revista 2009

Donde se unen cielo y tierra.
Sandra Martín,
3º de la ESO.
Hoy, como otro día cual quiera, me asomo a la ventana; a diferencia de otros días,
descubro una especie de magia en el ambiente. Es la magia de la ciudad, la magia de ver
tu ciudad, aquella que te vio crecer desde tu más tierna infancia hasta tu época de
adolescente alocada, al completo, desde un punto más elevado, apreciando todos sus
detalles…, detalles tales como ver una mole de edificios, aparentemente sin orden pero
que desentrañan una inmensa red de callejuelas y callejones; incluso la gran autopista
cruzándola de cabo a rabo tiene su encanto. La enorme catedral, compleja y majestuosa,
a pesar de la falta de su última torre... La parte antigua de la ciudadela, donde se encuentra
la Alcazaba árabe, ansiosa de contar sus mil y una historias; los barrios bajos, llenos de
encanto, donde los críos juegan aún en las calles, en las cuales el bullicio y los gritos de
los dueños de los puestos del mercadillo llenan el aire... Es esa magia que te hace poder
apreciar hasta el más ínfimo detalle, como la gente paseando plácidamente en el paseo
marítimo, expuesta a la tibia luz solar, reflejada en ese mar azul cetrino, lanzando pequeños
destellos dorados al aire y llenando la atmósfera de una suave sensación de calma. Es
esa magia que parece iluminar cualquier sombra, ya que todo aquí, en esta cuidad, es
digno de apreciar: cada brote tierno, recién salido, cada nueva ola que deja un rastro de
blanca espuma en el borde de la playa, donde se besan el agua azul y la cálida arena.
Pues en este lugar de cuento, rodeada de montañas redondeadas, y allá donde la especie
del pinsapo predomina en suelo marrón, donde el mar y la montaña se unen, dibujando
así una línea definida en el horizonte, pero difuminando los contornos de lo opuesto, esta
cuidad que aparece brillando en los confines del infinito, donde se unen cielo y tierra, allá,
en mi corazón, se halla Málaga, mi anciana y amada ciudad.
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