09.05.2013 Views

Untitled - Ecomputer

Untitled - Ecomputer

Untitled - Ecomputer

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

DesembarcoMaquetacion.indd 2 7/3/13 23:28:45


El Desembarco<br />

de Alah<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 3 7/3/13 23:28:45


DesembarcoMaquetacion.indd 4 7/3/13 23:28:45


Lorenzo Mediano<br />

El Desembarco<br />

de Alah<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 5 7/3/13 23:28:45


A los médicos, enfermeras y sanitarios de Soria,<br />

porque en sus bosques y montañas hemos compartido<br />

momentos hermosos y terribles.<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 7 7/3/13 23:28:45


Advertencia preliminar<br />

Ninguna de las opiniones religiosas, raciales o sexuales expresadas<br />

por los personajes de esta novela coincide con la del autor, sino que son<br />

reflejo de la época histórica. Así, los cristianos llamaban mahometanos<br />

a los musulmanes y los consideraban una secta herética, aunque en cierta<br />

forma cristiana; y los judíos eran acusados de crímenes innombrables.<br />

Por su parte, los musulmanes calificaban de politeístas a los católicos por<br />

creer en la Trinidad.<br />

De la misma forma, los personajes piensan, sienten y se comportan de<br />

acuerdo a la manera de pensar, sentir y comportarse de sus contemporáneos,<br />

en ocasiones muy diferente a la actual. Sin embargo, para facilitar<br />

la lectura se han aceptado pequeños anacronismos en el lenguaje que no<br />

alteran el sentido profundo de lo que los personajes expresan.<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 9 7/3/13 23:28:45


DesembarcoMaquetacion.indd 10 7/3/13 23:28:45


DesembarcoMaquetacion.indd 11 7/3/13 23:28:47


DesembarcoMaquetacion.indd 12 7/3/13 23:28:47


Capítulo I<br />

Año 710 de la era cristiana, año 748 de la era hispana, año 91 de la Hégira.<br />

Dirige el Imperio Justiniano II, es califa de los creyentes Al-Walid I, reina en Toledo<br />

sobre los godos y los hispanos el rey Vitiza, hijo de Egica<br />

Montaña sagrada de la Calavera, cerca de Causegadia 1 , en el ducado de Cantabria<br />

El oso se puso en pie y, agitando sus zarpas delanteras en el aire, lanzó<br />

un rugido amenazador.<br />

Pelagio sabía que el oso trataba de asustarlo para que le dejase el paso<br />

libre; sin embargo, el desnudo muchacho no se movió del sitio, sino que<br />

afianzó los pies descalzos en el suelo y sujetó la lanza con fuerza.<br />

Habría podido arrojar una jabalina contra el desprotegido corazón del<br />

oso, pero no le estaba permitido hacerlo. Para ser jefe de guerra de las<br />

tribus de las montañas había que matar un oso en leal combate cuerpo a<br />

cuerpo; no podía hacerse a distancia. Un jefe de guerra ha de ser valiente;<br />

pero también contar con el favor de los antiguos dioses. Por eso Pelagio<br />

debía matar al oso vestido tan solo con sus armas: su lanza y, colgando de<br />

un tahalí de cuero, su afilada espada corta celtíbera; no podía llevar coraza<br />

o casco, ni un justillo de cuero, ni siquiera las pieles con que se cubrían<br />

los demás montañeses. Pelagio era una víctima sacrificial ante los antiguos<br />

dioses y como tal debía ser ofrecido.<br />

Desde tiempos inmemoriales, los pueblos cántabros habían realizado<br />

sacrificios humanos en la montaña de la Calavera; pero, los romanos, primero,<br />

y los visigodos, después, los habían prohibido. Aunque esta prohibición<br />

había sido soslayada a veces en tiempos de tribulación o cuando la<br />

autoridad de los romanos y los godos se debilitaba, las manchas de sangre<br />

de las rocas que servían de altar ya solo provenían de animales sacrificados<br />

clandestinamente.<br />

Sin embargo, para consagrar al dirigente de varias tribus, a un jefe<br />

de jefes, los dioses aún debían ser congraciados y otorgar su permiso, su<br />

sangriento permiso. El candidato tenía que ofrecerse a sí mismo como<br />

1 Cosgaya.<br />

13<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 13 7/3/13 23:28:48


Pelagio sacudió la cabeza y se puso en pie, aunque el mundo se obstinaba<br />

en dar vueltas en torno. Sangraba un poco, pero solo eran rasguños.<br />

—Tranquilizaos, no estoy herido.<br />

—Los dioses os han favorecido, señor duque.<br />

—No soy el duque.<br />

—Para nosotros, lo sois. Cuando vuestro padre, el señor Favila, duque<br />

de Cantabria, murió…<br />

El hombre calló. El rostro de Pelagio se oscureció como si lo hubiese<br />

cubierto una de esas tormentas invernales que azotan los riscos.<br />

—Disculpad, mi señor.<br />

Pelagio no contestó. Solo recordaba y, al hacerlo, rechinaba los dientes<br />

de rabia.<br />

Era una historia sórdida y vergonzosa que había sucedido hacía diez<br />

años, cuando él aún era un niño. Vitiza, rey de Hispania, en un banquete<br />

celebrado en Tude 1 , se había encaprichado de la esposa del duque Favila,<br />

Luz Vítula, y le había dirigido tales requiebros e insinuaciones que el duque<br />

Favila había pronunciado palabras ofensivas e insultantes contra el rey.<br />

Este, furioso, le arrebató el bastón a un viejo sirviente y mató a golpes al duque<br />

Favila. Luego, se llevó a su esposa a una cámara apartada y la violó.<br />

Hay quienes dicen que el rey Vitiza no estaba tan borracho como aparentaba<br />

y que todo formaba parte de un astuto plan para deshacerse de<br />

aquel duque incómodo, pues Favila era miembro destacado del partido<br />

chindasvintano, el partido de aquellos que añoraban los tiempos apacibles<br />

—y sangrientos— del antiguo rey Chindasvinto, muerto ya hacía<br />

más de cincuenta años. Si Vitiza lo hubiese mandado ejecutar, habría estallado<br />

una rebelión de los chindasvintanos, seguramente apoyada por el<br />

partido nobiliario, siempre celoso de defender los privilegios y la seguridad<br />

de los nobles. Pero tratándose de una refriega de borrachos por una<br />

mujer, el asunto se contempló con más indulgencia. Además, el duque<br />

Favila había insultado al rey, y todo el mundo comprende que a un rey no<br />

se le puede insultar impunemente.<br />

También había quien decía que lo sucedido tenía una explicación más<br />

sutil y terrible; pero nadie se atrevía a insinuarle nada a Pelagio, pues<br />

solo eran rumores, aunque fuesen rumores que podrían destruir el trono<br />

y llevar al muchacho a la locura y a la muerte. Era mejor ni siquiera<br />

mencionarlo.<br />

1 Tuy, en Galicia.<br />

15<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 15 7/3/13 23:28:48


Roderico, duque de la Bética y nieto de Chindasvinto, movilizó sus<br />

tropas ante semejante ataque contra el partido chindasvintano. Los duques<br />

de Gallaecia y Lusitania, del partido nobiliario, le mostraron su apoyo,<br />

y muchas tribus cántabras y astures, unidas por lazos de lealtad al<br />

asesinado Favila, tomaron las armas. Pero las excusas del rey Vitiza calmaron<br />

los ánimos y los soldados volvieron a sus acuartelamientos sin llegar<br />

a luchar.<br />

El rey Vitiza había llegado a ofrecer desposarse con la violada Luz<br />

Vítula para hacerse perdonar su violación; pero eso no era políticamente<br />

conveniente para ninguno de los tres partidos que se repartían el poder<br />

en el reino godo de Spania, y Vitiza terminó matrimoniando con una muchacha<br />

del partido nobiliario. Y Luz Vítula, en cambio, se había retirado<br />

humillada a Causegadia, en las más ásperas montañas, donde podía ocultar<br />

su ira y su vergüenza.<br />

Favila había dejado dos huérfanos: Pelagio y su hermana Adosinda.<br />

Adosinda era hembra, y Pelagio, demasiado niño como para ser duque de<br />

Cantabria, una tierra montañosa poblada por los salvajes astures y cántabros,<br />

además de limitar con los hostiles caristios, aliados de los vascones,<br />

siempre vigilantes ante cualquier señal de debilidad para lanzarse a<br />

correrías y saqueos.<br />

Así que Vitiza nombró nuevo duque a Pedro, un hijo del rey Ervigio y,<br />

por tanto, vitizano ferviente. Algunas tribus astures y cántabras no acogieron<br />

demasiado bien el cambio de duque, pues habían estrechado lazos<br />

de fidelidad personal con la familia de Favila; además, el duque Pedro era<br />

un visigodo puro, a diferencia de Pelagio, en cuyas venas se entremezclaban<br />

las dos sangres. Pero estas tribus no eran lo suficientemente fuertes<br />

como para sublevarse contra el poderoso reino godo, no sin el apoyo del<br />

partido chindasvintano, y tuvieron que envainar las armas y esperar a que<br />

Pelagio creciese y alcanzase la edad suficiente para conducir a sus hombres<br />

a la guerra.<br />

Mientras tanto, Pelagio, su hermana Adosinda y su madre Luz Vítula<br />

se refugiaron entre los fideles del difunto duque Favila, las tribus que habitaban<br />

