el rostro descompuesto y los ojos desorbitados. Corre<br />
hacia su compañero muerto pero es retenida del cuello por otro Guardián,<br />
presumiblemente la Guardián de la voz amable. Rosa no puede articular palabras, al<br />
borde de la asfixia.<br />
—Abran la puerta —ordena Raúl y es obedecido—. Debo pagar por mi delito.<br />
El cuerpo vacío de Pedro del Páramo se derrumba sin ceremonias. Su mujer cae<br />
tendida a su lado, inconsciente pero sin daño permanente.<br />
Tres Guardianes escoltan a Raúl y elevan la puerta guillotina lo suficiente para<br />
que el condenado pueda arrastrarse fuera. Raúl deja la daga dentro del fuerte y sale a<br />
la luz de la luna sin mirar atrás, con los brazos extendidos y las rodillas en el suelo. Allí<br />
68
el matuasto le observa desde no muy lejos, oculto entre los árboles con una sonrisa<br />
grotesca.<br />
Seré otro hijo del matuasto, piensa al tiempo que deja su miedo y su virilidad en<br />
el pasado. Encontraré la manera de desmembrar a los Guardianes, esas lagartijas sin<br />
alma. Y cuando quedemos sólo él y yo, iré por Vârcolac y prometo por todo lo que me es<br />
sagrado que moriremos juntos...<br />
Cuando el matuasto se acerca visiblemente excitado, Raúl comprende con una<br />
arcada que la experiencia será más dolorosa de lo que había imaginado.<br />
69
SEMILLEROS<br />
Colonización<br />
Cuando llegamos al planeta, pensamos que sería fácil rehacer la vida que<br />
habíamos dejado en la Tierra devastada. Pero éramos pocos y faltaban al menos<br />
quince años para que arribara la segunda oleada de colonos. No sabíamos a qué<br />
atenernos y fuimos arriesgados. En realidad, fuimos estúpidos.<br />
El planeta era la copia fiel de la Tierra en sus mejores años. Había bosques y<br />
animales que saltaban por sus ramas, aves, insectos y todo lo que recordábamos, sólo<br />
que distinto.<br />
Yo tenía veinte años cuando descendió el primer grupo de exploradores a<br />
hacer los análisis de compatibilidad. Desde la nave seguí con expectación los<br />
movimientos de los afortunados que habían bajado, atento a cualquier noticia.<br />
Vimos una pradera amplia junto a un río de aguas cristalinas y un cerro cubierto<br />
por árboles verdes que se mecían suavemente con la brisa matutina. Vimos a los<br />
exploradores sin sus máscaras, bebiendo del río y corriendo por la pradera,<br />
poseídos por la ansiedad de quienes han viajado diez años en una lata de jurel.<br />
Enloquecimos de júbilo, celebramos e iniciamos los preparativos para descender lo<br />
antes posible.<br />
Nos deshicimos de nuestro pasado, olvidamos el dolor y el terror de la muerte,<br />
destruimos nuestros nombres y nos volvimos un poco anarquistas. Pero bastaron<br />
unos pocos días para que recordáramos que por motivos igualmente egoístas nuestro<br />
planeta había quedado reducido a escombros radiactivos.<br />
Nos bautizamos con nombres nuevos. Algunos se nombraron como animales<br />
olvidados de La Tierra, como objetos o mitos. <strong>Otros</strong> inventaron palabras que sonaban<br />
bellas y las repartieron para quien las quisiera. Yo me bauticé Getzal, oí esa palabra o<br />
alguna muy parecida cuando era muy pequeño y me quedó grabada en la memoria.<br />
Mamá se llamó Orión y papá, Santiago.<br />
El planeta se llamó Hogar, porque nos sentíamos como en casa. Levantamos un<br />
refugio provisorio junto al río para los doscientos colonos, cazamos animales salvajes<br />
70
y nos dimos un festín. Tomamos agua del río, comimos los frutos dulces de los árboles<br />
y fuimos las personas más felices del Universo.<br />
En cosa de tres meses levantamos un pueblo completo. Estábamos todos<br />
instalados en nuestras casas, nos dedicábamos a cultivar en los patios y a cazar en los<br />
bosques, cuando aparecieron los primeros problemas.<br />
Alguien se quejó de polillas el estómago. Nos reímos y dejamos pasar el tiempo.<br />
Pero un mes después el pueblo entero estaba enfermo. Los cosquilleos no nos dejaban<br />
dormir. Nos daba miedo comer. Intentamos todos los remedios que conocíamos para<br />
eliminar parásitos, sin éxito. Los médicos también estaban afectados. Todos nos<br />
sentíamos oprimidos por la impotencia, algo nos carcomía desde adentro y no<br />
sabíamos cómo detenerlo.<br />
Pasaron los meses y no morimos. La causa de los malestares era un pequeño<br />
parásito con tentáculos largos y orificios como bocas en su cuerpo. Estaba adherido a<br />
la pared del estómago y se alimentaba de lo que comíamos. Muchos se dieron con una<br />
roca en la cabeza al recordar que habían visto algo parecido en los estómagos de los<br />
animales que faenaban en el matadero junto al río.<br />
No servía eliminarlos, porque pronto aparecería otro y el parásito inquilino se<br />
encarga de mantener el resto del estómago libre de otros parásitos. Hemos vívido con<br />
ellos desde entonces. Los niños los adquieren apenas consumen su primer alimento<br />
sólido.<br />
Los pulpos viven un año, a veces más y cuando mueren, aparecen varios al<br />
mismo tiempo. Sólo entonces se complica el cuadro, porque los tentáculos salen<br />
incluso por la boca y ni se puede comer, pero en dos o tres días el más fuerte elimina<br />
al resto y la vida sigue igual que antes.<br />
El Señor Ratón<br />
El planeta permanecía eternamente en primavera. Los días duraban veinticinco<br />
horas, amanecía a las siete y oscurecía a las diecinueve. Mamá cocinaba lo que cazaba<br />
papá y yo cultivaba en el patio. Después de comer nos dedicábamos a recorrer los<br />
71
alrededores del pueblo y a anotar todo lo que descubríamos, porque al terminar el<br />
mes cada familia elaboraba un informe y lo presentaba al resto de las familias en el<br />
refugio.<br />
La reunión se convertía en una fiesta. Nadie creía lo que decía el resto. Muchos<br />
no se creían ni a sí mismos. Mamá reía como loca y papá se iba temprano, enfermo por<br />
semejante falta de seriedad. Yo me quedaba a escucharlo todo, anotaba las historias<br />
que se repetían y volvía a casa a dormir.<br />
Una mañana nos despertó la risa de Mamá. Fui a la cocina y la encontré sentada<br />
mirando por la ventana. Me dijo que esperara callado. De pronto algo saltó adentro.<br />
Era peludo, como un gato, aunque más parecía una rata flaca . Tenía cuatro patas y dos<br />
manos con las que sostenía un plato vacío.<br />
Me puse a la defensiva, buscando algo con qué matar al bicho, pero mamá<br />
sonreía y el animal también, con dientes afilados y ojos brillantes. La criatura dejó<br />
el plato en el piso, hizo algunos gestos complicados con sus manos y se puso a<br />
cantar. Su voz era preciosa y cantaba moviendo la cabeza y las manos, concentrado<br />
y feliz.<br />
Cuando terminó de cantar se dio media vuelta y saltó por la ventana. Según<br />
Mamá era la segunda vez que venía. El día anterior lo vio parado la ventana y le arrojó<br />
un plato a la cabeza. El animal se fue y regresó al día siguiente con el plato entre las<br />
manos. Pidió de comer haciendo gestos. Por eso Mamá rió tan fuerte. Le dio verduras y<br />
carne en el plato y el animal se fue a comer a otra parte.<br />
Esa tarde almorzamos y Mamá guardó los restos, para el “Señor Ratón”. Reímos<br />
mucho y yo salí a preguntar si alguien había visto a un animal similar entrando a sus<br />
cazas para pedir comida.<br />
De las cinco casas que visité, en tres vieron animales peludos como ratas que<br />
pedían comida. Nadie les daba, chillaban enojados y se iban dejando un pedo<br />
desagradable en el aire.<br />
Al día siguiente el Señor Ratón volvió. Sonrió a Papá y a mí, Mamá le dio un<br />
plato con las sobras y éste saltó por la ventana. Cinco minutos después entró por<br />
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donde mismo con el plato vacío y cantó. Lo mismo ocurrió dos semanas seguidas,<br />
hasta que un día no apareció.<br />
Nos preocupamos. El Señor Ratón está enfermo. El señor Ratón está muerto.<br />
Pero al día siguiente volvió, sonriente como siempre, acompañado de cinco pequeños<br />
animalitos de ojos grandes. Imaginamos que debían ser sus hijos y Mamá se preocupó<br />
porque no tenía suficientes bocados para todos. Pero el Señor Ratón no aceptó la<br />
comida que se le ofrecía, hizo algunas piruetas y sus crías cantaron al unísono. ¡Era<br />
hermoso! Y mientras cantaban, Señor Ratón bailaba sobre sus cuatro patas, moviendo<br />
la cabeza y las manos, orgulloso.<br />
Cuando acabaron de cantar, sonrieron, dieron media vuelta, se marcharon<br />
saltando como conejos. Mamá nos miró con un brillo de comprensión en los ojos.<br />
"Señora Ratón" dijo y se fue a ordenar la mesa para el desayuno.<br />
Cuando finalizó el mes, Mamá hizo su exposición en el refugio. Mientras<br />
hablaba, mucha gente se levantaba y decía "tiene razón, yo también lo vi" o, "ellos son<br />
los dueños del planeta". Papá se fue temprano, como siempre, pero con el pecho<br />
inflado de orgullo. Mamá recibió aplausos y yo me quedé hasta el final para oír el resto<br />
de los informes. Todos decían lo mismo.<br />
La Señora Ratón u otra que se le parecía mucho, volvió tres meses después.<br />
Durante las semanas que duraron sus visitas, unas cuantas casas del pueblo se llenaron<br />
con gente que quería oírlas cantar. Tuvieron sus crías y ese día se armó una fiesta.<br />
Pero no tardó en aparecer la duda. Estos ratones pedían la comida para sus<br />
crías y se comportaban de modo inteligente, tenían gestos y actitudes que se<br />
asemejaban a las nuestras. Pero ese comportamiento no podía ser reciente. Cuando no<br />
estábamos nosotros, ¿a quién le pedían la comida?<br />
La Peste<br />
Pasaron cinco años desde nuestra llegada y en ese tiempo se habían<br />
establecido alrededor de setenta familias. Los márgenes del pueblo se ampliaron y<br />
todas las tierras en veinte kilómetros a la redonda habían sido exploradas sin<br />
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encontrar nada extraño, excepto un animal con forma de araña que atacaba cualquier<br />
cosa que se moviera y que estrangulaba su presa hasta dejarla sin aire. Tres personas<br />
murieron durante los primeros avistamientos, y nadie tuvo problemas en salir de sus<br />
casas para matar al bastardo. Cuando llegué con mi rifle ya lo habían reducido a una<br />
masa de carne y plomo.<br />
Por esa época me enamoré. Ella tenía veintitrés años y se llamaba Liara. Era<br />
hermosa. Bailaba cada atardecer en los campos cubiertos por burbujas y pájaros.<br />
Paseábamos por la orilla del río en las mañanas, recogiendo esponjas y pescando<br />
gusanillos para el desayuno.<br />
Nos conocíamos de antes, cuando corríamos por los pasillos de la nave antes de<br />
llegar a Hogar. A menudo proyectábamos nuestras vidas hacia el futuro, planeábamos<br />
viajes y la colonización del resto del planeta. Revisábamos mis anotaciones de las<br />
