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sienes de Wamba. Y de nuevo comenzaron las sublevaciones y las<br />
conspiraciones.<br />
En una de estas conspiraciones Wamba perdió el trono. Fue narcotizado<br />
y los nobles, fingiendo creer que estaba moribundo, hicieron que se le<br />
suministrase la penitencia, sacramento que, como todo el mundo sabe, incapacita<br />
para reinar posteriormente. Al despertar Wamba, ya era un monje<br />
y había un nuevo rey: Ervigio.<br />
Al morir Ervigio, le sucedió Egica, esposo de su hija. Sin embargo,<br />
Egica odiaba a la familia de Ervigio (incluyendo a su propia esposa) y, en<br />
cuanto se apoderó del trono, les arrebató sus propiedades y privilegios. Su<br />
esposa terminó en un convento.<br />
Todos estos hechos provocaban una gran inseguridad y se multiplicaron<br />
las sublevaciones y los disturbios. Las epidemias y las plagas asolaban<br />
la tierra, haciendo que el pueblo suspirase por los tiempos del reinado de<br />
Chindasvinto y de su hijo, cuando por lo menos había paz.<br />
A Egica le sucedió su hijo Vitiza.<br />
Muchos godos estaban hartos del caos que suponían los cambios de<br />
reinado electivos y deseaban que la corona permaneciese dentro de una<br />
sola familia para evitar guerras civiles. Pero ¿en manos de qué familia?<br />
¿La de Egica y Vitiza o la de Chindasvinto?<br />
Porque a pesar de los años transcurridos, la familia de Chindasvinto<br />
seguía siendo la más poderosa de Spania: los treinta años de poder habían<br />
sido bien aprovechados. En particular, poseía el rico ducado de la Bética,<br />
bajo el mando del duque Roderico, nieto de Chindasvinto.<br />
En cambio, había otros nobles godos —entre los que se encontraba<br />
el propio clan de Egilona— que preferían que la realeza siguiese siendo<br />
electiva para conservar el poder de nombrar —y en su caso, destituir— a<br />
los reyes de Spania.<br />
En resumen, había tres partidos godos que se disputaban el poder: los chindasvintanos,<br />
los vitizanos (de la familia de Egica y Vitiza) y los nobiliarios.<br />
Naturalmente, esto era así a grandes rasgos, los que Egilona comprendía.<br />
Los partidos no eran monolíticos y un noble astuto podía sacar provecho<br />
de venderse —o más bien alquilarse— al mejor postor.<br />
Pero incluso Egilona, aun siendo joven, podía percibir que la prematura<br />
muerte de Vitiza, en plena juventud, suponía un golpe demoledor para<br />
el partido vitizano. Sus hijos eran demasiado niños para gobernar una nación<br />
tan turbulenta como la goda. ¿En quién recaería la corona, pues?<br />
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