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Las minas del Rey Salomón - H. Rider Haggard

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H. <strong>Rider</strong> <strong>Haggard</strong> donde los libros son gratis<br />

Los demás convinieron, y nos dirigimos a nuestra cama.Good se<br />

quitó la ropa, la sacudió, y después de guardar su lente y dentadura<br />

postiza en el bolsillo de los pantalones, la dobló con esmero, colocándola<br />

bajo una punta de su inipermeable, para resguardarla <strong>del</strong> sereno.<br />

Sir Enrique y yo nos contentamos con arreglos mas rudimentarios, y<br />

bien pronto, envueltos en nuestras mantas, dormíamos con ese sueño<br />

profundo y tranquilo que aguarda al caminante.<br />

De repente nos despertó el ruido de una violenta lucha que parecía<br />

efectuarse cerca de de la charca, y casi en el mismo instante nos<br />

ensordeció una serie de terribles rugidos. No podíamos equivocarnos,<br />

sólo un león era capaz de producirlos. Pusímonos de pie, y mirando al<br />

citado lugar, descubrimos una masa confusa, amarillenta y negra, que<br />

se revolvía en extraño combate, acercándose a nosotros.Cogimos los<br />

rifles, y calzándonos nuestras abarcas, abandonamos el “scherm” para<br />

salir a su encuentro; pero al hacerlo, la vimos caer y rodar por e1<br />

suelo, y cuando llegamos hasta ella sus agitadas convulsiones habían<br />

cesado, su inmovilidad era absoluta.<br />

Entonces comprendimos lo que era. Tendidos sobre la hierba,<br />

completamente muertos, teníamos a nuestros pies un antílope negro,<br />

el más hermoso de los antílopes africanos, y clavado en sus largos y<br />

corvos cuernos, un magnífico león de negra melena. Evidentemente,<br />

aquel antílope bajó a la charca para beber y el león, sin duda el mismo<br />

que antes oímos, allí en acecho, de un salto se había abalanzado sobre<br />

el citado animal mientras bebía, el que, recibiéndolo sobre sus agudas,<br />

defensas, lo traspasó de parte a parte. Ya en otra ocasión había presenciado<br />

una cosa igual. El león, no pudiendo desprenderse de ellas,<br />

destrozó con sus poderosas mandíbulas y garras la espalda y cerviz de<br />

su intentada presa, la que, aterrorizada por el miedo y el dolor, había<br />

pugnado por escapar hasta que cayó muerta.<br />

Tan pronto como hubimos examinado suficientemente los cadáveres<br />

de aquellos animales, llamamos a los kafires y entre todos los<br />

arrastramos al «scherm », y volvimos a nuestras camas para despertar<br />

con los primeros albores de la mañana.<br />

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