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Descargar pdf - Diputación Provincial de Almería

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34<br />

Agustín Belmonte<br />

––¡Cojo, por tu madre, vámonos <strong>de</strong> aquí en seguida: nos echarán<br />

la culpa!<br />

––Sí, es lo mejor. Pero…, es que…<br />

El cojo se acercó y <strong>de</strong>jó que la sombra <strong>de</strong> su caballo cubriera el<br />

cuerpo. Los dos o tres segundos siguientes parecieron siglos a sus<br />

hombres. Había algo en aquel muerto que le era conocido. Se apeó<br />

y sacó la muleta <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la silla.<br />

––¡No lo toques!<br />

Con la muleta, intentó girarlo. Como no pudo, empleó ambas<br />

manos. Bajo la chaqueta llevaba chaleco amarillo <strong>de</strong> cuadros, camisa<br />

<strong>de</strong> cuello almidonado, pechera y pajarita gris. Tenía un agujero rojo<br />

a la altura <strong>de</strong>l corazón. Al cojo le llamó la atención la leontina. Tiró<br />

<strong>de</strong> ella y sacó el reloj <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong>l chaleco. Comprobó que ambos<br />

eran <strong>de</strong> oro. Antes <strong>de</strong> apropiárselos, por instinto se fijó un momento<br />

en el rostro, sucio <strong>de</strong> tierra y <strong>de</strong>macrado.<br />

––¿Quién es? ––le preguntaron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos.<br />

––El hijo <strong>de</strong> Don Miguel Florido ––respondió.<br />

Como <strong>de</strong>tonados por el nombre, los cuatro espolearon en<br />

distintas direcciones sin esperar para nada al cojo que, a gran<strong>de</strong>s<br />

saltos, sin necesidad <strong>de</strong> la muleta, montó <strong>de</strong> una gran cojetada y se<br />

lanzó al galope río arriba.<br />

Más <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong>spués llegó una pareja <strong>de</strong> la Guardia<br />

Civil a caballo, inspeccionó el cuerpo y su alre<strong>de</strong>dor, recogió <strong>de</strong><br />

los bolsillos los efectos personales y, uno <strong>de</strong> ellos, se marchó al<br />

pueblo a dar la alarma mientras el otro número, mosquetón en<br />

mano, montaba guardia a los pies <strong>de</strong>l puente <strong>de</strong> hierro. Tardaron<br />

más <strong>de</strong> cinco horas en efectuar el levantamiento, el Señor Juez,<br />

el Señor Alcal<strong>de</strong> y los dos guardias civiles que lo habían hallado.<br />

Dos sepultureros, con un coche fúnebre cerrado, esperaban el<br />

protocolo para proce<strong>de</strong>r a la recogida.<br />

––Bueno, en realidad fue un niño que guardaba cabras por allí<br />

––dijo el jefe <strong>de</strong> la pareja, y señalaba el cerro–– quien nos avisó.<br />

Había oído los tiros, se acercó y lo vio. Dice que no había nadie más.<br />

Pero existen huellas <strong>de</strong> herraduras por todas partes, como pue<strong>de</strong>n<br />

uste<strong>de</strong>s comprobar. No sé cómo no vio tantos caballos.<br />

––Llevaba esto en los bolsillos ––dijo el Juez alargándole unos<br />

papeles al Alcal<strong>de</strong>.<br />

––Son ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> ejecución <strong>de</strong> embargos contra…<br />

––…Tomás Navarro Grant.<br />

Publicación electrónica <strong>de</strong> Instituto <strong>de</strong> Estudios Almerienses

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