Nº 01 Noviembre 2008 - AECCPRE

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Nerón eligió al jefe de su guardia pretoriana y por tanto a la persona de la que dependía su seguridad,
Tigelino, porque éste era un provincial que se dedicaba a la cría de caballos. Parece que este
príncipe “Tenía el viejo deseo de subir sobre una cuadriga y la ilusión, no menos deshonrosa, de cantar
con la cítara al modo del teatro. Hablaba de que las competiciones de carros y caballos era algo propio
de reyes… Ya no había manera de detenerlo, y entonces les pareció bien a Séneca y Burro concederle
una de aquellas cosas para que no acabara saliéndose con la suya en las dos. En consecuencia se cercó
una zona en el Valle Vaticano para que en él se ejercitara conduciendo caballos sin proporcionar un
espectáculo público” (5) .
Pero si Nerón hacía competir en el circo a sus cuadrigas guiadas por las manos de otros mientras él
se dedicaba a la declamación y al histrionismo; el emperador Cómodo no tuvo reparos ni en competir
como gladiador ni en conducir los caballos que portaban los colores imperiales. Con seguridad, ambos
dirigentes, buscando la fama, el reconocimiento y la admiración multitudinaria que como gobernantes
les eran negado; y que los gladiadores y los aurigas, estrellas rutilantes de la época, conseguían de la
plebe a raudales.
Los caballos originarios de la Lusitania eran tan veloces, simplemente, porque, como vimos antes,
eran hijos de Céfiro, el viento suave que sopla del Oeste. Estas cualidades los hacían merecedores del
más absoluto aprecio por parte de sus propietarios, que los mimaban como un auténtico tesoro. Tesoros
a los que les estaban profundamente agradecidos sus criadores, por la gloria que estos vencedores
aportaban a sus hierros, como aquella familia romana que se atrevió a inmortalizar en el pavimento de
su mansión aquella dedicatoria a la estrella de su cuadra “Ganes o pierdas, te queremos”.
Ejemplares que con toda seguridad pacían en las tierras que hoy ocupan nuestros campos, ya que
“En Augusta Emerita… hubo una gran afición al circo y debieron existir varias cuadras y empresas,
alguna de dependencia imperial, encargadas de la preparación de los caballos de carrera. Era una tarea
evidentemente costosa, pero que proporcionaba pingües beneficios a sus criadores, además del prestigio
consiguiente” (4) .
El grandioso circo de Augusta Emerita se construyó a imagen del Circo Máximo de Roma, con
seguridad en tiempos de Tiberio y su utilización como hipódromo se alargó varios siglos, incluso después
de la caída del imperio romano. “Los caballos españoles eran magníficos y siguieron celebrándose
carreras en el circo durante siglos, incluso una vez acabada la dominación directa de Roma” (6) .
Todavía, en los anaranjados atardeceres extremeños que se desploman sobre la arena del circo de
la afamada Augusta Emerita, parecen resonar los atronadores ¡Nicha¡ de los enfebrecidos seguidores
de los distintos colores que defendían aguerridos aurigas como Celsus, Marcianus, Sabinianus o Diocles y
que eran arrastrados a la fama y a la gloria eterna por caballos verdaderamente excepcionales, como
Delfus, Narcissus o Inluminator.
(1). Harrison Matthews, L: La vida de los mamíferos.
Tomos I y II. Ed. Destino Barcelona 1977.
(2). Hartley Edwards, E: Enciclopedia del caballo. Ed. Blume.
Barcelona 1981.
(3). Plinio: Historia natural. Ed. Cátedra. Madrid. 2002.
(4). Nogales Basarrate, T: Espectáculos en Augusta Emerita.
Tecnigraf Editores. Badajoz 2000.
(5). Cornelio Tácito: Anales. Ed. Gredos. Madrid 1986.
(6). Lane Fox, R: El mundo Clásico. La epopeya de Grecia y Roma.
Ed. Crítica. Barcelona 2007.
* Nicolás Suárez Alarcón *
- Licenciado en Antropología Social y Cultural
- Licenciado en Comunicación Audiovisual
- Diplomado en Enfermería
- Criador de caballos de Pura Raza Española
- Socio de la AECCPRE
A. E. C. C. P. R. E. Asociación Extremeña de Criadores de Caballos de Pura Raza Española