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LA CASA SOLARIEGA - andes

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ella los invitaba a hacer lo. Los mestizos merecíanle más consideración. Cuando cometían una<br />

falta tenía contra ellos el recurso de la policía. El intendente era también su compadre.<br />

Carmencita, la hija de Daniel, había tenido una educación bastante descuidada. Su<br />

profesor de primeras letras fue un ente original que todavía frecuentaba la casa. Llamábase<br />

don Fulgencio Ramos y se le conocía por el sobrenombre de "el puerco espín", porque su<br />

cabello sumamente grueso, raras veces recibía las caricias del peine y de la escobilla de peinar<br />

y se agrupaba, a los lados, en mechones hirsutos y medio canos, respetando un principio de<br />

calvicie que se iniciaba en la coronilla e iba abriéndose hasta la frente, imitando un yermo entre<br />

dos matorrales. Don Fulgencio era el más paciente de los hombres. Ni las mayores<br />

malacrianzas de Carmencita alcanzaba a alterar su buen humor, su humilde conformidad.<br />

Cuántas veces después de haberse esforzado inútilmente, durante largo rato, para que Carmen<br />

cita aprendiera a declinar o a conjugar, al retirarse, cerca de la puerta de calle, oía una<br />

vocecilla argentina que le gritaba entre risas: ¡señor puerco espín!<br />

Durante dos años frecuentó la muchacha un colegio de monjas, en el que si no<br />

aprovechó gran cosa, aprendió un poco más que lo que le hubiera enseñado el pobre "puerco<br />

espín".<br />

Salió del "Sagrado Corazón de María", tal era el nombre de la institución, con ese aire<br />

típico de la muchacha educada en un establecimiento religioso: los cabellos peinadas para<br />

atrás, recogidos en una trenza que sujetaba con lazos de cinta; el traje negro, sencillo, sin un<br />

pliegue, sin una alforza, sin un rasgo, en fin, de coquetería femenina. Era entonces el ser<br />

híbrido que no agrada ni a los hombres ni a las mujeres; que habla el francés como une vache<br />

espagnole, que tiene un dejo nasal y un tonillo monótono; que se ríe estrepitosamente,<br />

tapándose la boca con una mano; que come con exceso, especialmente fruta y dulces y que se<br />

queja a gritos si le duele una uña.<br />

No obstante la carencia de amigas, pues muy pocas de las del colegio iban a visitarla<br />

de tarde en tarde, Carmencita libre de la atmósfera de "El Sagrado Corazón de María",<br />

evolucionó rápidamente hacia la mujer. Cierto día resolvió arreglarse un dormitorio elegante, en<br />

sustitución del de muebles antiguos que poseía, se lo dijo a su tía y como la huérfana era rica,<br />

no hubo inconveniente en darle gusto. Su cuartito de soltera fue, de esta suerte, una monada,<br />

sobre la blanca azotea en que reía la policromía de las flores.<br />

Alguna amiga prestóle novelas: Amalia por Mármol y María por Jorge Isaacs, que leyó<br />

a escondidas, cerrándose en su cuarto, sentada junto a la ventana, desde la que escrutaba la<br />

calle, por si aparecía algún tipo parecido a Efraín.<br />

Por algunos días se hizo romántica. Soñóse la heroína de uno de aquellos dramas<br />

apasionados y comenzó a desear con vehemencia algo que vagamente se confesaba a sí<br />

misma. Una amiga se lo dijo en términos claros: —Lo que tú necesitas es un novio. Consíguete<br />

un novio, Cármen. ¡No sabes lo agradable que es tenerlo!<br />

Y aquella endiablada morena, Rosa Vázquez, que le diera tal consejo, añadió:<br />

—Mira Carmencita, no hay nada más rico que un beso del enamorado.<br />

—¿Tú lo sabes? ¿Te han besado muchos?<br />

—Pues, ya lo creo. ¿Te imaginas que yo iba a llegar a los diez y ocho años sin saber lo<br />

que es un beso de amor? ¡No seas cándida hija! No sabes esa copla que dice:<br />

"Si los besitos crecieran<br />

como crece el perejil,<br />

cuántas muchachas tendrían<br />

la cara como un jardín".<br />

Y así fue cómo Carmencita, la única alegría de "el convento verde", pensó que<br />

necesitaba un novio.<br />

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