en lo más escarpado de las montañas, y allí aguardaron a que pasasen<br />

los años y Pelagio creciese. A medida que crecía, se iba convirtiendo<br />

en un peligro mayor para Pedro, duque de Cantabria, y para el rey Vitiza,<br />

pues estaba claro que, además de la belleza de su madre, el muchacho había<br />

heredado el carácter belicoso de su abuelo, junto con su nombre. Un<br />

16<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 16 7/3/13 23:28:48


abuelo que había sido un jefe de jefes, valeroso en el combate, temible en<br />

la venganza y persistente en la memoria.<br />

Su madre insistió en que Pelagio no solo se formase en el ejercicio<br />

de las armas y en las tradiciones de su pueblo, sino que también recibiese<br />

una educación clásica que fortaleciera su innato sentido del honor y<br />

su sed de venganza. Además, para reconquistar la corona ducal robada,<br />

no bastaría con ser un buen guerrero, harían falta también inteligencia y<br />

conocimientos.<br />

Así, Pelagio estudió las obras de Julio Cesar de Tácito, de Cicerón, de<br />

Vegecio… Pero si los escritores latinos eran en extremo instructivos, los<br />

escritores griegos le impelían a soñar con proezas. Homero le hacía desear<br />

ser un héroe; Heródoto, Tucídides y Jenofonte le transportaban a batallas<br />

lejanas, y los trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides le hacían estremecerse<br />

con sus relatos de honor y venganza.<br />

Además de a Ulises, Aquiles y Héctor y, Pelagio admiraba a Leónidas,<br />

que había sabido morir con sus trescientos espartanos defendiendo las<br />

Termópilas contra los persas. Si no se podía triunfar, ¡qué bella muerte!<br />

Muchas veces se imaginaba a sí mismo defendiendo el angosto desfiladero<br />

del río Deva que conducía a Causegadia con trescientos montañeses,<br />

y muriendo heroicamente como hizo Leónidas. Aunque cuando volvía al<br />

mundo real, comprendía que sus montañeses, armados ligeramente, eran<br />

muy distintos a los acorazados hoplitas espartanos y que, si intentaban<br />

enfrentarse cuerpo a cuerpo contra la infantería pesada del duque Pedro,<br />

aunque fuese en un paso estrecho, en especial si era en un paso estrecho,<br />

sus montañeses serían arrollados.<br />

Pero a pesar de que en sus lecturas predominaban los héroes y los hechos<br />

de armas, y las mujeres tendían a desempeñar papeles secundarios y<br />

más bien deslucidos, Pelagio se construyó un ideal femenino en el que se<br />

mezclaban la perseverancia de Penélope, la belleza de Helena y el valor de<br />

Antígona. Algún día él también amaría a una mujer así y sería amado por<br />

ella, y las toscas montañesas con las que se había iniciado en los placeres<br />

de la carne serían olvidadas.<br />

Desde lejos, el rey Vitiza vigilaba al muchacho con preocupación.<br />

Las tribus astures y cántabras leales lo custodiaban celosamente como<br />

un símbolo de la independencia perdida, y era imposible conseguir que<br />

el puñal o el veneno solucionasen aquel problema. Y ni pensar en mandar<br />

tropas a apresarlo: no lo conseguirían y estallaría una sublevación.<br />

17<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 17 7/3/13 23:28:48


Sublevación que seguramente apoyaría Roderico, duque de la Bética y nieto<br />

de Chindasvinto. Al reino visigodo no le convenía una guerra en dos<br />

frentes, no con los francos ambicionando, como siempre, la Septimania y<br />

con los mahometanos aposentados en la Tingitania africana.<br />

Lo único que podía hacer el rey era vigilar… y esperar a que Pelagio<br />

diese un paso en falso. Mientras tanto, el duque Pedro, inteligentemente,<br />

se fue atrayendo algunas tribus mediante halagos y obsequios, aprovechando<br />

las discordias ancestrales que las dividían.<br />

Pelagio ahora tenía ya casi veinte años y había llegado el momento de<br />

la venganza. ¿Pero cómo matar al poderoso rey Vitiza, capaz de reunir<br />

un ejército de cien mil hombres, si el joven contaba tan solo con la lealtad<br />

de algunas tribus montañesas? ¿Cómo recuperar su legítima herencia?<br />

¿Cómo restaurar el honor mancillado de su madre?<br />

En estas cavilaciones se distraía Pelagio mientras sus hombres —ahora<br />

ya eran sus hombres— despellejaban al oso. Vistieron a Pelagio con la<br />

piel todavía caliente y ensangrentada y uno tras otro los jefes de las tribus<br />

leales fueron rindiéndole pleitesía. No estaban allí todas las tribus cántabras<br />

y astures, por supuesto: nadie podía unirlas a todas. La cuarta parte<br />

de las tribus aceptaba a Pelagio como jefe de guerra; otra cuarta parte<br />

prefería al duque Pedro, usurpador del título pero hábil político; y el resto<br />

se mantenía prudentemente al margen de la pugna entre ambos.<br />

El joven Pelagio, de la estirpe de su abuelo Pelagio, el famoso guerrero,<br />

por fin se había convertido en un hombre y en un jefe. Y como jefe,<br />

su primer deber sería vengar la muerte de su padre y la vergüenza de su<br />

madre.<br />

Pero eso sería mañana. Hoy era día de regocijo para todos. Tras la fatiga<br />

y el peligro, se liberaron las risas, un sonido no muy común en aquellos<br />

escarpados valles, más propicios para la guerra y el esfuerzo que para<br />

la alegría y el placer.<br />

En medio de la celebración llegó un jadeante mensajero:<br />

—¡Mi señor Pelagio! Vuestra madre os ruega que volváis inmediatamente<br />

a Causegadia. ¡El rey Vitiza ha muerto!<br />

Pelagio mudó el semblante.<br />

—¡Muerto! ¿Alguien lo ha matado o ha sido de muerte natural?<br />

—Lo ignoro, mi señor. Solo sé lo que me dijo la dama Luz Vítula.<br />

Pelagio lanzó maldiciones en el antiguo idioma de las montañas, invocando<br />

a los viejos dioses. Los viejos dioses eran mucho más comprensivos<br />

18<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 18 7/3/13 23:28:48


para la venganza y la sangre que el Dios de los cristianos, siempre dispuesto<br />

a perdonar.<br />

—¡Que Lucobus y Epona, dioses de la guerra, destruyan su descendencia!<br />

¡Que Ojáncanu devore su alma! ¡Que la Señora Cantabria pudra<br />

sus vísceras!<br />

Estaba furioso, porque alguien —humano o divinidad— le había arrebatado<br />

una venganza que consideraba, con toda justicia, suya.<br />

Pelagio tomó su lanza y salió corriendo hacia Causegadia. Sus hombres<br />

dudaron unos instantes, resistiéndose a abandonar la presa, y luego<br />

corrieron tras Pelagio, su Pelagio.<br />

Aunque el joven era ágil y al principio les sacó ventaja, ellos supieron<br />

dosificar sus fuerzas y lo alcanzaron una milla antes de las puertas de la<br />

ciudad.<br />

En las praderas junto a las murallas se habían preparado mesas para<br />

celebrar un banquete con el que todos celebrasen la muerte del oso o, si<br />

así lo querían los dioses, la muerte del joven Pelagio. Pero las gentes de<br />

Causegadia, conocedoras del fallecimiento del rey Vitiza, habían dejado<br />

vacías las mesas y formaban corros hablando entre sí con preocupados susurros,<br />

pues esta muerte era presagio de muchas otras.<br />

Una niña, Gaudiosa, la hija del comerciante de caballos, ignorante de<br />

la gravedad de los hechos, intentó entregarle a Pelagio una guirnalda de flores<br />

silvestres; pero Pelagio la apartó sin ni siquiera mirarla y las flores cayeron<br />

al suelo y fueron pisoteadas.<br />

Luz Vítula estaba en sus pobres aposentos sollozando y su hijo la abrazó.<br />

—¡Madre! ¡Madre!<br />

—¡Vitiza ha muerto! ¡Ha muerto! —Luz Vítula estaba desconsolada.<br />

Los dos lloraban. Pelagio se dio cuenta de que ya nunca se restauraría<br />

el honor de su familia. La violación no sería lavada con sangre y la vergüenza<br />

los acompañaría por siempre.<br />

Cuando las lágrimas se les secaron —por el momento, porque volverían<br />

a brotar en el silencio y la soledad de la noche—, Pelagio dijo:<br />

—He de ir a Toledo, para exigir mi herencia al nuevo rey.<br />

Luz Vítula se estremeció:<br />

—¡Es demasiado peligroso! Los vitizanos eran enemigos de tu padre.<br />

¡En cuanto salgas de las montañas te matarán!<br />

—Madre, no puedo permanecer escondido toda la vida, como un conejo<br />

asustado que no se atreve a salir de su madriguera. Debo afrontar mi<br />

19<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 19 7/3/13 23:28:48


destino. Además, el bando vitizano estará muy debilitado: los hijos del rey<br />

son unos niños…<br />

Pelagio estuvo a punto de decir: «unos niños como era yo cuando<br />

Vitiza asesinó a mi padre y os violó a vos, y yo no pude defenderos»; pero<br />

se contuvo y recompuso su frase.<br />

—… unos niños que no pueden reinar sobre los godos. Si los partidos<br />

chindasvintano y nobiliario se unen, puede que el nuevo rey sea hostil a la<br />

