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—Señor, en la guarnición de Tarraco solo hay unos cientos de hombres.<br />

¿No sería más prudente convocar a vuestros condes y fideles, y contratar a<br />

más bucelarios? —objetó el conde de Dertosa 7 , que por un azar se encontraba<br />

en el palacio ducal solicitando el permiso de su señor para la boda de una de<br />

sus hijas—. Si me concedéis una semana, podría aportar mil soldados.<br />

—¡No hay tiempo! Conde, delego en vos la tarea de reunir a los míos<br />

en diez o quince días. Mientras tanto, yo debo partir hacia Toledo con<br />

los hombres que tengo ahora. Quien llegue primero a la capital, obtendrá<br />

una ventaja inestimable, e Hispalis está mucho más cerca de Toledo que<br />

Tarraco. Pero, por el amor de Dios, no os demoréis: antes prefiero un día<br />

que quinientos soldados. ¿Habéis comprendido?<br />

—Sí, mi señor. No dejo de estar intranquilo por vos. El duque Roderico…<br />

—Él también tendrá que perder tiempo reuniendo soldados y eso me<br />

concede una oportunidad. Por eso os digo: ¡apresuraos! El destino del reino<br />

recae sobre vuestras espaldas.<br />

—No os defraudaré, señor. Y ahora, si me lo permitís, voy a dar órdenes<br />

para que los mensajeros partan hacia todos los condados.<br />

—Muy bien. Así veremos quién nos es fiel y quién, en el fondo de su<br />

corazón, es un maldito chindasvintano.<br />

Cuando el conde de Dertosa salió de la estancia pisando con fuerza,<br />

Sisberto miró por la ventana. Como el día era templado, los sirvientes habían<br />

retirado el pergamino que normalmente la tapaba y Sisberto pudo<br />

mirar al exterior, hacia el mar.<br />

Aquella era una visión que le agradaba y serenaba sus ánimos. Pero<br />

esta vez experimentó un oscuro presentimiento, como si un ominoso destino<br />

le aguardase.<br />

Se pasó la mano por la frente para desechar tan desasosegante premonición<br />

y él también salió de la estancia para preparar su partida. El peligro<br />

estaba en Toledo, no más allá del mar, se dijo. En Toledo esperaba el<br />

poder y, en cambio, más allá del mar no había nada.<br />

Mezquita de Tingir, capital de Al-Magrib, la tierra del Poniente,<br />

antes conocida como la Tingitania<br />

Tariq ibn Ziyad, walí de Tingir, segundo al mando de Al-Magrib, se hallaba<br />

postrado hacia la Meca, rezando la azalá del dhuhr. A pesar de las preocupaciones<br />

7 Tortosa.<br />

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