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¡No besan hoy Tus mejillas!.<br />
¡Qué tamaña ingratitud!.<br />
No saben que eres el Rey…<br />
desde aquí hasta el azul.<br />
Aún no conocen Tu Ley…<br />
ni el mensaje de esa Cruz.<br />
José Luís Borrego Ligero – Pregón <strong>1997</strong><br />
La Reina del Cielo, Nuestra Señora de Los Ángeles, en compañía del discípulo<br />
amado, sigue, afligida por la Pena del estremecedor martirio que sufre el Redentor del Mundo,<br />
el Hijo de Dios que vino de sus entrañas, el camino que en el Gólgota culmina.<br />
El impresionante silencio que cubre todo el recorrido de esta emotiva procesión, nos<br />
deja escuchar, sin querer, el diálogo que Juan sostiene con nuestra Madre:<br />
¡Aleluya!<br />
«No te aflijas, Madre mía,<br />
no sufras ya más tormento,<br />
que Los Ángeles, María,<br />
están dándole Su Aliento,<br />
para aliviar Su agonía. (Cuartelera)<br />
¡Es Domingo de Ramos!. En estos momentos, por todo el pueblo, especialmente por<br />
las calles con más tránsito, y a lo largo de todo el día, al amparo del alegre repiqueteo de las<br />
campanas, que nos hacen sentir estar en un mundo nuevo, en un mundo donde sólo late el<br />
estímulo de la alegría,... los saludos, los abrazos, los reencuentros, los últimos preparativos,<br />
los estrenos, se adueñan de la sangre que corre por nuestra venas.<br />
Con este espíritu, que sólo pudo traer Dios, nuestro hermano, nuestro amigo...nuestro<br />
Redentor, nos preparamos para recibir, como sólo El merece, con nuestras mejores galas, su<br />
más tierna bendición.<br />
Pronto, los aquí presentes, nos sumergiremos en esa conmoción espiritual que, como<br />
a inocentes y angélicos niños, nos sobrecoge.<br />
Nuestro Padre Jesús hace su entrada triunfal en <strong>Puente</strong>-<strong>Genil</strong>.<br />
Como en Jerusalén, es recibido, montado en un pollino de asna, con palmeras y ramas<br />
de olivo.<br />
¡Hosanna!. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!.<br />
El eje central de este día es, como no puede ser de otra forma, su procesión.<br />
Anhelante el pueblo pontano espera ser reconfortado por el monarca del Amor que, en<br />
su humilde trono, al compás de cornetas y tambores, y abrazado por el clamor popular, reparte<br />
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