dinastía de Egica y Vitiza. Entonces será el momento de reclamar lo que<br />

es mío: el ducado de Cantabria.<br />

«Aunque, madre, ahora ya nunca podré devolveros el honor perdido».<br />

Esto también lo calló Pelagio, pero pensarlo le desgarró el corazón.<br />

Luz Vítula lo miró preocupada. Su hijo Pelagio poseía una destreza<br />

natural para la guerra y las armas, y además había adquirido una apreciable<br />

cultura. Pero ni libros ni maestros lo podían preparar para lo que<br />

encontraría en Toledo: traiciones, mentiras, argucias, celadas más sutiles<br />

que la más delicada tela de araña... De nada valían prudentes consejos ni<br />

eruditas lecturas, solo con la experiencia era posible aprender a moverse<br />

en un mundo tan alevoso y artero. Desdichadamente, tal vez Pelagio muriese<br />

antes de saber suficiente.<br />

A su madre le habría gustado acompañarlo para guiarlo y aconsejarlo;<br />

pero por desgracia no era posible: ella debía quedarse en Causegadia, en<br />

la fría, pobre y odiada Causegadia, para evitar que el duque Pedro se apoderase<br />

de sus posesiones tribales.<br />

Luz Vítula meditó acerca de la conveniencia de ser ella quien viajase a<br />

Toledo mientras Pelagio se quedaba guardando Causegadia. Pero si bien<br />

entre los semipaganos montañeses a las mujeres les estaba permitido dirigir<br />

los destinos de una casa y de un pueblo, entre los godos resultaba inimaginable<br />

que una mujer interviniese directamente en política. Entre los<br />

godos, las mujeres debían actuar a través de sus maridos y de sus hijos. En<br />

Toledo, nadie la escucharía a ella, pues además de ser mujer, estaba viuda<br />

y había sido deshonrada. Tenía que ser el joven Pelagio quien afrontase los<br />

invisibles peligros del Palacio Real, quien lograse la venganza sobre los vitizanos<br />

y quien recuperase el título y el territorio que el duque Pedro usurpaba.<br />

Mas ¿qué posibilidades tenía el inexperto Pelagio de triunfar, o tan<br />

solo de sobrevivir, en el letal Toledo de los reyes visigodos?<br />

Luz Vítula dudaba. Dejar partir a su hijo era como enviarlo a la muerte.<br />

Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer ella?<br />

20<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 20 7/3/13 23:28:48


—Madre, ¿me oís? ¿Me dais vuestro permiso para que vaya a Toledo?<br />

—Disculpa, meditaba acerca de lo más conveniente para nuestra familia.<br />

Marcha a Toledo con mi bendición, hijo de mi vientre, y que Dios<br />

te proteja y te devuelva tu herencia y tu honor. Ya que no puedes matar<br />

a Vitiza, mata a sus dos cómplices: sus hermanos, el duque Sisberto de la<br />

Tarraconense y el arzobispo Oppas de Hispalis. Pero, te lo advierto, son<br />

como escorpiones, mátalos sin escucharlos, pues si atiendes sus retorcidas<br />

palabras, verterán veneno en tus oídos y nublarán tu juicio. Y recuerda<br />

siempre que en Toledo nada es lo que parece y nada parece lo que es. El<br />

Palacio Real es un nido de víboras.<br />

—Tenéis mi promesa, madre. Como Orestes, llevaré a cabo mi venganza<br />

contra los asesinos de mi padre.<br />

Luz Vítula también poseía una educación clásica y se sobresaltó:<br />

—¿Por qué mencionas a Orestes?<br />

—Porque mató a quienes asesinaron a su padre Agamenón: Egisto y<br />

Clitemnestra. Ya conocéis la historia, madre.<br />

—Sí, y no es del agrado de ninguna mujer, pues Clitemnestra era la<br />

madre de Orestes. Ningún hijo ha de matar a su madre si no quiere atraer<br />

sobre sí la maldición de Dios y de los hombres. Hubiera preferido que empleases<br />

otro ejemplo.<br />

—Disculpad, madre, fue el primer nombre que acudió a mi mente, ignoro<br />

por qué motivo. Ha sido una elección desafortunada.<br />

—¿Podré ir yo también a Toledo?<br />

Había hablado su hermana Adosinda, una jovencita de dieciséis años.<br />

Vestía una doble túnica de colores armoniosos —su madre le había ayudado<br />

a conjuntarlos, tras no pocas discusiones—, de elegantes recamos y<br />

bordados, pero de pliegues que habían pasado de moda hacía diez años,<br />

cuando se vieron obligados a refugiarse en las montañas. Dos cinturones,<br />

uno bajo el pecho y otro en la cintura, realzaban su silueta. Su cabello iba<br />

cubierto por un mavorte, como manda la decencia; pero de forma un tanto<br />

coqueta —y, a decir de su madre, escandalosa— aquella toca dejaba escapar<br />

aquí y allá algunos tirabuzones.<br />

Adosinda quería ir a Toledo, la capital del reino, y educarse con las<br />

otras jóvenes nobles, y conocer a los herederos de ducados y condados,<br />

y bailar con hermosos muchachos —a ser posible, que no tuviesen muchas<br />

marcas de viruela—, y no tener que vestir las viejas ropas de su madre,<br />

y…<br />

21<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 21 7/3/13 23:28:49


En resumen, Adosinda estaba harta de las hostiles montañas y de los<br />

rudos montañeses, llenos de piojos y pulgas, que apenas balbuceaban el<br />

latín cuando no tenían más remedio que abandonar su lengua materna y<br />

que se vestían con malolientes pieles en lugar de con telas. Su madre, inútilmente,<br />

le repetía que aquellas montañas no les cercaban, sino que les<br />

protegían; y que aquellos montañeses eran lo único que se interponía entre<br />

ellas y un destino mortal. Luz Vítula no era convincente porque ella<br />

misma también deseaba abandonar Causegadia y su pobreza.<br />

—No, hermanita —negó Pelagio, con una sonrisa. En cierta forma,<br />

envidiaba la inconsciencia de su hermana pequeña. Sobre ella no recaía el<br />

peso de la venganza, una venganza que lo había acompañado a él desde la<br />

infancia y que ahora, con la muerte de Vitiza, se revelaba imposible—. Si<br />

el nuevo rey es un vitizano, tal vez yo tenga que salir huyendo.<br />

Adosinda hizo un mohín y protestó débilmente:<br />

—Pero pronto voy a cumplir dieciséis años y es tiempo de que me<br />

case. ¿Y con quién voy a matrimoniar, si sigo viviendo aquí? ¿Con alguno<br />

de los jefes de tribu, que gobiernan sobre pastores y cabras?<br />

—Adosinda, te prometo que cuando yo sea duque de Cantabria, como<br />

me corresponde, te buscaré un esposo joven, guapo y heredero de un gran<br />

condado… incluso, tal vez, un ducado.<br />

Luz Vítula miró a sus hijos, y pensó que tal vez se había equivocado<br />

al educar a Adosinda. Cuando murió el duque Favila, Adosinda apenas<br />

tenía cinco años. Y ella, como madre, se había jurado que su hija no sufriría<br />

como sufría ella. Por eso, la había criado como si aún viviesen en<br />

un palacio ducal, donde cada capricho es satisfecho al instante, en vez de<br />

ser refugiados en una casa con techado de paja de centeno. La venganza<br />

correspondía a Pelagio, el hijo varón; Adosinda, en cambio, debía ser<br />

feliz, ya que ni su madre ni su hermano podrían serlo jamás. Algún día,<br />

Adosinda volvería a vivir en un palacio, se había jurado Luz Vítula.<br />

—¿Me traerás algo de Toledo? —se consoló Adosinda—. La ropa se<br />

me cae a pedazos de puro vieja.<br />

Pelagio se lo prometió. La inocencia de su hermana había borrado, por<br />

el momento, la ira que la muerte de Vitiza le había provocado. Y al desaparecer<br />

la ira, había dejado paso a otro sentimiento.<br />

Egilona.<br />

Egilona era su prometida. A la muerte del duque Favila, durante las<br />

frenéticas negociaciones que intentaban evitar una guerra civil, se pactó<br />

22<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 22 7/3/13 23:28:49


que Pelagio, heredero del ducado de Cantabria, se casase con Egilona, heredera<br />

de los condados de Évora y de Brieva.<br />

No había sido fácil contentar a todos los bandos. Ningún noble vitizano<br />

quería dar su hija a un chindasvintano, que además no heredaría<br />

el ducado a poco que el rey encontrase una excusa, pasado el peligro de<br />

guerra. Los nobles chindasvintanos, por su parte, exigían, como compensación<br />

por no levantarse en armas, que Pelagio se desposase con alguna<br />

heredera ajena a su partido, para incrementar el poder de la facción. Así<br />

pues, como el ducado de la Bética era chindasvintano, y los ducados de la<br />

Tarraconense y de la Cartaginense eran vitizanos, solo quedaban los ducados<br />

de la Septimania, Gallaecia y Lusitania, todos ellos dominados por<br />

el partido nobiliario. La Septimania, fronteriza con los belicosos francos,<br />

resultaba un lugar demasiado delicado para situar a un joven enemigo<br />

de su rey. Gallaecia estaba demasiado próxima a Cantabria, y pensar que<br />

Gallaecia se sublevase junto con los astures y los cántabros estremecía a<br />

cualquier monarca sensato. Así pues, solo quedaba Lusitania.<br />

Entre las jóvenes herederas lusitanas, o mejor dicho entre sus padres,<br />

no se despertó demasiado entusiasmo por enlazar con Pelagio. Primero,<br />

porque era heredero de un ducado más pobre que la mayoría de los condados.<br />

Segundo, porque resultaba harto improbable que algún día tomase<br />

posesión de su heredad. Y tercero, porque era enemigo declarado del rey,<br />

y a nadie le hace gracia casar a su hija para que enviude pronto: en el mercado<br />

matrimonial, una viuda cotiza menos que una virgen y sería difícil<br />

volver a casarla ventajosamente.<br />

Al fin, el dudoso honor le correspondió a Egilona, hija del conde<br />

de Évora y de la condesa de Brieva. Sus padres protestaron, pero estaba<br />

en juego la paz del reino y tuvieron que ceder. Sin embargo, el rey<br />

Vitiza les prometió aplazar la boda todo lo posible, en la esperanza de que<br />

