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Su madre fingió no darse cuenta de la contrariedad de su hija. Ya decía<br />

ella que de aquellas cartas no podía salir nada bueno; pero no había forma<br />

de evitarlas. ¡Amarse antes de casarse! ¡Qué ridículo! Ella respetaba a<br />

su esposo, y le era fiel, y le obedecía en lo posible, y yacía con él cuando<br />

intentaban tener más hijos o incluso en las ocasiones, por fortuna cada<br />

vez más raras, en que él no podía calmar su concupiscencia con criadas y<br />

sirvientas. ¿Pero amarlo? Ella no conocía a ninguna esposa que amase a<br />

su propio marido.<br />

—Pues bien, esta es nuestra oportunidad para deshacer este compromiso<br />

nefasto.<br />

Egilona guardó silencio, hasta que se vio forzada a decir:<br />

—Como deseéis, madre.<br />

Satisfecha, la condesa de Brieva prosiguió:<br />

—En Toledo puede pasar cualquier cosa. Tal vez los del partido nobiliario<br />

consigamos imponer un rey que no pertenezca a la familia de<br />

Chindasvinto ni a la de Vitiza. Entonces, con un rey de nuestro bando<br />

será fácil romper ese compromiso tan perjudicial para nuestra familia.<br />

»Aunque el partido nobiliario no lograra imponerse, podremos vender<br />

caro nuestro apoyo a los chindasvintanos o a los vitizanos. Y una de nuestras<br />

condiciones, quien quiera que sea quien reine, será romper el compromiso.<br />

Tu padre me lo ha prometido y ya sabes que tu padre, después de<br />

los duques de Lusitania, Gallaecia y Septimania, es uno de los principales<br />

soportes del partido nobiliario: justo será que le recompensen.<br />

—¿Y con quién se casará Pelagio? —preguntó Egilona. Desposarse ella<br />

con otro hombre, le parecía una tragedia como aquellas que, dicen, escribían<br />

los griegos ¿o eran los romanos? Aunque sabía leer y escribir, ella no<br />

había recibido una pecaminosa educación pagana y a veces lo lamentaba.<br />

Pero con educación pagana o sin ella, imaginarse a Pelagio casado con otra<br />

mujer le resultaba, simplemente, insoportable.<br />

—¿Y a ti qué te importa? —replicó su madre con tono desabrido.<br />

Luego se arrepintió de ser tan áspera con su hija. La pobre niña no tenía la<br />

culpa, la culpa la tenían aquellas malditas cartas, o el lujurioso rey Vitiza,<br />

que había cometido aquel crimen para ayuntarse con la bella Luz Vítula<br />

(¿Seguiría siendo tan hermosa, después de diez años en las montañas? Le<br />

gustaría saberlo).<br />

—Hija, cuando conozcas a los más hermosos y ricos nobles de la corte,<br />

olvidarás a ese Pelagio, heredero de un ducado que nunca poseerá. En la<br />

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