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Revista Artística y Literaria Año VIII. No.1 enero-abril 2007 - Atenas

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Mataron a Lola<br />

para alimentar<br />

un gusano redondo,<br />

un humo de provincia.<br />

Tras la columna y la escena<br />

creció la confesión.<br />

Aparecieron,<br />

negaron,<br />

pudrieron el ojo vernáculo<br />

que sí debí contar.<br />

Mataron a Lola<br />

por la izquierda,<br />

Gaudencio Rodríguez<br />

Santana<br />

L<br />

por la sonrisa<br />

como un delirio más.<br />

Murió mientras soñaba<br />

con largos caracoles.<br />

Ignoraron,<br />

mezclaron su sangre con arroz,<br />

comieron,<br />

desaparecieron.<br />

La mataron<br />

como un humilde hombre,<br />

a las tres.<br />

Economía nacional El hundimiento<br />

o que nos hace ricos también nos hace pobres.<br />

Es de ver la nación como un viejo molino<br />

adonde iban a parar todos los días de invierno<br />

la gloria del azúcar ahora en el olvido.<br />

Las paredes ya truncas, el hierro y el rigor<br />

de unas cuantas personas<br />

que dormitan al pie de los centrales<br />

la adversidad de olores ya perdidos.<br />

Yo miraba el humo, el silencio y el ruido<br />

que cada madrugada abría sus dos puertas<br />

a un bullicio de hombres que ahora<br />

son apenas vecinos de una fábrica<br />

en medio de la herrumbre.<br />

Yo sentía aquellos olores palpitantes<br />

que hoy son largos bostezos, o torres de vapor<br />

hundidas en una niebla ajena.<br />

Lo que me permitió el orgullo<br />

de ser parte de un sueño ya muy viejo<br />

se fue como las aguas de una nación pobre.<br />

El pueblo contempla chimeneas sin humo, el extraño<br />

recuerdo del hollín en esos lugares<br />

marcados por un muro y una rueda dentada.<br />

M i padre ya no rige con mano férrea<br />

los pasos de sus hijos. Desde un lugar distante<br />

su furia ya no golpea nuestras almas, y nosotros<br />

ya no somos tan hijos. O al menos yo<br />

no soy tan hijo como para olvidar<br />

que el tiempo se hunde.<br />

“Una raya al hijo que come<br />

de esta mesa. Todo el pan acostumbrado<br />

a perderse”, pudo haber dicho.<br />

Mas fui acumulando las hambres posibles<br />

por haberme perdido, irreconocible<br />

en casas que no tengo y sitios<br />

adonde emigrar todos los días.<br />

Cuando algo se hunde, sea barco<br />

o casa, quedan en la superficie<br />

las miserias fatales, las miserias<br />

que hubimos de amarrar, o amar.<br />

Como si fuera<br />

a morir de alguna buena vez, sin que importe<br />

en qué pecios del alma se suceden<br />

los restos del café<br />

y la última gota de leche en la taza del hijo.<br />

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