reuniones en el refugio y especulábamos sobre cada extraño fenómeno, creando mitos<br />
que después difundíamos en el pueblo.<br />
Nos íbamos a casar. Estaba todo listo. Pero vino la Peste.<br />
Comenzó como un resfrío. Un día después, todo el pueblo cayó enfermo con<br />
fiebre y hemorragias. Los parásitos estomacales morían y el cabello se caía de todo el<br />
cuerpo. Nadie sabía cómo se transmitía ni de dónde había salido. Nadie esperaba<br />
enfermarse jamás.<br />
Los virus presentes en otros animales y que no eran compatibles con nosotros,<br />
habían mutado a lo largo de los años adaptándose a nuestro metabolismo y bastó con<br />
que una persona enfermara para que el pueblo quedara desprotegido. Los médicos no<br />
sabían qué hacer. Ellos mismos enfermaban y quedaban postrados en sus casas. Dos<br />
días después del primer caso la mitad del pueblo había sido diezmada. Mamá y papá<br />
no sobrevivieron. Tampoco Liara.<br />
Los médicos sobrevivientes no pudieron hacer nada. Tenían las mejores<br />
máquinas para encontrar una cura y cuando lo hicieron ya era demasiado tarde. Los<br />
que sobrevivimos creamos defensas contra el virus. Luego vinieron otras<br />
enfermedades, pero ninguna fue tan terrible como la primera.<br />
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Tomamos precauciones. Separamos las casas para lograr cuarentenas más<br />
efectivas, redujimos la producción de desechos y establecimos reglas sanitarias<br />
básicas en lo que respectaba al tratamiento de los alimentos. Debimos hacerlo desde<br />
el principio.<br />
Los pulpos regresaron a hacer sus cosquillas y esa fue la señal de que<br />
volvíamos a la normalidad. Algunos decidimos alejarnos lo más posible del resto de la<br />
gente. Lo único que lográbamos era amargarlos con nuestras caras largas y miradas<br />
perdidas.<br />
Yo crucé el río, subí a las montañas y construí una cabaña junto a un riachuelo.<br />
Allí me quedé, como ermitaño, a descansar mis penas y cultivar algunas flores.<br />
Pequeños Hombrecillos Verdes<br />
Bajaba una vez al mes para asistir a las reuniones en el refugio, a enterarme de<br />
todo en un par de horas. El evento ya no me divertía como antes, pero de algún modo<br />
me mantenía conectado con la realidad. Y como siempre anotaba los relatos que<br />
coincidían y volvía a mi hogar para meditar sobre ellos.<br />
De todas las historias, una se repetía con insistencia: pequeños hombrecillos<br />
verdes aparecían dando saltos entre las malezas, realizaban algún rito o brujería y<br />
desaparecían sin dejar rastro. Pensé que podía ser otra burla inventada por algún<br />
ocioso, o que se trataba de alucinaciones provocadas por algún hongo en los cereales o<br />
qué sé yo. En realidad, no me importaba tanto. Tal vez en el futuro escribiera un libro<br />
a partir de todos los disparates que he oído en esas reuniones.<br />
Una mañana salí de casa a revisar mis flores cuando vi uno. Sentí escalofríos. El<br />
hombrecillo tenía la cabeza redonda, el estómago abultado, las extremidades<br />
delgadas, dos ojos saltones y la boca como una pequeña línea bajo los ojos. Era de<br />
color verde, no más grande que mi mano y sonreía paseándose entre las flores,<br />
tocándolas, mirándolas de cerca y sintiendo su aroma.<br />
De pronto me miró. Me congelé junto a la puerta y él comenzó a bailar,<br />
girando sobre un pie y dando pequeños saltos con destreza. Me acerqué lo más que<br />
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pude sin asustarlo, esperé sentado en el pasto y allí me quedé, contemplándolo<br />
totalmente absorto por su belleza. No había nada sobrenatural en él, de eso estaba<br />
seguro.<br />
Se me acercó dando pequeños pasos, le sonreí, estiró sus brazos y bailó con<br />
más energía aún. Parecía feliz y me alegraban sus piruetas. De pronto se detuvo y su<br />
pecho subía y bajaba sin cesar. Me acerqué más, lo levanté con delicadeza y lo llevé<br />
dentro de la casa, donde le serví un vaso con agua para que bebiera, pero en vez de<br />
beberla se sumergió en ella y allí se quedó varias horas con una expresión de placer en<br />
su pequeño rostro.<br />
Lo observé con detenimiento. Su piel era como la superficie de una hoja, su<br />
boca servía sólo para respirar y lo que parecía un ombligo era su verdadera boca. Nos<br />
miramos y él comenzó a hacer gestos con sus manos. Era tan divertido que no pude<br />
parar de reír y eso parecía animarlo a seguir con las payasadas.<br />
Estuvimos así conversando varias horas. Deduje que era un vegetal animado,<br />
aunque no podía estar seguro de que lo fuera. Tal vez era un animal de esos que se<br />
camuflan entre las plantas. Y era inteligente a su modo, como lo era la Señora Ratón,<br />
como un niño, un duende inofensivo, alegre e inocente.<br />
Cuando el sol se ocultaba, lo dejé ir. Se despidió con una reverencia alegre y<br />
desapareció dando saltos entre los arbustos que crecían junto al riachuelo.<br />
Al día siguiente volvió acompañado por cinco más como él. Bailaron todos<br />
juntos e hicieron una coreografía de saltos y piruetas. Reí con sus caídas y bufonadas.<br />
De pronto todos se quedaron quietos, exagerando su cansancio, con miradas traviesas<br />
y representaciones dramáticas. Los dejé entrar a la cabaña y los puse a todos en una<br />
olla con agua fresca. Allí chapotearon toda la tarde hasta la caída del sol.<br />
Como no sabía de qué se alimentaban, les dí a probar trozos de frutas. Los<br />
sopesaron y se los introdujeron por el ombligo. Aplaudieron, sonrieron y pidieron<br />
más. Los atiborré con fruta y hojas de lechuga, hasta que se marcharon.<br />
Al día siguiente regresaron acompañados por diez más. Armamos un despelote<br />
en la casa, comieron frutas y chapotearon en las ollas, bailaron y aplaudieron. Apenas<br />
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se fueron pensé que pronto la casa se haría pequeña para todos los que estaban por<br />
venir y que no tenía suficientes ollas para que chapotearan y se divirtieran.<br />
Comencé de inmediato a trabajar en un lugar especial para ellos. Construí un<br />
cuarto pequeño con tres pisos de veinte centímetros cada uno. Puse escaleras,<br />
barandas para que no se cayeran, una pileta con agua y macetas con tierra para<br />
plantar flores.<br />
Al día siguiente volvieron. Eran treinta. Entraron al cuarto, observaron<br />
asombrados, se bañaron, comieron y descansaron. Cuando caía la noche no se<br />
marcharon. En cambio, se enterraron en las macetas y allí durmieron con las cabezas<br />
afuera, roncando suavemente.<br />
Durante tres meses no volví al pueblo. Cada día había más hombrecillos y tuve<br />
que ampliar el cuarto. Ellos dormían en sus macetas y yo les daba frutas para que<br />
comieran.<br />
Entonces, una tarde vino un médico del pueblo, Tuzo. Muchos de los<br />
pobladores se habían preocupado al no verme en las reuniones del refugio. Dí una<br />
disculpa torpe y le pedí que se marchara.<br />
Él se fue mirando de reojo el cuarto ampliado en la parte trasera de la casa.<br />
Esa misma tarde fui donde los verdecitos y los conté, para asegurarme que no<br />
me habían robado ninguno. Les puse cintas con un número en los brazos y anoté cien<br />
de ellos. Desde que no llegó ninguno más, la puerta de entrada quedó cerrada, así que<br />
no podían aumentar en número. Pero al día siguiente había dos sin su cinta. Pensé que<br />
se las habían quitado, así que los conté a todos uno por uno y descubrí que estos eran<br />
nuevos.<br />
Una semana después había tres más. No pude localizar por dónde entraban y<br />
deduje que se multiplicaban de algún modo. Los observé detenidamente esa semana y<br />
descubrí a uno que se enterraba más temprano. Lo observé toda la noche y al día<br />
siguiente se desenterró como todos y siguió la misma rutina de bailes y chapoteos.<br />
Revisé su maceta con detenimiento y encontré una semilla negra, o un huevo. Lo planté<br />
en otro lugar y me quedé todo ese día y el siguiente esperando que algo ocurriera.<br />
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Estaba claro que debajo de la tierra algo crecía, porque la maceta parecía estar<br />
cada vez más llena. Entretanto en el cuarto de los verdecitos se había armado un gran<br />
alboroto. Un grupo de hombrecillos parecía discutir en torno a la maceta maltratada.<br />
Los animé a que me siguieran y, les mostré la otra maceta. De inmediato comenzaron<br />
a bailar y a festejar. Para ellos no había disgusto que durara más de un minuto.<br />
El hombrecillo emergió de la tierra esa tarde. Me miró con curiosidad y yo lo<br />
conduje con sus hermanos. Nuevamente se armó una fiesta. Les repartí frutas y<br />
verduras frescas, llené las piletas con agua cristalina del río y me preparé para ir al<br />
pueblo.<br />
Todos en la reunión parecían alegres de verme. El médico les había hablado de<br />
mi extraño comportamiento y supusieron que tramaba algo y que no quería compartir<br />
la información. A fin de cuentas, era un pueblo chico y hasta con la caída de un árbol se<br />
armaba alboroto. Pero al menos la vida privada seguía siendo privada.<br />
Subí al podio y me quedé allí mirando las caras expectantes. Abrí mi chaqueta y<br />
de un bolsillo interior saqué a un hombrecillo. El pobre estaba asfixiándose, así que lo<br />
sumergí en un vaso con agua y le dí fruta. Entretanto todo el pueblo me rodeó para ver<br />
de cerca a esa extraña criatura. Los niños querían tomarla, pero no los dejé. Pensé que<br />
había hecho una estupidez al llevarlo hasta allí. Ya no estarían seguros, alguien podría<br />
cazarlos o convertirlos en mascotas.<br />
Dije que eran peligrosos si se los molestaba. Confiaban en mí y por eso no me<br />
hacían nada. Vi rostros aterrados que se alejaban del círculo. Mucha gente los había<br />
visto antes y pensaron en atraparlos para hacerse famosos. Se esparció la tonta idea<br />
de que eran una civilización avanzada que vivía bajo tierra.<br />
Me preguntaron cómo se llamaban y como no se me ocurría nada pomposo ni<br />
aterrador, dije Semilleros. Comen fruta, atrapan un animal y ponen mil semillas en su<br />
cuerpo. Cuando nacen el animal muere atormentado por terribles dolores.<br />
Al final de la noche sólo los médicos permanecían cerca de nosotros. Tuzo que<br />
permanecía más cerca que el resto, sabía que mentía. Lo noté por su mirada y de algún<br />
modo también comprendí que guardaría el secreto.<br />
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El hombrecillo sonrió y bailó alegre de ver otros rostros sonrientes. Conseguí<br />
una maceta con tierra y dejé que se enterrara para pasar la noche.<br />
Pasaron más meses y nadie se atrevió jamás a acercarse a mi casa, excepto<br />
Tuzo. Yo tenía treinta y dos años cuando comenzaron a crecerles raíces. Habla<br />
doscientos veinte semilleros en toda la casa y desde hacía semanas que no nacía<br />
ninguno.<br />
