Vals sin fin - Bernardo Ruiz

EL OTRO LADO
Para J.E.P. y Tito Monterroso,
con mi agradecimiento.
Ahí estaba el libro, frente a la vitrina, como una mujer largamente añorada, distante. Era esa
novela de Kubin. Se había aproximado a ella por senderos insospechados: por una cita que
hizo una vez una chica austriaca con la que pasó un fin de semana en Rincón de Guayabitos
(un lugar que jamás pensó el Sha de Irán, bromeaban); por una mención en algún libro de
Edmund Wilson; por un comentario íntimo de Villaurrutia, de tradición oral, que llegó hasta
él por rumbos diversos; en fin, se encontraba ante una imagen que el tiempo y las referencias
habían formado en su memoria como la de un héroe generoso, capaz de rescatarlo, en el
momento oportuno, de las desdichas más atroces.
Releyó el título: Die andere Seite, Alfred Kubin. Strictu sensu, no era un clásico,
como no se consideraba en ese orden a El diablo en el cuerpo de Radiguet o a Miss
Lonelyhearts de West. Sin embargo, participaba del sabor de lo clásico en la medida que para
él tenía cierto dejo de leyenda: era una referencia secreta de una historia capaz de transmitirse
por su propia fuerza y valía sobre el paso del tiempo, de las lenguas, de las gentes. ¿La otra
parte?, ¿El otro lado?, tradujo. Alfred Kubin, un pintor.
Un libro sólo es la experiencia que permanece después que los años han pasado en la
memoria de un lector. Los horrores de Filipinas o El tigre de Malasia de la niñez no son el
texto deslucido que se encuentra en Salgari cuando a uno toca corregir las pruebas y cartones
para que un negativo quede listo para impresión en una oficina mal iluminada. Un libro es la
alquimia, la unidad de dos momentos; el aire húmedo y sofocante, tibio, que oprime más allá
de la atmósfera infernal del metro a las seis de la tarde, cuando la luz nada más puede
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