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¡(Que el gobernador que asi fu ese puesto, pudiese
proveer y dar todo lo que la persona real puede, de
encomienda, tenencias. justicia y gobernación y
todo lo demás».
«Querían as ímesmo que los procuradores de las
ciudades que tienen voto en las corres se pudiesen
juntar de tres en tres años perpetuamente donde
quisiesen. en ausencia de los reyes, para que allí
juntos proveyesen y tratasen lo que tocaba al servicio
del Rey y al bien público».
Con razón decía nuestro cronista que «ansi pedian
otras cosas que eran poco men os que hacerlo
rej'». Efectivamente. Dicho en t érminos modernos,
lo que la Junta de To rdesillas exigía en estos pu ntos
era la soberanía popu lar para el legislativo, ejecut ivo
y judicial: una especie de república coro nada por
el Emperador. Respecto al último de los pun tos citados
señalaba Pero Mejía: «to cual claramente era
lI1la perpetua comunidad J' deshacer el poder real».
¡y tan clara mente! Era la exigencia de unas Cortes
soberanas y democ ráticas. No por azar los revolucionarios
liberales del siglo pasado grabaron los
nombres de Padi lla, Bravo y Mald onado en el edificio
de las Co rtes españolas de la madri leña Carrera
de San Jerónimo.
El aparato estatal entonces existente, del cual el
Emperador era la expres ión máxima, representaba
los intereses de la nobleza terrateniente y de una
gran burguesía ligada al negocio internacional (de
casta le viene al galgo el ser co rredor. recuerde el
lector el pape l del cap italismo extranjero y sus representantes
«nacionales» en el fracaso o prusianización
de la revolución bu rguesa españo la). Caso de
haber triunfado los comuneros. estos dos secto res
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