Se despertaban más tarde y se enterraban más temprano. Tenían hilitos<br />
frágiles que les salían de todo el cuerpo y ya no podían bailar. Estaban tristes. Yo<br />
bailaba para ellos pero no tenía sentido. Un día se enterraron en sus macetas y no<br />
volvieron a salir. De la tierra emergieron tallos con hojas y flores azules.<br />
Los regaba cada mañana y los ponía al sol. Con el médico formulamos algunas<br />
teorías, como que eran semillas de una planta más grande y compleja, o que estaban<br />
en un proceso de metamorfosis, o que habían comenzado su hibernación.<br />
Con el tiempo descubrimos que las últimas dos teorías eran ciertas. Los<br />
Semilleros no volvieron a salir de las macetas, convertidos en una pequeña raíz en la<br />
que no se distinguía ningún indicio de lo que habían sido.<br />
Las Señoras Ratón no volvieron a aparecer. Los años eran cada vez más helados y a<br />
la llegada de la segunda oleada de colonos, el pueblo era un campo yermo cubierto de hielo.<br />
Segunda Colonización<br />
Los días eran insoportables. Amanecía más tarde y oscurecía más temprano.<br />
Los nuevos colonos pensaron en mudarse a un lugar más cálido. Aún no les habíamos<br />
informado sobre los pulpos, los ratones cantores, las arañas estranguladoras ni los<br />
Semilleros.<br />
En realidad, no queríamos alarmarlos. Recibieron las vacunas que hablamos<br />
fabricado para las distintas enfermedades que nos habían diezmado y permanecieron<br />
en el refugio mientras se construían sus nuevas casas en los alrededores del cerro.<br />
Decidimos quedarnos y afrontar este invierno como fuera necesario. Teníamos<br />
animales domesticados en los criaderos temperados e invernaderos repletos de<br />
79
frutales y verduras. Podríamos sobrevivir sin problemas incluso en un ambiente de<br />
cero absoluto.<br />
Equipamos las casas para soportar el frío y mientras se terminaban los nuevos<br />
hogares, aquellos que vivimos solos tuvimos que compartir nuestro hogar con una<br />
familia de colonos. Yo acepté deseoso, algo aburrido y triste sin mis duendes vedes.<br />
Mis invitados fueron una pareja joven que había contraído matrimonio apenas<br />
llegaron al planeta, Claudio y Helena. El primer día quisieron que les hablara del lugar.<br />
Hice lo que pude por no inventar nada ni parecer exagerado. Les narré nuestra<br />
llegada, la felicidad de encontrarnos como en casa, la aparición de la Señora Ratón y<br />
de la plaga. Exageré un poco sobre lo último. Ellos lloraron y se acostaron sin cenar.<br />
Yo me levantaba temprano a regar mis plantas en el cuarto extraño con repisas<br />
y piletas llenas de agua. Ellos me miraban con curiosidad, sin preguntar nada. imaginé<br />
que les habían ido con algún chisme antes de venir así que esa tarde les conté la<br />
historia oficial sobre los Semilleros.<br />
Desde entonces me miraron con otros ojos, más respetuosos. Yo había<br />
domado una potencial amenaza para todos y ahora podía deshacerme de ellos<br />
cuando quisiera. Vi el peligro de esa idea e inventé una historia sobre sus "hermanos<br />
mayores" y no agregué nada más, alegando que había prometido no hablar de ello.<br />
Era un secreto.<br />
Un día almorzábamos cuando la joven comenzó a sentir cosquillas en el<br />
estómago. Les hablé de los parásitos y se pusieron a llorar, atormentados por otras<br />
historias que hablan sido inventadas durante el viaje acerca animales microscópicos<br />
que te comen desde adentro. Les dije que yo llevaba quince años conviviendo con uno<br />
en el estómago y que eso me habla ayudado a sobrevivir a otras enfermedades<br />
parasitarias producto de beber agua sin hervir. Ambos palidecieron y pude notar su<br />
temor y resignación.<br />
Reconozco que disfrutaba con su ignorancia. En una semana se habían<br />
convertido en dos sombras aterradas. No querían quedarse solos ni un momento y yo<br />
comenzaba a sentir remordimientos por mi crueldad.<br />
80
El día que partieron a su nueva casa no los dejé ir sin que antes escucharan un<br />
sermón. Después de todo, yo llevaba quince años viviendo en ese planeta y tenía la<br />
experiencia que ellos necesitaban.<br />
Les hablé de lo básico. No vayan solos a un lugar que no haya sido explorado o<br />
que esté marcado como peligroso, ya que todavía quedan arañas estranguladoras por<br />
ahí. Si se sienten mal, no duden de ir de inmediato donde un médico. No coman nada<br />
que no conozcan y siempre lleven puestas sus botas largas cuando salgan a pasear por<br />
las praderas y el campo, porque los Semilleros atacan las pantorrillas. No corten<br />
ningún vegetal que se mueva cuando no hay viento y sean felices a la fuerza, porque<br />
no encontrarán un lugar mejor en al menos treinta años luz a la redonda.<br />
Eso pareció tranquilizarlos un poco. Cuando se reunieron con el resto de sus<br />
amigos colonos difundieron todo lo que habían aprendido de mí y pronto me convertí<br />
en una especie de gurú. Eso me irritaba de una manera indescriptible. Nadie que<br />
mintiera tanto podía ser un héroe, por hombres así nuestro mundo había quedado<br />
convertido en una roca sin vida.<br />
Los colonos antiguos continuaron pensando que yo ocultaba algo demasiado<br />
importante y enviaron a una delegación de líderes, reconocidos en el pueblo por su<br />
labia e intelectualidad, para que me convencieran de hablar.<br />
Ese día mentí tanto que me dolió la cabeza. Intenté quedar como un mentiroso<br />
patológico para enmendar mis otras mentiras. Pero ocurrió lo contrario. Les hablé de<br />
unos hombres verdes de dos metros de altura que me habían visitado dos años antes.<br />
Del respeto que debíamos tener por los vegetales, ya que muchos de ellos eran de<br />
verdad inteligentes. Hablé del duro invierno que vendría y de la invasión de unas<br />
criaturas feroces que viven en lo alto de las montañas, donde siempre hace frío.<br />
Un mes después el pueblo entero estaba rodeado por un muro de adobe de tres<br />
metros de altura y de una zanja repleta con escombros. Fue una tremenda obra de<br />
ingeniería y trabajo en equipo. Había dos puertas de troncos de árboles que se habían<br />
caído por sí solos. Nadie entraba o salía después del anochecer.<br />
Decidí no hablar nunca más. Tal vez algún día se acabara toda esta paranoia.<br />
81
Los Pueblos del Norte<br />
Un año después el frío se volvió extremo. Ya era tarde para movilizar a la<br />
población a un lugar más cálido y nadie quería temperar sus casas usando la<br />
chimenea, y los sistemas de calefacción central ayudaban apenas para impedir que los<br />
hogares llegaran al punto de congelación. Las cañerías estaban congeladas y los pozos<br />
eran bloques de hielo. Las tormentas de nieve se hicieron más comunes y hubo que<br />
reforzar las techumbres.<br />
Yo estaba completamente aislado. Vivía abrigado con pieles y en las noches<br />
encendía la chimenea cuando nadie se daba cuenta. Tenía algunos libros para<br />
entretenerme, libros viejos traídos de la Tierra y algunas producciones locales que<br />
hablaban de la nostalgia de un mundo perdido y la aventura de descubrir uno<br />
totalmente nuevo.<br />
Una tarde llegó a mi puerta un hombre vestido con harapos y una capucha que<br />
ocultaba su rostro. Lo hice entrar antes de que se congelara afuera y le serví un tazón<br />
con zumo de frutas caliente. Cuál habrá sido mi sorpresa cuando lo recibió con una<br />
mano verde y se bebió el zumo por el ombligo.<br />
Me quedé allí observándolo largo rato, completamente aterrado por mis<br />
propias historias. Mientras él no se moviera yo no iba a hacer nada. De pronto se puso<br />
en pie de un salto y atravesó la puerta que daba al cuarto de los semilleros. Lo seguí<br />
preocupado, manteniendo una distancia prudente y me dí cuenta de que reía y lloraba<br />
al mismo tiempo mientras acariciaba los pequeños árboles en sus macetas. De pronto<br />
se me abalanzó encima y no tuve tiempo de escapar.<br />
Me apretó tan fuerte que creí que moriría asfixiado. En realidad me estaba<br />
abrazando, dándome las gracias por algo que había hecho. Descubrió su rostro y vi que era<br />
un semillero, sólo que en versión gigante, con los rasgos más duros y la piel más áspera.<br />
Fue hasta la sala de un salto, sacó un carbón de la chimenea y dibujó algo en el<br />
piso mientras canturreaba en su idioma.<br />
Hizo a un pequeño semillero junto a una planta, a un semillero mediano junto a<br />
otra planta y un semillero grande junto a un arbusto con frutos. Unió los dibujos con<br />
82
una línea, desde el semillero más pequeño al más grande, me miró con esperanza y<br />
trazó una gruesa línea que iba desde el arbusto con frutos hasta los pequeños<br />
semilleros.<br />
Sólo entonces comprendí. Ellos formaban parte de una cadena. Los pequeños<br />
se convertían en los medianos y ellos, a su vez, en los grandes. Él era uno de los<br />
grandes. En algún momento se enterraría, de su cuerpo crecería un arbusto y de sus<br />
frutos nacerían los pequeños hombrecillos verdes.<br />
De pronto saltó por encima de mí y comenzó a bailar. Llegué a creer que era un<br />
rasgo común de su raza. Me miró, borró los dibujos con una mano y dibujó otras cosas,<br />
su historia o la de su pueblo.<br />
Antes habían sido numerosos, vivían en ciudades rústicas y cultivaban su<br />
propia comida. Tras varios inviernos consecutivos una nueva raza había prosperado<br />
en las montañas, obligándolos a escapar hacia zonas más cálidas. Su gente fue<br />
masacrada y los sobrevivientes se asentaron no muy lejos de aquí, río abajo.<br />
El invierno se les había venido encima. Perdieron a sus retoños, que partieron a<br />
otro lugar sin dejar rastro. Los más ancianos entraron en estado de hibernación y él<br />
debió cortar sus propias raíces para cuidarlos, porque era su deber. Pero los<br />
montañeses talaron los arbustos y él no pudo defenderlos. Los semilleros eran<br />
pacíficos, indefensos cuando están bajo tierra. Y el otro pueblo era agresivo, posesivo<br />
y egoísta. Me recordó a los humanos en su época más salvaje.<br />
Entonces tuve una epifanía. Muchas de las mentiras que yo había dicho eran<br />
verdad, y entendía claramente todo lo que me comunicaba este semillero adulto. ¿Por<br />
qué? No lo había notado hasta ese momento. ¿Era yo acaso alguna especie de psíquico<br />
que podía predecir el futuro? Pues no. Los semilleros se comunicaban con algo más<br />
que simples gestos y dibujos con carbón.<br />
Eran telépatas.<br />
Estuvimos todo ese día comunicándonos. Me agradecía haber cuidado a sus<br />
pequeños, pero al rato se angustiaba porque sabía que el otro pueblo llegaría hasta mi<br />
casa algún día y destruirían todo.<br />
83
Le dí frutas para que se alimentara, agua para que bebiera y lo dejé enterrarse<br />
en el cuarto de los semilleros. Silbaba mientras dormía con una gran sonrisa en el<br />
rostro, que no se le borró en mucho tiempo.<br />
