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para la venganza y la sangre que el Dios de los cristianos, siempre dispuesto<br />
a perdonar.<br />
—¡Que Lucobus y Epona, dioses de la guerra, destruyan su descendencia!<br />
¡Que Ojáncanu devore su alma! ¡Que la Señora Cantabria pudra<br />
sus vísceras!<br />
Estaba furioso, porque alguien —humano o divinidad— le había arrebatado<br />
una venganza que consideraba, con toda justicia, suya.<br />
Pelagio tomó su lanza y salió corriendo hacia Causegadia. Sus hombres<br />
dudaron unos instantes, resistiéndose a abandonar la presa, y luego<br />
corrieron tras Pelagio, su Pelagio.<br />
Aunque el joven era ágil y al principio les sacó ventaja, ellos supieron<br />
dosificar sus fuerzas y lo alcanzaron una milla antes de las puertas de la<br />
ciudad.<br />
En las praderas junto a las murallas se habían preparado mesas para<br />
celebrar un banquete con el que todos celebrasen la muerte del oso o, si<br />
así lo querían los dioses, la muerte del joven Pelagio. Pero las gentes de<br />
Causegadia, conocedoras del fallecimiento del rey Vitiza, habían dejado<br />
vacías las mesas y formaban corros hablando entre sí con preocupados susurros,<br />
pues esta muerte era presagio de muchas otras.<br />
Una niña, Gaudiosa, la hija del comerciante de caballos, ignorante de<br />
la gravedad de los hechos, intentó entregarle a Pelagio una guirnalda de flores<br />
silvestres; pero Pelagio la apartó sin ni siquiera mirarla y las flores cayeron<br />
al suelo y fueron pisoteadas.<br />
Luz Vítula estaba en sus pobres aposentos sollozando y su hijo la abrazó.<br />
—¡Madre! ¡Madre!<br />
—¡Vitiza ha muerto! ¡Ha muerto! —Luz Vítula estaba desconsolada.<br />
Los dos lloraban. Pelagio se dio cuenta de que ya nunca se restauraría<br />
el honor de su familia. La violación no sería lavada con sangre y la vergüenza<br />
los acompañaría por siempre.<br />
Cuando las lágrimas se les secaron —por el momento, porque volverían<br />
a brotar en el silencio y la soledad de la noche—, Pelagio dijo:<br />
—He de ir a Toledo, para exigir mi herencia al nuevo rey.<br />
Luz Vítula se estremeció:<br />
—¡Es demasiado peligroso! Los vitizanos eran enemigos de tu padre.<br />
¡En cuanto salgas de las montañas te matarán!<br />
—Madre, no puedo permanecer escondido toda la vida, como un conejo<br />
asustado que no se atreve a salir de su madriguera. Debo afrontar mi<br />
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