Pelagio sufriese algún accidente mortal en cuanto se descuidasen sus leales<br />

montañeses.<br />

Pelagio, aconsejado por su madre, había escrito muchas cartas a su<br />

prometida Egilona, por lo menos tres o cuatro al año. Eran cartas tiernas<br />

y amables; a decir verdad, al principio casi se las había dictado Luz Vítula;<br />

pero luego Pelagio había aprendido que las mujeres quieren cartas que hablen<br />

de sentimientos, de futuro y de esperanza; y que no les interesan los<br />

lances de caza o de guerra, ni siquiera las torturas que se infligen a un asesino<br />

enviado por el duque Pedro al que se ha capturado.<br />

23<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 23 7/3/13 23:28:49


Cuando escribía a Egilona en una letra uncial clara, aunque un poco<br />

temblorosa por la falta de práctica, Pelagio olvidaba por unos momentos<br />

que era un guerrero y sentía una extraña calidez en el corazón, como<br />

cuando te lame un cabritillo o cuando se aproxima uno al fuego en una<br />

noche de invierno. Entonces, su expresión se dulcificaba y sus dedos, hechos<br />

para empuñar la espada y aferrar la lanza, se esforzaban con el cálamo<br />

sobre el pergamino para escribir palabras tiernas.<br />

Luz Vítula había animado a su hijo a amar, a pesar de que entre los nobles<br />

el matrimonio tiene poco que ver con el amor, y mucho con el poder<br />

y la heredad. Ella había calculado que, a través de Egilona, Pelagio podría<br />

congraciarse con el partido nobiliario, fiel de la balanza entre vitizanos<br />

y chindasvintanos. Bien sabía Luz Vítula que el amor, aunque fuese un<br />

sentimiento despreciado, podía ser muy poderoso y trastornar voluntades,<br />

incluso cambiar el curso de la historia. Y si todo se torcía en el norte,<br />

Pelagio con su familia siempre podrían refugiarse en Évora. Ningún lugar<br />

sería peor que la pobre, lluviosa y fría Causegadia.<br />

Egilona, al principio, se había extrañado de aquellas cartas; y sus padres<br />

las habían examinado por si contenían alguna insinuación de traición<br />

o algún mensaje político oculto. Pero por mucho que analizaron cada palabra,<br />

no encontraron nada sospechoso. Por algún motivo que no alcanzaban<br />

a comprender, Pelagio estaba cortejando a su hija sin haberla visto<br />

siquiera. La primera carta no fue contestada. Pero consideraron que la segunda<br />

debía ser respondida, aunque con comedimiento, para no ofender<br />

al partido chindasvintano con un silencio que cabría interpretar como un<br />

intento de volverse atrás en el compromiso.<br />

Carta tras carta, año tras año, los dos jóvenes fueron compartiendo<br />

sueños y despertando al amor. Claro que Pelagio nunca escribió acerca<br />

de su afán de venganza contra el rey, porque habría sido imprudente;<br />

ni Egilona mencionó tampoco que ella odiaría vivir en las montañas<br />

lluviosas del norte, alejada del sol que la había visto nacer: ¿por qué no<br />

habitar en Toledo, a mitad de camino de las posesiones cántabras y del<br />

condado de Évora? Así los dos estarían en situación de atender sus tierras,<br />

y además, en Toledo se hallaba la corte con todas sus diversiones<br />

e intrigas.<br />

Las cartas eran llevadas por mensajeros. Y por ellos supo Pelagio que<br />

Egilona era de estatura media, de figura fina —pero sin llegar a ser huesuda—,<br />

rostro bello, cutis liso sin marcas de viruela, largo cabello rubio,<br />

24<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 24 7/3/13 23:28:49


pecho joven aunque no generoso (bueno, no importaba, ya estaban las<br />

nodrizas para criar a los hijos), dientes blancos y regulares, y voz armoniosa.<br />

Una imagen que contrastaba con las rústicas campesinas y pastoras<br />

con las que Pelagio solía yacer, que olían a ganado y cuyas manos, aunque<br />

intentaban acariciar, estaban encallecidas por el trabajo diario.<br />

También por los mensajeros Egilona supo que Pelagio era joven y fuerte,<br />

de aliento fresco como la menta que masticaba (en esto, los mensajeros<br />

tuvieron que improvisar, porque solo a una mujer se le ocurriría preocuparse<br />

del aliento: ellos nunca habían olisqueado el aliento de Pelagio ni de<br />

nadie), de estatura alta para un montañés (en realidad, su estatura era más<br />

bien baja si se comparaba con la de un godo), músculos fuertes, dientes…<br />

No, no le faltaba ningún diente, el mensajero estaba casi seguro, y claro<br />

que eran blancos, todos los dientes son blancos.<br />

Según los mensajeros, Pelagio era valiente pero no brutal —Egilona se<br />

habría asombrado si hubiese imaginado lo que para un montañés significa<br />

ser brutal—, cantaba bien y tenía buena puntería con la jabalina (esto último<br />

no le importaba nada a Egilona). Respondiendo a sus preguntas, los<br />

mensajeros admitieron que Pelagio era amable, gentil, educado, dulce con<br />

las mujeres, amante de los niños… y todo aquello que Egilona quiso que<br />

dijeran, porque se dieron cuenta de lo que ella deseaba oír y supusieron,<br />

con acierto, que, si la satisfacían, recibirían algún silicua de plata de más<br />

como recompensa, o incluso un tremise de oro.<br />

Así pues, los dos se enamoraron en la distancia y esperaban con impaciencia<br />

el día de su matrimonio, cuando se conocerían en persona.<br />

Pelagio sabía, por la última carta recibida, que Egilona iba a residir en<br />

la corte unos años, para formarse y para conocer a los otros jóvenes nobles<br />

godos de ambos sexos que un día regirían los destinos de Spania.<br />

Hasta entonces, para él Toledo había sido un terreno vedado que significaba<br />

la muerte. Pero ahora, con la muerte de Vitiza, iría a Toledo, debía<br />

ir para defender la causa de los chindasvintanos y su propia causa.<br />

Toledo, la peligrosa capital del reino y del poder, y el lugar donde le esperaba<br />

Egilona y el amor.<br />

Con el optimismo propio de su juventud, Pelagio imaginó que el nuevo<br />

rey le devolvía el ducado de Cantabria y después se casaba con Egilona en<br />

una ceremonia celebrada en la catedral metropolitana de San Pedro y San<br />

Pablo, donde se coronan los reyes y matrimonian los duques. Por supuesto,<br />

habría dificultades. Pero todas serían vencidas y llegaría la felicidad.<br />

25<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 25 7/3/13 23:28:49


Ante tan esplendoroso futuro, uno llegaba a olvidar que el destino, o<br />

tal vez la Providencia, le había privado de una venganza a la que tenía derecho.<br />

Pero aún quedaban con vida los dos hermanos de Vitiza, el duque<br />

Sisberto y el arzobispo Oppas, que según su madre habían urdido el asesinato<br />

del duque Favila.<br />

Egilona…<br />

En la ciudad hispana de Évora, ducado de Lusitania<br />

—Mi señora, el señor conde me manda deciros que ha llegado una paloma<br />

mensajera de Toledo con una triste nueva: el rey ha muerto.<br />

La condesa de Brieva, esposa del conde de Évora, dejó caer al suelo el<br />

manto de lana que le estaba mostrando a Egilona, su única hija.<br />

—¿El rey Vitiza? ¿Cómo es posible, si era tan joven? ¿Ha sido asesinado?<br />

¿O tal vez envenenado?<br />

—Ignoro tales precisiones, mi señora, solo conozco aquello que el señor<br />

conde me ha ordenado transmitiros. —El sayón que había hablado miró el<br />

manto de lana que se arrebujaba a sus pies, dudando de si sería conveniente agacharse,<br />

tomarlo y devolvérselo a su dueña, o si tal acto se interpretaría como una<br />

familiaridad inaceptable. Decidió que lo más seguro era fingir no haberse apercibido<br />

del hecho—. Debo añadir que el señor conde me ha dicho que mañana<br />

partirá con sus fideles y bucelarios para encontrarse en Emérita 2 con nuestro<br />

