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De los penachos, ser el sustento,<br />
cuando imponentes burlan al viento,<br />
con juguetona solemnidad.<br />
Y de su escudo ser fiel destello,<br />
seria celada del casco bello...<br />
borrar su estigma de iniquidad.<br />
Ser los clarines que en la mañana<br />
del Viernes Santo tocan Diana<br />
a quien profesan su devoción.<br />
Y por la noche, negro plumero,<br />
que en Gloria al Muerto luce sincero,<br />
la más gallarda Corporación.<br />
Nunca nos falte vuestra presencia,<br />
los pasodobles, la pura esencia,<br />
pues sois del pueblo lo más sensible.<br />
Sois la nostalgia del que nos falta,<br />
sois paladines en la cumbre alta,<br />
el sueño dulce de mi Terrible.<br />
Por eso hermanos, el Jueves Santo,<br />
no hay una dicha que anhele tanto<br />
antes que inicie la procesión:<br />
ver los romanos, en su salida,<br />
oír su marcha, viva y sentida,<br />
ser uno más de su gran legión.<br />
José Luís Borrego Ligero – Pregón <strong>1997</strong><br />
En la Plaza de la Veracruz, cuya Ermita, recientemente remozada, eleva altiva su<br />
sencilla espadaña en desafío hermoso con los rayos que se escapan del horizonte oro viejo que<br />
engalana la tarde, se configura un tumulto ordenado, indescriptible y singular, del que forman<br />
parte quienes ávidos esperan la salida de los pasos, y aquellos que asisten a rendirles su<br />
homenaje.<br />
La expectación es inusitada. Las figuras bíblicas, que acuden al encuentro emotivo<br />
por las calles Aguilar y Veracruz, ofrecen -en los alrededores de la recoleta placita- un paisaje<br />
colorista que subroga la época actual y nos sumerge de lleno, prodigiosamente, en aquellos<br />
días en que se produjo la pasión de Cristo.<br />
Y vemos a Pedro, oculto, cuando, preso, dos sayones conducen al divino Redentor.<br />
Los Evangelistas toman nota de los acontecimientos para poderlos transmitir a la<br />
humanidad.<br />
Junto a ellos, contemplamos los milagros que Jesús, por su fe, verificó. Y<br />
rememoramos sus parábolas.<br />
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