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LA CASA SOLARIEGA - andes

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—¡Por Dios, que nos miran! ¿Qué hace usted?<br />

Caminó algunos pasos, arreglándose con la mano derecha, que llevaba desnuda; un<br />

mechón de cabellos que la boca ávida de Luque había deshecho y el sombrero, que también<br />

quedara un poco ladeado.<br />

—Una respuesta, —rogó él, acercándose de nuevo.<br />

Ella sin contestar, esperó a las Vásquez y cuando éstas llegaron, tomó el brazo de<br />

Rosita, diciendo:<br />

Mejor es que vayamos juntas y que los señores, si quieren, vayan detrás.<br />

—¿Qué ha pasado? —inquirió doña Eduviges.<br />

—Nada, —repuso Carmencita.<br />

—¿Peligra la paz? —interrogó Rosita Vásquez que lamentaba se interrumpiera el<br />

coloquio mantenido hasta ese momento con su enamorado.<br />

—¿Riña, celos, caprichos, spleen, neurastenia ? —preguntó el novio de Rosita, burlón.<br />

Luque murmuró, al oído de éste:<br />

—Besos —¿Qué ha sucedido? —preguntó curiosa Rosa a Carmencita, en voz baja.<br />

—El tipo es más atrevido de lo que yo creía, hija. ¡Si supiera mi tía!<br />

—¿Por qué no le correspondes de una vez? —respondió Rosita. —Es un buen joven,<br />

es simpático.<br />

—¿Te parece?<br />

—Sí………………<br />

Continuaron silenciosos. Luque caminaba preocupado. Rosa Vásquez no disimulaba su<br />

mal humor y Carmencita se sentía aún estremecida por aquellos besos húmedos y calientes y<br />

por el contacto de esas manos, que ávidas palparon su cuerpo.<br />

Cuando se despidieron, delante de las puertas del "convento verde", Luque percibió,<br />

con alegre sorpresa, que la Silvita le apretaba la mano al despedirse.<br />

Esa noche la joven había dormido apenas, inquieta exaltada. Eran aquellos, los<br />

primeros besos que le diera un hombre y habían sacudido fuertemente su sexualidad.<br />

Despertada al día siguiente por un rayo de sol que le bañaba el rostro y que, cirniéndose al<br />

través de las pestañas, le hería las retinas, rióse de su sueño, se desperezó tranquila, pensó<br />

que los besos eran agradables y recordó, completamente despreocupada, la redondilla que<br />

sentenciosamente le repitiera Rosita Vásquez, que tan bien conocía esas cosas de amor:<br />

"Si los besitos crecieran<br />

como crece el perejil,<br />

cuántas muchachas tendrían<br />

la cara como un jardín".<br />

En las noches sucesivas Luque y Carmencita se adelantaron de nuevo y los besos se<br />

repitieron en la sombra, a favor de las esquinas, en las calles escuetas y más allá, delante<br />

mismo de las puertas del "convento verde", cuyos muros seculares asistían impasibles a la<br />

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