duque y acompañarlo luego a Toledo para elegir un nuevo monarca.<br />

La condesa se sentó en una silla de cuero procurando que no se arrugasen<br />

ni su túnica ni su sobretúnica. Tener cuidado de que no se deshiciesen<br />

los pliegues del vestido se convertía en una segunda naturaleza para<br />

todas las damas nobles.<br />

Una sirvienta le alisó con la mano un doblez que no estaba situado<br />

exactamente donde debería, mientras que otra recogió del suelo el manto<br />

que la condesa había dejado caer.<br />

Con un gesto casi imperceptible de la mano, la condesa las despidió a<br />

ambas, junto con el sayón que había traído las nuevas, y mientras salían de<br />

la cámara, mordisqueó el extremo de la toca, algo que solo hacía a solas y<br />

cuando algo le preocupaba.<br />

Su hija Egilona permaneció en pie, respetando el mutismo de su madre.<br />

No pudo evitar pensar que mordisquear la toca era algo más propio<br />

2 Emérita Augusta: Mérida, capital de Lusitania.<br />

26<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 26 7/3/13 23:28:49


de una niña que de una mujer adulta, y no digamos de una condesa. Pero<br />

reprimió pronto este pensamiento pecaminoso, que infringía el precepto<br />

bíblico de honrar a los padres. Dios ordenaba respetar y obedecer a los<br />

padres, y todo buen cristiano debía acatar este mandato divino.<br />

Por fin, Egilona no pudo soportar más el silencio y habló:<br />

—Así pues, madre, tendré que aplazar mi viaje a Toledo —dijo, dejando<br />

pasear la mirada por los baúles a medio llenar con su ropa. La decepción<br />

se traslucía en su tono de voz, pues se había hecho muchas ilusiones<br />

con su presentación en la corte del rey.<br />

—¿Aplazarlo? Nada de eso. Acompañaremos a tu padre a la convocatoria<br />

del Senado.<br />

—¿No será peligroso?<br />

—¿Viajar por los caminos? ¿Qué puede pasarnos acompañados por<br />

los fideles y los bucelarios de tu padre?<br />

—Sabéis que no me refiero a eso, madre. Hablo de Toledo. Los hijos<br />

del rey Vitiza son muy jóvenes para heredar el trono y los chindasvintanos<br />

tratarán de hacer rey a uno de los suyos.<br />

Egilona, a pesar de su juventud, conocía bien la historia de los últimos<br />

tiempos aunque se le escapaban algunos detalles.<br />

Las luchas por el poder nunca tienen comienzo, ni tendrán fin; pero<br />

esta se había iniciado con la llegada de Chindasvinto al trono de Spania<br />

(o Hispania, si se prefiere hablar como los vencidos hispanorromanos),<br />

hacía unos sesenta años.<br />

Chindasvinto había depuesto al joven rey Tulga. A pesar de su avanzada<br />

edad, Chindasvinto —ya casi octogenario—, poseía una gran fortaleza<br />

y decidió que su usurpación sería la última y que la persona del rey sería, a<br />

partir de entonces, sagrada. Para asegurar el trono, mató o desterró a más<br />

de la mitad de la nobleza goda, y confiscó sus bienes.<br />

Los diez años del reinado de Chindasvinto fueron de paz, pero de una<br />

paz tan ominosa como el silencio de los cadalsos cuando el hacha se levanta<br />

y los espectadores contienen la respiración.<br />

Bajo su hijo Recesvinto, la Spania goda descansó. Fueron veinte años<br />

durante los cuales los nobles gobernaron, los sacerdotes oraron y el pueblo<br />

trabajó. Los exiliados volvieron a sus casas y les fueron devueltos cargos<br />

y honores.<br />

Pero tras la muerte de Recesvinto, la corona se escapó de las manos<br />

de los descendientes de Chindasvinto para depositarse sobre las<br />

27<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 27 7/3/13 23:28:49


sienes de Wamba. Y de nuevo comenzaron las sublevaciones y las<br />

conspiraciones.<br />

En una de estas conspiraciones Wamba perdió el trono. Fue narcotizado<br />

y los nobles, fingiendo creer que estaba moribundo, hicieron que se le<br />

suministrase la penitencia, sacramento que, como todo el mundo sabe, incapacita<br />

para reinar posteriormente. Al despertar Wamba, ya era un monje<br />

y había un nuevo rey: Ervigio.<br />

Al morir Ervigio, le sucedió Egica, esposo de su hija. Sin embargo,<br />

Egica odiaba a la familia de Ervigio (incluyendo a su propia esposa) y, en<br />

cuanto se apoderó del trono, les arrebató sus propiedades y privilegios. Su<br />

esposa terminó en un convento.<br />

Todos estos hechos provocaban una gran inseguridad y se multiplicaron<br />

las sublevaciones y los disturbios. Las epidemias y las plagas asolaban<br />

la tierra, haciendo que el pueblo suspirase por los tiempos del reinado de<br />

Chindasvinto y de su hijo, cuando por lo menos había paz.<br />

A Egica le sucedió su hijo Vitiza.<br />

Muchos godos estaban hartos del caos que suponían los cambios de<br />

reinado electivos y deseaban que la corona permaneciese dentro de una<br />

sola familia para evitar guerras civiles. Pero ¿en manos de qué familia?<br />

¿La de Egica y Vitiza o la de Chindasvinto?<br />

Porque a pesar de los años transcurridos, la familia de Chindasvinto<br />

seguía siendo la más poderosa de Spania: los treinta años de poder habían<br />

sido bien aprovechados. En particular, poseía el rico ducado de la Bética,<br />

bajo el mando del duque Roderico, nieto de Chindasvinto.<br />

En cambio, había otros nobles godos —entre los que se encontraba<br />

el propio clan de Egilona— que preferían que la realeza siguiese siendo<br />

electiva para conservar el poder de nombrar —y en su caso, destituir— a<br />

los reyes de Spania.<br />

En resumen, había tres partidos godos que se disputaban el poder: los chindasvintanos,<br />

los vitizanos (de la familia de Egica y Vitiza) y los nobiliarios.<br />

Naturalmente, esto era así a grandes rasgos, los que Egilona comprendía.<br />

Los partidos no eran monolíticos y un noble astuto podía sacar provecho<br />

de venderse —o más bien alquilarse— al mejor postor.<br />

Pero incluso Egilona, aun siendo joven, podía percibir que la prematura<br />

muerte de Vitiza, en plena juventud, suponía un golpe demoledor para<br />

el partido vitizano. Sus hijos eran demasiado niños para gobernar una nación<br />

tan turbulenta como la goda. ¿En quién recaería la corona, pues?<br />

28<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 28 7/3/13 23:28:49


El conde de Évora, obligado por su juramento de fidelidad, acompañaría<br />

a su señor, el duque de Lusitania, hasta Toledo para elegir un nuevo<br />

rey. Y llevarían cuantos soldados pudiese reunir para hacer valer su<br />

fuerza, ya fuesen guerreros leales a su familia, los fideles, o mercenarios<br />

contratados por una paga, los bucelarios. ¿Por quién se inclinaría el duque<br />

de Lusitania? Por lo que Egilona sabía, tanto el duque como su padre<br />

pertenecían al partido nobiliario. Pero si no les era posible imponer<br />

un candidato de su gusto, siempre podían obtener privilegios apoyando<br />

al ganador.<br />

De todas formas, Toledo iba a convertirse en una ciudad muy peligrosa.<br />

No comprendía cómo su madre insistía en que ella fuese allí.<br />

Antes de recibir la noticia de la muerte del rey, Egilona había soñado<br />

con participar en los bailes y fiestas de la corte, y en conocer a los jóvenes<br />

nobles que allí se educaban y al mismo tiempo eran rehenes del buen<br />

comportamiento de sus padres. Hasta que les habían interrumpido las<br />

nuevas de la muerte de Vitiza, su madre y ella habían estado eligiendo<br />

las mejores ropas y las más deslumbrantes joyas para su presentación en<br />

la corte. Y se había mostrado encantada de salir de la provinciana ciudad<br />

de Évora, donde había nacido y vivido hasta entonces. Pero ir a la capital<br />

cuando se anunciaba una guerra civil…<br />

—Madre, ¿no será peligroso que vos y yo nos encaminemos hacia<br />

Toledo en estas circunstancias?<br />

Egilona se mordió los labios apenas pronunció estas palabras. A su<br />

madre le molestaba mucho que la acosasen y, si no había respondido la<br />

primera vez, alguna razón tendría. En otras ocasiones, esto habría supuesto<br />

una azotaina; pero su madre estaba demasiado abstraída y respondió,<br />

como lejana:<br />

— ¿Peligro? ¿Qué peligro va a haber para la hija del conde de Évora y<br />

la condesa de Brieva? ¡No seas cobarde!<br />

Egilona bajó los ojos, avergonzada.<br />

Su madre se apiadó de ella y decidió explicarle, aunque solo en parte,<br />

las razones por las que debían ir a Toledo:<br />

—Hija mía, como bien sabes, estás prometida a Pelagio, hijo del duque<br />

Favila. Un matrimonio que no era de nuestro agrado, en absoluto, y que intentábamos<br />

