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Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs

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El día que partieron a su nueva casa no los dejé ir sin que antes escucharan un<br />

sermón. Después de todo, yo llevaba quince años viviendo en ese planeta y tenía la<br />

experiencia que ellos necesitaban.<br />

Les hablé de lo básico. No vayan solos a un lugar que no haya sido explorado o<br />

que esté marcado como peligroso, ya que todavía quedan arañas estranguladoras por<br />

ahí. Si se sienten mal, no duden de ir de inmediato donde un médico. No coman nada<br />

que no conozcan y siempre lleven puestas sus botas largas cuando salgan a pasear por<br />

las praderas y el campo, porque los Semilleros atacan las pantorrillas. No corten<br />

ningún vegetal que se mueva cuando no hay viento y sean felices a la fuerza, porque<br />

no encontrarán un lugar mejor en al menos treinta años luz a la redonda.<br />

Eso pareció tranquilizarlos un poco. Cuando se reunieron con el resto de sus<br />

amigos colonos difundieron todo lo que habían aprendido de mí y pronto me convertí<br />

en una especie de gurú. Eso me irritaba de una manera indescriptible. Nadie que<br />

mintiera tanto podía ser un héroe, por hombres así nuestro mundo había quedado<br />

convertido en una roca sin vida.<br />

Los colonos antiguos continuaron pensando que yo ocultaba algo demasiado<br />

importante y enviaron a una delegación de líderes, reconocidos en el pueblo por su<br />

labia e intelectualidad, para que me convencieran de hablar.<br />

Ese día mentí tanto que me dolió la cabeza. Intenté quedar como un mentiroso<br />

patológico para enmendar mis otras mentiras. Pero ocurrió lo contrario. Les hablé de<br />

unos hombres verdes de dos metros de altura que me habían visitado dos años antes.<br />

Del respeto que debíamos tener por los vegetales, ya que muchos de ellos eran de<br />

verdad inteligentes. Hablé del duro invierno que vendría y de la invasión de unas<br />

criaturas feroces que viven en lo alto de las montañas, donde siempre hace frío.<br />

Un mes después el pueblo entero estaba rodeado por un muro de adobe de tres<br />

metros de altura y de una zanja repleta con escombros. Fue una tremenda obra de<br />

ingeniería y trabajo en equipo. Había dos puertas de troncos de árboles que se habían<br />

caído por sí solos. Nadie entraba o salía después del anochecer.<br />

Decidí no hablar nunca más. Tal vez algún día se acabara toda esta paranoia.<br />

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