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JUAN DE LA ROSA

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—Hay muchas perdices –me dijo–; pero se esconden entre las piedras,<br />

de modo que es muy difícil verlas.<br />

En efecto, no descubrimos ninguna a tiro, aunque dos volaron repentinamente<br />

de los pies mismos de mi espantadizo jaco, que estuvo a punto<br />

de arrojarme al suelo y romperme el bautismo.<br />

Tomamos después una quebrada seca, por cuyo cauce seguimos hasta<br />

un punto en que ya no era posible remontarlo. Detúvose allí mi guía, se<br />

apeó y me hizo apear a su manera. Me pidió en seguida la carabina; se<br />

adelantó con mucha precaución algunos pasos, hasta un recodo; apuntó<br />

de allí largo rato hacia la izquierda, y partió el tiro como un cañonazo, repetido<br />

más de seis veces por el eco.<br />

Un momento desapareció Ventura tras el recodo, y volvió a saltos, con<br />

una hermosa viscacha en la mano.<br />

—Ahora hay que cortarle la cola, que puede dañar la carne, y poner el<br />

animal en las alforjas –dijo muy contento–; se lo mandaremos a Mariquita,<br />

y ella sabrá lo que ha de hacer, separando la mitad para los otros.<br />

Debíamos trepar la áspera pendiente de la izquierda por una senda<br />

en zig zag, y así lo hicimos por más de una hora a pie, con mucha fatiga,<br />

llevando cada cual de la brida nuestros caballos. Nos vimos entonces sobre<br />

el primer escalón de la cordillera, en que comienza a crecer el ichu y se<br />

cultivan las papas. Ventura extendió los pellones cerca de un ojo de agua,<br />

que mandaba un hilo a perderse en las arenas de la quebrada; y sacó de<br />

las alforjas nuestro fiambre: un pollo relleno de ají, chuño con queso y un<br />

tamal de maíz. Yo me senté dando frente al valle, ante el dilatadísimo y<br />

espléndido panorama que se ofrecía ahora a mis ojos, y exclamé:<br />

—¡Oh! qué hermoso!<br />

Voy a intentar describirlo. Tal vez pueda ofrecer siquiera una imperfecta<br />

idea de él a mis lectores.<br />

El sol brillaba en medio de un cielo tan límpido como sólo se puede<br />

contemplarlo desde allí, en la estación seca del invierno; ni la más ligera exhalación<br />

se elevaba de la tierra por el aire sereno y trasparente; mis ansiosas<br />

miradas podían esparcirse libremente en un semicírculo de un diámetro<br />

de más de quince leguas.<br />

La cordillera interior, llamada real de los Andes, venía a mi derecha<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

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