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Todos se levantaron de sus asientos, como propulsados por una catapulta.<br />
Algunos, en un movimiento instintivo, incluso llevaron las manos<br />
a las empuñaduras de sus espadas.<br />
—¡Por Dios! ¿Cómo ha muerto ese cerdo? ¿Alguien lo ha asesinado?<br />
¿O ha sido alguno de los muchos maridos ultrajados en su honor conyugal?<br />
¿O por fin le ha alcanzado la justicia divina? ¡Responde de una vez,<br />
no balbucees, maldita sea tu perra madre!<br />
—Mi señor… se dice que su muerte ha sido natural, a pesar de tener<br />
poco más de treinta años. Al principio parecía una simple indisposición<br />
por haber comido demasiado en un banquete, pero empezó a vomitar bilis<br />
hasta que murió.<br />
—¡Sufrió poco para lo que merecía! —gruñó Roderico— .¿Hace cuánto<br />
le entregó su alma al diablo, ese perro?<br />
—Un día o dos, tal vez un poco menos. Lo que le haya costado a la<br />
paloma mensajera llegar hasta aquí desde Toledo.<br />
Roderico no daba crédito a su suerte. Iba a elegirse un nuevo rey en<br />
Toledo ¡justo cuando él disponía de veinte mil soldados listos para partir<br />
a la guerra! Los otros duques necesitarían un tiempo para reunir a sus<br />
condes con sus comitivas, y en todo caso ninguno llevaría a más de mil<br />
hombres de armas e incluso para reunir tan menguada hueste necesitarían<br />
algunos días. Él pensaba aprovechar aquellos pocos días de plazo para<br />
adueñarse de la capital y del trono.<br />
—¡Partimos mañana al amanecer! ¡Hacia el norte!<br />
Sus condes lo miraron asombrados.<br />
—Sí, vamos a apoderarnos del reino.<br />
—Pero, señor, ¿qué hacemos con Tarif y sus mauros bereberes?<br />
—Que saqueen cuanto quieran y que luego se vuelvan al África, a vivir<br />
en sus jaimas disfrutando de su mal ganada opulencia. ¿Por qué habríamos<br />
de preocuparnos de unos miserables, cuando podemos poseer Spania?<br />
El conde de Astigi, excepcionalmente, se atrevió a contradecir a su<br />
señor.<br />
—¿No se animarán así los mauros a enviar más expediciones de saqueo?<br />
La impunidad del crimen fomenta el delito.<br />
—Cuando sea rey, me ocuparé de eso. Tenéis razón, conde de Astigi,<br />
pues esta decisión conllevará arduos trabajos en el futuro. Pero no puedo<br />
dividir mis fuerzas, sería llamar al desastre; tengo que elegir: o castigar a<br />
unos saqueadores, o ser rey. Y elijo ser rey.<br />
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