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LA CASA SOLARIEGA - andes

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Cuando el regimiento pasó por delante de "el convento verde", camino de los valles de<br />

Cochabamba, Carmencita al oír aquella música de despedida, profundamente triste sintió<br />

humedecérsele los ojos. Pobre Gasparito ¿y si hubiese guerra? ¡Que Dios no permitiera tal<br />

cosa!<br />

Saludóla él con una mirada y una sonrisa, mientras la chiquilla agitaba la mano y luego<br />

el pañuelo de seda en señal de despedida, hasta que el primo y el regimiento se perdieron de<br />

vista, y en tanto que los sones marciales y melancólicos del bolero iban apagándose en la<br />

progresiva agonía de la distancia.<br />

Cuando el regimiento llegó a las afueras de la ciudad muchas mujeres del pueblo,<br />

cuyas faldas de colores vivos formaban abigarrado conjunto, comenzaron a lloriquear gritando<br />

sus adioses a los soldados en castellano, y en quichua.<br />

Iban en el regimiento sus queridos, mocetones de veinte años.<br />

La banda enmudeció. El regimiento recibió orden de caminar a discreción.<br />

La mañana era transparente y fresca. Gaspar sintió la caricia refrigerante de la suave<br />

brisa matinal impregnada del olor de los campos, arrastrando perfume de rosas silvestres.<br />

Sobre las colinas verde azulado, que servían de último plano al paisaje, se arrastraban<br />

graciosas y largos cirrus gris perla y blanco de plata, que manchaban el horizonte color de<br />

miosotis.<br />

Poco después comenzó el descenso. Pasaron el puente Arce sobre el río Grande,<br />

vadearon el río Chico, caminando penosamente en los pedregales que servían de lecho a<br />

ambos y contemplando las huertas magníficas que orlaban las cuencas de aquellos. Entraron<br />

en los valles de Cochabamba. Atravesaron terrenos de aluvión y praderas de menudo pasto en<br />

que crecían de trecho en trecho sauces altos y esbeltos. Cada dos o tres leguas veían una<br />

casa de hacienda casi escondida en su huerta. Se detuvieron en Aiquile, pueblo de clima<br />

templado. Era un domingo. Media población salió a recibirlos. En las ventanas de las casas del<br />

pueblo se agrupaban muchachas morenas que miraban con curiosidad a los soldados y les<br />

arrojaban flores.<br />

Suelta la tropa en la tarde, luego de echar la caballada al cuidado de seis hombres a<br />

que se refocilara en campos de pasto, la soldadesca invadió las numerosas tiendecillas de la<br />

población, Habíase preparado a la aproximación del regimiento, gr<strong>andes</strong> reservas de chicha de<br />

maíz que fermentaba en obesos y monumentales cántaros de barro cocido.<br />

Mientras los oficiales bebían cerveza, los soldados se atiborraban de chicha. Oíanse<br />

cantos y música de guitarra por todas partes. Bailábanse bailecitos de tierra en los que el<br />

soldado procuraba lucir su garbo. Los tenorios del lugar dejaban su campo a aquellos. Las<br />

hembras del pueblo pertenecían ese día al regimiento.<br />

La subsiguiente mañana, los acordes de otro bolero, despertaban a la pequeña<br />

población y el regimiento partía dejando recuerdos de amor y mujeres llorosas. Así pasaron<br />

Mizque, Arani, Punata. Un oficial erudito en historia comparó esta última y risueña ciudad a la<br />

de Capua, cuyas delicias relajaron la disciplina del ejército de Aníbal.<br />

¡Qué dulce es la vida! es clamaban los pobladores de esa linda campiña, mirando las<br />

alamedas umbrosas las praderas sonrientes, los senderos floridos; contemplando los<br />

gigantescos sauces cenceños, cuyas copas gallardas se mecían con suave susurro, bajo la<br />

azulada transparencia del cielo, sobre dorados campos de maíz; viendo sus mujeres robustas,<br />

sanas, blancas, suelta de opulenta cabellera o recogida en dos trenzas, luciendo al caminar la<br />

amplitud de las caderas, la exuberancia de los senos y la robustez de las pantorrillas, que<br />

dejaban al descubierto las cortas sayas.<br />

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