Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs
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LOS HIJOS DEL MATUASTO<br />
En la mesa confeccionada con troncos de árboles caídos brilla apenas la mecha<br />
de una lámpara de barro. En la penumbra de la habitación el aroma del aceite<br />
quemado inunda todos los rincones, revolviendo los estómagos de quienes allí moran<br />
e impregnando sus ropas con la grasa de diversas frituras.<br />
Junto a la lámpara se destacan la aguja y el frasco recién desinfectados con<br />
agua hirviente, vigilados por una familia de rostros compungidos.<br />
—No quiero —dice el varón de trece años con el cabello cortado a la suerte y el<br />
rostro sucio luego de un largo día removiendo estiércol. Es el último niño en el fuerte<br />
Amanecer, no queda nadie más joven que él y hoy será su primera vez.<br />
—Debes hacerlo, tu madre y yo estamos viejos y cansados —dice el padre en<br />
un tono que no admite negativas. Sus rasgos duros como surcos en la tierra hablan de<br />
muchos días de trabajo ininterrumpido bajo el sol.<br />
—Pero... hace años que no hay noticias del matuasto —murmura el joven en un<br />
sollozo que es ignorado. La madre acaricia la cabeza de su hijo con mano temblorosa y<br />
susurra en su oído palabras de aliento.<br />
—Debemos pagar el Diezmo, hijo —dice el padre y ahora su voz demuestra la<br />
compasión que le es propia, pero sin poder aplacar el temblor de su voz cercano al<br />
llanto—. Debemos honrar el Pacto.<br />
—Por favor, no —gime el joven y recibe una fuerte bofetada de su madre. Cae<br />
de espaldas contra las frazadas extendidas en el suelo que son su cama, más ofendido<br />
que dolorido. De su nariz cae una línea de sangre.<br />
—¡Tu egoísmo nos traerá la desgracia! —grita la mujer y rompe en llanto—.<br />
Estamos todos condenados. Malditos sean los supuestos sabios que conjuraron lo que<br />
no podían controlar...<br />
—¡Calla mujer! —ruge el padre implorando silencio. No está enojado, está<br />
aterrado. Ante su puerta acaban de golpear una sola vez, tan levemente que podría<br />
haber pasado inadvertido si no fuera porque están acostumbrados al susurro del<br />
viento. Aquel fue inequívocamente un rasguño sobre la puerta.<br />
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