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Las minas del Rey Salomón - H. Rider Haggard

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H. <strong>Rider</strong> <strong>Haggard</strong> donde los libros son gratis<br />

Cuando terminábamos dicha obra, la luna aparecía en el horizonte,<br />

y nuestra cena, compuesta de carne de jirafa y de sus huesos<br />

medulares asados,estaba ya dispuesta, ¡Cómo gustamos de su sabroso<br />

tuétano, a pesar de que era trabajo más que pesado el romperlos! No<br />

conozco bocado más exquisito, si se exceptúa el corazón <strong>del</strong> elefante,<br />

y con eso nos regalamos al siguiente día. Cenamos nuestras sencillas<br />

viandas a la luz de la luna, deteniéndonos a veces para congratular a<br />

Good por su maravilloso tiro, y, terminadas, nos pusimos a fumar y<br />

conversar; por cierto que debíamos formar un curioso cuadro, sentados<br />

como estábamos en diferentes posiciones, alrededor <strong>del</strong> fuego. Indudablemente<br />

que yo, con mi cabello rizado algo gris, y sir Enrique con<br />

sus amarillentas guedejas, que ya comenzaban a estar demasiado largas,<br />

haríamos notable contraste, sobre todo atendiendo a que yo soy<br />

trigueño, y sir Enrique es alto, grueso y casi dobla mi peso. Pero creo<br />

que los tres, desde todos los puntos de vista, era el capitán Good,<br />

quien, sentado sobre un saco de cuero, parecía como si acabara de llegar<br />

de un agradable día de caza en un país civilizado; completamente<br />

pulcro y esmeradamente vestido. Llevaba un traje de caza escocés obscuro,<br />

un sombrero que hacía juego con él y unas limpias polainas;<br />

como de costumbre, estaba cuidadosamente afeitado, y su lente y sus<br />

dientes no <strong>del</strong>ataban el menor olvido; en resumen, su conjunto era el<br />

<strong>del</strong> hombre más elegante que jamás hubiera encontrado en el desierto.<br />

Aún más; tenía puesto un cuello de celuloide, de los cuales traía algunos<br />

de repuesto.<br />

-Ya usted ve, pesan tan poco - me había dicho con un aire inocente<br />

al expresarle mi sorpresa por tal cosa;- además, me gusta parecer<br />

siempre un caballero.<br />

Como iba diciendo, estábamos todos sentados, conversando a la<br />

luz hermosísima de la luna, y a la par observando a los kafires, que a<br />

corta distancia de nosotros fumaban su embriagadora «dacha» en pipas<br />

con boquillas de cuerno de antílope, hastá que uno a uno, envolviéndose<br />

en sus mantas, fueron quedándose dormidos al amor de la<br />

lumbre; pero no todos en realidad, pues Umbopa, quien según había<br />

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