la rabia y el orgullo - Rafael Revilla
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héroes gozan de <strong>la</strong>s huríes.<br />
Son incluso vanidosos físicamente. Tengo ante mis ojos <strong>la</strong> fotografía de dos<br />
kamikazes de los que hablo en mi libro Inscial<strong>la</strong>h, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> que comienza con <strong>la</strong><br />
destrucción de <strong>la</strong> base americana (más de 400 muertos) y de <strong>la</strong> base francesa<br />
(más de 350 muertos) en Beirut. Se habían hecho sacar esta foto antes de ir a<br />
morir y, antes de dirigirse a <strong>la</strong> muerte, habían pasado por <strong>el</strong> p<strong>el</strong>uquero. ¡Qué<br />
buen corte de p<strong>el</strong>o! ¡Qué bigotes engominados, qué barbas tan bien recortadas,<br />
qué patil<strong>la</strong>s tan bien igua<strong>la</strong>das...!<br />
¡Cómo me gustaría poder decirle cuatro cosas bien dichas al señor Arafat! Entre<br />
él y yo no hay buen fe<strong>el</strong>ing. Nunca me perdonó ni <strong>la</strong>s repetidas diferencias de<br />
opinión que tuvimos durante aqu<strong>el</strong> encuentro ni <strong>el</strong> juicio que hice sobre él en mi<br />
libro Entrevista con <strong>la</strong> historia. Y por mi parte, tampoco le he perdonado nada.<br />
Ni siquiera <strong>el</strong> que un periodista italiano, que se presentó ante él<br />
imprudentemente diciendo que era «amigo mío», se encontrase al instante con<br />
una pisto<strong>la</strong> apuntándole al corazón. No nos volvimos a ver más. Pecado. Porque,<br />
si lo volviese a ver de nuevo, o mejor dicho, si me concediese audiencia, le<br />
gritaría en <strong>la</strong>s narices quiénes son los mártires y los héroes.<br />
Le gritaría: Ilustre señor Arafat, los mártires son los pasajeros de los cuatro<br />
aviones secuestrados y transformados en bombas humanas. Entre <strong>el</strong>los, <strong>la</strong> niña<br />
de cuatro años que se desintegró en <strong>el</strong> interior de <strong>la</strong> segunda Torre. Ilustre señor<br />
Arafat, los mártires son los empleados que trabajaban en <strong>la</strong>s dos Torres y en <strong>el</strong><br />
Pentágono. Ilustre señor Arafat, los mártires son los bomberos muertos por<br />
intentar salvarlos. ¿Y sabe usted quiénes son los héroes? Son los pasajeros d<strong>el</strong><br />
vu<strong>el</strong>o que iba a estr<strong>el</strong><strong>la</strong>rse contra <strong>la</strong> Casa B<strong>la</strong>nca y que se estr<strong>el</strong>ló en un bosque<br />
de Pensilvania, porque se rebe<strong>la</strong>ron contra los terroristas.<br />
Ellos sí que están en <strong>el</strong> paraíso, ilustre señor Arafat. La desgracia es que ahora<br />
sea usted <strong>el</strong> jefe de Estado ad perpetuum, que se comporta como un monarca,<br />
que visita al Papa y afirma que <strong>el</strong> terrorismo no le gusta y manda condolencias a<br />
Bush. Y quizás con su camaleónica capacidad para desmentirse, sería capaz de<br />
responderme que tengo razón. Pero cambiemos de disco. Como todo <strong>el</strong> mundo<br />
sabe, estoy muy enferma y, hab<strong>la</strong>ndo de Arafat, me sube <strong>la</strong> fiebre.<br />
Prefiero hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> invulnerabilidad que muchos en Europa atribuían a Estados<br />
Unidos. ¿Qué tipo de invulnerabilidad? Cuanto más democrática y abierta es<br />
una sociedad, más expuesta está al terrorismo. Cuanto más libre es un país y<br />
menos gobernado está por un régimen policial, más sufre o se arriesga a sufrir<br />
<strong>la</strong>s matanzas que durante tantos años se produjeron en Italia, en Alemania y en<br />
otras zonas de Europa. Y ahora tienen lugar, agigantadas, en Norteamérica. No