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Ante tan esplendoroso futuro, uno llegaba a olvidar que el destino, o<br />
tal vez la Providencia, le había privado de una venganza a la que tenía derecho.<br />
Pero aún quedaban con vida los dos hermanos de Vitiza, el duque<br />
Sisberto y el arzobispo Oppas, que según su madre habían urdido el asesinato<br />
del duque Favila.<br />
Egilona…<br />
En la ciudad hispana de Évora, ducado de Lusitania<br />
—Mi señora, el señor conde me manda deciros que ha llegado una paloma<br />
mensajera de Toledo con una triste nueva: el rey ha muerto.<br />
La condesa de Brieva, esposa del conde de Évora, dejó caer al suelo el<br />
manto de lana que le estaba mostrando a Egilona, su única hija.<br />
—¿El rey Vitiza? ¿Cómo es posible, si era tan joven? ¿Ha sido asesinado?<br />
¿O tal vez envenenado?<br />
—Ignoro tales precisiones, mi señora, solo conozco aquello que el señor<br />
conde me ha ordenado transmitiros. —El sayón que había hablado miró el<br />
manto de lana que se arrebujaba a sus pies, dudando de si sería conveniente agacharse,<br />
tomarlo y devolvérselo a su dueña, o si tal acto se interpretaría como una<br />
familiaridad inaceptable. Decidió que lo más seguro era fingir no haberse apercibido<br />
del hecho—. Debo añadir que el señor conde me ha dicho que mañana<br />
partirá con sus fideles y bucelarios para encontrarse en Emérita 2 con nuestro<br />
duque y acompañarlo luego a Toledo para elegir un nuevo monarca.<br />
La condesa se sentó en una silla de cuero procurando que no se arrugasen<br />
ni su túnica ni su sobretúnica. Tener cuidado de que no se deshiciesen<br />
los pliegues del vestido se convertía en una segunda naturaleza para<br />
todas las damas nobles.<br />
Una sirvienta le alisó con la mano un doblez que no estaba situado<br />
exactamente donde debería, mientras que otra recogió del suelo el manto<br />
que la condesa había dejado caer.<br />
Con un gesto casi imperceptible de la mano, la condesa las despidió a<br />
ambas, junto con el sayón que había traído las nuevas, y mientras salían de<br />
la cámara, mordisqueó el extremo de la toca, algo que solo hacía a solas y<br />
cuando algo le preocupaba.<br />
Su hija Egilona permaneció en pie, respetando el mutismo de su madre.<br />
No pudo evitar pensar que mordisquear la toca era algo más propio<br />
2 Emérita Augusta: Mérida, capital de Lusitania.<br />
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