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por Gloria Copeland Refugiándose al abrigo del altísimo Desde que Adán y Eva desobedecieron a Dios en el huerto de Edén, este mundo ha sido un lugar peligroso. 28 | lVVc | octubre '11 Pero estos días parecen más peligrosos que nunca. Las personas de nuestra generación enfrentan amenazas que, algunas décadas atrás, parecían inconcebibles. Recuerdo cuando comprendí la realidad de esta verdad. Ocurrió pocos días después del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. En todo lugar, las personas se sentían nerviosas, preguntándose qué ocurriría después. En ese entonces, Kenneth y yo estábamos predicando en una reunión en Inglaterra, y una mañana, tomé uno de los periódicos británicos. En la primera plana se encontraba un artículo referente a la amenaza de una guerra biológica. En éste se mencionaban todas las plagas y las enfermedades que podrían ser utilizadas por los terroristas como armas para llevar destrucción sobre ciudades y naciones enteras. El artículo describía los diferentes síntomas de esas plagas. En éste se le indicaba cómo
Cuando confiamos en Dios como nuestro refugio, ¡caminamos rodeados por el Espíritu del Dios viviente y todopoderoso! se sentiría si algunos gérmenes invadían su cuerpo y cuánto le tomaría morir. ¡Era un artículo que no edificaba en lo absoluto! En esa época, la idea de que algunas personas “crearan” plagas, era nuevo para mí. Claro, sí había escuchado cómo las enfermedades —entre ellas la peste bubónica y la peste negra, a lo largo de la historia— habían devastado grandes multitudes del mundo. Pero casi no podía creer que alguien pudiera iniciar a propósito tal caos de forma masiva. ¡Como si no tuviéramos suficientes problemas en el mundo! Pero para serle sincera, ni siquiera me tomé un momento para preocuparme al respecto, pues lo siguiente que pensé fue: ¡Gracias a Dios por el Salmo 91! Las promesas de protección de Dios, las cuales se mencionan es este salmo, se aplican tanto a las plagas creadas por el hombre como a cualquier otra. Estas promesas prevalecerán contra cualquier arma de destrucción masiva que al diablo se le pueda ocurrir. Éstas pueden mantenernos a salvo sin importar cuán aturdido se vea el mundo. Quizá alguien pregunte: “Oh, Gloria, ¿en realidad cree usted eso?”. Ciertamente sí. Yo creo cada palabra que Dios declara en el Salmo 91 (y también lo que se expresa en el resto de la Biblia en relación a ese tema). Creo con todo mi corazón que si habito al abrigo del Altísimo y moro bajo la sombra del Omnipotente, si digo yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios en quien confiaré, entonces de seguro —por completo, con certeza y sin duda— Él me librará del lazo del cazador y de la peste destructora (Salmos 91:1-3). Pero ¿qué es con exactitud el lazo del cazador? Es cualquier trampa, peligro o daño que Satanás pueda colocar en nuestro camino. ¿Qué es la peste destructora? Es cualquier enfermedad, dolencia, plaga o sustancia terminal o perjudicial, que haya existido o que existirá. Cuando medita al respecto, comprende que en tan sólo esas dos frases se nos ofrece toda la protección que necesitamos. Éstas cubren toda clase de peligro que pudiéramos enfrentar. Pero, aún así, no es todo lo que en ese Salmo se afirma. En éste se nos continúa declarando que si nos encontramos bajo la protección de Dios no temeremos «…el terror nocturno, ni saeta que vuele de día» (versículo 5). Ni debemos quedarnos despiertos en la noche, preocupándonos con respecto a lo que pueda acechar afuera en la oscuridad, ya que podemos dormir en paz. Si nosotros o nuestros seres amados están sirviendo en el ejército, no debemos temerle a las flechas, a las balas, a los misiles, a las granadas o las minas explosivas. No debemos inquietarnos por desastres naturales como incendios, terremotos, tornados, tsunamis, tormentas, o cualquier otra clase de “destrucción y muerte repentina que sorprenda y arrase a la luz del día” (versículo 6, AMP). Aunque todo eso quizá sea masivo y destructivo, Dios puede librarnos de esto en perfecta seguridad. Él puede rodearnos con Su poder, aunque caigan a mi lado mil y diez mil a mi diestra, pero a mi no llegarán (versículo 7). A las compañías de seguros les gusta afirmar que pueden mantenerlo protegido. Pero, en realidad, lo mejor que pueden realizar es ayudarlo, financieramente, para recoger los escombros que quedan después de que ha ocurrido un daño. Dios puede hacer mucho más que eso por nosotros. Él nos cubre con anticipación y detiene la destrucción antes de que ésta nos alcance. Él nos rodea con Su poder, a fin de que podamos escapar ilesos, incluso de las situaciones más amenazadoras. Como leemos en Salmos 91:4: “Su verdad y Su fidelidad son escudo y adarga” (AMP). El término escudo en hebreo se refiere a un aparato que protege en frente y a los lados. La palabra adarga se refiere a una armadura que cubre al soldado de todos los ángulos. Los eruditos del hebreo afirman que cuando usa una adarga puede protegerse de ataques que provengan del Norte, del Sur, del Este, del Oeste, de arriba y de abajo. octubre '11 | lVVc | 29
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