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abuelo que había sido un jefe de jefes, valeroso en el combate, temible en<br />
la venganza y persistente en la memoria.<br />
Su madre insistió en que Pelagio no solo se formase en el ejercicio<br />
de las armas y en las tradiciones de su pueblo, sino que también recibiese<br />
una educación clásica que fortaleciera su innato sentido del honor y<br />
su sed de venganza. Además, para reconquistar la corona ducal robada,<br />
no bastaría con ser un buen guerrero, harían falta también inteligencia y<br />
conocimientos.<br />
Así, Pelagio estudió las obras de Julio Cesar de Tácito, de Cicerón, de<br />
Vegecio… Pero si los escritores latinos eran en extremo instructivos, los<br />
escritores griegos le impelían a soñar con proezas. Homero le hacía desear<br />
ser un héroe; Heródoto, Tucídides y Jenofonte le transportaban a batallas<br />
lejanas, y los trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides le hacían estremecerse<br />
con sus relatos de honor y venganza.<br />
Además de a Ulises, Aquiles y Héctor y, Pelagio admiraba a Leónidas,<br />
que había sabido morir con sus trescientos espartanos defendiendo las<br />
Termópilas contra los persas. Si no se podía triunfar, ¡qué bella muerte!<br />
Muchas veces se imaginaba a sí mismo defendiendo el angosto desfiladero<br />
del río Deva que conducía a Causegadia con trescientos montañeses,<br />
y muriendo heroicamente como hizo Leónidas. Aunque cuando volvía al<br />
mundo real, comprendía que sus montañeses, armados ligeramente, eran<br />
muy distintos a los acorazados hoplitas espartanos y que, si intentaban<br />
enfrentarse cuerpo a cuerpo contra la infantería pesada del duque Pedro,<br />
aunque fuese en un paso estrecho, en especial si era en un paso estrecho,<br />
sus montañeses serían arrollados.<br />
Pero a pesar de que en sus lecturas predominaban los héroes y los hechos<br />
de armas, y las mujeres tendían a desempeñar papeles secundarios y<br />
más bien deslucidos, Pelagio se construyó un ideal femenino en el que se<br />
mezclaban la perseverancia de Penélope, la belleza de Helena y el valor de<br />
Antígona. Algún día él también amaría a una mujer así y sería amado por<br />
ella, y las toscas montañesas con las que se había iniciado en los placeres<br />
de la carne serían olvidadas.<br />
Desde lejos, el rey Vitiza vigilaba al muchacho con preocupación.<br />
Las tribus astures y cántabras leales lo custodiaban celosamente como<br />
un símbolo de la independencia perdida, y era imposible conseguir que<br />
el puñal o el veneno solucionasen aquel problema. Y ni pensar en mandar<br />
tropas a apresarlo: no lo conseguirían y estallaría una sublevación.<br />
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