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Descargar pdf - Diputación Provincial de Almería

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42<br />

Agustín Belmonte<br />

––¿Está ahí fuera?<br />

La Julia tenía ese don: adivinaba sus pensamientos y <strong>de</strong>cía<br />

siempre lo que ella <strong>de</strong>seaba escuchar. Se ruborizó.<br />

––Lleva un rato.<br />

––Pues anda, que estará ya el pobrecillo <strong>de</strong>sesperado.<br />

¡Gracias a Dios! ¡Y qué bien sabía compren<strong>de</strong>rla su tía! Nunca<br />

le había hablado <strong>de</strong> él y, sin embargo…<br />

Un tirón a la puerta atrancada con el trapo y salió a la calle, la falda<br />

cogida con una mano para que no le estorbara. ¡Allí estaba, alto y<br />

rubio! Corrió hacia él sin apartar la vista <strong>de</strong> sus ojos, preguntándole<br />

con la mirada. Ya su expresión, más grave <strong>de</strong> lo que era usual en él,<br />

le <strong>de</strong>cía cosas que ella no quería aceptar. Se cogieron las manos sin<br />

ninguna concesión a la gente: que los vieran, daba igual.<br />

––¡Martín!<br />

––Manuela…<br />

Él la miraba <strong>de</strong> arriba abajo. Mal augurio. Era como si quisiera<br />

llenarse <strong>de</strong> ella, como si fuese la última vez.<br />

––¿Has hablado con…? ¿Sabes ya…?<br />

––Sí.<br />

Había bajado la vista. No acostumbraba él a mirar al suelo.<br />

––Dímelo. Sea lo que sea, dímelo.<br />

––Me han dicho en el Ayuntamiento que…<br />

––¿Qué? No bajes los ojos, mírame. Lo que sea, dímelo<br />

mirándome a la cara, como siempre!<br />

Lloraba. Le apretaba las manos más y más. Lloraba.<br />

––Me mandan a Melilla, Manuela.<br />

¡Entonces era verdad! ¡Lo que les habían dicho era verdad!<br />

Aquello que un día dieron por casi imposible, por lejano, aquello<br />

que no creían les alcanzara en sus vidas, era verdad. ¿No había nada<br />

que hacer? ¿No podía evitarse <strong>de</strong> ninguna forma? ¿No podían…<br />

morirse los dos en aquel mismo instante?<br />

––¡A Melilla! ¡A la guerra!<br />

––Sí. Tendré… Tengo que <strong>de</strong>spedirme en la mina, ya sabes, <strong>de</strong>l<br />

capataz y los compañeros. Seguramente me pagarán y…<br />

––¡Martín: a la guerra!<br />

Lloraba. Le temblaban los labios. ¡Estaba tan guapa, con aquellos<br />

tirabuzones y aquellas lágrimas transparentes corriéndole mejilla abajo!<br />

––A la guerra. ¡Como si a mí me importara la guerra! ¿Qué tengo<br />

yo que ver con los moros? ¡Que vayan ellos! Ya se enterarían…<br />

Publicación electrónica <strong>de</strong> Instituto <strong>de</strong> Estudios Almerienses

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