Grandes Esperanzas - Taller Literario
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sobremanera haberlo merecido. Y ése fue el origen de las mentiras que conté, aunque yo<br />
mismo no podía comprender por qué las había dicho.<br />
Éste era un caso de metafísica tan difícil para Joe como para mí. Pero él se apresuró a<br />
extraerlo de la región metafísica y así pudo vencerlo.<br />
- Puedes estar seguro de algo, Pip - dijo Joe después de reflexionar un rato -, y es que las<br />
mentiras no son más que mentiras. Siempre que se presentan no debieran hacerlo y<br />
proceden del padre de la mentira, portándose de la misma manera que él. No me hables<br />
más de esto, Pip. Éste no es el camino para dejar de ser ordinario, aunque comprendo bien<br />
por qué dijeron que eras ordinario. En algunas cosas eres extraordinario. Por ejemplo, eres<br />
extraordinariamente pequeño y un estudiante soberbio.<br />
- De ninguna manera, Joe - contesté -. Soy ignorante y estoy muy atrasado.<br />
- ¿Cómo quieres que crea eso, Pip? ¿Acaso no vi la carta que me escribiste anoche?<br />
Incluso estaba escrita en letras de imprenta. Bastante me fijé en eso. Y, sin embargo, puedo<br />
jurar que la gente instruida no es capaz de escribir en letras de imprenta.<br />
-Ten en cuenta, Joe, que sé poco menos de nada. Tú te haces ilusiones con respecto a mí.<br />
No es más que eso.<br />
- En fin, Pip - dijo Joe -. Tanto si es así como no, es preciso ser un escolar ordinario antes<br />
de llegar a ser extraordinario. El mismo rey, sentado en el trono y con la corona en la<br />
cabeza, sería incapaz de escribir sus actas del Parlamento en letras de imprenta si cuando<br />
no era más que príncipe no hubiese empezado a aprender el alfabeto. Esto es indudable -<br />
añadió moviendo significativamente la cabeza -. Y tuvo que empezar por la A hasta llegar<br />
a la Z, y estoy seguro de eso, aunque no lo sepa por experiencia propia.<br />
Había cierta esperanza en aquellas sabias palabras, y eso me dio algún ánimo.<br />
- Además, creo - prosiguió Joe - que sería mejor que las personas ordinarias siguiesen<br />
tratando a las que son como ellas, en vez de ir a jugar con personajes extraordinarios. Eso<br />
me hace pensar que, por lo menos, se podrá creer que en aquella casa haya siquiera una<br />
bandera.<br />
- No, Joe.<br />
- Pues créeme que lo siento mucho, Pip. Podemos hablarnos con franqueza, sin el temor<br />
de que tu hermana se irrite. Y lo mejor será que no nos acordemos de eso, como si no<br />
hubiese sido intencionado. Y ahora mira, Pip. Yo, que soy buen amigo tuyo, voy a decirte<br />
una cosa. Si por el camino recto no puedes llegar a ser una persona extraordinaria, jamás lo<br />
conseguirás yendo por los caminos torcidos. Ahora no les cuentes más mentiras y procura<br />
vivir y morir feliz.<br />
- ¿No estás enojado conmigo, Joe?<br />
- No, querido Pip. Pero, teniendo en cuenta que tus mentiras fueron extraordinarias y que<br />
hablaste de costillas de ternera y de perros que se peleaban, yo, que soy buen amigo tuyo,<br />
te aconsejaré que cuando te vayas a la cama no te acuerdes más de eso. Es cuanto tengo<br />
que decirte, y que no lo hagas nunca más.<br />
Cuando me vi en mi cuartito y recé mis oraciones, no olvidé la recomendación de Joe,<br />
pero, sin embargo, mi mente infantil se hallaba en un estado tal de intranquilidad y de<br />
desagradecimiento, que aun después de mucho rato de estar echado pensé en cuán<br />
ordinario hallaría Estella a Joe, que no era más que un pobre herrero, y cuán gruesas y<br />
bastas le parecerían sus manos y las suelas de sus botas. Pensé, entonces, en que Joe y mi<br />
hermana estaban sentados en la cocina en aquel mismo momento, y también en que tanto la<br />
señorita Havisham como Estella no se habrían sentado nunca en la cocina, porque estaban<br />
muy por encima del nivel de estas vidas tan vulgares. Me quedé dormido recordando lo