posponer por todos los medios.<br />

Egilona asintió. Ella sí quería casarse con Pelagio, el mejor hombre del<br />

mundo; pero su opinión no contaba.<br />

29<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 29 7/3/13 23:28:49


Su madre fingió no darse cuenta de la contrariedad de su hija. Ya decía<br />

ella que de aquellas cartas no podía salir nada bueno; pero no había forma<br />

de evitarlas. ¡Amarse antes de casarse! ¡Qué ridículo! Ella respetaba a<br />

su esposo, y le era fiel, y le obedecía en lo posible, y yacía con él cuando<br />

intentaban tener más hijos o incluso en las ocasiones, por fortuna cada<br />

vez más raras, en que él no podía calmar su concupiscencia con criadas y<br />

sirvientas. ¿Pero amarlo? Ella no conocía a ninguna esposa que amase a<br />

su propio marido.<br />

—Pues bien, esta es nuestra oportunidad para deshacer este compromiso<br />

nefasto.<br />

Egilona guardó silencio, hasta que se vio forzada a decir:<br />

—Como deseéis, madre.<br />

Satisfecha, la condesa de Brieva prosiguió:<br />

—En Toledo puede pasar cualquier cosa. Tal vez los del partido nobiliario<br />

consigamos imponer un rey que no pertenezca a la familia de<br />

Chindasvinto ni a la de Vitiza. Entonces, con un rey de nuestro bando<br />

será fácil romper ese compromiso tan perjudicial para nuestra familia.<br />

»Aunque el partido nobiliario no lograra imponerse, podremos vender<br />

caro nuestro apoyo a los chindasvintanos o a los vitizanos. Y una de nuestras<br />

condiciones, quien quiera que sea quien reine, será romper el compromiso.<br />

Tu padre me lo ha prometido y ya sabes que tu padre, después de<br />

los duques de Lusitania, Gallaecia y Septimania, es uno de los principales<br />

soportes del partido nobiliario: justo será que le recompensen.<br />

—¿Y con quién se casará Pelagio? —preguntó Egilona. Desposarse ella<br />

con otro hombre, le parecía una tragedia como aquellas que, dicen, escribían<br />

los griegos ¿o eran los romanos? Aunque sabía leer y escribir, ella no<br />

había recibido una pecaminosa educación pagana y a veces lo lamentaba.<br />

Pero con educación pagana o sin ella, imaginarse a Pelagio casado con otra<br />

mujer le resultaba, simplemente, insoportable.<br />

—¿Y a ti qué te importa? —replicó su madre con tono desabrido.<br />

Luego se arrepintió de ser tan áspera con su hija. La pobre niña no tenía la<br />

culpa, la culpa la tenían aquellas malditas cartas, o el lujurioso rey Vitiza,<br />

que había cometido aquel crimen para ayuntarse con la bella Luz Vítula<br />

(¿Seguiría siendo tan hermosa, después de diez años en las montañas? Le<br />

gustaría saberlo).<br />

—Hija, cuando conozcas a los más hermosos y ricos nobles de la corte,<br />

olvidarás a ese Pelagio, heredero de un ducado que nunca poseerá. En la<br />

30<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 30 7/3/13 23:28:50


corte hay música, y diversiones, y bailes, y vestirás bellos vestidos, y lucirás<br />

deslumbrantes joyas… ¿Crees que hay de todo eso en el salvaje norte?<br />

—¡Pero yo le quiero!<br />

Como Egilona lo dijo llorando, sin asomo de rebeldía, la condesa<br />

de Brieva abrió los brazos y la acogió, a pesar de que eso arrugaría su<br />

sobretúnica.<br />

—Vamos, vamos, mi pequeña. Pronto olvidarás este capricho de juventud.<br />

Recuerda que eres noble, y goda, y que te debes a tu familia y a tu<br />

clan. Eres la heredera del condado de Évora, así es que acalla los lamentos<br />

de tu inexperto corazón. Cuando seas mujer, me lo agradecerás. Para una<br />

mujer, no hay peor desgracia que amar.<br />

—¡Soy tan desdichada! ¿Vos me entendéis, madre? ¿Habéis amado alguna<br />

vez?<br />

Un recuerdo trató de insinuarse en la memoria de la condesa de Brieva,<br />

recuerdo que chocó con la firme coraza de su voluntad.<br />

—Nunca, gracias a Dios —mintió—. Y ahora, querida hija, dejemos<br />

las lágrimas para otro momento, porque solo tenemos el día de hoy para<br />

preparar la ropa y las joyas que necesitarás durante tu estancia en Toledo.<br />

He decidido que llevarás mi collar para tu presentación en la corte.<br />

—¿Vuestro collar de oro, ópalo y ágatas? —A Egilona le encantaban<br />

los collares.<br />

—¿Cuál si no? Ya sé, es mi mejor joya, pero tú eres mi única hija y<br />

has de deslumbrar a la corte con adornos dignos de una reina. Ahora hemos<br />

de buscar una sobretúnica con un color que armonice con el collar.<br />

Yo creo que esta… O tal vez… Ven, Egilona, ayúdame a encontrar algo<br />

adecuado.<br />

Egilona se enjugó las lágrimas y se entregó a la consoladora tarea de<br />

probarse ropas y joyas. El dolor quedó, por el momento, relegado.<br />

La condesa de Brieva sonrió ante el éxito de su artimaña.<br />

Su hija debía olvidar a Pelagio, ese desharrapado heredero de nada, ese<br />

montañés salvaje, ese seductor sobre el pergamino.<br />

Porque desde que había recibido la noticia de la muerte de Vitiza, en<br />

su mente había empezado a fraguar un plan para que Egilona se casase<br />

con el duque más poderoso de Spania: Roderico, duque de Bética, nieto<br />

de Chindasvinto.<br />

Así, su hija no sería solo duquesa, sino reina. Si su intuición política no<br />

le engañaba, y no solía hacerlo, el partido nobiliario, tras algunas dudas,<br />

31<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 31 7/3/13 23:28:50


apoyaría al chindasvintano para evitar que se consolidase la dinastía de<br />

Vitiza, y Roderico sería rey. Aquel apoyo tendría un precio: un matrimonio<br />

que sellase el pacto entre los dos partidos. Egilona, reina de los godos<br />

y de los hispanos, regina gothorum et hispanorum. Sonaba bien.<br />

—¿Qué os parecen estos pendientes, madre? ¿Conjuntan con el<br />

collar?<br />

—¿Cómo? ¡Ah, sí, desde luego! Estarás preciosa con ellos. Mira, si vistes<br />

este estrinjo, quedará muy bien con el collar y los pendientes. Y con<br />

este amículo sobre los hombros irás muy elegante y, además, no pasarás<br />

frío en otoño.<br />

«Vamos, Roderico, toma la corona y haz reina a mi hija —pensó la<br />

condesa de Brieva—. ¿A qué estás esperando?»<br />

En Hispalis (Sevilla), a orillas de río Betis. Palacio del duque de la Bética<br />

Los exploradores de Roderico le habían informado con precisión<br />

del desembarco de aquella partida de saqueo proveniente del África<br />

Tingitana.<br />

—Así pues, los comanda un tal Tarif ben Malluk y son unos cien jinetes<br />

y unos quinientos infantes —resumió Roderico.<br />

Roderico, duque de la Bética, se hallaba reunido en un consejo de guerra<br />

con la mayoría de sus condes (faltaban algunos, declarados vitizanos,<br />

que con distintas excusas se negaban a servir a un chindasvintano).<br />

—Siendo así, no entiendo por qué hemos esperado a reunir casi veinte<br />

mil soldados —masculló Fredegar, conde de Corduba—. Es muy caro<br />

mantener tantas bocas, por no hablar de lo que hay que pagarles. Total,<br />

para aplastar a menos de mil mauros desharrapados…<br />

Roderico suspiró con paciencia. Fredegar no había luchado en las guerras<br />

vasconas o tingitanas, y pensaba que las batallas se libraban chocando<br />

dos ejércitos entre sí y venciendo el más fuerte.<br />

—Sería más fácil combatir contra godos como nosotros. ¿Sabes qué es<br />

esto? —dijo Roderico, dándole unos golpecitos al pecho de Fredegar.<br />

—Claro, una loriga —Fredegar, como los demás condes, iba vestido<br />

con cota de malla de la cabeza a los pies, a pesar de que se hallaban seguros<br />

dentro de las murallas de Hispalis a más de cien millas del mauro<br />

más cercano.<br />

—Pues bien, los mauros no las llevan.<br />

32<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 32 7/3/13 23:28:50


Fredegar y otros condes inexpertos sonrieron.<br />

—¿Que no llevan lorigas? Entonces aún será más fácil derrotarlos.<br />

—Si luchasen como se debe, sí. Pero ellos se niegan a chocar frontalmente,<br />

como los ejércitos godos, francos o bizantinos en vez de pelear<br />

frente a frente hasta que uno de los contendientes es derrotado,<br />

ellos atacan y se retiran como si fuesen tábanos. Los soldados —nuestros<br />

soldados, en este caso— pesadamente armados tratarán de perseguirlos<br />

y, bajo el peso de sus armaduras y sus escudos, se agotarán.<br />

Y cuando no puedan más y desfallezcan de sed, entonces es cuando<br />

los mauros atacarán de verdad… y vencerán. ¡Eso no nos ha de pasar<br />

a nosotros!<br />

El conde de Corduba y algunos condes jóvenes mostraron su escepticismo<br />

en sus rostros, si no en sus palabras. Roderico insistió:<br />

—Los bizantinos son viejos enemigos nuestros, todos recordaréis lo<br />

que nos contaban nuestros abuelos sobre ellos y sus catafractos, esos jinetes<br />