Al día siguiente fuimos juntos al pueblo. Él llevaba troncos para arreglar uno de<br />
mis enredos. Nos detuvimos frente al portón que da al río y esperamos pacientemente<br />
a que se decidieran a abrirnos.<br />
Cuando entramos nadie se nos acercó excepto Tuzo, que conocía nuestro<br />
secreto. El semillero alto lo saludó con una reverencia, como le enseñé antes de salir<br />
de la cabaña. La gente de a poco se asomó a las ventanas y salió a los antejardines. En<br />
unos minutos estábamos rodeados.<br />
Entregamos los troncos al médico y éste comprendió de qué se trataba.<br />
Anunció que no había problemas de cortar árboles para calefaccionar las casas, pero<br />
que no por eso podíamos arrasar con los bosques. Hubo gritos de júbilo entre algunos<br />
ancianos cuyas articulaciones no soportaban tanto frío.<br />
El semillero alto bailó frente a los ojos atónitos de los pobladores. Hice que se<br />
calmara, para no empeorar las cosas. Pedí la atención de todos con un grito y<br />
convoqué una reunión inmediata en el refugio.<br />
Una vez en el podio dí la voz de alarma. Algunos colonos recién llegados me<br />
miraban con adoración en sus ojos. Sonreí para los que no me conocían y conté la<br />
historia tal como la había entendido, saltándome lo de los semilleros indefensos. Me<br />
fui sin responder ninguna pregunta y, acompañado por mi amigo verde, nos reunimos<br />
en privado con el médico cómplice.<br />
Pedí su ayuda. Necesitaba que cuidara algunos de los semilleros que<br />
descansaban en las macetas hasta que acabara el invierno, porque en mi casa no<br />
estaban seguros. Si al menos lograba sobrevivir uno, no se extinguirían.<br />
Salimos del pueblo con dificultad, algunos de los pobladores que habían salido a<br />
recolectar leña desaparecieron en el sector norte del río, cerca de mi casa. El semillero<br />
alto entendió lo qué ocurría y me hizo algunas señas que reconocí. Grité a todo el<br />
mundo que no volvieran a abrir las puertas porque los montañeses estaba cerca.<br />
84
Nos fuimos corriendo hasta mi cabaña. Seguía intacta, pero el semillero alto<br />
olía algo. Transportamos todas las macetas al interior de la casa, trabamos las puertas<br />
y tapiamos las ventanas. Si nos prendían fuego, estábamos perdidos.<br />
Esa noche no dormimos. Yo tenía un rifle y algunas balas. Estaba preparado<br />
para cualquier cosa.<br />
Al día siguiente mi amigo verde me anunció que el peligro había pasado, por el<br />
momento. Los invasores no nos habían notado y siguieron de largo hacia el pueblo, de<br />
donde salían columnas de humo de las numerosas chimeneas.<br />
El Semillero me ayudó a cubrir los muros de la cabaña con barro y agua que<br />
pronto se congeló. Cavamos un túnel por debajo del piso entrar o salir, camuflamos el<br />
lugar con matorrales y ramas y allí nos quedamos durante la siguiente semana.<br />
Teníamos que proteger a los retoños de cualquier modo.<br />
Oíamos disparos provenientes del pueblo, todos los días, hasta que no oímos<br />
nada más. Pensé lo peor.<br />
El día después escuchamos los gritos de Tuzo que se acercaba corriendo.<br />
Habían ahuyentado a los invasores y un grupo de hombres armados los estaba<br />
persiguiendo hasta su guarida. Salimos de la cabaña aliviados.<br />
De acuerdo a las descripciones del médico, los Montañeses eran visiblemente<br />
más fuertes que los Semilleros, pero en comparación con ellos eran primates<br />
estúpidos y se asustaban fácilmente.<br />
Agradecimos las buenas noticias, mi amigo verde bailó al rededor nuestro y<br />
Tuzo se llevó cinco macetas. Le explique los detalles sobre sus cuidados y, una vez<br />
conforme, se marchó.<br />
Aún así no nos fiamos del todo y permanecimos atrincherados, hasta estar<br />
seguros que la amenaza había desaparecido. Entretanto el Semillero había aprendido<br />
algunas palabras de mi idioma y se esmeraba en aprender más, pero yo le pedía que<br />
no aprendiera nada. No quería envenenar su cultura con la mía.<br />
Pronto recibimos noticias del pueblo. Habían capturado una docena de<br />
montañeses y los mantenían sedados para que no se hiciera daño. Los médicos habían<br />
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decidido utilizar drogas y disfraces para asustarlos terriblemente. Les hicieron creer<br />
que éramos gigantes y poderosos, capaces de romper una roca con dos dedos. Éramos<br />
dioses venidos del cielo. Éramos su perdición si volvían a bajar al valle.<br />
Los soltaron del otro lado del río, les dieron algunos golpes eléctricos e<br />
hicieron estallar algunos fuegos artificiales. Los pobres animales se fueron<br />
tropezando. Desde entonces no los volvimos a ver.<br />
Quizá con una correcta guía a través de algunos siglos, podrían convertirse en<br />
criaturas más sociables. En el pueblo se formó de inmediato un comité para ello, y<br />
llamaron a su proyecto “Neanderthal 2”.<br />
Preferí no pronunciarme al respecto. Allá ellos.<br />
El Fin del Invierno<br />
Ya había cumplido los cincuenta años cuando volvió a aumentar la temperatura<br />
y a deshielarse el valle. Mi amigo verde estaba viejo y desgastado. Yo también, pero no<br />
iba a dejar que la edad me desligara de mis obligaciones. Tuvimos que cambiar a los<br />
semilleros a macetas más grandes, porque crecían. Yo me casé con una joven de<br />
treinta años, Vita, y tuvimos tres hijos en cinco años. El tío verde los entretenía con sus<br />
bailes y canturreos, cuando no estaba muy cansado.<br />
El médico me devolvió los retoños que cuidaba en su casa, porque estaban<br />
prontos a nacer. La pareja que había vivido en mi casa se mudó cerca de mí con sus<br />
hijos. Luego vinieron otras familias y armamos un pequeño pueblo de este lado del río,<br />
que bautizamos "La Granja". Construimos un muro al rededor nuestro, por si acaso.<br />
Por entonces ya se había derrumbado el mito de los semilleros antropófagos y<br />
todos conocían al tío verde. Nadie temía a las plantas que pronto serían hombrecillos<br />
bailarines y alegres.<br />
El tío verde me confidenció que en esa etapa de sus vidas son muy voraces y<br />
molestos. Preferí guardar el secreto.<br />
Ese día mi amigo ya no pudo moverse de su asiento. Con ayuda de Vita y mis<br />
hijos lo llevé hasta un hoyo en el patio y lo enterré para que siguiera su ciclo vital. Fue<br />
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como un funeral, ya que no lo veríamos nunca más, pero tenía la certeza que luego de<br />
volverse raíz seguiría con nosotros por un largo tiempo.<br />
Semanas después creció un arbusto espinoso que movía sus ramas al ritmo de<br />
un canturreo subterráneo. El día que apareció el primer fruto organicé una fiesta.<br />
Bailamos toda la noche en honor al tío verde. Dormimos a la intemperie,<br />
porque el calor era agobiante. Y cuando despertamos a la mañana siguiente,<br />
quedamos atónitos mirando a los semilleros medianos que bailaban al rededor de las<br />
macetas en la plaza del pueblo.<br />
Uno de ellos, que estaba sentado en su maceta, sonreía y balanceaba sus pies<br />
mientras cantaba con voz aguda y melodiosa. Aún tenían algunas raíces saliendo de<br />
sus hombros y espalda, y en su cabeza una fina cabellera de hojas.<br />
Ésa fue la señal de que la primavera había comenzado.<br />
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CORCHO LOCO MATA UNA VACA<br />
Se alistaba para escribir. El computador encendido, una caña con tinto de<br />
caja, la tabla con tres tipos de queso y un puñado de tabaco para cuando<br />
terminara.<br />
—¿Y sobre qué escribiré esta vez? —se preguntó. Le picaba el rostro allí donde<br />
crecía la barba, quería rascarse pero si lo hacía se podía caer un avión en el Caribe y<br />
no podía permitir más muertes por un simple prurito.<br />
—¡Tengo que escribir!<br />
Saltó de la silla y trepó como gibón las lianas que pendían del árbol en medio de<br />
su habitación. Entonces recordó que no hay ningún árbol allí y se rindió de espaldas<br />
sobre su cama. Pero aún se sentía como mono y ahora le picaba todo el cuerpo.<br />
Cerró los ojos, debía relajarse, las alucinaciones se irían cuando llegara la<br />
calma. Caminó por praderas, entre la nieve de la cordillera, bajo las olas y sobre las<br />
nubes. Atravesó muros de roca y despertó en medio de su otro cuarto, con<br />
interminables estantes de libros en vez de paredes.<br />
Aún sentía algo de primate, pero la comezón había cesado.<br />
Trepó al estante sur y sacó el libro de cuentos ajenos. Había buen material allí,<br />
buenas lágrimas para derramar de pena y de rabia.<br />
—No tengo tema. Tengo mil imágenes para explotar y ninguna huele a<br />
cuento. Quizá algo simple resulte, antes de los mundos tenía un duende que<br />
escribía en los recreos y sus cuentos tenían buen sabor, pero ahora no.<br />
¡Tantas brutalidades! Tres carillas para describir el protón de huevo y cómo<br />
éste podía destruir a la humanidad... y un párrafo al final explicando que<br />
bastaba con una buena fritura para terminar con la amenaza... ¿Protón de<br />
huevo?<br />
La idea no venía de sus recuerdos, era algo nuevo en su cabeza y al fin tenía<br />
algo sobre qué trabajar.<br />
Entró al libro y encontró a Matilda. Siempre la encontraba, estaba en todos los<br />
libros, era la señora de los índices, cómplice del lápiz y la pluma salvaje.<br />
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—Buen día Pablov—, dijo ella y tenía una coqueta sonrisa que iluminaba las<br />
letras danzantes en su aura—. Te noto algo peludo hoy. ¿Has estado masticando<br />
tabaco otra vez?<br />
—No Matilda, la culpa es del protón de huevo.<br />
—¿Y qué hace este... como se llame?<br />
—Flota en la atmósfera amenazando la vida en la Tierra.<br />
—¡Oh! Eso es grave. ¿Qué lo hace tan apocalíptico?<br />
—Causa dolorosas mutaciones al escroto.<br />
Matilda escupió una carcajada y el libro se cerró riendo hasta que se encajó de<br />
regreso en su estante.<br />
¿Mutaciones al escroto? Abrió los ojos y estaba de regreso en su habitación,<br />
sobre su cama, a un lado del computador y la caña de tinto. Pero aún no podía escribir,<br />
faltaba la historia.<br />
Salió a la galería y su madre lo regañó por decir groserías.<br />
—Se me salen sin querer —respondió y escapó a la calle. No recordaba haber<br />
dicho nada indigno, pero probablemente sí lo había hecho. No lo regañaban por lavar<br />
su plato después de comer.<br />
amiga.<br />
La vecina de enfrente regaba el pasto y miraba de reojo al hijo de su vieja<br />
—Señora, soy una bendición —dijo él con una sonrisa de mucho tabaco y la<br />
vecina dejó de regar para esconderse en su casa.<br />
Esa mañana había dos soles en el cielo y la estación espacial giraba a medio<br />
camino entre las nubes y la luna. Allá estaban los científicos, los mejores del planeta,<br />
intentando descubrir una cura para el escroto mutante.<br />
