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Vals sin fin - Bernardo Ruiz

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evolucionario, pero en cosas del corazón como de la psique, escasos pueden ser los<br />

revolucionarios (un maestro nos repetía hasta el cansancio que con excepción del voyeurismo<br />

nuestra era atómica en nada supera al mundo del chino, del griego o del hebreo en cuestión<br />

de traumas, complejos y/o aberraciones). Por eso afirmo que de corazón somos<br />

conservadores.<br />

Veo a mi mujer, a Elena, y en el fondo de mi instinto –que no en mi cariño– algo se<br />

estremece y me conmueve: del mismo modo que un presentimiento ante una elección<br />

acertada. Nace entonces el problema. Me pregunto si la amo y permanezco impávido,<br />

insensible, como ante una desconocida que me es indiferente: <strong>sin</strong> la presencia de esa<br />

conmoción experimentada la primera vez que Elena se manifestó en mi vida.<br />

Mantiene Elena su sonrisa de hace seis años. Sus costumbres no han cambiado. Tal<br />

vez sus caricias me conozcan mejor que entonces. Es propiamente una experta en la selección<br />

de frases, actitudes, comportamientos capaces de transformar mis estados de ánimo, mis<br />

sentimientos. ¿Que está bien eso? Es posible.<br />

Recorro en el recuerdo todos los sitios que hemos visitado, recupero cada uno de sus<br />

gestos, de sus conversaciones, de sus suspiros. Descubro la perfección de esos tiempos y los<br />

comparo con los actuales. Ya no está la intensidad de los primeros encuentros.<br />

Me asombro ante la certeza de estar enamorado de otra mujer. Y envidio a los que <strong>sin</strong><br />

complicaciones, <strong>sin</strong> recriminarse nada, son capaces de ofrendar todo por ella. Yo me<br />

descubro incapaz, balbuceante. Me doy cuenta de mi cobardía y alimento mi infierno en<br />

silencio. Prefiero callar, no decir nada. Cuando Elena me pregunta si la quiero, le respondo<br />

que sí, que como siempre. Y todavía puedo sonreírle como siempre.<br />

Sin embargo, las manecillas del reloj se detuvieron hace mucho tiempo. Ya es tarde.<br />

No sé a qué hora volverán a señalar el preciso tiempo. Mientras tanto, me confundo en la<br />

sordidez, en la nostalgia de mis argumentos, de mis sensaciones. Y me desespero. Como esos<br />

jóvenes que buscan –<strong>sin</strong> razón, <strong>sin</strong> posibilidad de consuelo– que una mujer inalcanzable les<br />

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