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Revista Artística y Literaria Año VIII. No.1 enero-abril 2007 - Atenas

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que vuelve una y otra vez al comercio con productos distintos,<br />

como si de una mochila se tratase; al viejo periódico que<br />

envuelve un aguacate o un par de zapatos y alcanza a suplir<br />

dudosamente la carencia del papel higiénico, o la revista<br />

foránea de papel cuché que sirve de cubierta protectora a los<br />

cuadernos escolares, y que cuando de crónica rosa se tratare,<br />

llegaría a convertirse en medio de subsistencia –alquiler<br />

mediante– sin que importe mucho la fecha del machón o<br />

los temas distantes y ajenos que refiera. No son pocas las<br />

significativas obras literarias escritas en el reverso en blanco<br />

de un folio usado.<br />

y seguido...<br />

El desastre ecológico sigue su curso. Cada vez la tala de<br />

árboles se hace mayor, crece el derroche de papel en los<br />

países desarrollados, y los precios de éste se disparan. Los<br />

mayores perjudicados siguen siendo los países pobres, donde<br />

apenas hay libretas para los niños.<br />

Entre los medios de impresión y los papeles malgastados que<br />

lamentablemente no siempre se reciclan, la intromisión en<br />

nuestras vidas y la propaganda engañosa, poco puede haber<br />

de válido en estas prácticas.<br />

Entre tantos papeles el hombre no parece saber cuál es el suyo.<br />

Pensamos que se trata de algo imparable y de que las leyes no<br />

alcanzan a hacerles resistencia. Las políticas pasan de largo y los<br />

de a pie esperamos que alguien resuelva el asunto, tratando de<br />

ponerle contención o pretendiendo que lo ignoramos, entrando<br />

al juego o aceptándolo con cierta reticencia.<br />

Parece como si sólo nos quedara esperar porque un día mi<br />

amigo ecuatoriano reciba el tan anunciado coche, que mi<br />

amiga mexicana pueda asar un picoso pavo en su horno o que<br />

la novia de Frankestein sea convertida en Marilyn Monroe...<br />

Nada, truquillos del mago Coperfield.<br />

La Cumbre, Versalles, 7 de <strong>enero</strong> de <strong>2007</strong>.<br />

Músicos ambulantes: otra cruzada<br />

U<br />

na mañana tres jóvenes músicos rompieron la rutina de mi<br />

viaje en el metro madrileño. De entre sus ponchos coloridos y<br />

sus bolsos de cambaya aparecieron una quena, un charango, un<br />

pequeño tambor. Tras disculparse por las posibles molestias y<br />

pedir permiso para compartir su música, comenzaron a entonar<br />

ese himno latinoamericano y universal que es Sólo le pido a<br />

dios. No fuimos pocos los que entre dientes tarareamos con<br />

ellos o marcamos el ritmo con los pies, y luego dejamos unas<br />

ligeras monedas en su bolsita artesanal con el deseo de que el<br />

futuro no les sea indiferente... La sonrisa les duró bien poco.<br />

No más salir, dos guardas les impidieron el paso; los acusaban<br />

de reincidir y los expulsaban de la red del metro.<br />

Unos días después volví a verlos. Sólo los identifiqué<br />

cuando empezaron a cantar. Vestían jeans, camisetas, abrigos<br />

convencionales, zapatillas deportivas y unas mochilas vulgares.<br />

Se habían disfrazado para despistar a sus posibles captores.<br />

Cada vez son más los músicos que alegran los viajes de<br />

los metros en las grandes ciudades del mundo. En las guías<br />

turísticas de Sydney, Londres o Copenhague, se anuncian como<br />

una atracción imprescindible. En París existe una asociación<br />

de músicos ambulantes. Son signos de una larga tradición en<br />

auge y de la anuencia de sus receptores inmediatos.<br />

A pesar del idioma común y tantas otras afinidades<br />

culturales, los músicos latinoamericanos viajan a hurtadillas<br />

entre los vagones del metro de Madrid. Lo que resulta una triste<br />

paradoja es que el muy déspota Don Fernando VII, en la Real<br />

Cédula de 1824, dictaminara entre las obligaciones de la policía<br />

expedir los permisos para ejercer los cantarines, titiriteros, y<br />

todos los demás que ejerzan profesiones ambulantes.<br />

Es curioso –y sobretodo, absurdo– que casi dos siglos<br />

después, en un mundo que se precia de democrático, alegrar<br />

la vida de los demás pueda ser un delito, cuando sólo se pide<br />

a cambio lo que el escucha guste regalar.<br />

Un auditorio que ha soñado en argentino con Gardel, que ha<br />

sucumbido ante la belleza peruana de La flor de la canela, que<br />

ha implorado por un aguacero dominicano de café en el campo,<br />

que se pierde con Compay Segundo por los pueblitos cubanos<br />

de Alto cedro, Marcané, Cueto y Mayarí, no va a rechazar<br />

estas ofertas. ¿Qué mujer no ha querido llegar a Madrid para<br />

ser emperatriz del Lavapiés, y bañarse con vinillo de Jerez,<br />

después del famoso chotís del mexicano Agustín Lara?<br />

Fueron los trovadores, de Homero a Bob Dylan, quienes<br />

regaron la semilla de ese frondoso árbol que hoy se llama<br />

música universal, transculturación, sincretismo religioso,<br />

cocina internacional, en fin, lo multicultural.<br />

Ninguna ley de extranjería podrá acabar con la xenofobia<br />

–sutil o expresa– como pueden hacerlo las manifestaciones<br />

culturales espontáneas de los pueblos. Cada vez son más los<br />

que acuden a bailar merengue, son o cumbia en los muchos<br />

sitios de las noches europeas. Degustar un buen ron caribeño<br />

o un tequila, acompañados de tamales, tostones o tacos, se va<br />

haciendo cada vez más común. Las ferias de artesanía popular<br />

van llenando las casas del viejo mundo de una ingenuidad que<br />

ya parecía inexistente.<br />

No volví a encontrarme con aquellos músicos. Pero otros<br />

furtivos siguen dando un toque de alegría al viajero cansado<br />

que agradece. Algún guarda se hace de la vista gorda...o ha<br />

recibido esa sutil orientación... Parches aislados que no dan<br />

solución ni van a ninguna parte.<br />

De momento parece que sólo Los tres músicos ambulantes<br />

de Jacob Jordaens, en su espléndido lienzo del Museo del<br />

Prado, tienen el beneplácito de las autoridades madrileñas.<br />

Mientras, la música –ambulante y viva– sigue aunándonos<br />

más que todos los decretos.<br />

Lástima que quienes deben aprobar tales leyes no viajen<br />

en el metro. Sólo pedirle a Dios, con aquellos tres músicos,<br />

que la reseca muerte no los encuentre vacíos y solos sin haber<br />

hecho lo suficiente.<br />

La Cumbre, Versalles, 9 de <strong>enero</strong> de <strong>2007</strong>.<br />

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