la rabia y el orgullo - Rafael Revilla
la rabia y el orgullo - Rafael Revilla
la rabia y el orgullo - Rafael Revilla
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
confesarle, quiero, además, ser arrestada, llevada a <strong>la</strong> cárc<strong>el</strong> esposada. Así<br />
termino saliendo en todos los periódicos».<br />
Pues bien, siendo más int<strong>el</strong>igente que todos los demás, al cabo de pocas horas<br />
hizo levantar <strong>la</strong> tienda. En <strong>el</strong> lugar de <strong>la</strong> tienda quedó sólo una inmensa y<br />
repugnante mancha de suciedad. Toda una victoria pírrica. Pírrica porque no<br />
influyó para nada en los demás estúpidos que, desde hace años, hieren y<br />
humil<strong>la</strong>n a <strong>la</strong> que era <strong>la</strong> capital d<strong>el</strong> arte, <strong>la</strong> cultura y <strong>la</strong> b<strong>el</strong>leza. Pírrica porque no<br />
desanimó para nada a los otros arrogantísimos huéspedes de <strong>la</strong> ciudad: a los<br />
albaneses, sudaneses, bengalíes, tunecinos, arg<strong>el</strong>inos, paquistaníes y nigerianos,<br />
que con tanto fervor contribuyen al comercio de <strong>la</strong> droga y de <strong>la</strong> prostitución,<br />
por lo que parece no prohibido por <strong>el</strong> Corán.<br />
Sí, sí, están todos donde estaban antes de que mi policía levantase <strong>la</strong> tienda.<br />
Dentro de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za de los Uffizi, a los pies de <strong>la</strong> Torre de Giotto. De<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong><br />
Logia de Orcagna, alrededor de <strong>la</strong> Logia de Porc<strong>el</strong>lino. Frente a <strong>la</strong> Biblioteca<br />
Nacional, a <strong>la</strong> entrada de los museos. En <strong>el</strong> Puente Viejo, donde de vez en<br />
cuando se lían a cuchil<strong>la</strong>das o a tiros. En todos los lugares en los que han<br />
pretendido o conseguido que <strong>el</strong> municipio les financie (sí, señor, les financie).<br />
En <strong>el</strong> atrio de <strong>la</strong> iglesia de San Lorenzo, donde se emborrachan con vino, cerveza<br />
y licores, raza de hipócritas, y donde profieren todo tipo de obscenidades a <strong>la</strong>s<br />
mujeres. (El verano pasado, en ese atrio, me <strong>la</strong>s dijeron incluso a mí, que soy ya<br />
una mujer mayor. Y, como es lógico, les p<strong>la</strong>nté cara. Sí, sí les p<strong>la</strong>nté cara. Uno<br />
sigue todavía allí, doliéndole los genitales). En medio de <strong>la</strong>s históricas calles,<br />
donde campan a sus anchas con <strong>el</strong> pretexto de vender sus mercancías. Por<br />
mercancías entiendo bolsos y maletas copiadas de mod<strong>el</strong>os protegidos con sus<br />
respectivas marcas y, por lo tanto, ilegales. Amén de sus postales, <strong>la</strong>piceros,<br />
estatuil<strong>la</strong>s africanas que los turistas ignorantes creen que son esculturas de<br />
Bernini, o ropa. («Je connais mes droits [Conozco mis derechos]», me espetó, en<br />
<strong>el</strong> Puente Viejo, uno al que vi vender ropa).<br />
RESIGNACION<br />
Y si al ciudadano se le ocurre protestar, si les responde que «esos derechos los<br />
vas a ejercer a tu casa», se le tacha inmediatamente de «racista, racista». Mucho<br />
cuidado con que un polícía municipal se le acerque y le insinúe: «Señor hijo de<br />
Alá, exc<strong>el</strong>encia, ¿no le molestaría demasiado apartarse un poquito para dejar<br />
pasar a <strong>la</strong> gente?». Se lo comen vivo. Lo agreden con sus navajas. O, como<br />
mínimo, insultan a su madre y a su progenie. «Racista, racista». Y <strong>la</strong> gente lo<br />
soporta todo, resignada. No reacciona ni siquiera cuando les gritas lo que mi<br />
abu<strong>el</strong>o gritaba durante <strong>la</strong> época d<strong>el</strong> fascismo: «¿No os importa nada <strong>la</strong> dignidad?