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Grandes Esperanzas - Taller Literario

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- Estoy fatigada - dijo la señorita Havisham -. Deseo alguna distracción, y ya no puedo<br />

soportar a los hombres ni a las mujeres. ¡Juega!<br />

Como comprenderá el lector más aficionado a la controversia, difícilmente podría haber<br />

ordenado a un muchacho cualquiera otra cosa más extraordinaria en aquellas<br />

circunstancias.<br />

- A veces tengo caprichos de enferma - continuó -. Y ahora tengo el de desear que<br />

alguien juegue. ¡Vamos, muchacho! - dijo moviendo impaciente los dedos de su mano<br />

derecha -. ¡Juega, juega!<br />

Por un momento, y sintiendo el temor de mi hermana, tuve la idea desesperada de<br />

empezar a correr alrededor de la estancia imitando lo mejor que pudiera el coche del señor<br />

Pumblechook, pero me sentí tan incapaz de hacerlo, que abandoné mi propósito y me<br />

quedé mirando a la señorita Havisham con expresión que ella debió de considerar de<br />

testarudez, pues en cuanto hubimos cambiado una mirada me preguntó:<br />

- ¿Acaso eres tozudo y de carácter triste?<br />

- No, señora. Lo siento mucho por usted, mucho. Pero en este momento no puedo jugar.<br />

Si da usted quejas de mí, tendré que sufrir el castigo de mi hermana, y sólo por esta causa<br />

lo haría si me fuese posible; pero este lugar es tan nuevo para mí, tan extraño, tan elegante<br />

y... ¡tan melancólico!<br />

Y me interrumpí, temiendo decir o haber dicho demasiado, en tanto que cruzábamos<br />

nuestra mirada.<br />

Antes de que volviese a hablar apartó de mí sus ojos y miró su traje, la mesa del tocador<br />

y, flnalmente, a su imagen reflejada en el espejo.<br />

- ¡Tan nuevo para él y tan viejo para mí!-murmuró -. ¡Tan extraño para él y tan familiar<br />

para mí, y tan melancólico para los dos! Llama a Estella.<br />

Seguía mirando su imagen reflejada por el espejo, y como yo me figurase que hablaba<br />

consigo misma, me quedé quieto.<br />

-Llama a Estella - repitió, dirigiéndome una mirada centelleante -. Eso bien puedes<br />

hacerlo. Llama a Estella. A la puerta.<br />

Eso de asomarme a la oscuridad de un misterioso corredor de una casa desconocida,<br />

llamando a gritos a la burlona joven, a Estella, que tal vez no estaría visible ni me<br />

contestaría, me daba la impresión de que el gritar su nombre equivaldría a tomarme una<br />

libertad extraordinaria, y me resultaba casi tan violento como empezar a jugar en cuanto<br />

me lo mandasen. Pero la joven contestó por fin, y, semejante a una estrella efectiva,<br />

apareció su bujía, a lo lejos, en el corredor.<br />

La señora Havisham le hizo seña de que se acercase, y, tomando una joya que había<br />

encima de la mesa, observó el efecto que hacía sobre el joven pecho de la muchacha, y<br />

también poniéndola sobre el cabello de ésta.<br />

- Un día será tuya, querida mía - dijo -. Y la emplearás bien. Ahora hazme el favor de<br />

jugar a los naipes con este muchacho.<br />

- ¿Con este muchacho? ¡Si es un labriego!<br />

Me pareció oír la respuesta de la señorita Havisham, pero fue tan extraordinaria que<br />

apenas creí lo que oía.<br />

- Pues bien - dijo -, diviértete en destrozarle el corazón.<br />

- ¿A qué sabes jugar, muchacho? - me preguntó Estella con el mayor desdén.<br />

Contesté indicando el único juego de naipes que conocía, y ella, conformándose, se sentó<br />

ante mí y empezamos a jugar.

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