cubiertos tanto ellos como sus monturas por cotas de malla impenetrables.<br />

Y, sin embargo, han perdido toda el África y el oriente ante esos<br />

hijos del desierto.<br />

—También vencimos nosotros a los bizantinos… —gruñó uno de los<br />

condes.<br />

—Los expulsamos de Spania, pero no destruimos su Imperio —precisó<br />

el conde de Astigi 3 , que siempre solía apoyar la opinión de Roderico<br />

en asuntos militares. Había luchado junto a él en las guerras vasconas<br />

y en la Tingitania 4 , y sentía un saludable respeto por su intuición a la<br />

hora de enfrentarse al enemigo—. En cambio, esos nómadas han conquistado<br />

Siria, Egipto y Cartago. Y, debo recordar, nos han arrebatado<br />

la Tingitania.<br />

Todos guardaron silencio ante la mención de la Tingitania.<br />

—Bueno, en realidad no era nuestra. Nos la ofreció el conde Juliano,<br />

el gobernador bizantino, cuando cayó Cartago y se hizo evidente que el<br />

Imperio ya no podía apoyarle. Pero aunque la aceptamos, nunca la llegamos<br />

a poseer, porque enviar fuera de Spania al ejército real es demasiado<br />

peligroso para cualquier rey godo, que se arriesga a ver su trono<br />

usurpado —Fredegar, conde de Corduba, rompió el incómodo silencio—.<br />

Por cierto, ¿por qué no está aquí el conde Juliano?<br />

3 Écija.<br />

4 Región de Tánger.<br />

33<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 33 7/3/13 23:28:50


—Ha enviado una carta excusándose. Dada la delicada situación de<br />

Septem 5 , prefiere seguir custodiando la ciudad, a pesar de que ha llegado<br />

a un acuerdo de paz con Musa, el gobernador musulmán de África —explicó<br />

Roderico.<br />

—Juliano es un traidor, un vitizano y un bizantino. ¡Ni siquiera es un<br />

godo como nosotros! —protestó el conde de Gadir 6 .<br />

Como estaban acostumbrados a los exabruptos del conde de Gadir, un<br />

anciano malhumorado de casi cincuenta años, no le hicieron mucho caso,<br />

aunque tenía razón en lo que había dicho y todos lo sabían.<br />

—¿Y el conde de la flota del estrecho Tartesio, ¿dónde está? —preguntó<br />

Fredegar—. ¿Cómo ha dejado pasar los barcos de ese tal Tarif sin<br />

hundirlos?<br />

—Otro vitizano, ¡os lo digo yo! —volvió a gritar el conde de Gadir—.<br />

¿Y ese está vigilando nuestras costas?<br />

—El conde de la flota se encuentra defendiendo las comunicaciones<br />

con Septem —lo defendió Roderico—. Y el desembarco de Tarif ha ocurrido<br />

en el lado occidental del estrecho.<br />

En realidad, Roderico sospechaba que el conde de la flota, de simpatías<br />

vitizanas, había permitido la incursión de Tarif para perjudicar su<br />

prestigio y su economía con el saqueo del ducado de la Bética; pero como<br />

no tenía pruebas, era mejor simular que creía en su lealtad. Algún día lo<br />

mataría por su traición; hasta entonces, fingiría ser un ingenuo.<br />

—Dejemos en paz a los ausentes y concentrémonos en la estrategia<br />

que seguiremos para aplastar a los seiscientos hombres de Tarif —prosiguió<br />

Roderico, aunque él, personalmente, había tomado buena nota de<br />

los condes que faltaban y, en su momento, les haría pagar cara su deserción—.<br />

Tenemos veinte mil soldados: creo que serán suficientes.<br />

—¡Cómo no van a ser suficientes contra seiscientos mauros! —lo interrumpió<br />

Fredegar, conde de Corduba. Estaba furioso por aquel derroche<br />

de dinero. Además, reunir los veinte mil soldados había costado casi un<br />

mes, durante el cual los mauros habían saqueado la Bética a placer.<br />

—Suficientes no para vencerlos. ¡Para atraparlos! —matizó Roderico—.<br />

Sus caballos son más rápidos que los nuestros, aunque menos corpulentos;<br />

y sus infantes no llevan armaduras ni grandes escudos. Podría haber<br />

mandado dos o tres mil soldados tras ellos, y habernos pasado varios<br />

5 Ceuta.<br />

6 Cádiz.<br />

34<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 34 7/3/13 23:28:50


meses corriendo tras los bereberes sin alcanzarlos, ¡pero yo no soy tan<br />

estúpido!<br />

Fredegar enrojeció, pero calló.<br />

—Formaremos tres grupos: ala izquierda, centro y ala derecha. La infantería<br />

del centro avanzará empujando al enemigo, mientras las alas impiden<br />

que escape. La caballería, de reserva, por si intentan romper nuestra<br />

línea.<br />

—Y para perseguir a los enemigos cuando huyan, claro —Fredegar<br />

trató de restaurar su prestigio ante los demás condes.<br />

Roderico decidió que Fredegar se quedaría en Hispalis. Si le daba algún<br />

mando, aquel idiota llevaría al ejército al desastre.<br />

—Huirán, pero no los perseguiremos. Escuchadme bien: no romperemos<br />

nuestra formación por ningún motivo. Ese es un viejo truco de la<br />

caballería ligera: simular un ataque, fingir una huida y conducir así a los<br />

perseguidores hasta una emboscada. ¡No! Seguiremos avanzando al paso,<br />

en buen orden, sin agotarnos ni desorganizar las filas.<br />

Fredegar gruñó algo como que aquella forma de luchar no comportaba<br />

gloria ni honor, pero como no lo dijo claramente, Roderico fingió no<br />

haberlo oído:<br />

—Tarde o temprano, terminaremos arrinconando a los mauros contra<br />

un río, contra un precipicio o, en todo caso, contra el mar. Entonces,<br />

cuando no puedan huir a ninguna parte, los aplastaremos gracias a nuestras<br />

armas y corazas. ¿Lo habéis entendido?<br />

Todos afirmaron, sin demasiado entusiasmo. Fredegar tenía razón:<br />

aquella era una manera de luchar carente de honor y de gloria.<br />

Roderico intuyó lo que pensaban:<br />

—Si alguno lanza una carga sin recibir órdenes, ¡por Jesucristo que lo<br />

castraré con un cuchillo mellado!<br />

En eso, llegó el encargado de las palomas mensajeras, que, jadeante,<br />

atravesó las puertas sin pedir permiso:<br />

—Mi señor Roderico…<br />

—¿Qué quieres? ¿No puedes esperar a que terminemos el consejo?<br />

—Roderico estaba de mal humor, disgustado por la estupidez de sus<br />

condes.<br />

—Mi señor Roderico, noticias de Toledo. ¡Noticias importantísimas!<br />

—¡Dilas pues, maldición!<br />

—¡El rey Vitiza ha muerto!<br />

35<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 35 7/3/13 23:28:50


Todos se levantaron de sus asientos, como propulsados por una catapulta.<br />

Algunos, en un movimiento instintivo, incluso llevaron las manos<br />

a las empuñaduras de sus espadas.<br />

—¡Por Dios! ¿Cómo ha muerto ese cerdo? ¿Alguien lo ha asesinado?<br />

¿O ha sido alguno de los muchos maridos ultrajados en su honor conyugal?<br />

¿O por fin le ha alcanzado la justicia divina? ¡Responde de una vez,<br />

no balbucees, maldita sea tu perra madre!<br />

—Mi señor… se dice que su muerte ha sido natural, a pesar de tener<br />

poco más de treinta años. Al principio parecía una simple indisposición<br />

por haber comido demasiado en un banquete, pero empezó a vomitar bilis<br />

hasta que murió.<br />

—¡Sufrió poco para lo que merecía! —gruñó Roderico— .¿Hace cuánto<br />

le entregó su alma al diablo, ese perro?<br />

—Un día o dos, tal vez un poco menos. Lo que le haya costado a la<br />

paloma mensajera llegar hasta aquí desde Toledo.<br />

Roderico no daba crédito a su suerte. Iba a elegirse un nuevo rey en<br />

Toledo ¡justo cuando él disponía de veinte mil soldados listos para partir<br />

a la guerra! Los otros duques necesitarían un tiempo para reunir a sus<br />

condes con sus comitivas, y en todo caso ninguno llevaría a más de mil<br />

hombres de armas e incluso para reunir tan menguada hueste necesitarían<br />

algunos días. Él pensaba aprovechar aquellos pocos días de plazo para<br />

adueñarse de la capital y del trono.<br />

—¡Partimos mañana al amanecer! ¡Hacia el norte!<br />

Sus condes lo miraron asombrados.<br />

—Sí, vamos a apoderarnos del reino.<br />

—Pero, señor, ¿qué hacemos con Tarif y sus mauros bereberes?<br />

—Que saqueen cuanto quieran y que luego se vuelvan al África, a vivir<br />

en sus jaimas disfrutando de su mal ganada opulencia. ¿Por qué habríamos<br />

de preocuparnos de unos miserables, cuando podemos poseer Spania?<br />

El conde de Astigi, excepcionalmente, se atrevió a contradecir a su<br />

señor.<br />

—¿No se animarán así los mauros a enviar más expediciones de saqueo?<br />

La impunidad del crimen fomenta el delito.<br />

—Cuando sea rey, me ocuparé de eso. Tenéis razón, conde de Astigi,<br />

pues esta decisión conllevará arduos trabajos en el futuro. Pero no puedo<br />

dividir mis fuerzas, sería llamar al desastre; tengo que elegir: o castigar a<br />

unos saqueadores, o ser rey. Y elijo ser rey.<br />

36<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 36 7/3/13 23:28:50


—Sí, mi señor, tenéis razón.<br />

—Así pues, mañana saldremos hacia Toledo y hacia la gloria.<br />

Roderico se atusó la barba con una sonrisa, mientras sus condes lo vitoreaban.<br />

