LA BODEGA DEL CORSARIO - La Galera

más oficio que el de tocar en la calle. Daniel –enseguida resulta evidente
que es un niño muy avispado y que sabe demasiadas cosas para
la edad que tiene– queda fascinado con la historia: ¡alguien que ha
renunciado a todo por la música!
En un momento dado, Tobías siente la necesidad de ir al servicio
y le pide a Daniel que lo espere en aquel mismo lugar y le guarde el
violín. El chico mira aquel instrumento de madera gastada y de repente
siente un impulso irrefrenable y se pone a tocar. Entonces descubrimos
que Daniel es un niño prodigio: todos se paran a escucharlo,
y la gente le arroja monedas y billetes. Cuando vuelve Tobías, éste no
consigue creer lo que oye: es la mejor música que ha escuchado jamás.
Cuando acaba la pieza, Tobías le pide a Daniel que le diga quién
es en realidad y, con paciencia, descubre el problema del chico: se
llama Daniel Armangué Banks, y desde los siete años estudia en la
escuela de música más prestigiosa de Estados Unidos; pero, claro,
nunca ha podido llevar una vida normal, como la de cualquier otro niño.
Siempre de un lado para otro, dando conciertos por todo el mundo,
y ahora está en Barcelona para actuar en el Palau de la Música.
Pero el niño tiene la sensación de que es un esclavo de su madre –ella
se separó de su padre porque él no quería que el hijo estudiase en
una escuela de América– y de su representante, Jamie Fritzwaller. Tobías,
que comprende bien todo lo que le pasa a Daniel, le recomienda
que afronte los problemas de cara, sin miedo, y que luche para ser
más libre y decidir lo que quiera, y para ello debe hablar con su madre
y su representante. Finalmente, lo convence para que vuelva al
hotel y lo acompaña hasta él.
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Allí se reúne con su madre, que ya había avisado a la policía, y le
expone sus problemas (la conversación no queda transcrita). El epílogo
se sitúa en el Palau de la Música, donde Daniel inicia el concierto
con una previa dedicatoria a su amigo Tobías, que se pone en pie
y recibe una fuerte ovación del público.