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Vals sin fin - Bernardo Ruiz

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épocas de oro en que no había momento para la vida y la muerte de diferenciarse frente a la<br />

luz del peligro. Sentían que los tiempos de honor, de la salvación, de la gloria y el coraje<br />

comenzaban a perderse en una bruma legendaria: el esplendor de las luchas por la posesión y<br />

reconquista de Tierra Santa les parecía irrecuperable. Cien o cincuenta años antes la santidad<br />

se conseguía con unos cuantos mandobles de espada y un poco más de paciencia con los<br />

heridos. En la actualidad, no había mayor heroísmo que fortificar una ciudad o hundir y bajel<br />

y ahorcar corsarios, como les sucedería seguramente a Rodas ahora. El maestro Hélion de<br />

Casasís, comandante de los caballeros de Rodas y gobernador de la isla, los pondría de<br />

guardianes de una villa de pastores o de vigilantes nocturnos; con eso Jerusalén permanecía<br />

tan inaccesible a los peregrinos de la cristiandad como antes de la conquista de Godofredo de<br />

Bouillon. Parecía que Gozon y Villaret navegaran con el viento de la nostalgia.<br />

Sus previsiones se cumplieron. Con su presencia, Rodas fue un puerto seguro. La<br />

tranquilidad se extendía a todo el archipiélago. Pero un rumor invadió la isla, una amenaza<br />

cobraba fuera <strong>sin</strong> que nada pudiera contenerla.<br />

Los primeros robos de ganados se podían atribuir a pillerías de los hermanos más<br />

jóvenes –que era de dudarse– o a una infiltración desde la costa de una nave pirata,<br />

inadvertida hasta entonces. Mas la muerte de varios habitantes, el terror creciente, las<br />

pérdidas de varios rebaños y la desaparición aun de pastores, caballos y niños, pronto<br />

tuvieron nombre y forma en las quejas de los habitantes de la isla.<br />

Preocupados, un grupo de ancianos pidió audiencia al gran maestro Hélion de<br />

Casasís. "Maestro y gobernador –dijo el más viejo de ellos– nos atrevemos a molestarte<br />

porque es necesario que alguno de tus hombres salve nuestra tierra del peligro que angustia<br />

nuestros corazones".<br />

–Explícate– pidió el gran maestro de los caballeros de Rodas.<br />

–El demonio, encarnado en una bestia, invade nuestros cultivos, mata a nuestros hijos<br />

y a los animales que nos alimentan. Varias partidas de hombres han querido matar al ofidio<br />

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