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Letras/ nº 28/2010/ noviembre/ http://www.alvaeno.com/letras.htm<br />
Zona Roja<br />
Resonancias de octubre en Buenos Aires<br />
Eduardo Pérsico<br />
Página 36<br />
Por los años cuarenta a Buenos Aires le crecían palacios<br />
presuntuosos copiados de Europa, extensas avenidas y<br />
una costanera para extasiarnos frente al río más ancho<br />
del mundo. Y por venderse allí más libros y diarios que<br />
en ningún otro lugar de América Latina, la porteñidad<br />
se envanecía aunque sus calles eran ajenas a tantos<br />
arrabales de visitar en verdosos tranways de doble piso,<br />
y personajes quizá sugeridos por la literatura de Borges<br />
y otros escribas de menor renombre. Ya de tiempo<br />
atrás venía aquello de quebrar el paisaje volteando el<br />
caserón familiar y hemos visto por Esmeralda y Sarmiento,<br />
pleno centro, aguantar más de lo posible a uno<br />
de fachada gris y jardín interior que exhibía una enredadera<br />
testigo de que por allí también habría verdecido la<br />
llanura. Ciudad engreída de ser la más europea de<br />
América, aunque en verdad fuera un rejunte de suburbios<br />
sin prestigio si ningún tanguito no los pontificara, -<br />
tarea para algún guitarrero de patio- y cuánta pena por<br />
Villa del Parque, San Cristóbal o Versalles, sin registro poético por calzar nombres de infructuosa rima.<br />
Y ni mencionar sus costados hacia la provincia, si al sur la inundación y el resto límites con la<br />
pampa.<br />
En esa época de Guerra Mundial pero allá lejos, los habituales a bares con billares y rincones de meditar<br />
esas cosas de la vida, que para eso están, veneraban esos hábitos como exclusivos mientras en<br />
silencio y sin consignas, sus mujeres desechaban las medias de muselina, acortaban su vestido cada<br />
tarde y pese a las sonseras vaticanas de púlpito dominguero, reiteraban sin alegatos feministas ‘con<br />
nosotras no se puede’. Eso que hoy indica la sensatez…<br />
Igual, y como la perpetua inequidad hacía crujir la osamenta del mundo, en Buenos Aires crecían ansiosos<br />
actores por entrar en la comedia como fuera, y en retirada muchos aspirantes a nobleza por ir<br />
cada domingo al hipódromo. Esos ingenuos engrupidos de curtir el Deporte de los Reyes y que ensayaban<br />
su porteñidad saludando ‘que tal, che’ al mozo del bar, una contraseña denostada por Juan<br />
García, aragonés irreductible que apodara ‘mozaicos’ a los colegas gallegos que permitían aquel tuteo.<br />
Ciudad con sus ribetes y aunque muchos soñaran con París, los autos iban por izquierda estilo<br />
Londres, si de alquiler eran de color variado y los tranvías rugían su reglamento de dueños ingleses.<br />
Pero en aquella lejanía sudamericana sobraban lectores de Roberto Arlt, cronista que hasta 1943 lineara<br />
trazos de las faunas subterráneas, del controversial Hugo Wast y el poeta Raúl González Tuñón,<br />
aquel de ‘todo pasó de moda como la moda, los angelitos de los cielorrasos, los mozos que tomaban<br />
la vida en joda y las lágrimas blancas de los payasos’.<br />
(Continúa en la página 37)