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Nº 2 - Agosto 2016

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“nidos geopolíticos” donde el terrorismo se protegía, entrenaba y definía<br />

cursos de acción. Es decir, implicaba proyectar poder hacia países<br />

ubicados a miles de kilómetros del territorio nacional e incluso a<br />

espacios “a-estatales” o “zonas grises” como la frontera entre Afganistán<br />

y Pakistán.<br />

En retrospectiva, las consecuencias de estas intervenciones<br />

(necesarias para la seguridad nacional, sobre todo en Afganistán) sin<br />

duda diezmaron al terrorismo pero nunca implicaron una victoria concluyente<br />

sobre el mismo, es decir, para expresarlo en los términos<br />

expertos, “las fuerzas regulares perdieron porque no ganaron mientras<br />

que las no regulares ganaron porque no perdieron”.<br />

Como tradicionalmente ha ocurrido en este modo de guerra<br />

asimétrica (tan bien explicada por el general André Beaufre en su excelente<br />

obra sobre las nuevas formas de la guerra), el extranjero o<br />

más apropiadamente “extraño” (el soldado occidental) acabó combatiendo<br />

aislado en medio de un peligroso entorno (el nunca sometido<br />

Afganistán) y entre una población mayormente hostil.<br />

Pero en el caso de Irak, la intervención (sostenida políticamente<br />

en argumentos falsos) tuvo profundas secuelas, no consecuencias.<br />

Porque si hoy existe el ISIS es porque dejó de existir el Estado de<br />

Irak. Y si hoy la región pasa por un estado de convulsión mayor es<br />

porque desapareció Irak como una de las plazas y bazas necesarias<br />

para la estabilización.<br />

El 22 de marzo de <strong>2016</strong>, dos ataques terroristas en el aeropuerto y la red de subtes de Bruselas<br />

dejaron como saldo 35 muertos y 340 heridos.<br />

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