LA CASA SOLARIEGA - andes
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—¡Nada, que vamos a beber un buen vaso de valdepeñas, un añejo valdepeñas!<br />
Cuando el sirviente que acudió al llamado de Carbonell volvió conduciendo una botella<br />
polvorienta y dos copas, el catalán las llenó e invitó a Luque a vaciarlas, con un pequeño<br />
brindis:<br />
—Por que nuestras esperanzas se realicen, por que te cases con la Silvita y por que<br />
me vaya a la Península. ¡Salud!<br />
Sellado el acuerdo, Luque pensó que en sus relaciones con Alcira podían perjudicarlo<br />
en sus planes; mas no se decidía a abandonar a su hermosa querida, a la que debía<br />
inolvidables horas de placer y favores pecuniarios. No dió, empero mayor importancia a ese<br />
obstáculo, fácil de salvar. Abandonaría a la Sepúlveda poco antes de casarse con la chica de<br />
Silva y asunto concluído.<br />
PARTE SEGUNDA<br />
I<br />
El solar de Silva era ilustre. Los Silvas, mozos y doncellas, se distinguieron, los<br />
hombres por su caballerosidad, su hombría y su arrogancia, las mujeres por su virtud y su<br />
belleza. Sus antepasados habían sido gr<strong>andes</strong> de España. Entre ellos figuraban los duques<br />
Alba y muy especialmente la duquesa María Teresa de Silva, dama veleidosa y mundana, que<br />
alegró el castillo de Piedrahita en Avila y que fue una de las heroínas de las crónicas de José<br />
Somoza. En la historia de la Audiencia de Charcas, brillaron los descendientes de don Pedro<br />
de Silva, segundón de esa ilustre casa castellana, cuyo origen se pierde en la noche de la<br />
leyenda. Su árbol genealógico contaba con un oidor y un obispo.<br />
En la rama femenina, doña Elvira, hija del oidor, educada con esmero, deslumbró a los<br />
galanes de su época con su hermosura y su saber y engendró una hija, que llegó a ser<br />
acabado tipo de marisabidilla.<br />
En la familia hubo un gran pródigo, mujeriego y jugador, especie de don Juan, cuyas<br />
aventuras hicieron ruido y al que se debió gran desmejoramiento en los bienes de la Casa,<br />
Despilfarró íntegramente su patrimonio en la Corte, en Madrid, donde llevaba vida de gran<br />
señor. Sólo recordó que tenía parientes y que existía el Alto Perú, el día en que se vió<br />
arruinado y a su tierra volvió en demanda de dinero. Era tan gallardo, simpático y seductor, que<br />
los parientes cautivados por su palabra, sus promesas y halagos, no trepidaron en darle plenos<br />
poderes para cobrar un crédito importante que la familia tenía en Valladolid y en llenarle los<br />
bolsillos de dinero. Nunca más vieron un centavo de su crédito, ni de las sumas que<br />
adelantaran y supieron con indignación que el pródigo había vendido dos de las propiedades<br />
de la familia, mediante un poder falso. Por amor al ilustre apellido que llevaban, no quisieron<br />
que se supiera que entre los miembros del linaje de. Silva había habido un falsario. Entregaron<br />
religiosamente las propiedades a sus nuevos dueños y mandaron, traer, poco después, al hijo<br />
de Cabriel de Silva, así se llamaba el pródigo, que muerto trágicamente, dejara a su retoño<br />
desamparado en Madrid.<br />
El hijo de Gabriel resultó tan mal inclinado como su padre. No tenía ni la figura ni la<br />
inteligencia de su progenitor. Fue un vicioso burlón y solitario que jamás supo ganar un real y<br />
que vivió, medio mendigo, de lo que le daban sus nobles parientes: casa, mesa y algún dinero.<br />
Casado con una simpática y distinguida joven, perdióla al cabo de un año de matrimonio, poco<br />
después de dar aquella a luz un niño que se llamó Gaspar.<br />
Los hijos del ex-Ministro de Estado, don Manuel de Silva, fueron tres: Daniel que había<br />
dejado una huérfana, Encarnación fallecida tres años antes, de afección cardiaca y Dorotea,<br />
solterona, la única sobreviviente.<br />
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