¡En cosa de dos generaciones ya no habrá más generaciones si no hacen algo! Los<br />
dolores impiden la procreación y con suerte sobrevivirán algunos tipos de caracoles<br />
abisales que no requieren contacto sexual para engendrar.<br />
Pero el protón de huevo no es un simple químico en la atmósfera. Tiene<br />
inteligencia y la mentalidad de un niño de cuatro años que sólo quiere jugar. Eso<br />
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explicaría los extraños episodios de huevos quebrados en las avícolas del mundo. El<br />
chicoco es un tanto bruto.<br />
Cavilaba sobre estas cuestiones y la densidad de la yema cuando una mano suave<br />
se posó en su hombro derecho. Ante la idea de otra alucinación, decidió ignorar el gesto.<br />
—No te vas a librar de mí tan fácilmente —dijo una voz junto a su oído. Sonaba<br />
como Matilda. Olía como ella y la mano se sentía como suya. ¿Será Matilda? Se dio<br />
media vuelta y sí era ella, pero en carne y hueso, con algunas letras flotando en su<br />
aura, lo que hacía su sonrisa aún más cautivadora.<br />
—¿No deberías estar viendo el Pipiripao? —preguntó él y encendió un cigarro.<br />
—Pablo, no había nacido cuando daban esa cosa en la tele. Y no hay ningún<br />
cigarro en tu mano. ¡Vuelve! ¡Manifiéstate! ¡Estoy llamando al Pablo que vive<br />
encerrado en esta cabeza rapada!<br />
Matilda siempre se burlaba de su padecimiento y él lo disfrutaba. Las personas<br />
solían ignorarlo o fingir que nada pasaba cuando él estaba cerca. ¿Y qué otra cosa<br />
podían hacer? Estaban lejos de entender lo que ocurría. Pero pronto lo entenderían,<br />
cuando el protón de huevo se apoderase de sus escrotos...<br />
—¿Por qué dices esas barbaridades? —rió Matilda y se sentó en la cuneta a<br />
fumar un cigarro de verdad—. Siéntate a mi lado y cuéntame qué que cuece.<br />
¿Acaso esta mujer puede leer mi mente? Era un pensamiento alarmante, quizá<br />
fuera una manifestación física del maléfico protón de huevo, que ya había<br />
evolucionado a una etapa más adulta. Había que admitir que se trataba de una muy<br />
buena manifestación física...<br />
—¡Pablo! No puedo leer la mente, estás pensando en voz alta.<br />
—¡Demonios! Entonces no necesito hablar, ya que con mi pensamiento basta.<br />
—Como quieras. Ahora háblame de ese protón de huevo.<br />
Y Pablo habló de él tres horas, de corrido.<br />
—Ya poh, dime algo —alegó Matilda perdiendo la paciencia.<br />
—¡Un bucle en es espacio-tiempo! Este protón de huevo es realmente travieso,<br />
voy a tener que contarlo todo de nuevo...<br />
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—Pablo, no me has contado nada. ¿Estás tomando las pastillas que te recetó el<br />
loquero? Nadie quiere que andes por allí llamando a la gente pulpa de bola otra vez. Y<br />
ahora con esto del protón de huevo y del escroto mutante, creo que es hora que tomes<br />
conciencia de tu problema y hagas algo al respecto.<br />
—¿Cuándo te hablé de las horribles mutaciones que produce el protón de<br />
huevo en los escrotos del mundo? ¿Eres real o te estoy imaginando? Carajo...<br />
—Hablabas de eso y de una base espacial cuando te encontré. No seas<br />
paranoico. Una razón más para tomar las pastillas.<br />
Está bien, pensó él y recibió una tremenda bofetada a cambio.<br />
—¡Eres muy cerdo, Pablo! —rugió Matilda—. Por muy loco que estés, no te<br />
aguanto que me digas eso.<br />
Y así se fue Matilda, la de verdad.<br />
Que la gente le dijera loco no era problema, estaba realmente loco. Pero que<br />
Matilda lo golpeara por ello era causa de infinito sufrimiento. Entró de vuelta a su casa<br />
y fue directo al cajón donde guardaba las pastillas. En el baño tragó dos y en el patio se<br />
sentó a esperar. Su madre lo miraba por una ventana con esa expresión orgullosa de<br />
madre que mira a su hijo. Y él ya comenzaba a sentir el sopor y las tinieblas que<br />
venían encerradas en las tabletas.<br />
Cerró los ojos y fue a su otra habitación, donde los libros comenzaban a<br />
desvanecerse. No habría Matilda por un buen rato.<br />
Y al abrir los ojos otra vez estaba frente al computador. Había escrito cinco<br />
carillas de un cuento llamado “El protón de huevo”, en cuyo último párrafo decía FIN.<br />
La caña de tinto estaba por la mitad y el tabaco picaba en su boca.<br />
—Esta weá no es pa' masticar —gruñó y escupió todo al piso. No recordaba el<br />
final del cuento, ni siquiera recordaba haberlo escrito, pero si estaba archivado quizá<br />
lo leyera más tarde.<br />
Ahora sólo tenía pensamientos para Matilda.<br />
91
ALAS DE METAL / TRANSFORMA LA CARNE<br />
1- el idiota.<br />
Tiene toda la intención de decírselo, toma el bus con rumbo al centro y<br />
mantiene fija esa sola idea en mente. Debe decírselo. Ella merece saberlo.<br />
Al llegar al paradero en Plaza Italia no baja. En cambio sigue adelante, a<br />
cualquier parte, resucitando la angustia que no le dejó dormir la noche anterior. ¿Por<br />
qué? ¿Por qué continuar así? Perra, reputa perra. No mereces que piense ni un segundo<br />
más en tu culito hermoso.<br />
Pero piensa en ella todo el camino. La imagina bañándose desnuda. La<br />
recuerda preguntándole la hora ese primer día en la puerta de su casa hace tantos<br />
meses. ¿Qué hacía ella allí? Iba a ver a su hermano, el pendejo idiota que le escupía<br />
desde el tercer piso del edificio de enfrente, hijo de puta, quizá creía que nadie se<br />
daba cuenta.<br />
La imagina jabonándose los pechos, esos hermosos pechos húmedos y<br />
resbalosos. La ve masturbarse en su cama de una plaza, rodeada de afiches de Dragon<br />
Ball Z y Evangelion mientras pronuncia su nombre, Néstor, Néstor, gimiendo un<br />
exquisito orgasmo para luego desvanecerse de su imaginación, dejándole<br />
visiblemente excitado de pie en el atestado microbús.<br />
¡Puta! ¡Putaaaa!<br />
¿Por qué no le dijo que le gustaba cuando tuvo la oportunidad, que la amaba,<br />
que la deseaba? El pendejo idiota se mudó ayer. No la volverá a ver. Sus apariciones<br />
repentinas eran el abono con el que hacía crecer su día, brillante y lujurioso. Hermosa,<br />
joven, de mirada vivaz. Verla caminar era como ver a una bailarina en pleno acto,<br />
erguida, preciosa, un hada saltando entre las flores del jardín.<br />
¡POR QUÉ NO SÉ TU NOMBRE, MARACA!<br />
El bus avanza. Muchos kilómetros más allá Néstor baja siguiendo al rebaño,<br />
indiferente a todo estímulo. ¿Dónde está? En la estación de buses junto al metro<br />
Pajaritos, por supuesto. Fin del camino. Puede regresar en metro, ir a la casa de ella y<br />
decírselo. Merece saberlo.<br />
92
Pero no. Sube a un bus y paga un pasaje de ida a Cartagena. Le gusta esa playa.<br />
Una vez allá viajaría a San Antonio y comería un pescado frito con puré picante...<br />
Cobarde, arrogante cobarde, indecente, ocioso, mojón cobarde. El bus sale de la<br />
estación, él sentado sin acompañante, con el rostro pegado al vidrio y deseos de llorar.<br />
Intenta dormir en el camino, pero ella se sienta sobre él con las piernas<br />
abiertas y frota la pelvis apenas cubierta con un pequeño bikini contra la erección que<br />
se niega a descender. Néstor solloza que le deje en paz, alguien entre los pasajeros se<br />
acerca para preguntar si necesita algo, un hombre canoso de buenas intenciones, pero<br />
se marcha rápido al recibir una mirada de furia contenida.<br />
Cuando el bus llega a la estación terminal ya es medio día. Néstor baja<br />
caminando por la pendiente constante de Cartagena y pasa junto a la plaza donde le<br />
inunda el sabroso aroma de las papas fritas. Sigue descendiendo por pasajes y<br />
escaleras en callejones fétidos de orina y excrementos, tal como los recuerda de sus<br />
vacaciones cuando niño. Llega a la playa y la ve tendida, ella, su vulva mirando al sol,<br />
tan real que al momento de desvanecerse se siente agredido, estafado por su propia<br />
imaginación psicótica.<br />
Ooooohhh... Néstor patea la arena para exorcizar la visión y camina lentamente,<br />
deteniéndose a investigar alguna concha marina, pateando más arena cuando la ve<br />
acercándose a pleno trote, los pechos delicados moviéndose al ritmo de sus zancadas<br />
bajo un bikini ridículamente traslúcido.<br />
Así llega a ninguna parte entre Cartagena y Las Cruces. No le importa el<br />
hambre. No siente la sed. El sol incendia su rostro y ya puede ver que sus brazos<br />
descubiertos están rojos, casi morados de tan quemados por los rayos ultravioleta. No<br />
le importa morir frito, ya nada le importa.<br />
Se sienta en una duna a escuchar las olas en esa zona que no es apta para el<br />
baño. Está solo, nadie se acerca por ningún flanco, como si nadie apreciara el premio<br />
que significa vivir frente al mar. Enciende un cigarrillo y llora. Huevón, pendejo,<br />
maricón. No sabes su nombre, no sabes su edad ni qué día es su cumpleaños. No puedes<br />
leer su horóscopo. No pudiste decirle la hora porque no tenías reloj. Sabes que tiene un<br />
93
hermano idiota, apuesto que él es más decidido que tú... Sabes que vive con su padre, que<br />
su madre es una vieja amargada. Fleto. Tírate al mar. Ella ni se va a enterar.<br />
Cuando cae la noche, ve con asombro la lluvia de estrellas. Ella sonríe sentada a<br />
su lado, indicándole cada roca ígnea que brilla sobre el firmamento, su sonrisa tan<br />
amplia y reluciente que le encandila. Néstor enciende el último cigarrillo del paquete.<br />
Luego se marchará a alguna duna para dormir a la intemperie, no le importa morir de<br />
hipotermia. Allá viene otra, piensa mirando la estrella fugaz más brillante de la noche,<br />
tan brillante que parece no moverse, creciendo más y más.<br />
—¡Mierda! —grita cuando el meteorito se estrella a pocos metros de él,<br />
levantando toneladas de arena que le golpean como millones de agujas ardientes.<br />
Alcanza a anteponer sus antebrazos sobre el rostro de manera instintiva. Está tan<br />
adolorido que grita. Grita y llora. Dios, tendría que haber bajado del puto microbús<br />
apenas llegó al centro.<br />
Entonces lo ve. Un objeto pequeño como un a pelota de tenis brillando verde e<br />
incandescente en el centro del cráter que resplandece como vidrio fundido. Se acerca,<br />
la curiosidad es más fuerte que el dolor de sus quemaduras palpitantes. El vidrio se<br />
resquebraja y el agua del mar llena la cavidad de golpe.<br />
La nube de vapor con olor a pescado le quema el rostro y las vías respiratorias.<br />
Néstor cae de espaldas sobre la arena retorciéndose de dolor, gritando sin emitir<br />
sonido, deseando que ella acuda a socorrerlo, a calmar su angustia y curar sus heridas<br />
con un beso. Entonces todos sus dolores se convierten en caricias cuando le ataca un<br />
dolor más agudo en su pecho, aquel tipo de dolor que hace desear la muerte.<br />
Algo se clava sobre su esternón, abriendo la carne y taladrando cartílago y hueso.<br />
