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En resumen, Adosinda estaba harta de las hostiles montañas y de los<br />

rudos montañeses, llenos de piojos y pulgas, que apenas balbuceaban el<br />

latín cuando no tenían más remedio que abandonar su lengua materna y<br />

que se vestían con malolientes pieles en lugar de con telas. Su madre, inútilmente,<br />

le repetía que aquellas montañas no les cercaban, sino que les<br />

protegían; y que aquellos montañeses eran lo único que se interponía entre<br />

ellas y un destino mortal. Luz Vítula no era convincente porque ella<br />

misma también deseaba abandonar Causegadia y su pobreza.<br />

—No, hermanita —negó Pelagio, con una sonrisa. En cierta forma,<br />

envidiaba la inconsciencia de su hermana pequeña. Sobre ella no recaía el<br />

peso de la venganza, una venganza que lo había acompañado a él desde la<br />

infancia y que ahora, con la muerte de Vitiza, se revelaba imposible—. Si<br />

el nuevo rey es un vitizano, tal vez yo tenga que salir huyendo.<br />

Adosinda hizo un mohín y protestó débilmente:<br />

—Pero pronto voy a cumplir dieciséis años y es tiempo de que me<br />

case. ¿Y con quién voy a matrimoniar, si sigo viviendo aquí? ¿Con alguno<br />

de los jefes de tribu, que gobiernan sobre pastores y cabras?<br />

—Adosinda, te prometo que cuando yo sea duque de Cantabria, como<br />

me corresponde, te buscaré un esposo joven, guapo y heredero de un gran<br />

condado… incluso, tal vez, un ducado.<br />

Luz Vítula miró a sus hijos, y pensó que tal vez se había equivocado<br />

al educar a Adosinda. Cuando murió el duque Favila, Adosinda apenas<br />

tenía cinco años. Y ella, como madre, se había jurado que su hija no sufriría<br />

como sufría ella. Por eso, la había criado como si aún viviesen en<br />

un palacio ducal, donde cada capricho es satisfecho al instante, en vez de<br />

ser refugiados en una casa con techado de paja de centeno. La venganza<br />

correspondía a Pelagio, el hijo varón; Adosinda, en cambio, debía ser<br />

feliz, ya que ni su madre ni su hermano podrían serlo jamás. Algún día,<br />

Adosinda volvería a vivir en un palacio, se había jurado Luz Vítula.<br />

—¿Me traerás algo de Toledo? —se consoló Adosinda—. La ropa se<br />

me cae a pedazos de puro vieja.<br />

Pelagio se lo prometió. La inocencia de su hermana había borrado, por<br />

el momento, la ira que la muerte de Vitiza le había provocado. Y al desaparecer<br />

la ira, había dejado paso a otro sentimiento.<br />

Egilona.<br />

Egilona era su prometida. A la muerte del duque Favila, durante las<br />

frenéticas negociaciones que intentaban evitar una guerra civil, se pactó<br />

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