La mujer en el horizonte de su refundación Lilliths, Evas ...

El Enigma
de lo Femenino
Víctor Bravo
Escritor ULA - Mérida
Nietzsche ha señalado que el hombre es capaz de
soportar casi todo siempre y cuando lo comprenda. El
hombre, en el arco histórico que lo constituye, ha creído
vencer los dos mayores enigmas: el del cielo y el de lo
femenino; por medio de las religiones, al primero, por
medio de estructuras de dominio, al segundo. Pero estos
siempre brotan, invencibles. Así, el cielo azul revelando
su condición abismal que, como señalara un poeta, nos
hace intuir que no es
azul y no es cielo; así, lo
femenino colocándose a
distancia del poder, en
el pliegue estremecedor
del secreto. Por ello
los hombres de todas
las culturas, como nos
recuerda Delameau, han
temido a lo femenino,
y han procedido, en
defensa, a dominarlo.
Las estructuras de
dominio han alcanzado,
históricamente, una
inmediata articulación
pues han encontrado
el riel de la sujeción
o n t o l ó g i c a q u e l o
femenino entraña: la
entrega, la demanda del
“átame” que brota de la
estructura pasional, según
nos señala, por ejemplo,
el filme de Almodóvar.
Habermas decía que podía medirse el grado de libertad
de una sociedad según el grado de subordinación de la
mujer en esa sociedad; y en efecto, en el diagrama de
poder de todas las culturas, la mujer se encuentra en
alguna escala de la subordinación. Y en todas, el temor
persiste, insiste, y a veces se agiganta.
Quizás por ello la imaginación masculina, desde el
principio de los tiempos, ha idealizado lo femenino,
dando origen, por lo menos en occidente, a la tradición
órfica, a la par que, en expresa o secreta misoginia, ha
señalado a la mujer culpable de la ciudad sitiada o de
la pérdida del paraíso; ha celebrado su enigmática o
divina belleza en el mismo instante en que ha señalado
su cuerpo manchado y con las marcas de los poderes de
la sombra y el misterio. Denis de Rougemont ha dicho
en este sentido que no es gratuito que en el siglo XII se
hayan iniciado, simultáneamente, el culto a la Virgen y
la persecución de la bruja. De nuevo el riel ontológico
ha permitido y facilitado la calza del poder masculino:
la mujer, asúmalo o no, se
siente atenazada por un
primer mandamiento, el de
ser bella, de allí los espejos
de todos los lugares ahogados
por la eterna pregunta
femenina que la fábula inicia
con “espejito, espejito…”, y
por la femenina pulsión por
el maquillaje, que hace de
una mujer rival de otra y que
crea una franja amenazante
de desdichas, la franja de
la fealdad (Toda Dulcinea
tiene algo de Aldonza
Lorenzo; y toda Aldonza
tiene algo de Dulcinea del
Toboso). Por otro lado, la
mujer, en el intenso e íntimo
diálogo con su cuerpo que le
habla con estremecimiento
por todos los poros y todos
los orificios, se separa de lo
masculino creando una zona
de reconocimientos, donde
el hombre no entra (así, por ejemplo, en la posesión de
esa zona, la mujer decide ir al baño y, al levantarse, invita
a otra para que la acompañe; el hombre, que no tiene
posesión de una zona específica, no podrá levantarse
e invitar a otro hombre al baño sin provocar por lo
menos un pequeño escándalo). Desde esa zona, la mujer
irradia la densidad de un misterio que el hombre se ha
apresurado a identificar con fuerzas satánicas, de allí el
dicho de que tres hombres juntos hacen una pandilla y
tres mujeres un aquelarre.
Quizás la razón ontológica de los diversos diagramas
Mayo-Junio de 006 • Facultad de Humanidades y Educación
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