Intenta quitarse aquello que le roba la respiración, pero sólo encuentra una herida<br />
sangrante. No puede ver y al cabo de algunos segundos ni siquiera puede moverse.<br />
Sin ser un genio comprende que algo se lo está comiendo por dentro. Tiene<br />
sentido: vio un meteorito caer a pocos metros de él, luego algo saltó a su pecho y se<br />
internó bajo su piel... ¡Y el dolor! Sus terrores de infancia, los extraterrestres que caen<br />
a la tierra y se gestan en sus entrañas... ¡Todo es real!<br />
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Ella llora porque no puede ayudarlo. No te preocupes dice él y la tranquiliza con<br />
una sonrisa. Moriré feliz sabiendo que me amas. El dolor es tan fuerte que se desmaya<br />
pensando que tal vez, si es afortunado, no despertará jamás.<br />
2.- Hijo único.<br />
En el caótico silencio del cinturón de asteroides una señal hace vibrar las<br />
moléculas de cuarzo. Mil kilómetros cúbicos de materia responden al llamado,<br />
excitadas por la chispa de dos seres en portentosa cópula.<br />
Enemigos naturales en su mundo de origen, ahora nada pueden hacer contra el<br />
instinto que les une, fabuloso y extraño deseo que les envuelve en una lucha cargada<br />
de placer y culpa. Los titanes de metal se mezclan a tal punto que no son capaces de<br />
distinguir qué piezas son de uno y cuáles son del otro. Están aterrados, nada de esto<br />
había ocurrido antes en la historia conocida de su raza, tan antigua como el mismo<br />
Universo. Es la evolución, piensan con una sola mente. Estamos a las puertas de la<br />
extinción. Nuestra especie debe prosperar.<br />
El orgasmo cuántico desintegra la materia a su alrededor. Una matriz de<br />
energía se forma entre ellos, quedando ambas entidades unidas por sus corazones,<br />
atrayendo la materia disponible en el éter y configurando los elementos para servir a<br />
su propósito.<br />
Se separan al fin sintiendo su propia soledad, atónitos ante el espectáculo de la<br />
vida que toma forma a partir del polvo espacial. La matriz se comprime, reluciente,<br />
extraña, con su interior en constante movimiento. La temperatura se eleva, un gruñido<br />
es transmitido a través de las partículas en suspensión y luego ocurre la maravilla.<br />
La esfera se divide, subdivide, miles... millones de veces. Las partes se<br />
organizan y siete nuevas esferas se forman en un estallido de rayos X, estáticas en el<br />
vacío. Los progenitores no pueden ocultar su asombro. Se observan y ven partes de sí<br />
en el otro. La unión fue completa y el resultado está ante ellos.<br />
Pero la razón por la que se encontraron en primera instancia no se ha olvidado.<br />
Sus armas están activas, dispuestas a acabar con esta lucha que ha durado milenios, la<br />
95
guerra no termina, nunca terminará. Y a pesar de todo no desean destruirse, se<br />
concibe una tregua.<br />
Las esferas les llaman. Son sus hijos, hermosos e incompletos. El instinto<br />
embebido en su recién adquirida capacidad reproductiva les indica que cada uno de<br />
ellos necesita de una máquina existente, una estructura sin voluntad, para completar<br />
el proceso. La tarea no es difícil, el universo está plagado de chatarra y cadáveres de<br />
luchadores olvidados.<br />
Las recogen entre ambos y por un instante la furia instintiva renace. Quieren<br />
tener a la mayoría de sus hijos, sino a todos, bajo su poder; adiestrarles en la doctrina<br />
del metal y la gloria. Desean reconstruir el imperio, ser emperadores. Planifican la<br />
muerte para el otro, aunque tengan que destruir a una parte de su recién creada<br />
descendencia para lograr el predominio. Y en cambio asumen la mutua derrota, la<br />
lógica de la situación es inequívoca, la nueva vida no debe ser desperdiciada y el<br />
sacrificio propuesto es aceptable. Se marchan en direcciones opuestas, cada uno<br />
portando tres esferas.<br />
El séptimo hijo despreciado queda solo flotando a la deriva, expuesto a la<br />
radiación estelar y los campos de atracción de la materia que le rodea. Su conciencia<br />
es limitada, su experiencia es nula. Sólo una directiva, un instinto básico, le recuerda<br />
que está vivo y que debe encontrar un hospedero. Su existencia depende de ello.<br />
Absorbe los nutrientes desperdigados entre los asteroides y construye nuevos<br />
instrumentos y piezas, sentidos que le permitirán comprender su entorno. Siente un<br />
murmullo invadiendo sus recién creados circuitos, ondas extrañas que no puede<br />
traducir. Es atraído hacia su fuente, lleno de ansiedad y codicia. No muy lejos de allí un<br />
mundo lleno de máquinas lo espera.<br />
Se mueve utilizando los campos gravitatorios de las rocas, calcula una ruta<br />
balística hacia su destino, avanza ahora sin poder detenerse, con algo cercano al<br />
pánico recorriendo su estructura consciente. La atmósfera del planeta es dura,<br />
corrosiva. Cae encendido en llamas.<br />
Duele.<br />
96
Se estrella. Las piezas exteriores, las máquinas de inercia y sus preciados<br />
sentidos están deshechos. El repentino cambio de temperatura acabó con todo lo que<br />
consideraba imprescindible para cumplir con su única urgencia.<br />
Recolecta elementos cercanos, agua salina y su propio caparazón fundido,<br />
y construye las piezas locomotivas y sensoriales que le permitirán moverse en<br />
este mundo de baja gravedad. No le queda mucho tiempo, debe encontrar al<br />
hospedero cuanto antes y así quizá logre confeccionar un cuerpo viable para<br />
sobrevivir.<br />
No muy lejos de su actual ubicación hay una máquina primitiva. La analiza,<br />
detecta CHON y algunos elementos más. Es lo único que hay disponible y servirá a su<br />
propósito. No tiene más elección, las piezas recién construidas no obedecen a sus<br />
instrucciones como debieran, puede calcular el decaimiento y cese de funciones en<br />
escasos pulsos vitales.<br />
Salta sobre la máquina y encuentra una superficie firme bajo el recubrimiento<br />
acuoso. Abre una vía de entrada y desecha las piezas defectuosas, extendiendo<br />
zarcillos microscópicos en todas las cavidades.<br />
No comprende el funcionamiento de la máquina primitiva. No encuentra los<br />
circuitos que controlan sus funciones. Tal vez se equivocó, pero ya es demasiado<br />
tarde, todos sus esfuerzos se centran en seguir con vida.<br />
Despliega nuevas estructuras basadas en CHON y calcio, no hay otro material<br />
del que pueda hacer uso por el momento. Debe construir una red a partir de lo que<br />
hay disponible y no tiene mucho de donde elegir.<br />
Al rededor de la máquina hay algo de material útil, elementos de incalculable<br />
valor, desperdigados como simple arena. Hace un último esfuerzo para atraerlos y con<br />
ellos poder habilitar la maquinaria que creará las nanomáquinas que le proveerán de<br />
la energía necesaria para iniciar la colonización final del hospedero.<br />
Si pudiera decir algo, diría que está muy frustrado.<br />
∞<br />
97
Néstor respira. Sufre. Algo en el pecho de Néstor se mueve de un lado a otro.<br />
Oye el crujir de piezas metálicas en su interior. Descubre con horror que sus<br />
extremidades son más largas y han aparecido nuevas articulaciones antes y después<br />
de sus codos y rodillas.<br />
Néstor comienza a comprender paulatinamente qué es lo que ocurre, el<br />
parásito anidado en su pecho ha establecido un link indirecto con su sistema nervioso.<br />
No hablan el mismo idioma, pero el cerebro de Néstor ya no es el mismo de antes.<br />
Ahora entiende mejor.<br />
Néstor puede mover los dedos de las manos. Sus meñiques se han<br />
transformado en segundos pulgares opuestos. La piel se resquebraja. El silicio no sirve<br />
para hacer una buena piel. Sus órganos intactos reaccionan ante la intromisión del<br />
metal, el vidrio y las constantes descargas de energía estática. Ahora Néstor sufre de<br />
una manera totalmente distinta.<br />
Néxtor descubre que el parásito ya no está dentro de él, que ambos se<br />
han fundido definitivamente. Pobre criatura abandonada, no podía distinguir<br />
entre una máquina y un ser vivo, aunque ambas estuvieran fabricadas con los<br />
elementos de la naturaleza. El esfuerzo de transformar la carne en máquina ha<br />
sido monumental, confeccionando símiles o sucedáneos de procesos<br />
bioquímicos complejos y órganos que ya no tiene sentido mantener. Ahora que<br />
puede razonar con la lógica de su hospedero se siente orgulloso.<br />
Néxtor-máquina ya no siente dolor. Un análisis completo de sus<br />
sistemas le indica que no posee órganos vitales, todo se reduce a energía y<br />
piezas sueltas, cohesionadas por campos restrictivos y conjugaciones<br />
cuánticas. Su brazo izquierdo se transforma en un arma de partículas, luego<br />
vuelve a ser su brazo. Sus piernas se funden, combinan, forman ruedas, luego<br />
cohetes y regresan a su forma de piernas. Su cintura puede girar trescientos<br />
sesenta grados.<br />
Néxor extraña sus genitales.<br />
98
3.- Curiosidad.<br />
En la playa se ha instalado una tienda de campaña, rodeada por efectivos de las<br />
fuerzas Armadas armados e impasibles. Los curiosos se acercan, observan, intentan<br />
mirar dentro de la tienda sin conseguirlo.<br />
Se corre la voz, uno de los militares acaba de salir a contestar el teléfono y dice<br />
en un murmullo perfectamente audible que el animal es un pájaro asiático y todavía<br />
no saben qué hace allí, aunque los síntomas indican que podría tratarse de gripe<br />
aviar y necesitan un equipo de contención de enfermedades infecciosas, pronto.<br />
<strong>Otros</strong> señuelos se dedican a sudar y toser con sus peores caras de enfermos.<br />
Más temprano se repartieron jugos gratis a los niños, con laxante. El efecto es el<br />
esperado: pánico.<br />
La muchedumbre desaparece. El rumor crece, el pájaro escupe sangre, los<br />
mosquitos transmiten la enfermedad, peor que el ébola. En un par de horas las calles<br />
quedan vacías, la gente se marcha en sus automóviles o se encierran en sus casas.<br />
—Señor —dice una voz indistinguible desde la entrada de la tienda de<br />
campaña—, la Doctora está aquí.<br />
—Permítale pasar, cabo —ordena el Comandante Ramírez, quien da la espalda<br />
al objeto exótico enterrado en la arena mientras peina su estricto bigote institucional,<br />
manteniendo el gesto inexpresivo—. Bienvenida, doctora Pepper. Muchas gracias por<br />
acudir en tan poco tiempo.<br />
—Al grano, Juan. No tengo toda la mañana —dice la mujer alta, un metro<br />
ochenta de ruda estirpe nórdica, que ingresa a la carpa dando zancadas largas y queda<br />
a un paso de Ramírez, bufando descontenta. Trae un traje de oficinista, falda hasta la<br />
rodilla y adornos plásticos que imitan joyas caras, su cabello cano voluminoso al estilo<br />
de los años 50 que hace juego con sus anteojos de marcos sicodélicos, sólo le faltan los<br />
guantes blancos.<br />
