50 Aniversario del Grupo Scout del Pilar de Madrid La Fundación ...

José Antonio Romeo Horodiski, sm.
libertad de los Hijos de Dios”:
libertad frente al poder, el
prestigio, el dinero y, como él
decía, “todos esos males que,
engañándonos, buscamos como
si fueran bienes”.
Era un hombre con una inmensa
disponibilidad y capacidad
de servicio; ese “desvivirse”
del que siempre
hablaba, lo llevaba en las venas,
lo cumplía a rajatabla,
con paz y alegría. Siempre lo
encontrabas cuando lo necesitabas,
como si el día tuviese
para él 48 horas. A veces, esa
entrega desmedida rozaba lo
temerario, especialmente durante
los últimos años, en que
su salud era cada vez más
precaria; ¡cuántas veces,
cuando tenían que ingresarle,
Quería que fuésemos “cristianos
de cuatro cuarterones”, auténticos
seguidores de Jesús. Por eso, el
mejor homenaje que podemos
hacerle es seguir trabajando,
avanzando.
se escapaba del hospital para
ir a las convivencias, para celebrar
la misa de su parroquia
o para atender a alguien que
le necesitaba! Era inútil que le
regañásemos (a veces, severamente)
diciéndole que tenía
que cuidarse; él siempre respondía
que, si hubiera querido
cuidarse, no se habría ordenado
sacerdote.
No puede entenderse la vida
de José Antonio sin su decidida
opción por los pobres;
durante treinta y seis años sirvió
a los más necesitados en
la parroquia María Reina, cuidando
de su asistencia espiritual
y material. Como en tantas
otras cosas, también aquí
su entrega fue desmedida,
abriendo su casa a todo el
que acudía buscando ayuda.
Siempre dijo que él quería
morirse en Vallecas, rodeado
de su gente. Y el Padre le escuchó,
llamándole a su presencia,
mientras estaba de
colonias con los niños de su
parroquia.
José Antonio fue un profeta
que se anticipó en muchos
aspectos al Concilio. Fue pionero
en la apuesta por un laicado
maduro, responsable y
comprometido con la construcción
del Reino de Dios.
CEMI es el fruto de dicha
apuesta, el gran proyecto de
su vida, que inició en 1950 y
que acompañó incansablemente
hasta el mismo día de
su muerte. En nuestras comunidades
él siempre quiso
ser uno más; es indudable
que su carisma, su prestigio y
el gran cariño que todos le teníamos
pesaba mucho, pero
jamás pretendió imponer su
punto de vista, convencido
como estaba de la necesidad
de un laicado autónomo en
sus actividades y decisiones.
Siempre que se discutía cualquier
asunto, él comenzaba
sus intervenciones diciendo:
“Sería conveniente...”.
José Antonio nos ha enseñado
a querernos entre nosotros,
a crear lazos fuertes entre
las distintas personas que
componemos CEMI. Lo que
nos mueve a asistir a nuestras
celebraciones y convivencias,
más allá del tema del que vaya
a tratarse (que, por supuesto,
siempre es muy ne-
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vida
cesario y enriquecedor), es el
disfrute que supone encontrarse
con amigos con los que
compartimos la misma fe, la
misma sensibilidad y el mismo
estilo de vida. Y, a la vez,
nos ha inculcado que CEMI
debe ser “fermento” en medio
de la Iglesia y de la sociedad,
que CEMI debe ser nuestra
plataforma de apertura a los
demás, desde la que debemos
trabajar por hacer presente
a Jesús en nuestro entorno
familiar, en nuestro
trabajo, con nuestros amigos...
allá donde estemos.
Es imposible describir hasta
qué punto José Antonio ha
sido un regalo para nosotros,
una bendición de Dios. Él nos
transmitió que el centro de la
vida de CEMI tenía que ser Jesús
de Nazaret; nos advertía
del peligro de que nuestras
comunidades se convirtiesen
en simples “clubes sociales”
o en grupos de amigos, que
solo se reúnen para merendar
o charlar de algún asunto más
o menos interesante. Quería
que fuésemos “cristianos de
cuatro cuarterones”, auténticos
seguidores de Jesús. Por
eso, el mejor homenaje que
podemos hacerle es seguir
trabajando, avanzando entre
aciertos y errores, reuniéndonos,
queriéndonos, celebrando
la Eucaristía. Anunciando
el “Notición” que es el Evangelio
y sabiendo siempre que
José Antonio nos cuida, nos
quiere y sigue vivo entre nosotros.
marianista
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