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Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs

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Probé el té. Era fuerte y picoso, pero dejaba un agradable sabor en la boca.<br />

Pregunté qué era.<br />

—Bosta —dijo ella. No era de caballo, de eso estaba seguro. Preferí no saber. Si<br />

era su costumbre o se estaba burlando de mí, es un misterio.<br />

Los niños entraron luchando y salieron por otra puerta dándose estocadas con<br />

sus espadas de palo. La mujer no dejó de mirarme ningún segundo.<br />

solo.<br />

—Vengo porque... me preguntaba si... necesitan...<br />

—No —respondió, se puso en pie y abrió la puerta. Luego se marchó y me dejó<br />

Puse la tasa con té de bosta en el suelo y salí de la casa. Al llegar a la puerta<br />

choqué con la hija. Me vio, sonrió... no dijo nada, sólo se alejó sin hacer ruido.<br />

Como Amada.<br />

Comencé a imaginar que era su reencarnación, o ella misma que venía a<br />

visitarme y a martirizarme por haber sido tan malo. Trasladé mi amor por Amada<br />

hacia esta joven extraña. Añoraba su sonrisa, sus galletas, su silencio. Pero aunque se<br />

parecía, no era ella.<br />

Regresé a mi hogar sintiéndome estúpido. Era estúpido y vulnerable. Por<br />

primera vez tuve real conciencia de mi vejez. Por primera vez supe que no importaba<br />

lo que hiciera, lo que hice y dejé de hacer, soy lo que soy y no me avergüenzo de mi<br />

amargura ni de mi pena. Amada me quiso así, tan ciega como era y yo dedicaría el<br />

resto de mi vida a honrar su memoria.<br />

Los días pasaron y no regresé a esa casa. Me encontré algunas veces con Calisto,<br />

ése era el nombre del patriarca, pero nos ignorábamos mutuamente. Ninguno necesitaba<br />

del otro y no había por qué fingir amabilidad. Él tenía su orgullo, yo tenía miedo.<br />

La esposa de Calisto, Carmen, transitaba por el pueblo altiva, descalza la<br />

mayoría del tiempo, comprando o intercambiando casa por casa las verduras y<br />

utensilios que le eran necesarios, sin conocer la vergüenza ni el miedo.<br />

Los hijos, Carlo y Claudio, sólo sabían pelear y armaban refriegas con los<br />

sobreprotegidos señoritos de la comunidad, llamándolos cobardes o niñitas a viva voz.<br />

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