No había nada que el duque de Tarraco, Sisberto, el hermano de<br />

ese perro de Vitiza, pudiese hacer.<br />

Palacio ducal de Tarraco<br />

—Mi señor duque, lamento deciros que… ha llegado una paloma<br />

mensajera con una infausta nueva: vuestro hermano ha muerto.<br />

—¡No es posible!<br />

—Por desgracia, así es, mi señor. Dios lo ha querido así.<br />

—¿Cómo ha sido? ¿Un asesino de los chindasvintanos?<br />

—No, mi señor. Su médico judío dice que se le hizo un vólvulo en<br />

el intestino: ninguna ciencia humana pudo salvarlo. Murió vomitando<br />

bilis.<br />

—¿Le administraron la penitencia?<br />

—No, mi señor. El mensaje de la paloma es forzosamente breve, pero,<br />

al parecer, hasta el último momento se abrigó la esperanza de que sucediese<br />

un milagro. Lo acompañaron en su lecho las más preciadas reliquias<br />

de santos, e incluso trajeron de la catedral el fragmento de la Vera Cruz<br />

que allí se custodia. Vos sabéis que, desde lo sucedido con el rey Wamba,<br />

ningún prelado quiere arriesgarse a penitenciar a un rey, para no ser acusado<br />

de conspiración si luego se recupera.<br />

«Así pues, mi hermano yace en el infierno por sus muchos pecados.<br />

¡Para siempre! —pensó el duque Sisberto—. ¡Desdichado! ¡Maldito sea<br />

Ervigio, que por apoderarse del trono ensució de tal manera el sacramento<br />

de la penitencia! ¡Mejor hubiera sido envenenar a Wamba, como manda<br />

la tradición!».<br />

El duque Sisberto decidió encargar tres años de misas diarias por el<br />

alma de su hermano. Dudaba de que esto fuese suficiente.<br />

Pero había que pensar en los vivos. Ahora él era tutor de los tres huérfanos<br />

de su hermano: Akhila, Olmundo y Ardabasto. Su deber era cuidarlos<br />

y protegerlos, y custodiar el trono para ellos.<br />

Por desgracia, el partido vitizano no era lo suficientemente fuerte<br />

como para imponer a un niño como rey de los godos y de los hispanos.<br />

Aquello estaba demasiado alejado de las tradiciones. No solo se opondría<br />

37<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 37 7/3/13 23:28:50


el partido chindasvintano, sino también el partido nobiliario y los nobles<br />

que dudaban a qué bando apoyar. ¡Maldita sea! Hermano, ¿por qué te has<br />

muerto tan joven?<br />

No entendía cómo alguien podía mirar con nostalgia la época de<br />

Chindasvinto, un tirano envejecido y sanguinario. Sí, había terminado<br />

con las guerras civiles y las sublevaciones durante una generación, pero a<br />

costa de aniquilar a familias enteras de los godos. Un precio demasiado<br />

alto para cualquier persona razonable.<br />

Ahora, tras la muerte de Vitiza, la única oportunidad de los vitizanos<br />

estribaba en conseguir el apoyo de la Iglesia. La Iglesia odiaba las guerras<br />

civiles y revueltas que acaecían tras las elecciones de un nuevo rey, y trataba<br />

de imponer el principio hereditario de la corona.<br />

Por desgracia, su hermano Vitiza se había enemistado con la Iglesia<br />

al negarse a aplicar las leyes antijudías de Egica. Él había discutido con<br />

su hermano sobre la prudencia de enfrentarse a la Iglesia. No se podían<br />

desobedecer impunemente los mandatos de los x v i i y xviii Concilios de<br />

Toledo.<br />

Pero Vitiza consideraba estúpido esclavizar al pueblo judío, privarles<br />

de sus bienes y de su capacidad de comerciar. Los judíos constituían una<br />

fuente importante de ingresos para el reino y si se les exterminaba, como<br />

deseaba la Iglesia, Spania se arruinaría.<br />

Ahora, como represalia, la Iglesia respaldaría las pretensiones de los<br />

chindasvintanos. ¡Oh, sí, fingiría dudar, para obtener aún más concesiones<br />

y privilegios, pero finalmente los apoyaría!<br />

Y el partido nobiliario, evidentemente, también se pondría de parte de<br />

los chindasvintanos. Apoyar a los legítimos herederos del trono era contrario,<br />

por principio, a los intereses del partido nobiliario, que defendía el<br />

caos de la monarquía electiva. Sin duda, exigirían que una de sus herederas<br />

se casase con el maldito Roderico, duque de la Bética y, si Dios no lo<br />

remediaba, próximo rey de los godos y de los hispanos.<br />

Sin embargo, si llegaba a tiempo a Toledo, quizá lograse poner de su<br />

parte a los nobles palatinos del Aula Regia. Y entonces, tal vez consiguiese<br />

defender con éxito los derechos de su sobrino.<br />

Su sobrino Akhila, y no Roderico, tenía que ser el próximo rey. Era<br />

de justicia.<br />

—¡Preparad a todos los soldados disponibles! —ordenó Sisberto—.<br />

¡Partimos mañana!<br />

38<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 38 7/3/13 23:28:50


—Señor, en la guarnición de Tarraco solo hay unos cientos de hombres.<br />

¿No sería más prudente convocar a vuestros condes y fideles, y contratar a<br />

más bucelarios? —objetó el conde de Dertosa 7 , que por un azar se encontraba<br />

en el palacio ducal solicitando el permiso de su señor para la boda de una de<br />

sus hijas—. Si me concedéis una semana, podría aportar mil soldados.<br />

—¡No hay tiempo! Conde, delego en vos la tarea de reunir a los míos<br />

en diez o quince días. Mientras tanto, yo debo partir hacia Toledo con<br />

los hombres que tengo ahora. Quien llegue primero a la capital, obtendrá<br />

una ventaja inestimable, e Hispalis está mucho más cerca de Toledo que<br />

Tarraco. Pero, por el amor de Dios, no os demoréis: antes prefiero un día<br />

que quinientos soldados. ¿Habéis comprendido?<br />

—Sí, mi señor. No dejo de estar intranquilo por vos. El duque Roderico…<br />

—Él también tendrá que perder tiempo reuniendo soldados y eso me<br />

concede una oportunidad. Por eso os digo: ¡apresuraos! El destino del reino<br />

recae sobre vuestras espaldas.<br />

—No os defraudaré, señor. Y ahora, si me lo permitís, voy a dar órdenes<br />

para que los mensajeros partan hacia todos los condados.<br />

—Muy bien. Así veremos quién nos es fiel y quién, en el fondo de su<br />

corazón, es un maldito chindasvintano.<br />

Cuando el conde de Dertosa salió de la estancia pisando con fuerza,<br />

Sisberto miró por la ventana. Como el día era templado, los sirvientes habían<br />

retirado el pergamino que normalmente la tapaba y Sisberto pudo<br />

mirar al exterior, hacia el mar.<br />

Aquella era una visión que le agradaba y serenaba sus ánimos. Pero<br />

esta vez experimentó un oscuro presentimiento, como si un ominoso destino<br />

le aguardase.<br />

Se pasó la mano por la frente para desechar tan desasosegante premonición<br />

y él también salió de la estancia para preparar su partida. El peligro<br />

estaba en Toledo, no más allá del mar, se dijo. En Toledo esperaba el<br />

poder y, en cambio, más allá del mar no había nada.<br />

Mezquita de Tingir, capital de Al-Magrib, la tierra del Poniente,<br />

antes conocida como la Tingitania<br />

Tariq ibn Ziyad, walí de Tingir, segundo al mando de Al-Magrib, se hallaba<br />

postrado hacia la Meca, rezando la azalá del dhuhr. A pesar de las preocupaciones<br />

7 Tortosa.<br />

39<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 39 7/3/13 23:28:51


de su cargo, se sentía en paz consigo mismo, pues su voluntad estaba conforme<br />

con la divina para todo.<br />

Entonces, le vino a la mente una aleya del Sagrado Corán: «Los infieles<br />

dicen: “La hora no nos llegará”. Di: “¡Claro que sí! ¡Por mi Señor, el<br />

Conocedor de lo oculto, que ha de llegaros!”». Como Tariq no sabía qué<br />

podía significar aquella inspiración, volvió a sus piadosas oraciones. Sin<br />

duda, en su momento, Alah, el Omnisapiente, le revelaría Su voluntad. Y<br />

Su voluntad se cumpliría en el cielo y en la tierra. Él, Tariq ibn Ziyad, solo<br />

existía para servirla.<br />

40<br />

DesembarcoMaquetacion.indd 40 7/3/13 23:28:51

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!