Yo también estoy encantado de verte, piensa Juan Ramírez mientras enciende un<br />
cigarrillo, mirándola de reojo con el recuerdo de sus noches apasionadas muy fresco<br />
en la memoria, aunque fue hace más de diez años.<br />
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—Doctora, ¿ve eso que parece una gran roca negra al fondo de esta tienda? —<br />
indica Ramírez con un estirón de los labios—. En realidad es algo que cayó anoche<br />
dese el cielo y en su interior hay un ser vivo...<br />
La doctora Pepper abre grandes sus ojos, se lanza como una atleta y llega junto<br />
a la roca en menos de un segundo. Tiende las palmas de las manos a pocos<br />
centímetros de aquello y no se atreve a tocarlo. El objeto aparenta una textura porosa,<br />
pero en realidad está libre de imperfecciones, cristalino, casi transparente. En su<br />
interior se ve algo que se mueve pausadamente, envuelto en lo que parecen ser alas<br />
plateadas.<br />
Juan piensa que las canas de ella flotando con la velocidad de su movimiento<br />
ansioso es lo más hermoso que ha visto en la última semana, descontando a la<br />
prostituta que le visitó anoche.<br />
—Es un campo de fuerza o algo similar —dice ella, sin ocultar su fascinación—,<br />
y no permite que salga la luz. No es una roca. No emite calor y se siente frío a esta<br />
distancia, se está alimentando de la energía a su alrededor. ¡Fascinante! Y eso de ahí<br />
dentro... ¿Es humano?<br />
—Es lo que esperamos descubrir con su ayuda, Doctora. Anoche cayó un<br />
meteorito en este preciso lugar, nada que llame mucho la atención, y un chiquillo vino<br />
a ver de qué se trataba y vio algo que se podría describir como un ángel que se<br />
apagaba lentamente.<br />
»Evitando toda conjetura que no se apegue a la evidencia existente... pues tu<br />
nombre fue el único en la lista de expertos astrobiólogos que esperamos pueda<br />
encontrar una respuesta antes que los pelmazos de Washington se enteren y nos lo<br />
quiten.<br />
—Lo de astrobióloga... es más bien un hobby bien documentado —corrige ella<br />
sonriendo como una niña, sin despegar la vista del objeto—, pero gracias de todas<br />
formas.<br />
todo sentido.<br />
En cosa de minutos llegan dos baúles con instrumentos, algunos inútiles en<br />
100
—En la física moderna hay leyes irrefutables —explica Armonía— y cada uno<br />
de estos instrumentos es prueba empírica de esas leyes, al menos en pequeña escala.<br />
¿Para qué crear un instrumento que mide una constante inamovible? Porque en<br />
determinados casos, algunas de esas leyes pueden romperse, modificarse, o hacer un<br />
desvío para no tomarlas en cuenta. Si alguno de estos instrumentos mide una<br />
constante como una variable... ¡Wow! Mira aquí.<br />
Juan Ramírez mira sobre el hombro de la Doctora y asiente como si entendiera.<br />
Armonía Pepper jamás creyó que llegaría este día, ni siquiera cuando su padre le<br />
contaba historias del espacio exterior. Mira a su ex esposo y le dedica una sonrisa<br />
cálida, más de felicidad que de gratitud. El Comandante Ramírez la conoce bien e<br />
interpreta correctamente el gesto. No se hace ilusiones.<br />
En cosa de horas la estructura de materia exótica es transportada en un camión<br />
destartalado sin escolta hacia Arica. Paralelamente otros camiones salen a distintos<br />
edificios militares, la mayoría de ellos son interceptados y revisados por sujetos<br />
armados que actúan en silencio y se repliegan hacia helicópteros stealth. No es<br />
necesario ser adivinos para saber de quiénes se trata.<br />
∞<br />
Armonía Pepper intenta insertar una sonda ionizada en un apéndice similar a<br />
una gran pluma que emerge desde el campo de fuerza. Lleva toda la mañana<br />
intentándolo, no ha podido hacer absolutamente nada excepto realizar registros de<br />
sus medidores de lo improbable y darse golpes en la frente. Bajo la capa protectora, el<br />
ángel o lo que sea que vive ahí dentro se mueve como un bebé en el útero.<br />
Pepper enciende otro cigarrillo de la quinta cajetilla del día, pequeña al lado de<br />
esa cosa inexplicable. Su frustración es completa. ¡La puta sonda no entra! Arroja el<br />
cigarrillo contra la pluma y ésta se repliega al interior del campo de fuerza, que ahora<br />
se expande como un globo. Armonía chilla como quinceañera cuando el globo negro<br />
simplemente se desvanece como una pompa de jabón majestuosa, dejando a la vista lo<br />
que vive debajo.<br />
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La masa de piezas se mueve lentamente, como si la criatura respirara. Una<br />
estructura emerge de su costado izquierdo adoptando la forma de un brazo<br />
emplumado. Luego se forma otro, las piernas y el torso. Lo último es el rostro<br />
fascinante por sus rasgos humanos, aunque sus ojos son rubíes inexpresivos<br />
encendidos y brillantes.<br />
La Doctora Pepper retrocede, extasiada. El ser, reluciente, alto, mecánico y<br />
orgánico a la vez, con detalles transparentes que permiten vislumbrar su interior... la<br />
observa con esa sonrisa extraña. Quizá no se trate de una mueca, sino de la expresión<br />
natural de su rostro alienígena. Pero nada de esto importa. Está ante él/ella, una<br />
criatura que cayó a la Tierra y en estado de metamorfosis. Era la primera persona en<br />
establecer contacto con otra raza inteligente, tal vez un representante de los ángeles y<br />
de Dios mismo. Los putos cabrones del hemisferio norte se convertirán en estatuas de<br />
sal al descubrir que una nación del sur se lleva todo el crédito. ¡Dios! Espero que no se<br />
les ocurra atacarnos ahora para tapar el asunto, no sería la primera vez...<br />
Como si leyera la mente de su única espectadora en el laboratorio, Néxor<br />
extiende un brazo con tal rapidez que la Doctora no comprende lo que ocurre sino un<br />
segundo después, su cabeza es separada del cuerpo y observa atónita cómo sus restos<br />
caen al piso mientras es sostenida por la mano-garra de la criatura.<br />
Órganos tentaculares emergen desde la entrepierna del ser y exploran el<br />
cadáver. Filtran la sangre y licuan los órganos usando ácidos orgánicos, recuperando<br />
algunos químicos necesarios e incinerando lo demás con un golpe de energía mal<br />
calculado.<br />
El edificio de trece pisos se parte en el nivel siete por causa de la explosión<br />
resultante. El segmento superior se eleva algunos metros, cayendo de regreso sobre el<br />
resto de la estructura. El concreto se pulveriza y en su lugar sólo queda una montaña<br />
de escombros rodeada por una nube de polvo.<br />
De entre los escombros emerge una masa de piezas metálicas que rápidamente<br />
adopta la forma de un vehículo cubierto de espinas y con cuatro ruedas suspendidas<br />
por largos ejes. La máquina avanza sin emitir sonido, atacando otros vehículos y<br />
102
personas a su paso, recolectando metales y químicos, desechando lo demás. No es<br />
necesario pasar inadvertido.<br />
¿Dónde estoy? El paisaje le parece familiar, los edificios, la ciudad y el olor del<br />
mar. Pero la fuerza centrífuga del planeta bajo sus pies se siente distinta. Está más al<br />
norte, más cerca del Ecuador.<br />
Arica.<br />
La sensación de poder que recorre sus partes móviles es equivalente al éxtasis<br />
del orgasmo tántrico sostenido. Al cabo de pocos minutos siente cerca otras de<br />
fuentes de energía más aceptables y algo parecido a un escalofrío de satisfacción le<br />
hace perder el rumbo y chocar contra un muro. Lo que más ansía se acerca rápido.<br />
Mira al cielo y ve las bombas de racimo que se despliegan sobre él.<br />
Las explosiones le deslumbran y Néxor pierde una articulación de la rueda<br />
posterior izquierda. Su reconstrucción no es complicada, pero la energía necesaria<br />
para tal labor no es de fácil acumulación. Está enfadado. Se lanza hacia el cielo<br />
recalibrando sus extremidades para asumir una postura más digna de vuelo. Los<br />
chorros de hidrógeno quemados en sus cohetes son extraídos directamente de la<br />
humedad del aire y acumulados en una vejiga expansible. Hay un problema<br />
aerodinámico que resolver...<br />
Sigue al avión atacante, cambiando de forma a medida que adquiere mayor<br />
velocidad, más parecido a un halcón que avanza con las alas plegadas contra el<br />
cuerpo reluciente. Lo atrapa en pleno vuelo y canibaliza sus piezas, combustible,<br />
explosivos y ocupante. <strong>Otros</strong> aviones aparecen en su ruta. Más carne para la<br />
molienda.<br />
Los explosivos recabados son descompuestos a sus elementos básicos,<br />
reorganizados para crear una mezcla perfecta que interactúe con menores cuotas de<br />
hidrógeno. Inicia la inyección del compuesto y rompe la barrera del sonido en tres<br />
nanosegundos.<br />
Se dirige al sur.<br />
103
4.- Placer.<br />
Alicia fuma marihuana en el Parque Forestal. Su amiga Johana prometió<br />
reunirse con ella en esta banca a las tres de la tarde. Ya son las cuatro y no tiene ni<br />
siquiera un mensaje de texto en el celular.<br />
Que se pudra, piensa Alicia y da una fuerte calada al huiro, tosiendo y fumando<br />
nuevamente. Está harta de promesas no cumplidas y castigos morales, de soñar<br />
despierta con diosas salidas del cine que llegan a cantarle serenatas. No quiere más<br />
guerra con su corazón, quiere perder toda su libido, que el deseo se vuelva un<br />
recuerdo, así la vida sería más sencilla.<br />
¡Pero si la conociste en una disco! ¡Un puticlub para tortilleras! Le grita su<br />
consciencia. El recuerdo de la noche anterior le golpea vívido. La visión de esa leona<br />
de jeans ajustado, camiseta gris y sin corpiño, de pie junto al bar en una postura sexy<br />
que se notaba incómoda, se grabó en su retina y desde entonces no pudo dejar de<br />
mirarla. La más alocada, la más hermosa, la que recibía todas las atenciones. ¿Por qué se<br />
iba a interesar en ti?<br />
De todas las mujeres ahí presentes, Alicia era la única que no se acercó a<br />
susurrar en su oído. Johana las enviaba a todas a volar con su sonrisa indiferente, a la<br />
pelirroja de anteojos que habría combatido de igual a igual con Helena de Troya, a la<br />
morena alta vestida con pieles negras suaves y cuero lustroso que se movía con una<br />
agresividad sexual contagiosa, la gorda desagradable que no dejaba de enviarle<br />
mensajes lujuriosos y descarados más propios de un travesti callejero, y todas las<br />
nenas inexpertas que llegaron en busca de una aventura que se transformara en<br />
pasión, como Alicia, pero que a diferencia de ella sí se atrevieron a invitar a Johana a<br />
bailar.<br />
Aunque ninguna tuvo éxito. Johana se mantuvo así, indiferente, incómoda en la<br />
barra, mirando sin mirar en todas direcciones, con un Cosmopolitan en una mano y un<br />
cigarrillo mentolado en la otra. Al cabo de un rato la presión de la multitud ardiente<br />
