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La invitación que me hizo un grupo de jóvenes
panistas fue el pretexto para visitar la ciudad de
Puebla el fin de semana pasado. Querían que
hablara sobre los principios y la ética de su partido.
Mientras llegaba la hora de la conferencia, aproveché
para vivir la ciudad. Debo reconocer que llegar al zócalo fue
casi una aventura porque están en remodelación las calles
del centro. Sin embargo, disfruté la belleza del lugar.
El corazón de la ciudad, esa plaza llena de historia, llena
de vida y del movimiento del que nos habla Ángeles Mastreta
en su libro “Arráncame la Vida”, transmite un sentimiento
especial.
La modernidad y la globalización también están ahí.
Conviven el vendedor de globos; una firma internacional
de cafeterías; el bolero con su cajón, personaje que no ata
al México profundo; el hotel tradicional; los jugos y la fruta
fresca; las parejas de enamorados caminando; los vendedores
de revistas y periódicos; el abuelo con la nieta compartiendo
un helado; el trajín de las compras del fin de
semana…
El ver y disfrutar todo esto me llevó a hacer dos
reflexiones.
Una. Lo importante que es recuperar los centros de las ciudades
para que sean más vivibles, armoniosos y seguros.
Cómo es posible que esa gente que
desborda gozo y tranquilidad haya llevado
a un hombre como Mario Marín al poder.
Dos. Qué difícil es entender cómo
pueden convivir en este espacio la
sociedad poblana y un político como
el “Gober Precioso”.
Cómo es posible que esa gente
que desborda gozo y tranquilidad
haya llevado a un hombre como
Mario Marín al poder.
Esto me llevó a una tercera
reflexión: o los poblanos aprovechan
el fin de semana para olvidarse del
calvario que viven de lunes a viernes,
cuando están al tanto de lo que
hacen sus gobernantes, o de plano
desisten y pierden la esperanza de un
cambio después de los desastres que
han vivido.
Recapitularé sólo algunos de los
más trascendentes:
La grabación de una conversación