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Descargar pdf - Diputación Provincial de Almería

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44<br />

Agustín Belmonte<br />

––Pues anda, ve a <strong>de</strong>círselo. Yo te esperaré aquí.<br />

Ella no se <strong>de</strong>cidía. Martín iba muy rápido. Tenía prisa en pasar<br />

el trance.<br />

––¿Estás seguro <strong>de</strong>…?<br />

––Corre, ve.<br />

Estaban los dos todavía compungidos y <strong>de</strong>sorientados.<br />

Comprendían ––Julia se lo había dicho claramente–– que nunca<br />

más verían a su madre porque se había ido al cielo, con papá,<br />

allá arriba, más arriba, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las estrellas. Pero no entendían<br />

el cambio <strong>de</strong> vida en la casa, en la familia. De todas formas, para<br />

Tomás, el recuerdo <strong>de</strong> su madre siempre estaría unido a aquella<br />

casa y al Parterre visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las rejas barrocas <strong>de</strong> sus ventanas.<br />

Pero sería un recuerdo exento <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s, toses, mortajas<br />

y entierros. Sí, mejor así. Julia colgó la foto <strong>de</strong> la Madrina en<br />

la entrada, presidiendo la casa. El Pedro, que era el menor,<br />

apenas cuatro años, se pasaba las horas mirándola, embobado,<br />

chupándose el <strong>de</strong>do.<br />

El mayor era el Tomás. Siete años. Iba a llevarlo a la escuela<br />

pública, pero Doña Rosario se murió en activo a los ochenta y<br />

el maestro que la sustituyó, Don Rogelio, no aceptaba, <strong>de</strong>cía,<br />

más niños que las plazas <strong>de</strong> que disponía, si bien, como las<br />

mesas eran alargadas y en los bancos cabían doce o catorce,<br />

<strong>de</strong> vez en cuando hacía una excepción si se pagaba una buena<br />

matrícula. Julia no tenía dinero. Pero sí aquella su peculiar buena<br />

relación con las clases pudientes, con los que algún día pudieran<br />

echarle una mano. Como el Padre Rector <strong>de</strong>l Colegio <strong>de</strong> Jesuitas.<br />

Nunca había acudido a él. En cambio había lavado el ajuar <strong>de</strong> la<br />

capilla––¡qué gran<strong>de</strong>s, qué pesados aquellos capazos!–– y la ropa<br />

<strong>de</strong> los internos en la época <strong>de</strong> Canalejas, cuando mucha gente<br />

<strong>de</strong>l pueblo hablaba tan mal <strong>de</strong> ellos y los miraban con ansias<br />

acumuladas <strong>de</strong> venganza. Así que fue a verlo.<br />

En la fachada <strong>de</strong>l Colegio, dos ciclópeas columnas flanqueaban<br />

la enorme puerta caoba con rejas <strong>de</strong> cabriolas y ornatos <strong>de</strong> hierro.<br />

Siempre estaba cerrada y, cuando se llamaba, in<strong>de</strong>fectiblemente<br />

aparecía el mismo fraile viejo y arrugado, rosario en mano, que<br />

luego <strong>de</strong>bía hacer esfuerzos sobrehumanos para echar el gran<br />

cerrojo por <strong>de</strong>ntro.<br />

––Quiero… ¿Podría hablar con el Padre Rector?<br />

Publicación electrónica <strong>de</strong> Instituto <strong>de</strong> Estudios Almerienses

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