por hacerla reaccionar cedió, las cazadoras experimentadas y las aves de rapiña se<br />
replegaron hacia otros rincones, en busca de jovencitas soñadoras y de mujeres<br />
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mayores del barrio alto que vienen a llorar sus tristes vidas supernumerarias y de<br />
paso apagar un fuego que jamás se extingue.<br />
Y entonces ocurrió, se miraron por un segundo, Alicia y Johana. Sintió que la<br />
ansiedad la recorría por completo mientras la diosa junto a la barra le sonreía con una<br />
boca grande de dientes perfectos, ojos delineados, labios muy rojos y piel canela tersa<br />
y ardiente. Alicia parpadeó y en ese lapso Johana se movió de su lugar, caminando<br />
lentamente sobre sus tacos de aguja, como una novia acercándose al altar, con esa<br />
sonrisa encantadora y los ojos entrecerrados, sus pestañas largas y oscuras dibujando<br />
otra sonrisa más sincera.<br />
Alicia ya no pudo parpadear, casi ni podía respirar observando como su sueño<br />
se realizaba y comprendía que a su alrededor muchas chicas aguantaban la<br />
respiración como ella y la fulminaban con la mirada, pensando mojigata mientras<br />
tragaban la ira del que pierde en una competencia sin ganador. Johana se sentó junto a<br />
ella, sus pechos moviéndose traviesos debajo de la camiseta, los pezones erectos y la<br />
espalda recta, posando una mano suave sobre la de Alicia que parece de concreto,<br />
inundándola con su perfume a bosque nativo después de la lluvia. Ese olor, ay Dios, su<br />
cuerpo irradiando calor, su mirada y su sonrisa, el cabello negro suelto sobre los<br />
hombros... Alicia temblaba de pies a cabeza y sabía que Johana la deseaba por eso.<br />
Sólo se dijeron sus nombres, eso bastó. Ese primer beso lento, que no fue un<br />
beso al principio, sólo sus bocas a un centímetro la una de la otra, sus alientos<br />
mezclándose y entrando en sus torrentes sanguíneos, se transformó en un paseo<br />
silencioso, nada más importaba, alguien quebró un vaso, la gorda que tal vez era un<br />
travesti se enfurecía y refunfuñaba. A nadie más le importó. Johana era la cazadora,<br />
Alicia su presa.<br />
El polvo de anoche fue sólo eso, un polvo. Ni siquiera fue tan bueno. La huevona<br />
vomitó tu camisa... Asúmelo, no va a venir...<br />
Y la ve, vestida con un peto rojo, los pechos libres debajo del tejido elasticado,<br />
cómo le gusta verla en movimiento... la cintura descubierta y el mismo pantalón de<br />
mezclilla lleno de cierres y broches que tanto le costó quitar la noche anterior. Su<br />
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corazón da un brinco cuando la ve sonreír. Ahora sólo quiere besarla, lamerla, ocultar<br />
su rostro entre esos pechos suaves y tibios y llorar de felicidad. Johana se acerca,<br />
disminuyendo su paso, saboreando el reencuentro, obligando a Alicia a luchar con su<br />
ansiedad, con su inexperiencia. Llevándola a ese punto en que una sola mirada podría<br />
producir un orgasmo.<br />
Se oye una explosión. El suelo tiembla y un viento caliente las hace caer al<br />
suelo. Johana grita, todo a su alrededor son llamas azules y trombas de fuego que se<br />
elevan y mueven como remolinos. Alicia se arrastra afirmándose del pasto, Johana<br />
grita con un terror primordial, sus ojos grandes llenos de lágrimas y horror. Se miran<br />
como anoche, se ven y reconocen más allá de la simple apariencia. Ya no gritan, sólo<br />
quieren reencontrarse, estar juntas pase lo que pase. El fuego las rodea, más<br />
explosiones, el suelo gruñe bajo sus cuerpos.<br />
El museo de Bellas Artes a su espalda se derrumba con un crujido que no<br />
parece terminar. Nuevas columnas de fuego se levantan a lo largo del parque y las<br />
aguas servidas del Mapocho se evaporan enrareciendo el aire con químicos y<br />
excrementos volatilizados. El rugir de la destrucción les impide escuchar los gritos<br />
de la gente que muere a su alrededor. Sólo Johana permanece, ahora cercana,<br />
aunque aún no se tocan sus miras no se desvían de los ojos de la otra y es como si se<br />
abrazaran.<br />
Algo desciende, algo tan grande, tan descomunal, que cubre el sol y apaga los<br />
fuegos con el viento que levanta su masa en movimiento. Alicia corre hacia Johana. A<br />
las puertas del Apocalipsis, estar juntas es lo único que importa.<br />
5 - Néxor.<br />
Néxor mide siete metros de altura y su masa es equivalente a la de cien<br />
tanques. Está rebosante de vida, nunca había imaginado que perder su humanidad<br />
fuera tan gratificante.<br />
La ciudad merece ser convertida en cenizas. Este parque endemoniado donde<br />
fue asaltado más de una vez se transforma en su primer objetivo y el plan para<br />
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calcinar todo lo demás está trazado con lujo de detalles. La espiral de destrucción será<br />
tan perfecta que podrá ser vista desde el espacio.<br />
Su caparazón se reconfigura constantemente mientras nuevas estructuras<br />
toman forma, siguiendo un patrón que parece caótico, convirtiéndolo en el arma<br />
suprema, en la nave más rápida que la luz, en el devorador de mundos que leía en las<br />
historietas.<br />
—PUNY HUMANS —dice con una carcajada que revienta todos los vidrios y<br />
hace estallar los tímpanos. Se dispone a elevarse al cielo nuevamente cuando se<br />
percata de ella.<br />
Ella. Muerta bajo su monumental pisada, el cuerpo partido en dos, el rostro<br />
hinchado y morado, los ojos desorbitados, el cabello pegoteado con sangre.<br />
Ella, sin nombre, muerta bajo su pie. La que amaba, la que todavía ama,<br />
abrazada con otro cadáver, otra mujer, irrelevante, simple comida. Pero Ella...<br />
Su debilidad se hace evidente. No le importa perder parte de la caparazón<br />
exterior cuando una docena de cohetes estallan contra su espalda. No le interesa<br />
perseguir a los agresores. No había pensado en Ella desde que fuera atrapado en el<br />
capullo cuántico. ¿Qué hace aquí, en este lugar de muerte, bajo su pie de metal?<br />
Recoge los restos e Ella y los del otro cuerpo con delicadeza, usando sus<br />
tentáculos más finos. Las envuelve en un sarcófago que es absorbido por su cuerpo<br />
para evitar que los continuos ataques desde el aire y ahora también desde tierra<br />
dañen aún más la preciada carne.<br />
A su alrededor el mundo parece caerse a pedazos. Pero nada de eso importa.<br />
Al cabo de pocos minutos el sarcófago vuelve a emerger. Néxor redefine toda su<br />
masiva estructura para crear un campo antientrópico ampliado. A su alrededor el<br />
tiempo no avanza, los cohetes y proyectiles permanecen suspendidos en el aire como<br />
un holograma.<br />
El sarcófago se abre y Ella, hermosamente reconstruida y mejorada, abre sus ojos.<br />
Junto al ataúd de metal un hombre, o al menos la representación idealizada de<br />
uno, le sonríe amablemente y tiende una mano para ayudarla a salir.<br />
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—Lamento todo esto —dice Néstor—. Lamento el dolor, y el miedo. Quise<br />
encontrarme contigo, decirte lo que sentía por ti, y me acobardé. Es ridículo, el sólo<br />
hecho de estar enamorado es absurdo... todo lo que me hacía humano forma parte de<br />
esta máquina que soy ahora y sí, lo que sentía por ti también se mantiene, quizá nunca<br />
se acabe, porque así es como soy. Te reconstruí, usé todo lo que había a mano para<br />
hacerte perfecta como te recuerdo. Y ahora el universo es para ti.<br />
Ella nota que está desnuda y que sus manos son plateadas y flexibles, al igual<br />
que sus piernas y senos. Él le entrega un espejo para que pueda mirar su rostro del<br />
color de la crema, con ojos blancos sin pupila, la cabeza sin cabello reluciente en esa<br />
escasa luz.<br />
Ella no dice nada. No tiene memoria.<br />
—Ven —el avatar de Néxor la arrastra con gentileza hacia una compuerta en la<br />
parte inferior del extraño armatoste que está plantado sobre ellos—. Te voy a llevar<br />
en un viaje por tu nuevo hogar. Verás cosas que ningún ser humano ha visto ni<br />
imaginado jamás.<br />
Ella lo sigue aún sin comprender nada. Néxor regresa al tiempo real y soporta<br />
con dignidad los últimos ataques de las hormigas que intentan proteger el hormiguero<br />
del oso que se las come.<br />
Despega. El chorro de químicos en combustión altamente corrosivos abre un<br />
boquete en el planeta por donde escapa un flujo de lava de tal magnitud que alcanza la<br />
ionósfera. Lo que ocurra en su antiguo hogar le importa un bledo.<br />
Afuera, el ángel colosal se transforma una vez más para iniciar un viaje sin<br />
retorno hacia el núcleo de la galaxia.<br />
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ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS.<br />
∞ Usted puede distribuir y compartir este trabajo.<br />
∞ Usted no puede usarlo con fines comerciales.<br />
Licencia Atribución - No Comercial - Sin Derivadas 3.0 – Chile - de Creative Commons<br />
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/<br />
ACERCA DE LOS CUENTOS<br />
Las historias contenidas en esta colección abarcan desde 1997 hasta 2008,<br />
ordenadas de acuerdo al capricho del autor y no por su año de creación. Corresponden<br />
a las versiones finales de los mismos cuentos que pueden encontrarse desperdigados<br />
por la Web, ahora unificados en un solo documento. Ninguno tiene derechos<br />
comprometidos con editoriales u otras personas. Todos están inscritos en el Registro<br />
de Propiedad Intelectual de Chile a nombre de su autor.<br />
AGRADECIMIENTOS<br />
“A mis padres que me inculcaron la lectura y apoyan mi afán obsesivo de ser<br />
escritor desde niño. A mi mujer que me inspira cada día y de quien vivo por su sonrisa.<br />
A mis amigos escritores que me dicen lo que no les gusta de lo que escribo. Y a mis<br />
perros negros, aunque no sé por qué” — <strong>GuajaRs</strong>.<br />
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ACERCA DE GUAJARS<br />
Daniel Enrique Guajardo Sánchez.<br />
Casado con Lucía, Periodista de profesión,<br />
lector de literatura fantástica y ciencia ficción<br />
desde niño, escritor en constante aprendizaje.<br />
Tiene cuentos publicados en Púlsares<br />
2003, Poliedro 3 y 4; y la antología Fabricantes<br />
de Sueños 2009, además de colecciones en la<br />
Web. Una novela publicada en Mythica<br />
Ediciones en 2010, PSIQUE, en conjunto con<br />
Sergio A. Amira bajo el heterónimo de Carolina Lehman.<br />
Actualmente, junto con su trabajo como tutor online de cursos a distancia, se<br />
desempeña como corrector de estilo freelance y prepara varios textos en formato de<br />
novela corta para publicar durante 2011.<br />
Si desea comentar con él los cuentos en esta colección, diríjase a su Blog<br />
personal en la siguiente dirección:<br />
http://guajars.wordpress.com<br />
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