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JUAN DE LA ROSA

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cuatro de la mañana, cuando supo por un indio del lugar, que había ido<br />

el día antes a Pocona y volvía por sendas extraviadas, la noticia de que el<br />

enemigo debía levantar probablemente su campo de la villa del Chapín de<br />

la Reina 25 antes de amanecer, y que, profiriendo un gran grito de cólera,<br />

dispuso dar al momento la señal de marcha convenida.<br />

Quería él posesionarse de la cima de la cuesta antes de que el enemigo<br />

llegara a ella. Desde tan ventajosas posiciones hubiera entonces causádole<br />

inmenso daño, obligádole a retroceder harto escarmentado, o vencídole<br />

tal vez definitivamente. La desventaja de las armas podía compensarse<br />

desde allí con las que ofrecía a mano la naturaleza. Los robustos vallunos<br />

habrían sepultado bajo las hiedras de la cuesta a sus dominadores, como<br />

los montañeses de la Suiza, que combatieron asimismo, sin armas, por su<br />

libertad. Pero faltó el tiempo, como ya he dicho, y el caudillo de la patria se<br />

vio en la necesidad de dar la batalla en las peores condiciones. La vanguardia<br />

enemiga, a órdenes de Imas, coronaba las alturas, cuando los patriotas<br />

pudieron distinguirlas a los primeros rayos del sol de aquel nefasto día 24<br />

de mayo.<br />

Burlado cruelmente por la ciega fortuna, resolvió entonces el animoso<br />

Arze esperar al enemigo en el punto donde sólo había conseguido llegar<br />

por más prisa que se diera, y que tiene el nombre de Quehuiñal. Colocó sus<br />

grandes cañones de estaño en una pequeña altura, a su izquierda; formó<br />

en primera fila a sus escasos fusileros y arcabuceros, y ordenó convenientemente<br />

a la retaguardia su caballería, poniéndose él mismo a la cabeza de<br />

ésta; porque comprendía que no le era ya posible confiar más que en sus<br />

lanzas sobre aquel terreno. Imas desplegaba entre tanto sus guerrillas, y<br />

el grueso de las tropas de Goyeneche ganaba apresuradamente el último<br />

peldaño de la cuesta de Pocona.<br />

Desde los primeros tiros que cambiaron los combatientes, comprendieron<br />

los patriotas la inmensa desventaja de sus armas. Los proyectiles<br />

arrojados por los cañones y arcabuces de estaño no alcanzaban a ofender<br />

palabras: “No le crean al viejo chocho. Él es más bien mi sombra, mi moscón... ¡no me deja<br />

en paz! ¡quiere que me esté a su lado mientras escribe sus chocheces! Pero es muy cierto lo<br />

que refiere en seguida. – M.A. de La R.”. No sabemos si el autor lo habrá notado al tiempo<br />

<strong>JUAN</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>ROSA</strong>. MEMORIAS <strong>DE</strong>L ÚLTIMO SOLDADO <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> IN<strong>DE</strong>PEN<strong>DE</strong>NCIA<br />

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