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—Madre, ¿me oís? ¿Me dais vuestro permiso para que vaya a Toledo?<br />

—Disculpa, meditaba acerca de lo más conveniente para nuestra familia.<br />

Marcha a Toledo con mi bendición, hijo de mi vientre, y que Dios<br />

te proteja y te devuelva tu herencia y tu honor. Ya que no puedes matar<br />

a Vitiza, mata a sus dos cómplices: sus hermanos, el duque Sisberto de la<br />

Tarraconense y el arzobispo Oppas de Hispalis. Pero, te lo advierto, son<br />

como escorpiones, mátalos sin escucharlos, pues si atiendes sus retorcidas<br />

palabras, verterán veneno en tus oídos y nublarán tu juicio. Y recuerda<br />

siempre que en Toledo nada es lo que parece y nada parece lo que es. El<br />

Palacio Real es un nido de víboras.<br />

—Tenéis mi promesa, madre. Como Orestes, llevaré a cabo mi venganza<br />

contra los asesinos de mi padre.<br />

Luz Vítula también poseía una educación clásica y se sobresaltó:<br />

—¿Por qué mencionas a Orestes?<br />

—Porque mató a quienes asesinaron a su padre Agamenón: Egisto y<br />

Clitemnestra. Ya conocéis la historia, madre.<br />

—Sí, y no es del agrado de ninguna mujer, pues Clitemnestra era la<br />

madre de Orestes. Ningún hijo ha de matar a su madre si no quiere atraer<br />

sobre sí la maldición de Dios y de los hombres. Hubiera preferido que empleases<br />

otro ejemplo.<br />

—Disculpad, madre, fue el primer nombre que acudió a mi mente, ignoro<br />

por qué motivo. Ha sido una elección desafortunada.<br />

—¿Podré ir yo también a Toledo?<br />

Había hablado su hermana Adosinda, una jovencita de dieciséis años.<br />

Vestía una doble túnica de colores armoniosos —su madre le había ayudado<br />

a conjuntarlos, tras no pocas discusiones—, de elegantes recamos y<br />

bordados, pero de pliegues que habían pasado de moda hacía diez años,<br />

cuando se vieron obligados a refugiarse en las montañas. Dos cinturones,<br />

uno bajo el pecho y otro en la cintura, realzaban su silueta. Su cabello iba<br />

cubierto por un mavorte, como manda la decencia; pero de forma un tanto<br />

coqueta —y, a decir de su madre, escandalosa— aquella toca dejaba escapar<br />

aquí y allá algunos tirabuzones.<br />

Adosinda quería ir a Toledo, la capital del reino, y educarse con las<br />

otras jóvenes nobles, y conocer a los herederos de ducados y condados,<br />

y bailar con hermosos muchachos —a ser posible, que no tuviesen muchas<br />

marcas de viruela—, y no tener que vestir las viejas ropas de su madre,<br />

y…<br />

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