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Las minas del Rey Salomón - H. Rider Haggard

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H. <strong>Rider</strong> <strong>Haggard</strong> donde los libros son gratis<br />

V<br />

EN MARCHA POR EL DESIERTO<br />

Habíamos muerto nueve elefantes y necesitábamos dos días para<br />

arrancarles los colmillos, traerlos a nuestro campamento y enterrarlos<br />

cuidadosmente en la arena, bajo un árbol que se distinguía de los demás<br />

en muchas millas a la redonda. Era un precioso lote de marfil,<br />

nunca había visto otro igual: cada colmillo pesaba, por término medio,<br />

de cuarenta a cincuenta libras, exceptuandol os <strong>del</strong> enorme elefante<br />

que mató al pobre Khiva, los cuales, a nuestro juicio, debían, juntos,<br />

alcanzar a unas ciento setenta.<br />

Enterramos los restos de este bravo zulú en la cueva de un oso<br />

hormiguero, acompañados de una azagaya que le sirviera para defenderse<br />

durante su viaje a un mundo mejor; y al tercer día emprendimos<br />

la marcha, animados por la esperanza de que, tal vez en no lejano<br />

tiempo, de regreso al rnismo sitio, podríamos desenterrar nuestro marfil.<br />

Después de una larga, cansada caminata, y variar, aventuras que<br />

no tengo tiempo para relatar, llegamos al kraal de Sitanda, en las cercanías,<br />

<strong>del</strong> río de Lukanga, verdadero punto de partida de nuestra expedición.<br />

Recuerdo perfectamente bien el aspecto de aquel lugar a<br />

nuestra llegada. A la derecha veíanse varias chozas diseminadas y<br />

unos cuantos corrales vallados con piedras; hacia abajo, cerca de un<br />

arroyuelo, algunas tierras cultivadas, que daban su escasa provisión de<br />

granos a los salvajes moradores <strong>del</strong> krual, y más allá, extensos y ondulantes<br />

campos de movible arena, cubiertcs por altas hierbas, donde<br />

erraban rebaños de pequeños animales. Aquel punto parecía el puesto<br />

avanzado de la fértil comarca que, a nuestras espaldas se dilataba, y<br />

difícil es explicar las causas naturales que produjeron cambio tan repentino<br />

en los completamente opuestos caracteres de aquel suelo. Cerca,<br />

lamiendo los pies <strong>del</strong> lugar en que acampamos, corría el pequeño<br />

arroyuelo, y en su vertiente opuesta alzábase lentamente una pedregosa<br />

colina, la misma por cuya falda había, veinte años antes, visto des-<br />

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